Mariano José de Larra |
No recuerdo bien a santo de qué,
pero se inició una de esas comunes discusiones entre padres cincuentones e
hijos adolescentes, de las que nunca suele salir nada bueno, pero que he leído
en algún sitio que son convenientes.
Me parece que el tema iba de cuál
era la figura literaria que mejor se podría utilizar para afear a alguien su
conducta o hacerle ver que sus puntos de vista son disparatados.
Recuerdo que mi hijo recomendaba
a todas luces la entusiástica utilización del sarcasmo, como final abrupto a un
diálogo de besugos. Yo por mi parte, le recomendaba la ironía como una forma
mucho más elegante, más fina y más piadosa de hacer ver a otro que posiblemente
esté equivocado. No es que yo no pueda llegar a ser sarcástico, que puedo serlo
y lo soy más de lo que debiera, simplemente me parecía que debía transmitir ese
mensaje, no sea que algún suspicaz le pueda dar un guantazo. Con la ironía en
cambio, suele jugar a favor el umbral de reacción, que viene a ser esos
milisegundos en los que te da tiempo a correr como un gamo.
Como no acabé de verle convencido,
le ataqué por el lado de los clásicos, usando como ariete a D. Francisco de
Quevedo, barriendo para casa inmisericordemente, dado que por un lado Quevedo
podía ser sarcástico, irónico o lo que le pareciera y por otro, que desde la
atenta lectura a la “Oda a una nariz”, parece que le tiene en cierta estima,
considerando que es un adolescente.
Como ví que el camino se allanaba
e incluso cogía cierta pendiente descendente, me arremangué dispuesto a ser un
padre ventajista. O superviviente. Al fin y al cabo, si quieres transmitirle
algo, no debes dejar desaprovechar ninguna oportunidad. Así que desempolvé a mi
admirado Larra, y me dispuse a entresacarle los párrafos más granados de su
obra literaria.
Fue entonces cuando frenó en
seco, aseguró que lo había entendido perfectamente, y se dispuso a contraatacar
con la PS3. No sin antes llevarse un correcto ejemplo de ironía cuando le imploré
que leyese a Larra antes de los 50, no fuera a hacer lo mismo que con “Viaje al
Centro de la tierra”, que a este paso se va a convertir en edición de
coleccionista.
Como se me escapó vivo (en esta
ocasión), solo he podido atizarle en plan guerrilla urbana algunas frasecillas
de D. Mariano, deseando que no me pregunte cuántos años vivió y porqué y cómo
murió, ya que si le cuento que se suicidó a los 27 años por un mal de amores,
seguro que utilizará la ironía (o el sarcasmo) para preguntarme si estoy seguro
de que Larra es un buen ejemplo. Y para superar eso, solo podría
contraargumentarle con el organigrama familiar, y reconozcámoslo, es un
argumento muy cogido por los pelos.
Los Artículos de costumbres de
Larra son un excelente ejemplo de lo que es una ironía fina y educada, pero
certera y demoledora. Sírvase este ejemplo autoparódico:
“En atención a que no tengo gran memoria, circunstancia que no deja de
contribuir a esta especie de felicidad que dentro de mí mismo me he formado, no
tengo muy presente en qué artículo escribí (en los tiempos en que yo escribía)
que vivía en un perpetuo asombro de cuantas cosas a mi vista se presentaban.
Pudiera suceder también que no hubiera escrito tal cosa en ninguna parte,
cuestión en verdad que dejaremos a un lado por harto poco importante en época
en que nadie parece acordarse de lo que ha dicho ni de lo que otros han hecho.
Pero suponiendo que así fuese, hoy, día de difuntos de 1836,declaro que si tal
dije, es como si nada hubiera dicho, porque en la actualidad maldito si me
asombro de cosa alguna…”
Resulta irónico si analizamos que
el autoparódico texto, lo es desde una perspectiva mucho más sagaz y oculta.
Autoparodiándose no hace más que ensalzarse, dado que el lecto, obviamente no
cree que una figura literaria como Larra no tenga memoria o que para él sus
textos no tengan relevancia.
Diríase más bien que esta
autoirónica reseña, oculta en cambio uno de los pecados más habituales de la
sociedad española, lo que Lorenzo Silva denominaba la Modestia Española, que en
verdad no es más que una fabulosa exhibición de soberbia. Nos flagelamos
como sociedad, como país y como
individuos que pertenecen al mismo.
Pero resulta sarcástico el hecho
de que nuestra sociedad tienda a intentar igualar a ras a todos los individuos
que destaquen, especialmente a los que lo hacen para bien, y pongamos como
ejemplo a aquellos que descollaron entre nosotros por ladrones, abusones,
aprovechados y mezquinos.
Eso sí, si los individuos son
pillados en renuncio, la violencia con la que se exige su inmediato ajusticiamiento
en plaza pública, queda muy por encima de la Ley, del Estado de Derecho, de sus
Instituciones y sus organizaciones, para exigir que se aplique de inmediato los
mandatos del pueblo, por encima de todo lo demás. Se exige un gobierno ejecutivo
próximo al pueblo, sin atender a los procedimientos democráticos de
representación, y pasamos de las urnas a las ondas y del tejido parlamentario a
las redes sociales, como lícitos representantes de la voluntad popular.
Si antes mandaba TVE1, ahora
parece que manda el whatsapp, las quedadas “espontáneas” y las tertulias
voceras. Pero como estos argumentos no van a favor de moda, me quedo tan solo
como Larra, aunque con algunos añitos más. El otro bando es el de las redes
sociales y la resurrección de Goebbels, más vivo que nunca.
Pues yo, sigo prefiriendo la
ironía al sarcasmo, y el susto a la muerte.