domingo, 3 de diciembre de 2017

La Caseta De Los Adornos Navideños

Era un Portal de Belén en sí misma. Diríase que la propia imagen de la caseta venía a ser una especie de plantilla de power point gigante, para que los clientes no tuviesen dudas de cómo engalanar los Belenes caseros. Simplemente se tomaba una instantánea con el smartphone, y acto seguido se reproducía a pequeña escala bajo la mesa del televisor, en la intimidad del hogar.

Se trataba de un excelente servicio público, pocas dudas al respecto. El propio marco de la caseta ya nos situaba en aquello que los cristianos gustamos de llamar Oriente. La estrella que guía a los Reyes Magos desde allá hasta acá, hasta el mismo Belén, presidía la caseta, emitiendo una extraordinaria luz de color rosado, similar a aquellos carteles de neón de las ciudades norteamericanas, que nos mostraban en los telefilmes de los años 70. Probablemente, ahora serían de LED, mucho más eficiente y probablemente más eficaz para SSMM Los Reyes De Oriente que, en ausencia de GPS, debían dar gracias al cielo de que las nubes no tapasen su único faro hacia el futuro Mesías.

Flanqueando la estrella, indiscutible reclamo de la caseta, una imitación extraordinaria de las vigas de madera más rústicas que uno pueda imaginar, con remaches simulando a grandes clavos, de los que no quisieras encontrarte cuando buscas a tientas las zapatillas en el suelo de tu habitación. Las vetas de la madera, parecían auténticos ríos de lodo, atravesando las vigas de parte a parte, como si se tratase de una hemorragia incoercible de autenticidad. Los pilares de las mismas, los conformaban bloques de piedra granítica, supongo que una licencia geológica porque, aunque desconozco si el granito es la piedra más popular de Belén y alrededores, el que sujetaba las vigas, no venía de más lejos que la Sierra de Guadarrama. Probé golpeando con el dedo, y a poco me hago una fractura. Era piedra maciza, no terracota, plástico ni plexiglas. Granito del que te abre la cabeza. No me preguntes cómo lo acarrearon, ni mucho menos cómo la Policía Municipal lo ha consentido. Pero estaba allí, aportando solidez, realismo y geología de la buena.

Como mostrador, habían elegido una especie de sequoya o variedad autóctona similar, revestida de una capa de barniz incoloro de no menos de diez centímetros, en la que se desarrollaba el justo intercambio crematístico, pero que servía también como escenario para una composición a medida del cliente. Si éste dudaba entre un camello de dos jorobas tamaño XL, y una discreta y humilde mula de crines grisáceas, el dependiente le conformaba una especie de mini nacimiento a escala, donde se posicionaban ambas piezas y se elegía la de mayor idoneidad. Riesgo cero. No fuese a ser que el camello XL desentonase con las piezas de años anteriores, cada una comprada y elegida con calculada anarquía navideña. Todos, el cliente, el tendero y el propio Mesías, sabían perfectamente que la resultante final de tan elaborada performance, no dejaría de ser una especie de ecce homo, que bien hubiese firmado Dalí, por aquello del surrealismo. Pero la liturgia es la liturgia.

Al fondo, las estanterías en las que se exhibían las diferentes piezas, colocadas como espectadores patricios de un espectáculo de circo romano: Expectantes, vigilantes, emitiendo una inerte mirada de impactante severidad, como si de repente colocasen el pulgar hacia abajo, en caso de no ser elegidas por el cliente, que las seleccionaba desde la distancia para formar parte de su Coliseum casero. Entonces, el dependiente extraía un guante de seda blanco desde algún cajón bajo el mostrador, se lo colocaba en la mano derecha con estudiada parsimonia y, mimosamente, utilizaba pulgar e índice para hacer bajar la figurilla escogida que, orgullosa y expectante, aguardaba a ser confirmada por el comprador, y envuelta en no menos de tres capas de acolchado, con el fin de resistir los embates de las familias que se agolpaban en la caseta.

A la recepción de la mercancía, las despedidas de rigor al vendedor especialista en representaciones navideñas, el consabido “Feliz Navidad”, la promesa de cuidar la figurita y completar el catálogo el año siguiente. La reglamentaria visita global a la Plaza Mayor, la merienda con chocolate y churros, el espectáculo de El Corte Inglés, los atascos en los parking. Desconozco en qué parte del Antiguo Testamento se contemplan estos sucesos, pero puedo asegurarles de que, desde que tengo recuerdos, sí que forman parte de mi liturgia navideña, y que para mí, es tan sagrada como si Moisés la bajase esculpida en piedra.

He escuchado miles de alegatos contra la Navidad consumista, todos ellos muy sensatos y razonables. Pero si alguien busca un rito más solidario, eficiente y emotivo que la expedición anual para comprar la pieza del Belén, lo tiene bastante difícil. Una figurita de barro que reúne a familias, a generaciones, a tradiciones, proclama valores a los cuatro vientos y finaliza con chocolate con churros, merece el premio a la sostenibilidad mundial.

By Barcex (Own work) [CC BY-SA 3.0], via Wikimedia Commons

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