domingo, 26 de febrero de 2017

He Visto La Luz (VII)

En la última llamada, asió con firmeza su trolley, colocó el bolso de mano, me besó con ternura, y esgrimió su tarjeta de embarque, en la que se veía adherido con códigos alfanuméricos la etiqueta de su equipaje facturado, y una mancha de color Rouge Dior, seguramente procedente del sangrado de mi alma.

Los segundos siguientes a su partida, al momento en el que dejé de ver su melena rubia en la zona de embarque del aeropuerto, provocaron en mi apacible existencia una especie de falla, una profunda quiebra de los graníticos cimientos que conformaban la morada de mis sentimientos hacia la gente, hacia mí mismo. Si hasta ese momento pude diseñar un equilibrado sistema de bajo riesgo, en el que únicamente me permitía algún pequeño exceso de naturaleza eminentemente sexual, bajo la premisa de satisfacer necesidades muy primitivas, la llegada de la belleza trigueña había conseguido poner en jaque todo ese sólido entramado.

Pero una vez en el parking donde había depositado uno de mis últimos besos al calor de los asientos del Fiat Panda, ese cohesionado entramado de resistencia a la acción erosiva de los sentimientos, experto, veterano y astuto, logró imponer su solidez ante unos sentimientos mucho más novedosos, débiles e inconclusos. La batalla se decantó con facilidad, ya que las dificultades que acarreaba una hipotética pérdida de posiciones y rendición ante el amor emergente, no eran pocas ni débiles. No solo se trataba de cambiar un punto de vista que me había hecho inmune al dolor de naturaleza amorosa, sino que los inconvenientes logísticos no eran cosa baladí.

Entre ellos, desechar toda una estructura de vida organizada, jerarquizada, con su agenda, sus rutinas, sus gateras, sus goteras, sus barreras, su banda sonora, su escenario. Probablemente es el límite de lo que la vida le puede solicitar a una persona. Que deje todo lo que ha construido durante todo su tiempo en ese mundo y que lo deje por una nebulosa de sentimientos, por una realidad etérea, por un universo paralelo confuso, extraño, inseguro e incómodo. Incluso en el caso de que tu actual existencia sea un completo desastre, es el desastre que tú mismo has construido, el que te ha costado tanto esfuerzo, tantas horas de lucha y de llanto, tantas ganas de explotarlo y otras tantas de conservarlo.

Acepto pocas bromas con este tema. Seguro que hay lectores que piensen: “Es un cobarde. Si quieres algo, lucha por conseguirlo. Arriesga.” Y a todos ellos les contesto: “Y tú, ¿por qué no lo hiciste?” A todos se nos ha presentado este tipo de situaciones en nuestra vida. Todos hemos tenido la posibilidad de decidir entre diversas opciones a lo largo de nuestro periplo mundano. Y hemos elegido, y casi siempre hacia un plano de seguridad y confort. ¿O qué pasó con esa deliciosa novia de juventud que se nos diluyó entre las horas, días, semanas y meses? ¿Y ese sueño juvenil de dedicarte a pintar o escribir? ¿Donde quedó? Eras francamente bueno, pudiste haberlo hecho, y si no, hubieras disfrutado del más delicioso fracaso imaginable.

En conclusión, y siguiendo a Maslow, las necesidades afectivas, incluso las sexuales, se encuentran en un escalón inmediatamente superior al de las necesidades de seguridad y protección, por lo que no debo ser un bicho tan raro. Imagino que Maslow estudiaría a un montón de individuos antes de llegar a sus conclusiones, por lo que mi comportamiento no difiere del de la mayoría de la gente.

Este pensamiento me acompañó y reconfortó durante bastante tiempo. Me permitió una base sólida desde el que afrontar los hechos históricos de nuestra relación, y cómo podrían evolucionar en un futuro. Me atreví a construir una pequeña terraza en ese bunker impenetrable de mi alma, y desde ahí, me asomaba con cierta frecuencia para mantener una cierta proximidad en la ausencia de mi gallego-teutona. La escribía, le daba un “me gusta” aquí y allá, un mensaje en las efemérides, incluso alguna corta llamada. Desde esa perspectiva, creí mantener algo parecido a una relación amistosa con posibilidad de recuperación estival.

Ahora que lo pienso, no estoy seguro de que ella hubiese aceptado este tácito arreglo. Y cuando comencé a observar en sus redes sociales la presencia de un prototipo germánico con rostro armónico, esculturales proporciones y actitudes afectuosas, sopesé la posibilidad de que ella hubiese pasado página. Y ahí, olvidando mi inacción, mi actitud contemplativa y mi escaso grado de compromiso, me cogí un cabreo del quince. Vale, yo soy yo y mis contradicciones. Una cosa es que yo no hubiese hecho nada por retenerla, y otra muy distinta es que ella se liase con el primer alemán que se le pusiese a tiro. Digo yo que debiera haber un tiempo mínimo de velatorio, una tregua  entre amores que dignifique las rupturas.

En la película “Uno, Dos, Tres”, de Billy Wilder, el protagonista, James Cagney, debe renunciar a una pacífica existencia como responsable de Coca Cola en Berlín Occidental, cuando la hija de su jefe intenta escapar al bando soviético con un comunista. A partir de aquí, la película adquiere un ritmo trepidante, en el que el protagonista debe dar la vuelta a la tortilla y transformar el antaño bolchevique en un reputado noble capitalista. A mí, debió sucederme algo por el estilo. En un momento dado, algo, en este caso la presencia en las redes del macizo teutón, removió profundamente mi interior, y provocó una explosiva reacción que yo mismo tardé en reconocer. Los celos.

Ese monstruo de ojos verdes consiguió lo que nadie habría conseguido en condiciones normales: Revolucionar mi vida. Lo que me lleva a reflexionar al respecto de la Pirámide de Maslow. El paso de uno a otro nivel de la misma, solo depende de adquirir una energía de activación suficiente y ésta, puede variar enormemente de unos a otros individuos. En mi caso, la mezcla de diferentes pensamientos. El primero, ¿cómo podía haberme reemplazado, si estaba coladita por mí, vaya usted a saber por qué? El segundo, ¿cómo no había hecho nada por recuperarme? Independientemente del pequeño detalle de que yo había hecho mucho menos. El tercero no lo desarrollé, porque mi reemplazo era considerablemente más guapo que yo, y mucho más fornido. La pregunta era qué había visto en ese tipo.

Rebuscando en mis propios pensamientos, deduje que el problema estaba en Maslow de nuevo. Había aceptado con facilidad que todo el mundo habría hecho lo mismo que yo, y por tanto, la mía debía ser la actitud correcta. Es decir, me había jugado mi felicidad eterna siguiendo un jodido silogismo de mierda. Había desplazado a un lado y enterrado una verdad inmutable, mi propia singularidad en el mundo. Soy diferente, todos y cada uno lo somos, y sufrimos y disfrutamos esa singularidad. Y esa debía ser la piedra filosofal que inspirase mi vida, y no Maslow.

Ante tal torrente de descubrimientos y reflexiones, nada como la sabiduría popular para aclarar los pasos a seguir. “El que no tiene cabeza, debe de tener pies”, decía mi madre cada vez que mandaba mi concentración de vacaciones y olvidaba llaves, citas, etc. Vuelos a Budapest, su último destino laboral. “Lo que hay que hacer, a paso ligero” dice Lorenzo Silva. Reserva para dentro de noventa minutos. “Ligero de equipaje, cantaba Nino Bravo. Así que enganché la mochila de campamento, la que archivé con la mayoría de edad, junto a mis sueños y aspiraciones. Me pareció metafórico. En su momento, simbolizaba la traición a mis ideales. Ahora, es el punto de recuperación desde el que trato de alcanzar los anhelos juveniles.

Cerré la puerta sin llave, asalté el primer taxi, y en la misma puerta en la que la vi partir, inicié una frenética carrera para enlazar el último tren que partía hacia la felicidad.

 

 

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La Mecedora

Me recuerdas al balanceo de una mecedora de madera, de las que había una en cada casa de pueblo, reservada para la abuela, donde tejía, observaba y pronunciaba pocas, pero escogidas palabras, en forma de refranes, anécdotas o sabidurías populares.

Porque el único impulso que generas es el del inicio del movimiento. Y a partir de ahí, solo la inercia, sin iniciativa, sin esfuerzo, sin riesgo y sin dolor.

El problema es que me arrastras en tu balanceo. A veces arriba, las más. abajo, pero siempre en la zona de confort. Como cuando de pequeña pintabas sin salirte del dibujo, sin arriesgar, sin ofrecer una mínima transgresión de las normas, aportando fiabilidad y respeto, pero nunca pasión o esfuerzo.

Porque me veo atrapado en la nada, porque se van diluyendo mis sueños en las hojas del calendario, porque me rodean arenas movedizas, de las que no puedo salir sólo con el balanceo.

Me recuerdas al balanceo de una mecedora de madera, crujiendo con los años, requiriendo lijados, ajustes, aceites, para que conserve el movimiento sin romperse, para que pueda seguir generando refranes, anécdotas y saberes, que permitan mantener la calma y el vacío, apoyados por argumentos etéreos y falaces. Sin riesgos, sin heridas, sin avances.


viernes, 24 de febrero de 2017

Seis Grados De Separación

A raíz de un comentario que ha tenido la amabilidad de realizar Juan Carlos en su excelente blog Garabatos56, he recuperado una entrada de hace exactamente 3 años, una de mis preferidas. Le agradezco enormemente a Juan Carlos sus amabilísimos comentarios para todas mis entradas, y me permito dedicarle ésta, a la que solo voy a hacer pequeños cambios de maquetación e incorporarle una imagen de cabecera.

 

Seis grados de separación


Iniesta de mi vida y un lugar llamado Porto Covo

Otra excelente entrada del blog de Angel Alfageme, en esta ocasión al respecto de su experiencia de vida en el Algarve portugués

Remember

En el suroeste de Portugal, en plena costa alentejana y a unos pocos kilómetros de Sines, hay un pueblo de pescadores formado por pequeñas casas bajas donde predomina el azul y el blanco en sus fachadas. Donde el suelo está laboriosamente empedrado en blanco.

Está rodeado de una gran belleza natural en forma de pequeñas playas, retorcidos acantilados de rocas imposibles y un inmenso mar de frías aguas donde darse un baño es todo un ejercicio de valentía.

Una calurosa tarde de Domingo de Julio (tan solo llevaba una semana trabajando en Sines), tuve la oportunidad de ver junto a otros compañeros de trabajo la final del campeonato del Mundo de fútbol. Si, la única copa del mundo que tiene España a nivel de selecciones, la conquista que nunca se nos olvidará con aquel solitario gol en la prórroga de “Iniesta de mi vida”.

Después de aquella visita futbolera volví muchas más veces durante un año, muchos otros Domingos en los que fui descubriendo…

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jueves, 23 de febrero de 2017

Secuelas De Un Beso

No supe lo que hacía. Uno más, pensé. Intenso y superficial, como todos. Prólogo o epílogo, según los casos, pero siempre tras la barrera, a salvo de los avatares del amor. Sin exposición, no hay riesgo.

Y me pilló, a traición. Solo parecía una más de ellas. No supe detectar ese reflejo en sus ojos, cargado de amenaza y de traición. Pequeña, blanca, viva. Como esa tela de araña que solo percibes al atravesarla, cuando ya está adherida a tu piel.

No supe lo que hacía, caí directo en la sima de sus labios, descendiendo progresivamente a los infiernos, renunciando en cada beso a una parte de mi ser, para ser diluido poco a poco en su esencia.

Y me pilló, a traición, y me rendí sin combate y sin protesta, para ser engullido por su alma, en la más profunda simbiosis diseñada en la naturaleza. Ella me acoge en su seno y yo disfruto de mi renuncia.


martes, 21 de febrero de 2017

Todavía no has ido a Patones?

Mi querido amigo Angel Alfageme ha comenzado a compartir sus excelentes fotografías, no solo con los allegados, entre los que tengo la fortuna de encontrarme, sino al público en general, a través de su blog.
Además de las fotografías, de calidad y gusto extraordinarios, aporta una serie de datos que ilustran los lugares donde toma las imágenes.
Os lo recomiendo.

Remember

Patones (parte primera)

Muy cerca de Madrid y lindando con la provincia de Guadalajara existe un pequeño pueblo cuyo término municipal alberga varios yacimientos que demuestran su ocupación por el hombre desde la noche de los tiempos. La cueva del Reguerillo está situada en la ladera occidental del Cerro de la Oliva, hoy en día cerrada a cal y canto, contiene o contenía pinturas rupestres cuya antigüedad algunos estiman en más de 40.000 años. En la cima del cerro de la Oliva se pueden visitar los restos de un poblado carpetano-romano ocupado posteriormente por los visigodos.  El actual pueblo de Patones de Arriba es una de las mejores representaciones de arquitectura negra por el material utilizado en sus construcciones. Algunos dicen que el tiempo se ha parado en sus calles, otros incluso dicen haber visto unicornios y corren varias leyendas que hacen de él un lugar lleno de magia. La más popular de todas es la leyenda patónica, la cual…

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domingo, 19 de febrero de 2017

Fábula De La Pintora Y La Mochila

“…en fin, que yo también querría algo dedicado a mí, cualquier cosa, por ejemplo la descripción de un lugar que te guste porque me encanta como lo haces.
Y me iré poniendo al día, te lo prometo. Estrella RF”

Esta petición de Estrella, a resultas de mi entrada Wiwichu 2016, quedaba pendiente de complacer. Simplemente me he decidido por una pequeña fábula, que ha acudido a mi mente. Espero que el cambio no le importe. Con toda admiración.

La foto corresponde a un lugar que me gusta, como pidió Estrella. Mi pueblo adoptivo, La Cabrera, provincia de Madrid. Es obvio que debo seguir practicando la fotografía, pero se hizo en un momento especial, y eso también cuenta.

Caía el atardecer y ella iniciaba su recorrido diario, armada de sus pinceles, sus lápices, paleta y lienzo, todo ello colocado cuidadosamente en una aparatosa mochila que le doblaba el tamaño. Franqueaba la cancela, directa hacia la pequeña colina donde el anochecer  demoraba, quizá solo unos minutos más que en el resto de la dehesa, pero suficientes para dar el último matiz a sus cuadros.

El trámite, regular. Depósito de mochila en el suelo, extracción del lienzo, que colocaba cuidadosamente entre las ramas de un arbusto bajo, a modo de caballete. Mínimas cantidades de óleo en cada zona de la paleta, y máximo dos pinceles al alcance. El toque final, su cuaderno de notas, el mismo desde la infancia. Tapas de cuero viejo, miles de páginas, grosor considerable, peso contundente. Depositado en el suelo sobre la tela de la mochila. Abierto siempre por las primeras páginas, que contenían pequeños bocetos infantiles, en los que se podía adivinar sombras, miedos y tristezas. Y en cada lienzo, la pintora asignaba uno de aquellos bocetos a cada una de las formas que le rodeaban, por lo que el resultado final consistía en una especie de collage, saturado de ecologismo pesimista. El trazo, inmaculado. El cromatismo, balanceado. El colorido, ausente. Y la pintura en su conjunto, una obra de arte.

Llegó a mis manos de pura casualidad, ilustrando un pequeño blog de una poeta autodidacta, y pensé que estaban hechos el uno para el otro, el cuadro y el poema. Sentí la curiosidad de saber algo más sobre la pintora y la poetisa, y permanecí muy atento a las publicaciones y a sus ilustraciones. Y la curiosidad me llevó al respeto y a la admiración.

Deduje de sus escritos la profundidad de su alma, y de sus cuadros, la capacidad de transformar la realidad en una especie de dimensión alternativa, abierta y dura, pero con un halo de esperanza que la autora reserva para otros, como si su universo estuviese ya pintado, agotado el modelo, firmado el lienzo.

Busqué la manera de hacerle llegar mi mensaje de optimismo irreverente, el que podría decirle, “Por favor, tira la mochila al río y deja que el agua haga el resto. Y cada atardecer, coloca un nuevo lienzo en el arbusto; Blanco, inmaculado, limpio. Y deja fluir a tus pinceles creando un arcoiris de esperanza, admiración, pasión y deseo, en el que los grises solo participen a ratos, como invitados sorpresa para ofrecer contrapunto”

Quizá este mensaje pueda llegarle al fin, como una carta encerrada en una botella.

Mientras tanto, mi admiración confesa.


sábado, 18 de febrero de 2017

Ahora Sé Que el Rock And Roll

Sólo nos gusta a ti y a mí


Nos encontrábamos una y otra vez en las colas de los conciertos de esos grupos descatalogados, compuestos por músicos entusiastas que no pasaron el corte de los gustos de las discográficas, los DJs de moda o la dictadura del gran público. Entre nosotros dos, y otros cuatro o cinco irredentos ocasionales, llenábamos hasta la bandera el aforo de todos y cada uno de los garitos, así eran las dimensiones.

Como suele ocurrir en estos casos, miradas curiosas en las primeras ocasiones en las que coincidimos, dieron paso a saludos afables con movimientos de cabeza, leve izado de mano, algún guiño de camaradería, siempre y cuando estuviésemos solos. Cuando alguien nos acompañaba, mínimo reconocimiento a través de una sonrisa, y a veces ni eso.

En uno de esos conciertos en los que las treinta personas asistentes, tirando por lo alto, dificultaban el acceso a la barra, me decidí a traerle una cerveza; De la que había, sin posibilidad de elección. La marca de la misma no debió de ser de su agrado, como no lo fue del mío, por lo que su mueca de contrariedad, fue seguida y amplificada por la mía. Se trataba de una cerveza local, con estándares de calidad muy alejados de nuestra Mahou. A voz en grito nos presentamos y le pedí disculpas por la marca de la cerveza. Ella me reconoció el gesto, por encima de la calidad de la birra. Lógicamente ocupé un espacio en su proximidad durante el resto del concierto, que resultó de extraordinaria factura musical y pésima calidad técnica, como casi siempre.

A la salida, intercambiamos comentarios sobre el presente y otros conciertos en los que habíamos coincidido, resultando escasas discrepancias y enormes coincidencias en los que se refiere a gustos musicales. Prolongamos la conversación en uno cualquiera de los varios locales disponibles, y nos dieron las tantas. Ninguno de los dos estábamos en nuestra ciudad y no teníamos excesiva prisa.  Los temas musicales evolucionaron a aspectos más personales, y la compañía de una cerveza decente, facilitó la intimidad entre ambos. No era un entorno fácil para la conversación; La línea editorial del garito, basado en una rigurosa selección  del heavy-metal más ruidoso, no permitía la fluidez en el intercambio de pensamientos u opiniones, por lo que fue necesario aproximar la posición de ambos, para poder escucharnos mínimamente; Inconscientemente, decidimos rozar nuestras mejillas, de tal forma que yo podía notar su calidez, y ella el afeitado inperfecto de esas horas de la noche. Un pequeño bandazo musical colocó a Burning como la banda sonora de nuestro beso, tan deseado como inevitable. Paradójicamente, el beso fue mucho más tierno de lo que cabría esperar de dos viejos rockeros cuarentones, donde la edad aprieta y condiciona ciertas urgencias. La crónica del resto de la noche se podría resumir en cervezas, arrumacos y rock and roll. Bastante de cada, eso sí.

Por razones que desconozco, no compartimos lecho. No sé si ella quería, no estoy seguro de que yo lo quisiera. Probablemente, no quisimos banalizar algo tan sagrado como el rock and roll, con algo tan trivial como el sexo. Sin duda eso fue lo que ocurrió.

 

El título de la entrada se debe a una estrofa de la canción “Corre Conmigo“, de Burning

La fotografía de portada está tomada de Flickr http://ift.tt/1xMEizN

 


martes, 14 de febrero de 2017

Propósitos

Confunde a tu alma, traiciona tus convicciones, retuerce tus ideales, diluye tus principios, difumina lo que fuiste, y tatuaré mi ser con tu sonrisa, hasta desaparecer en el infierno.


domingo, 12 de febrero de 2017

He Visto La Luz (VI)

A esas alturas, yo me encontraba tranquilo. Todo iría bien, porque el encuentro se desplazaba hacia un guión algo más conocido, con variaciones esperables o inesperadas, pero en un contexto más accesible. Ibamos a tener sexo, seguramente muy bueno y muy agradable, pero sexo.

Mientras que no volviese a rozarme la oreja, todo iba bien. Si volvía a hacerlo, estaba acabado.

Una de las muchas cosas que nos gustan del sexo es que hay tantos tipos de relaciones como de parejas. Seguramente la base de las maniobras, de los actos mecánicos es más o menos la misma, hay un catálogo “free”, a disposición de casi todo el mundo, que constituye una base bastante sólida para asegurarse que los individuos queremos y querremos mantener relaciones sexuales mientras que el cuerpo aguante, todo esto, dicho así, con espíritu descriptivo, casi como esa guía de instalación básica que acompaña a los gadgets electrónicos que se han incorporado a nuestra cotidiana existencia.

En otras ocasiones, ese catálogo de libre disposición se completa con especiales maniobras, roces, estímulos auditivos, verbales, complementos varios, lugares, modos y maneras que elevan la categoría de las relaciones sexuales a un segundo nivel de excelencia técnica. Espero y deseo que todos nosotros tengamos la posibilidad de experimentar este segundo nivel, de la misma forma que celebraría la disponibilidad de acceso a unas cuantas botellas de Dom Perignon. Se trata de una experiencia diferente y extremadamente gozosa para los sentidos. Me refiero al champagne. Lo otro, también.

Aunque en cualquier caso, hablamos de experiencias hedonistas, es decir, sensoriales, efímeras y desprovistas de carga afectiva o sentimental. Excelentes, magníficas, fabulosas, lo que queráis, pero sensuales. Nos apañan el cuerpo para un/unos ratos, que no está nada mal, por supuesto (donde hay que firmar), pero se las puede identificar claramente. Nos marcarán, recordaremos aquel extraordinario sexo con aquel individuo tan especial, al que queremos tener localizado por si nos vuelve a apetecer, pero al que seguramente no vamos a incorporar a la plantilla de esa peculiar empresa en la que se convierte nuestra vida cotidiana.

En una plataforma paralela, podemos encontrarnos otro tipo de relaciones en la que el sexo es también muy importante, pero en un contexto muy matizado por otro tipo de sentimientos, no tan sensuales. Me refiero a la aparición de la afectividad, en sus diferentes grados, recibiendo diferentes nombres, y presentando formatos tan únicos como individuos existen. Me atrevo a afirmar que la simple existencia de una relación, cuyos cimientos incorporen suficientes elementos de cesión de nuestra propia identidad hacia otro, modifica sensiblemente la relevancia de las relaciones sexuales entre ambos. Obviamente no quiero decir que carezcan de importancia, o que sean secundarias. Quiero decir que colocan a ambos en una situación preferente para que éstas sean tan satisfactorias en el plano sensual como en el afectivo, reforzándose y retroalimentándose ambos componentes.

Y toda esta reflexión se basa en una experiencia absolutamente inexistente, por lo que puede ser completamente falaz desde la primera a la última letra, pero no me negaréis que está bien construida y expuesta.

En cualquier caso, como esta propuesta argumental se basa en la existencia de cariño mutuo, y entre Katherina y yo aún no había podido surgir ese tipo de sentimientos, por razones cronológicas, al menos, decidimos investigar todo lo posible en el ámbito técnico, bien inspirados por un excelente champagne francés. E investigamos todo lo que fue posible, obteniendo jugosas conclusiones (Metafóricamente hablando, se sobreentiende para la mayor parte de los lectores. Pero es que hay algunos…) Anotamos mentalmente cosas que salieron bien, cosas que salieron muy bien, y cosas que fueron un completo desastre y olvidamos muy rápido.

En el desayuno comenzaron las dudas. Katherina se iba. Yo me quedaba. La acompañaría a recoger sus cosas a la consigna del hotel que ambos compartimos, procuraría colocarlas en el Fiat Pansa, la llevaría al aeropuerto. Un tal vez, algún beso, un seguro vacío. No había muchas soluciones intermedias. Muy pronto para arrojarlo todo por la borda y correr tras ella, y muy tarde para poder generar el tiempo suficiente para tener razones suficientes para hacerlo. Una típica situación de zugwang.

Yo diría que en esos últimos momentos que compartimos en el aeropuerto no se respiraba tristeza, sino pesar. Hubiéramos estado tristes si habiendo algún tipo de estrategia disponible, no la hubiéramos ejecutado por  alguna razón: Falta de voluntad, miedo, egoísmo, que sé yo. Aquí simplemente nos pesaba que el acertijo fuese irresoluble, bajo el prisma de la racionalidad consciente. Me sorprendió que Katherina no ejerciese de gallega ni de teutona, evitando el conflicto o analizándolo de forma cartesiana, sino que fue investida por una especie de manto latino, en el que la rebeldía y la pasión luchaban por permanecer por dentro de su epidermis, quizá por miedo a que ambos explotásemos de dolor, quizá por evitar exponerse públicamente a mis ojos.

En la última llamada, asió con firmeza su trolley, colocó el bolso de mano, me besó con ternura, y esgrimió su tarjeta de embarque, en la que se veía adherido con códigos alfanuméricos la etiqueta de su equipaje facturado, y una mancha de color Rouge Dior, seguramente procedente del sangrado de mi alma.

 


sábado, 11 de febrero de 2017

Lecturas De Trayecto

Día tras día ocupabas el penúltimo asiento de la fila de la derecha, justo al fondo del vagón, en el coche número uno. Las primeras veces, absoluta casualidad. Las siguientes, absoluta causalidad.

Traje de chaqueta de confección mediana. Ni muy caro, ni muy barato. Complementos en consonancia. Media melena de moreno rizado. Pendientes discretos, variando con el día de la semana, o eso interpreté. Gafas de lectura mínimas y elegantes, de niña coqueta maldecida por la presbicia. Y una lectura.

Nos mirábamos, o para ser honestos, yo la miraba. A través de las ventanillas, de reojo, en las gafas de su vecino de asiento, pero nunca directamente. Me atraía y me imponía. Podría llamarlo timidez, pero cobardía sería más certero.

En el trayecto, de unos treinta minutos, se organizó un pequeño club, de forma absolutamente espontánea. Sin reglas, sin estatutos, sin carnet. Pero con saludo secreto. Cada uno diseñó el suyo. La secretaria, sonrisa amplia de décimas de segundo en orientación panorámica. El joven abogado, un dedo en la sien, como un saludo militar ejecutado con desgana. Juan, el electricista, el que ocupaba más de un asiento con su maletín de trabajo de aluminio integral, simulaba insertar un enchufe. Yo enarcaba las cejas. Ella solo nos concedía una mirada serena, pero de camarada, justo hasta que su libro emergía de su bolso-mochila de cuero negro. Después no estaba para nadie.

Con el devenir de los meses, estudiamos nuestras costumbres, comprobamos nuestras ausencias y adivinamos sus causas. O no. Nadie se molestó en contrastar las hipótesis. Da mucho más juego mantener el misterio. A mí me llamó la atención lo del libro. El cambio de género era dramático. Si el lunes se iniciaba novela rosa, para el jueves un ensayo filosófico. La semana siguiente, uno de autoayuda precedía a un clásico internacional. La poesía acudía los días de buen tiempo, quizás casualidad.

El día que extrajo a Chandler de su mochila, algo se removió en mi interior. Chandler y la bella. La bella y la bestia, se me ocurrió. Tuve que sonreír y me pilló in fraganti. Me devolvió la sonrisa, sin que pudiese ver ninguno de sus dientes, solo extendiendo el carmín (¿Rouge Dior?) hasta formar una perfecta línea recta de efímera duración, que dio paso a un cabeceo lateral y vuelta a la lectura.

Me volví loco. Chandler, ella, el rojo y yo. El perfecto triángulo amoroso. Vale, cuadrilátero, pero en mis planes, el Rouge iba a durar bien poquito. Me quedaban tres paradas para decidir si mi lóbulo frontal, el de la represión, triunfaría sobre la amígdala cerebral, la de las emociones, la de la pasión. La que estaba de fiesta era la testosterona. Como casi siempre.

El primer tramo, hasta Estrecho, de planificación. Elegir la frase, debía ser perfecta. Caso contrario todo podría arruinarse. Me despreciaría, me echaría del club, cambiaría de asiento, no lo sé. No elegí ninguna. Demasiada presión.

El segundo tramo, hasta Alvarado, de angustia. No se me ocurría nada brillante. Plan B . Espontaneidad y simpatía. Sin quemar las naves, solo amistad intrínseca. Poco riesgo, pero un avance. Decidido.

El tren abandonó la estación, rumbo a Cuatro Caminos. Recogí las cosas. Me aproximé una micra. “Hola, perdona mi atrevimiento, pero no he podido dejar de observar cómo abordas en tu lectura géneros tan dispares como poesía, filosofía, etc. Y hoy, novela negra. ¿Qué te motiva a tanta variedad?”

Ella sacó un marcapáginas de un bolsillo interior del abrigo. Lo colocó con cuidado en la página impar, asomando discretamente por exterior del lomo. Cerró el libro, lo depositó en la mochila, se quitó las gafitas de leer, las guardó en su funda. Cerró los broches y me miró fijamente.

“Era mi último cartucho. Solo me quedaba traer una guía de teléfonos. Mira que eres un tío difícil”


Podés elegir la poesía

La magnífica iniciativa “El Mundo En Tus Manos”, que podéis en contrar en la página de Textos Solidarios en Scripto.es, va tomando cuerpo.
Estamos en la fase de elegir las mejores poesías para la presentación del trabajo. Y para ello, vuestra colaboración es necesaria. Queremos que votéis las mejores, y además el sistema es super sencillo.
Solo seguid las instrucciones del post de Fabio Descalzi, y aprovechad para pasaros por su blog. Merece mucho la pena.

El blog de Fabio

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Ayer se acabó el plazo para recibir poemas. Por eso, se abrió en seguida el plazo para que podamos elegir entre todos la que mejor sirva. Te estoy hablando de El mundo en tus manos, el libro que ya se viene. El booktrailer va a estar lleno de poesía. Quiero que vos elijas.

Tenemos 27 poemas, todos buenísimos; sería imposible decir cuál es el mejor, y tampoco se trata de eso. Queremos elegir al que mejor transmita el espíritu de este proyecto, al que le llegue más a quien vea en el video muchas manos que van escribiendo cada verso. Tiene que despertar emociones y también interés por conocer más sobre nuestro libro.

Además, esta votación sirve para comprobar cuáles tienen mas aceptación, cuáles llegan más y mejor, para tratar de ubicarlos de alguna forma en el proyecto.

Podés entrar a la votación desde la misma página donde están…

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Los Canales Del Invierno

Reviso los canales del invierno

Quizá me aclaren las dudas

Que acuden al alzarse la penumbra

Nunca me fallaron, referencia perenne

 

Reviso los canales del invierno

Quizá me expliquen el porqué de los hechos

Que acabaron con mi vida sensu estrictu

Nunca me fallaron, tinta indeleble

 

Reviso los canales del invierno

Quizá me castiguen con la evidencia

Que me coloque ante el espejo

Nunca me fallaron, marcan el camino

 

Reviso los canales del invierno

Quizá desnuden mi alma

Que me despoje de posiciones estéticas

Nunca me fallaron, sinceridad cruel

 

Reviso los canales del invierno

Quizá me ofrezcan consuelo

Que me alivie tras pasar al lado equivocado

Nunca me fallaron, nunca me mintieron

 


domingo, 5 de febrero de 2017

He Visto La Luz (V)

Evitado una mirada directa, fui avanzando hacia ella, musité un saludo protocolario, solicité su permiso para ocupar la silla frente a ella, que fue otorgado por un gesto imperceptible, para formar un inédico triángulo isósceles en el que ambos ocupábamos los vértices de los catetos más largos. Como ella llegó primero, supongo que el mérito es mío. Como también el de disfrutar de las vistas más bellas que pueden idearse: La Bahía de Pollença y el brillo de sus ojos. Huelga decir el balance. Al final de la noche podría haber estado frente al Monte Ararat, el Taj Mahal o el mismísimo Everest. No lo hubiera notado.

Y su saludo, demoledor: “¿A qué estás dispuesto?”

Su saludo precisaba de una respuesta lo suficientemente sólida y comprometida como para evitar que la magia del encuentro se desvaneciese como la espuma de las olas al forzar el malecón. No estaba la cosa para devaneos o incoherencias.

“A llegar tan lejos como las circunstancias lo permitan. Soy Toni. Tú debes ser Afrodita”

Le tendí mi mano, que estrechó y acarició simultáneamente. Un leve estremecimiento recorrió mi piel. Y no creo que fuese la electricidad estática, aunque nunca se sabe. Mientras recogía la servilleta del plato, donde se encontraba formando una especie de escultura geométrica, y la colocaba en mis rodillas, pensaba que la cena se haría muy complicada si andábamos toda la noche jugando a quién era más ingenioso y ocurrente para superar al otro. Me propuse reducir el nivel intelectual de la conversación, para hacerla un poco más humana y menos tensa, hablando de temas mundanos en términos coloquiales, frescos, sin grandes alardes gramaticales, citas de extrema agudeza, etc. Pero Katherina no me dejó. Me puso a prueba desde el principio, una especie de trivial etéreo en el que partecía muy difícil hacerse con alguno de los quesitos. Supuse que al final de la noche sabría si había superado la prueba. Eso me hizo sonreír, y ni eso se le escapó. Me preguntó por la razón de mi sonrisa, y aproveché para hacerle ver lo extremo de su planteamiento.

“Simplemente me preguntaba si obtendría una calificación cuantitativa o cualitativa tras el examen. Es decir, si tu rango oscila entre el cero y el diez o entre el Insatisfactorio y el Progresa Adecuadamente”

Le hice reír. A ella y a medio salón, porque su risa no es contagiosa. Es viral. Y la mitad de los comensales decidieron hacerle coro, como en “La Boda De Mi Mejor Amigo”, pero sin Aretha. Me sorprendió y me gustó. No es que fuera un defecto, pero sí un rasgo de normalidad humana. Obviamente ella lo era. Quizá no tan obviamente.

Ese episodio contribuyó a aflojar la tensión que había entre nosotros. Cuando se habla de tensión, inmediatamente pensamos en algo negativo, en nerviosismo, agresividad, discusión,…Yo quisiera otorgarle un matiz mucho más positivo. Llámemosle atención, concentración, intensidad, empuje, vigor. No sabría expresarlo atinadamente, pero ambos estábamos poniendo toda la carne en el asador, con el lógico desgaste energético, y quizás podría acarrear una especie de distracción sobre el hecho más gozoso, simplemente estábamos allí, compartiendo nada menos que nuestro tiempo, nuestro espacio, nuestras intimidades (o parte de ellas) Como tomar la medida adecuada de un excelente whiskey, al ritmo del paladeo, frente a un tequila a golpe de barra de bar. Hay un momento para todo, y este debiera ser el de la pausa y la degustación. Tiempo habría para la anarquía y el exceso, si procediese.

Se conoce que procedió pronto. Pidió la cuenta al finalizar el segundo plato, me pasó una especie de canastilla de bebé en la que me sorprendió no hallar un frasco de nenuco. Cogí el papelito, saqué la cartera e hice el amago de pagar con tarjeta de crédito. Observé un rictus de desaprobación en Katherina; Reintroduje la tarjeta; Saqué los billetes, los puse entre los pañales, perdón, en la cesta, y no me atreví a esperar el cambio, porque ella había cogido su bolso y me esperaba al lado del empleado de la levita. Deduje que la cena había finalizado.

Mi Fiat Panda estaba aparcado a pocos metros de allí, y me dirigí hacia él. Me tomó del brazo y me acarreó hacia el lado contrario, izándome a una escalinata de granito blanco que culminaba en la entrada principal de un hotel, que bien podría haber sido la residencia de verano de El Gran Gastby. No saludó, no hizo preguntas, no le preguntaron. Ascensor, segunda planta, primera habitación, llave en mano. Sin palabras. Bolso al suelo. Mirada de milésimas de segundo, y cuando pensé que iba a ser devorado, y me solazaba con ello, la primera sorpresa de la noche. Elevó sus manos hacia mi cara, desplegó unos dedos interminables, rozó la parte superior del pabellón auricular y deslizó el dedo corazón a lo largo de la convexidad del pabellón auricular. Me estremecí, buscando involuntariamente su calor. Persistió en su recorrido y me fundí en ella. Tuvo que hacer fuerza para arrastrarme hacia el centro de la habitación, rozar mi mano, correr las cortinas, permitiendo que las luces del faro marcaran el ritmo de nuestro encuentro. Desplegó sábanas y arrojó almohadas, una clara declaración de intenciones. A esas alturas, yo me encontraba tranquilo. Todo iría bien, porque el encuentro se desplazaba hacia un guión algo más conocido, con variaciones esperables o inesperadas, pero en un contexto más accesible. Ibamos a tener sexo, seguramente muy bueno y muy agradable, pero sexo.

Mientras que no volviese a rozarme la oreja, todo iba bien. Si volvía a hacerlo, estaba acabado.

 


sábado, 4 de febrero de 2017

Sobrepasó La Medida De Jameson

Una vez superado el anonimato al que obligan las normas del concurso “La Sombra Dorada”, no me resisto a compartir esta miniatura con vosotros. Espero que os guste tanto como a mí escribirla. Y dedicada, por supuesto, como bien sabe el recept@r

 

“¿Jura o promete decir la verdad?”

“Prometo”

“De qué conoce vd. a la acusada?”

“Tenemos una relación de varios meses”

“¿Pero vd. vive en España, y la acusada en Uruguay”

“Cierto, señoría. La relación es a través de nuestros escritos”

“¿O sea, que no la conocía vd.?”

“No diría yo tanto, señoría”

“En fin. Según el atestado de los Carabineros, usted estaba presente en la noche de autos. Confirme o desmienta los siguientes hechos:

La acusada había subido a la jaula donde se halla el disc-jockey, y al grito de “!!funky maricón¡¡” le desalojó de dos contundentes empellones, comenzó a lanzar quince o veinte LP de vinilo a la concurrencia como si fueran un fresbee, y una vez hecho esto, colocó el conocido tema “Blitzkrieg Bop” de Ramones a la máxima potencia que daba el equipo de sonido de la discoteca; Se despojó de la mayor parte de las prendas que llevaba por encima de la cintura, agarró las botellas de cava que se encontraban en la barra; Empezó a descorcharlas agitándolas y proyectando el líquido de su interior a la pista de baile, lo que ocasionó que la gente se agolpara en la zona más próxima a la cabina, con la boca abierta, a ver qué eran capaces de pillar. Posteriormente comenzó a lanzar su camiseta, jersey y ropa interior hacia la pista, iniciando sensuales movimientos alrededor de una imaginaria barra vertical, armada de sendos cubitos de hielo, con los que iniciaba, digamos, una exploración alrededor de su cuello y su torso, para posteriormente sacudir por los pelos a los asistentes varones que se acercaban por encima de la protección de la cabina para acceder a la misma, sustituir a los Ramones por el “Numerao” de José Luis Rodríguez “El Puma”, provocando una coral reacción de los asistentes, que iniciaron sincrónicos movimientos de cadera a modo de coreografía de la canción, y arrancando los elementos ornamentales de la discoteca para confeccionar caseras pelucas similares a la cabellera del cantante venezolano, y que incluso intentaron colocar a los agentes de los carabineros, cuando acudieron a poner orden en tamaño desenfreno, con el fin de que colaborasen en la coreografía, para lo cual procedían a despojarles de sus almas reglamentarias.

“Todo es cierto, señoría, pero tiene una sencilla explicación”

“La espero con ansiedad”

“Señoría, excedió su justa medida de Jameson”


viernes, 3 de febrero de 2017

He Visto La Luz (IV)

(Continuación del relato publicado 29 enero, 2017 He Visto La Luz (III))

Me conecté a sus redes sociales a través de los iconos de su blog. Fotos, retweets, me gustas. Punto. No se me ocurría mucho más. Le mandé un email a través de su blog. Sin respuesta. Pensé en llamar a las compañías aéreas e incluso a la Guardia Civil. A las 7 recibí un mensaje en mi móvil: “Date prisa” Y una localización. ¿Cómo diantres había podido averiguar mi número de teléfono?

 

Admití tácitamente mi derrota. No fue un acto de heroismo ni de nobleza extrema. Simplemente una evidencia. Pensé que fuera lo que fuese a pasar en adelante, ya había sido enormemente rentable. Por un lado, me habían proporcionado una cura de humildad extrema, al demostrarme cómo se consiguen las cosas cuando de verdad se pone todo el empeño y todo el ingenio. Por otro, un subidón de autoestima por ser el objeto de deseo (o de capricho) de ese pedazo de señora.

Aunque, bien pensado, no creo que debiese. La atracción entre dos personas es un fenómeno suficientemente curioso y original para pensar que exista una relación causa-efecto de cualquier índole. Pensamos que puede generarse una atracción por razones estéticas, intelectuales, afinidades culturales o lúdicas,…cuando lo más próximo a la realidad es que el origen de ese magnetismo es inexplicable. Si fueran razones estéticas, a todos nos parecerían atractivas exactamente las mismas chicas, descontando el error estadístico. O sea que habría personas condenadas (o beneficiadas) de un solitarismo extremo a nivel de pareja. Y eso no ocurre en la práctica. “Siempre hay un roto para un descosido”, dice el refrán. Por tanto, ese no puede ser el motivo. Y lo mismo podría aplicarse al resto de las razones que normalmente se esgrimen como generadoras de atracción.

En este sentido, defiendo la teoría de que, dada la ausencia de reglas lógicas o explicables, en el sentido más presocrático de la palabra, parece razonable pensar que la razón de la atracción entre dos personas sea la consecuencia de una serie de imperceptibles señales, signos y rituales que la mujer (o el vector femenino de un varón, no seamos absolutistas), inicia ante la íntima convicción de que aquel individuo que se ha echado a la cara, debe pasar a formar parte de su círculo de influencia o subordinación. Esta teoría elude, por tanto, el problema de los estereotipos de belleza, intelecto u otros rasgos usados para justificar el magnetismo entre dos personas, ya que la mujer, obviamente, no necesita ningún tipo de estereotipos, lógicas, esquemas regulares o datos científicos para obtener aquello que considere de su interés, ni razón alguna para justificar dicho interés, por lo que la teoría parece sumamente sólida. Y pido al universo que siga siendo así, porque los hombres somos un completo desastre, a todas luces.

La consecuencia inmediata de tan solvente teoría fue la de provocarme un extraordinario relax. Obviamente, estaba en manos de mi diosa, que tendría una serie de planes para mí, que no me explicaría en ningún momento, pero que intentaría cristalizar con una serie de hitos concretos. Supongo que el primero había sido su aparición en la playa o, en el supuesto caso de que hubiese sido una simple casualidad, su autoinvitación a cenar. Seguramente tuve la tentación de elucubrar al respecto de cuáles serían sus siguientes acciones, pero considerando mi condición de convidado de piedra (aunque pagando la cena), sería un desgaste intelectual y energético muy poco eficiente, por lo que me quedé quietecito y me dediqué a prepararme para ir a buscarla.

Alcanzada la convicción de que había conseguido sacarme el máximo partido posible, abandoné la habitación, sorteé alguna de las hamacas que escoltaban la piscina y me dirigí a una especie de coche de escala que había alquilado en el aeropuerto. Puse a prueba la elasticidad de un buen número de articulaciones y me dirigí a su encuentro. Conduje sin prisa, con la ventanilla del conductor a medio bajar, permitiendo que la brisa vespertina se encontrara con la tramontana de la sierra y ambas me acompañasen en mi breve recorrido. El aroma húmedo de la sal marina se aliaba con el frescor de la montaña y se introdujo entre los botones de mi polo de marca, provocando un pequeño estremecimiento y la alerta de un buen número de folículos pilosos. Pensé en la posibilidad de envasar al aroma de la tarde, en frascos microscópicos transparentes, sobre un lecho de arena mediterránea, no solo por atrapar el recuerdo de esa tarde, sino por compartir una porción de mis encontrados sentimientos: sorpresa, prevención, ilusión, miedo. Esos diez o quince minutos desde el hotel hasta la ubicación de mi acompañante de esa noche, habían conseguido hacerme sentir vivo. Podría ser engullido, devorado, metabolizado o pulverizado, pero sería en plenitud, en máxima intensidad, paladeando la existencia en cada mojón de la carretera. Seguramente estaba en zafarrancho de combate, pero ¡¡cuánto hacía que no combatía!! Así, a pecho descubierto, sin chaleco antibalas ni cota de malla. Sin casco ni yelmo, y como corcel, el más modesto de los vehículos que se ofertan. ¿Saldría triunfante? ¡Qué se yo, qué más da, al menos saldré vivo, en el más puro concepto holístico! Sea.

La ubicación que me envío Katherina se asociaba a una especie de beach-club, con un pórtico de madera de balsa como puerta de entrada, infiltrado por una enredadera de un color verde muy vivo, salpicada por unas finas gotas de agua, sin duda procedentes de una canalización oculta. Al poco de flanquear la puerta, un empleado ataviado con una levita de vivos colores me interrogó al respecto de la reserva de mesa. Pronuncié el nombre de mi acompañante, el empleado me dio el número de mesa, se echó a un lado, y ante mí apareció una especie de bóveda vegetal, al estilo de Moisés y las aguas del Mar Rojo. No me dejé amedrentar por la recepción ni por el túnel floreado. Tenía un objetivo, y no iban a apartarme de él por mucho atrezzo que se ofertara.

No me sorprendió su belleza ni la irradiación de su presencia, ya pude apreciarlo entre las olas. Ni siquiera su atractivo, su magnetismo personal. Me sorprendió la manera en la que los objetos, las personas y el universo en su conjunto pasaban a modo pause, mientras que sus ademanes, sus gestos, sus miradas, sus sonrisas, ocupaban el primer plano de la escena, y mi llegada solo suponía la aproximación de la cámara hacia ella, y yo, ocupaba un modesto contraplano, más de sombras que de luces, más de complemento que de esencia, más de un actor invitado que de una estrella. Ella era la constalación entera, una vía láctea paralela en la que el sol es eclipsado por completo, solo por su presencia.

No agitó su mano, no pronunció mi nombre, no hizo movimiento alguno de cabeza. Se que me divisó unas decenas de metros antes de mi llegada a su mesa. Lo se porque tuve que colocar en mis ojos protección de la buena. Extraer mis gafas del bolsillo de la americana, girarme hacia un lado con discreción y vergüenza, colocármelas en los ojos, y atenuar el brillo de su sonrisa. Pudiera haber presentado cierto rubor en sus mejillas, pero no apostaría al respecto.

Evitado una mirada directa, fui avanzando hacia ella, musité un saludo protocolario, solicité su permiso para ocupar la silla frente a ella, que fue otorgado por un gesto imperceptible, para formar un inédico triángulo isósceles en el que ambos ocupábamos los vértices de los catetos más largos. Como ella llegó primero, supongo que el mérito es mío. Como también el de disfrutar de las vistas más bellas que pueden idearse: La Bahía de Pollença y el brillo de sus ojos. Huelga decir el balance. Al final de la noche podría haber estado frente al Monte Ararat, el Taj Mahal o el mismísimo Everest. No lo hubiera notado.

Y su saludo, demoledor: “¿A qué estás dispuesto?”

 

(continuará)

 

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