martes, 28 de febrero de 2012

La vida como suma de pequeñas cosas

Al que me vuelva a decir que hay que pensar en el futuro le meto un ladrillazo.
He llegado a la conclusión que esto de la vida, aparte de los aspectos metafísicos (de donde venimos, adonde vamos, quien ganará la liga) empieza a parecerse a un mapa del metro en la que como máximo puedes dibujar un par de líneas, que ellas solitas se encargan de entrecruzarse a su libre albedrío, para formar una tela de araña que tú has empezado, pero que no sabes como diantres puede acabar.
En mi época de matriculado universitario (y estudiante de pro, por si lo leen mis hijos), mi amigo César se mondaba de la risa leyendo el famoso libro la Teoría del Gen Egoísta, de Richard Dawkins, en 1976. El susodicho libro defendía la rigurosa idea de que el gen es el protagonista de la evolución, y no el individuo como sostenían las conocidas tesis darwinianas.
Aquí, mi primo el Dawkins aplica su teoría de base para explicar que la adaptación de los genes al entorno es lo que determina las características físicas y sociales de los individuos.
Creo que voy a parafrasear a este buen hombre, lanzando mi teoría de que los hechos son egoístas y se retroalimentan, entrecruzan, chocan y se reproducen como les da la real gana.
Si elevo esta teoría a la categoría de premisa, la consecuencia lógica de la misma, es que hagamos lo que hagamos, los hechos se relacionarán entre sí de forma caprichosa (caprichosa para nosotros, ellos lo harán con un plan, entiendo), decidiendo nuestras vidas de forma que resulta incomprensible para los simples mortales.
Es cierto que esta teoría está poco desarrollada, pero ya me contaréis que hago con mi agenda de trabajo, no tengo tiempo material para estudios de campo, contraste de hipótesis estadístico, etc. Por lo tanto, digamos que mi teoría se basa en la intuición (definida como saber empírico inmediato) y digamos algunas desconcertantes experiencias personales.
En lo que a mí respecta, como si fuera una revelación divina: A partir de ahora, se va a preocupar del futuro la señora madre del Dawkins, y los descendientes del Darwin, que yo me voy a dedicar a controlar lo que a los hechos no les da tiempo: el día a día.
Hoy, por de pronto, me voy a preocupar del examen de francés de Pablo, el próximo de mates de Ali, e incluso voy a ajustar la agenda de esta semana, porque la de la semana que viene ya me la darán diseñada los hechos, que diría que al menos no me cobran nada, pero es inexacto, me lo cobran en carne, en neuronas y lo que es peor, en alma.
Lo que los hechos no van a poder quitarme, porque me adelanté a ellos (no son tan rápidos) es el partidillo del sábado, que es para mí como el Delorean de Cristopher LLoyd ( Dr. Emmett L. Brown), una máquina del tiempo sencilla, barata y eficaz. Con algún inesperado halago que me ha caído sin merecerlo. Con la alegría de los viajeros chilenos, toda la vida para cumplir un sueño. Con las palabras de aliento que me llegan de los amigos, sinceras, sencillas y penetrantes.Con esas charlas que tanto me ayudan, sin que mi interlocutor no sepa ni cómo ni cuanto.
Los hechos, que sigan a lo suyo, que yo seguiré a lo mío.

sábado, 18 de febrero de 2012

Escribir con las tripas

Un grandísimo amigo y lector impenitente me comentaba hace unos días que el problema de algunos autores era que pretendían marcar estilo, dejar su sello o impronta personal en sus escritos. Para ilustrar su meditada opinión, fruto de absorber todo lo que cae en sus manos, especialmente la novela histórica y la serie negra más hematoide, y de escudriñar semanalmente todos los puestos de la Cuesta del Moyano, para leer un poco más y autoconfirmar su teoría, me ponía dos ejemplos ilustrativos de su teoría: James Ellroy y Philip Kerr
Del primero realza como claro valor literario el hecho de que no tiene ni puta idea de escribir, por lo que sus libros son puro sentimiento y transferencia de biorritmos internos.
Creo que a mi gran amigo voy a mantenerle ignorante de que en realidad a Ellroy le obligaron a reducir su libro L.A. Confidential desde  900 a 600 páginas, por lo que en sus propias palabras, le obligó a quitar las conjunciones y crear el estilo ultradirecto que le ha hecho famoso.
Algo así como transmitirle a tu amada las epístolas de Cyrano de Bergerac en un sms o Whatsapp: "al ppo nnamore dtu jeta y lgo dtu alma"
El segundo es para él la definitiva consagración del escritor total, por el ritmo, la sensibilidad, el repaso histórico riguroso y la crítica costumbrista que refleja en su serie dedicada al detective Bernie Gunther, la conocida como trilogía-tetralogía de Berlín. En este caso, comparto con él muchos de los elogios, aunque de ahí al Nobel, aún le que da un ratillo a Mr. Kerr.
Y todo esto viene al hilo de que cuando me comentaba esta teoría, no pude evitar pensar que esa era la respuesta a muchas de las dudas que me asaltan desde hace tiempo. La idea central es: déjate de convencionalismos, y pon encima de la mesa, y a la vista de todo y de todos, lo que en realidad llevas dentro, los sentimientos más profundos y dolorosos, las pasiones menos reconocidas, las dudas esenciales, y arriésgate a ser querido y odiado, criticado y elogiado, o a lo peor, pasar desapercibido.
Esa revelación, como casi siempre que se me ocurre una nueva genialidad, me produjo el habitual sentimiento de euforia, que me ha permitido pasar los malos momentos, impulsado por una especie de revelación divina omnipotente. Cuando aparece, me encuentro capaz de solventar todas los contratiempos, dificultades y dudas que se me plantean, porque lo veo claro, aunque esté más oscuro que la prima de riesgo española.
Por lo tanto, he decidido comenzar con ese nuevo rumbo, con carácter inmediato.
E inmediatamente he llegado a la conclusión que ni de coña, que eso es muy complicado, que pisaré muchos callos, que tendré que dar muchas explicaciones, que puedo hacer sufrir a los que me quieren, y que probablemente la sinceridad es una virtud sobrevalorada, como ya escribía Oscar Wilde "Un poco de sinceridad es cosa peligrosa; mucha sinceridad es absolutamente fatal"
Así, que en adelante, y si acaso, me sinceraré en este blog de cuando en cuando y utilizando los subterfugios literarios necesarios para que no se me note demasiado.
Y a Ellroy, que le den
  

miércoles, 8 de febrero de 2012

Proust, Las madalenas y la metáfora de un buen colocón

Proust, Las madalenas y la metáfora de un buen colocón 6 de Feb, a las 09:57

El pasado viernes, día dedicado al cuidado personal, invertí unos minutillos en uno de esos placeres mundanos que nos desmitifican: La búsqueda de gangas.
Como me resulta difícil acudir al genuino paraíso de los baratillos, El Rastro madrileño, no tuve más remedio que dejarme caer por un sucedáneo modernista, el Cash Converters.
En estos centros te puedes encontrar de todo, lo malo, lo bueno, lo barato, lo caro, lo antiguo, lo moderno, la tecnologías y la literatura.
Compré en ambos extremos. La tecnología asiática, y la literatura olvidada, y en ambos encontré pequeños placeres cotidianos a precios más que aceptables.
Por un lado, unos altavoces que me permiten escuchar algo de música en mi retiro getafense.
Por otro, 6 libros, divididos como sigue:
1/ Tres para torturar a mis hijos: Ortografía, Historia y Biografías
2/ Uno para obligarme a recordar y relativizar: Platón defendiendo a Sócrates, el filósofo, no el futbolista
3/ Uno para mi deleite personal, Lorenzo Silva, es el cuarto ejemplar del mismo libro que compro, para asombro de los que me rodean. En realidad, uno se lo he regalado a una amiga que seguro no lo apreciará. Otro para mis guardias. Los otros dos, ni idea. Eso sí, también lo tengo digitalizado en el iphone, pero no cuenta
4/ Uno para mi ego, una especie de resumen de los literatos contemporáneos más conocidos, lo que me permite no leerlos, pero al menos saber qué se contaban.
Enfrascado en este último, me llama la atención una cita de Marcel Proust, que describe con detalle el placer de ¡¡¡¡ la ingesta de una magdalena ¡¡¡¡ (reproduzco a continuación):
"Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro triste día tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en la que había echado un trozo de madalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal”, escribió el novelista en Por el camino de Swann (1913), primer volumen de En busca del tiempo perdido.
“¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? ¿Qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo? Bebo un segundo trago, que no me dice más que el primero; luego un tercero, que ya me dice un poco menos. Ya es hora de pararse, parece que la virtud del brebaje va aminorándose. Ya se ve claro que la verdad que yo busco no está en él, sino en mí."
Ya sé que este idiota se ha tirado dos párrafos hablando de una jodida magdalena, pero eso me lleva a dos reflexiones:
1/ Si se llega a tomar un churrito, nos deja tres volúmenes de a 1000 páginas cada uno
2/ Eso de la magdalena, ¿no será en realidad una metáfora de un buen colocón? Donde dice té, ponga el lector su refresco favorito. Donde dice magdalena, ponga el lector su espirituoso preferido , y tenemos una defensa en toda regla de lo saludable que es pillarse un buen pedo de cuando en cuando.
Y eso que dice Proust del brebaje, no sé a qué o a quién me recuerda.