domingo, 30 de abril de 2017

La Demolición De La Suite Del Atico

Déjenme contarles que estoy de luto. Acabo de recibir la noticia de que van a demoler la Suite del Atico del Hotel Rialto, sito en la proximidad del Palacio Real De Madrid, en plena zona del llamado Madrid de los Austrias.

Seguramente ustedes pensarán que el valor arquitectónico de dicha Suite debe ser verdaderamente importante, para causar tanta tristeza. Nada más lejos de la realidad. El principal valor de la Suite es que está en el Atico y que es muy discreta. Lo primero es realmente valioso, porque en el atardecer de otoño madrileño, la suite enfoca (enfocaba) el único corredor abierto que permite (permitía) divisar las estribaciones de la Casa de Campo, flanqueado por el Palacio Real y la Catedral de la Almudena y enmarcado en los tonos rojizos del firmamento madrileño. Es decir, una especie de postal en vivo, un lienzo extraordinario para las vivencias, para los festejos, para los llantos desconsolados, para los más extraordinarios triunfos, para los fracasos más desconsolados. Lo segundo, mucho más valioso aún. Disfrutar de la intimidad es un lujo, no siempre al alcance de todo el mundo. Desde su acceso, a través de un pequeño montacargas sito en un extremo del hall principal, a la vuelta de una voluminosa columna, garantizaba el anonimato del visitante.

De todo hubo allí, en la Suite. El muy selecto grupo de gente que la frecuentaba había logrado establecer una especie de calendario tácito de uso, donde se respetaban los días y las horas, donde se restablecía el orden estandar de los muebles y objetos decorativos, independientemente de la anarquía que hubiesen sufrido en los fogosos momentos previos, donde el silencio era norma de cortesía obligada, donde siempre se dejaban espirituosos a medias, nunca exentos de calidad, donde el primer visitante surtía de hielo suficiente a toda la jornada de tarde.noche. En fin, donde la solidaridad que se halla entre los clandestinos era fuerza de unión superior a razones familiares, afectivas o religiosas. Todos formamos parte de una especie de Resistencia, una Logia Masónica con nuestros propios ritos y creencias, inclasificables, intransferibles quizá, pero muy nuestras.

Aún así, por muy compacta que fuese la unión del colectivo de frecuentadores de la Suite del Atico, existían serias diferencias en el uso que cada uno de nosotros le otorgaba a la estancia. Nótese que las dimensiones de la misma no eran demasiado grandes, pero tampoco demasiado pequeñas, lo que proporcionaba a la estancia una polivalencia notable. Y cada uno de nosotros estirábamos al máximo esos metros cuadrados del ático, con el fin de hacer realidad nuestro sueño, nuestro oasis, nuestra penitencia, nuestro infierno.

Nunca supe a ciencia cierta lo que hacían el resto de los componentes de nuestra particular secta. El secreto de las actividades celebradas se guardaba celosamente de unos a otros miembros. Muchas veces quise sobornar a Fermín, el recepcionista más veterano del hotel. Aprovechaba los momentos de menor afluencia de público. Hacía sonar muy levemente la campana de bronce y él acudía con un eterno rictus de fastidio y desesperación, por este orden. Yo me apoyaba en el regio mostrador de bronce e intentaba sonsacarle, y él siempre esgrimía el mismo argumento: “A Vd. no le gustaría que yo contase lo que hace Vd.” Argumento no solo válido, sino definitivo. Pero yo subía los codos a lo alto del mostrador, asomaba una buena relación de billetes y procuraba colocárselos muy cerca de los ojos. El torcía el gesto, elevaba una micra la comisura labial, de tal forma que su mostacho se confundía con sus vibrisas, y despreciaba el soborno sin pronuncia ninguna otra palabra. Solo le vi dudar ante un excelente Armagnac, aunque finalmente tuve que abortar la operación, porque el duelo entre el conflicto moral  y el sensitivo amenazaba con bloquearle.

En ocasiones intenté seguir las pistas que dejaban los inquilinos previos, buscando ese desplazamiento de muebles o alfombras que predijesen algún tipo de actividad grupal, ya fuese una clase de salsa clandestina, una lectura coral de algún célebre poeta, un grupo de estudio de alguna oposición secreta, algún Comité selecto de grandes prebostes de las finanzas. Solo pude detectar milimétricas diferencias en las huellas que las patas del sofá dejaban en las más que dignas alfombras del salón. Algún ejemplar de Nietzsche no especialmente colocado, algún cerco de los jarrones en el aparador, algún disco inclasificable en la gramola decorativa. La cortina siempre corrida, lo que no impedía que se disfrutaran las vistas, puesto que la terraza de la Suite permitía una estancia más que holgada. Siempre pude imaginar ese momento tras haber realizado cualesquiera de las actividades concebibles, en los que el o los ocupantes decidieran tomar un respiro de sus agotadoras, estresantes o placenteras actividades, para tomarse de las manos y confesarse mutuamente sus temores, sus pesares, sus esperanzas y sus miedos, ante el horizonte anaranjado, aún cuando no disponía del más mínimo indicio de que hubiese ocurrido algo siquiera parecido.

Ante la situación de desinformación en la que me encontraba al respecto de las actividades realizadas en la Suite, decidí sublimar la ausencia de conocimiento en una especie de ejercicio de romanticismo inveterado, asignando a todos y cada uno de los integrantes  de nuestro particular colectivo, un papel semejante al de esas obras de teatro corales que se representaban en las plazas de los pueblos.

Y en ese reparto, asigné el papel protagonista a un caballero que no cumpliría los sesenta, de porte distinguido, que mesaba con frecuencia sus sienes plateadas, como reclamando compañía para su escasa cabellera. Su presencia, con ese bastón de puño de marfil, los zapatos italianos, el traje beige con chaleco y corbatín, el maletín de cuero en la mano y un aire de fingida normalidad, me convenció de que ocultaba algún tipo de oscura afición, que compartiría con alguna compañía que recibiría poco después. Solíamos coincidir a mi salida, y siempre ignoraba conocerme, lo que reforzaba mis sospechas.

En lo que a buen seguro sería una tragicomedia, el papel femenino se lo asigné a quién más se lo merecía: Digamos que cogemos el perfil del caballero al que he convertido en protagonista y le damos la vuelta como a un calcetín. Voilá. Tenemos a la actriz principal. Una mujer claramente menor de treinta años, con un fulgor en su mirada capaz de fundir o derretir cualquier obstáculo que ose cruzarse en su camino. Podría causar un vendaval al movilizar un par de veces su rubia cabellera, tanto por su intensidad como por el reflejo cegador que causa en la mirada masculina. Pendientes de aro plateados, cazadora de cuero anudada a la cintura con el correaje plateado. Botas de montar. Piercing nasal. Sombra de ojos oscura y labios tintados. Y siempre con una pequeña maleta de cabina. La perfecta madame, pensé. Quizás la edad puede disuadir, pero últimamente no puedes fiarte mucho de eso.

Los secundarios oscilaban más, como una Compañía de bajo presupuesto, en la que los actores abandonan al conseguir trabajo fijo. Los había de todos los colores, de todos los pelajes, de todas las edades, de todos los aspectos. Discretos, expuestos, dicharacheros, silenciosos, místicos. Y con todos ellos establecí una mínima relación de movimientos de cabeza, de guiños cómplices, de sonrisas sardónicas. Lo lógico. Ellos secundarios y yo…

Y yo. ¿ Qué hacía yo allí?

 

 


Concurso – Confesiones de un bastardo

Bienvenidos al 4º Concurso Internacional que se celebra en este blog.

Esta vez, el premio es un ejemplar físico de la obra de Maximilian Sinn que le da el título a este concurso: Confesiones de un bastardo, con dedicatoria incluida y un regalo sorpresa al final, cortesía del autor.

Pueden encontrar la reseña aquí.

Bases:

  1. Rebloguear/Compartir esta entrada en cualquier red social: WordPress, FB, Twitter, etc.
  2. Enviar un e-mail a pauladegrei@gmail.com con el asunto “Confesiones de un bastardo” y en el cuerpo del mensaje, cualquier texto que sea propio, original, inédito, un auténtico tesoro sin descubrir, y que contenga estas dos palabras: “Confesiones” y “Bastardo”. **Recuerden incluir en el correo un link a la red social en donde compartieron la entrada.

Resultados:

  • Los textos se publicarán a medida que se reciban conservando siempre el anonimato hasta finalizado el…

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domingo, 23 de abril de 2017

El Efecto DJ

Iba borracha como una cuba, no me cabe duda. Y aún así me pareció bastante más interesante que el resto de las mujeres del local. No por su aspecto físico, bastante deteriorado por los efectos enólicos, con ojos ensangrentados, camisa a medio abrir o medio cerrar, camiseta con cercos sospechosos de haber recibido parte de la bebida en su seno, sujetador de encaje color malva asomando fácilmente en su escote, pantalón ligeramente caído insinuando su ropa interior, melena rizada de color azabache, bastante anárquica en su aspecto. En fin, un cromo. Y aún así, me pareció percibir un halo en su contorno, el que poseen las ninfas y las nereidas, las sirenas y las amazonas, el que suelo adivinar en esas criaturas especiales con las que nos bendice la naturaleza de lustro en lustro.

Al contrario que en otras ocasiones, decidí no iniciar ningún acercamiento, y observar su comportamiento el resto de la noche. Para empezar, y a pesar de ir bastante pasada, no dejó de beber en ningún momento, bourbon casi siempre. Recibió las invitaciones de diversos varones presentes en la sala con un gesto de alzar la copa y un inmediato cambio de posición, buscando la inaccesibilidad momentánea. No le importaba ser invitada, pero no quería pagar peaje alguno por ello, le alabo el gusto. Realizó los requiebros suficientes para desalentar a los moscones, y entretanto, parecía divertirse. Aunque en mi opinión, lo hacía con una intensidad extrema. Sus bailes, excesivos, marcando mucho los pasos, elevando el ritmo de su cuerpo muy por encima del de la música. Diríase que se le escapaba la carroza como a Cenicienta o se convertiría en halcón como Michelle Pfeiffer. Era una última ocasión, no se si de su noche, de su semana o de su vida. Pero no era una ocasión cualquiera, de eso estoy seguro.

Sus amigos la atendían, sin duda habían detectado más o menos lo mismo que yo, pero no lograban convencerla de que moderara su frenética actividad. Perseveraba hasta tal punto que la dejaron por imposible. Insistía en el alcohol, en el baile , en los regates a los moscones. Era su noche, debía serlo, y estaba decidida a que por unas horas, el mundo se adaptase a su ritmo, a su frenesí, a su pasión, a la electricidad de su cuerpo.

En esa línea, mantuve mi discreta vigilancia, ahora mucho más …curiosa que otra cosa. Muy bonita, muy interesante, muy atractiva, pero yo no tenía derecho a arrebatarle su noche. Debía tener sus razones, más o menos certeras, y no pensaba inmiscuirme en esa misión definitiva que parecía presidir su actitud durante la noche.

Pero con lo que no contábamos, ni ella ni yo, era con el efecto mariposa. Y debiéramos haberlo hecho, porque nuestra vida sería ahora mucho más organizada, mucho más sólida, mucho más infeliz. Yo defiendo la infelicidad como uno de los mejores estados posibles de la vida, ya que el que es infeliz sabe lo que se siente al serlo, y si se mantiene vivo es porque la infelicidad no es tan terrible como para no seguir viviendo. Y siempre se puede aspirar a la felicidad, como la asíntota de una función matemática, que se aproxima hasta el infinito sin que exista un punto de encuentro. El que es feliz, en cambio, siempre estará en riesgo de perder esa felicidad, y si la felicidad es tan maravillosa como los poetas, sacerdotes, y cantautores nos venden, tiene que ser un problema del carajo perderla.

El efecto mariposa, como el Espíritu Santo, salvando las distancias, tiene la mala costumbre de presentarse camuflada en múltiples manifestaciones de la vida, no sabemos en qué momento, un pequeño acontecimiento sin mayor importancia, puede desencadenar una cascada de consecuencias que acabe en una situación completamente inesperada.

En este caso, la fuerza de activación inicial se presentó en forma de DJ. Como lo oyen. Un puñetero pinchadiscos de los de toda la vida, causó un extraordinario estropicio en mi vida, del que ni me he recuperado, ni seré capaz de hacerlo en la vida.

DJ Kike, que así se hacía llamar el desgraciado, obvió lo que todos hemos sabido en esta vida: Que los discos los ponía el más feo de la fiesta, esa era su función, debía realizarla sobriamente y no provocar tsunamis emocionales. Parece ser que ahora, estos tipos son como una especie de dioses, unos flautistas de Hamelin digitalizados, y que “dinamizan” a la concurrencia. Yo le habría dinamizado un par de sopapos a mano abierta, tanto por la elección musical como por la idea de celebrar una especie de karaoke, hacia las cinco de la madrugada.

Como éramos cuatro gatos, todos íbamos bastante perjudicados y no podíamos oponernos con violencia, al final todos pasamos por el micrófono, al principio con timidez, al final, casi arrebatándoselo al cantante anterior. Hasta ahí, todo iba más o menos bien. La misteriosa morena agarró el micro para hacer una casi ilegal versión de un tema de Luz Casal, desconociendo por completo las mínimas reglas de la afinación. Ahora puedo deciros que el alcohol no influyó en absoluto, es que ella es así.

A mí me tocó un clásico de Hall&Oates, que conocía perfectamente de la primera a la última letra, lo que no impidió en absoluto que la concurrencia (escasa) se retorciera por los sillones de risa, de vergüenza o de una combinación de ambas. Ella y yo fuimos elegidos los peores cantantes de la noche, con toda justicia. Y para rematar, nos invitaron a realizar un dúo final, eligiendo ella una extraordinaria canción, el Stay de Jackson Browne, que supimos destruir con una intensidad paranormal.

Después, ceremonia de entrega de premios (alcohólicos, naturalmente) y DJ Kike no tuvo otra ocurrencia que sugerir que los dos peores cantantes fusionaran sus problemas de afinación a través de un beso. Yo iba a propinar los dos besos de rigor, tanto por timidez, como por caballerosidad y respeto a su estado de embriaguez. Ella no respetó esas variables, ni cualesquiera otra que pudiera haber influido. Me agarró por banda y me atizó un morreo ligeramente desviado, pero muy eficaz, que duró hasta que DJ Kike pinchó un surtido de sevillanas marca de la casa. Inicié el ascenso a la cabina para quitarle los cascos, por ser un pedazo de cabrón al joderme el beso, y por ser el peor DJ de la historia.

Afortunadamente para DJ Kike y desgraciadamente para mí, la morena se lo tomó como se tomaba todo esa noche, como si fuera la última copa, el último baile, el último beso. Y con éste fui agraciado. Y ya no percibí signos de su intoxicación etílica, habían sido sustituidos por un selecto surtido de feromonas, que nos afectaron a ambos por igual, o quizás a ella más.

Y esto llevó a aquello, y aquello a un taxi, y el taxi a su casa, y en su casa a la cama. Y el efecto mariposa que inició DJ Kike, al que deseo todas las desgracias concebibles, acabó con la morena en mi casa, la morena en mi vida, la morena en mi mente, y la morena en mi alma.

Y para mi desgracia, jamás en mi vida he sido tan feliz. Y jamás he estado tan acojonado por la posibilidad de dejar de serlo.

Lo cual me hace muy infeliz.


sábado, 22 de abril de 2017

La Satisfacción Del Deber Cumplido

Trepé con cuidado a la banqueta situada en la parte estrecha de la barra, con el fin de mantener una perspectiva directa de la puerta del pub, a salvo de miradas indiscretas. A mi espalda, los reflejos de la noche en la ciudad se proyectaban en la clásica vidriera multicolor que distingue a estos establecimientos, y que los diferencia de los típicos bares de barrio. Con una sonrisa irónica esbozada en mis labios, establecí un paralelismo directo con los rosetones de las catedrales antiguas. En aquel caso, buscando la luz. En éste, buscando el anonimato.

No estaba allí por negocios, por diversión, por vicio, ni siquiera por amor. Una simple gestión, rudimentaria, sencilla y vacía. Debía acabar con la vida de un hombre. Es ese tipo de situaciones que se dan en la vida, en la que uno debe hacer las cosas, aunque probablemente no quiera hacerlas. Pero si solo hiciéramos lo que quisiéramos, esto sería la anarquía, mientras que si todo el mundo hiciera lo que debe, construiríamos un mundo más fiable, más organizado, más limpio.

Los aspectos logísticos no suponían un problema trascendental. Había pensado en esperar a su llegada, dejarle que se aposentara, que pidiera le bebida, que iniciase el primer trago, el mejor, y al posar la copa en la mesa, acercarme con paso decidido, no apresurado, colocarme a su lado y, con la Glock que ocupaba el fondo de mi bolsillo, apuntar a unos treinta centímetros de su sien izquierda, procurando un tiro limpio, sin posibilidad de dañar a un tercero inocente, porque este tipo de irresponsabilidades son absolutamente inaceptables.

Existía una elevada posibilidad de que no pudiera salir del local, porque me detuvieran los clientes, o por algún otro tipo de circunstancias inesperadas. En el caso de salir libremente, otro tanto de que me detuvieran en las cercanías. Y en el hipotético caso de que no fuese así, con toda probabilidad lo harían en un par de días a lo sumo. Fundamentalmente, porque no tenía intención alguna de esconderme. Lo más probable es que el Juez me dejase libre, cuando acabase de contarle mi historia, pero si no sucedía así, si no podía convencerle, lo peor que podría ocurrir es que me llevasen a la cárcel. Nunca he visto grandes problemas en ese escenario. Dicen que pierdes la libertad, pero ya me gustaría saber qué tipo de libertad tenemos los seres humanos, especialmente si pasamos por los trances que yo he sufrido. Difícilmente puedes echar en falta algo que no eres consciente de poseer y por tanto, el escenario pesimista, no lo era tanto.

Los aspectos éticos consumieron una buena parte de los meses en los que, simplemente, decidí hacer lo que debía. Tras muchas lecturas, conversaciones y reflexiones, llegué a la conclusión de que la ética era un valor consustancial al hombre, sin duda. Pero solo en el caso de que en nuestra vida no exista una fuerza tan dominante como el deber, que ocupa una posición jerárquica mucho más elevada, a mi criterio. Es decir, que podría pensar en la falta de ética de mis acciones, pero únicamente en el caso de que no debiese hacerlas. En esta situación, por tanto, la ética ocupaba el lugar de ese bolsillo secreto que todos tenemos en nuestro bolso, en nuestra mochila, en el cajón secreto del armario, como diría Manolo García, al que solo recurrimos cuando necesitamos un refugio, una guía, un estímulo, un hombro en el que llorar.

Apuré el último sorbo de una bebida que desconocía haber solicitado, pero que me apetecía sinceramente. Admiré la destreza del barman. Ese es el tipo de profesionales que debían ocupar cargos de tanta responsabilidad. Observadores rayando en la nigromancia; Sensibles, el el borde de la psicoterapia; Empáticos, rozando la amistad. Podría esperarse de él que reaccionara con precisión quirúrgica ante la situación que estaba a punto de originarse en el establecimiento. Solicitaría a los clientes que se echasen al suelo, se refugiaría en la pequeña trastienda, donde llamaría a la policía en menos de quince segundos, se aseguraría de que hubiese abandonado el local antes de socorrer a los heridos, y colocaría varias copas de coñac en la barra, para que los clientes pudieran sobreponerse a la impresión. Me sentí muy reconfortado.

Hizo su aparición con varios minutos de retraso. Si tenía algún tipo de dudas, se habían volatilizado. Es un detalle chabacano y de muy mal gusto, llegar tarde a la cita con la muerte. La muerte te está esperando. No va a aguardar al día siguiente. ¿A qué viene ser impuntual? La mala educación es uno de aquellos defectos de difícil erradicación, y de los más peligrosos, porque suelen dar paso a comportamientos antisociales, incívicos, lo que nos perjudica a todos. Y no benefician a uno mismo, hay que ser estúpido.

No obstante, reprimí mis lógicos deseos de poner en su sitio a ese tipo, y explicarle lo inadecuado de su comportamiento, en aras a realizar la tarea que me había llevado a ese lugar. Dejé el importe de la consumición y la generosa propina que se había ganado el barman, con creces. Tenté la Glock, solté el seguro, me deslicé hacia el suelo, coloqué mis ropas, mi mano al bolsillo, avancé siguiendo el ángulo de la barra, sorteando las banquetas mal alineadas, hasta ubicarme a su lado.

Hasta ese momento, mi actuación había sido mecánica, de tiralíneas, pero en el segundo previo a sacar la block del bolsillo derecho de la chaqueta, me asaltó una duda: ¿Exactamente por qué debía matarle? Lo que me hizo fue terrible, pero ya había pasado mucho tiempo. Décadas, de hecho. Seguramente había cambiado de vida, tendría un trabajo, una familia, unos amores, unos sueños. Y yo iba a truncar todo eso por algo antiguo, obsoleto, arcaico. ¿De verdad debía matarle?

Supongo que me demoré unos segundos en su proximidad. El se dio cuenta, y me dijo:

-“¿Y tú, qué coño estás mirando?”

Y de pronto lo recordé. La Glock ascendió posiciones a lo largo de mi cuerpo, en posición vertical. A la altura de mi cabeza inició un giro a la horizontalidad, alineándose en una imaginaria línea horizontal con el lateral izquierdo de su cráneo, hasta que éste perdió su posición merced a la fuerza del disparo.

El deber es el motor de nuestra existencia. Existen vacilaciones, dudas, consideraciones de todo tipo. Pero no existe una sensación más agradable que el cumplimiento del deber, por encima de convencionalismos, leyes, moralidad, humanidad o generosidad. Alguien podría alegar que el deber, como tal, puede ser un concepto subjetivo, opinable. Yo nunca me cierro a este tipo de reflexiones, y de hecho, estaban en mi mente cuando atravesé la puerta del pub, sin prisa pero sin pausa.


lunes, 17 de abril de 2017

PREMIO RED-VOLUCIÓN

Desde las páginas del Blog de Paula De Grei, es decir, mi casa y la vuestra, su rectora me abruma con esta nueva muestra de cariño al que, como aprovecha para recordarme cada cierto tiempo, no me he hecho acreedor en absoluto.

A pesar de ello, en su magnanimidad, me recuerda como candidato a galardones muy sensibles y entrañables, como éste de hoy, el Premio Red-Volucion.

En esta ocasión, las reglas no son excesivamente complicadas, y hasta un tipo tan torpe y despistado como yo, es capaz de cumplirlas:

Cómo funciona el premio?

En este caso, el premio viajará en cadena. Cada persona premiada, tendrá que nombrar otros tresblogs que sean de su agrado y cada uno de estos blogs a otros blogs y así sucesivamente. De manera que cada blog estará ayudando a dar visibilidad a otros blogs.

¿Cuál es el objetivo del premio red-volución?

El premio no es otro que reconocimiento, colaboración y deseos de éxito, todo ello cargado de cariño, de ahí su forma de corazón.

¿Quiénes son los blogs premiados en esta ocasión?

En mi caso me encantaría nombrar a:

  • Estrella RF , que suele recordarme en sus comentarios, que he llegado en mis relatos mucho más lejos de lo que me proponía, y ya es tarde para rectificar. Y en los suyos llega aún más lejos, hasta el fondo de su alma. Y no pretende rectificar.

  • Carlos Montalleri , me fuerzo a hablar de su blog, no porque no lo merezca, todo lo contrario, sino porque tendríamos una relación de amistad sincera con o sin él. Podría variar el escenario o el pretexto, pero no la esencia. Me encantan sus microrrelatos, y a vosotros seguro que también. Los borda.

  • Carlos Feijoo , su blog “La Estaca Clavada” deja sentidos, sentimientos emociones, unas impagables fotografías, unos análisis sentidos y profundos., y una prosa con toques de humor muy agradable de leer. Como en el caso de Carlos Montalleri, la relación trasciende la puramente lector-lector o escritor-escritor, para formar una especie de conexión atmosférica o etérea.


domingo, 16 de abril de 2017

El Guijarro Del Fondo

Había depositado todas mis esperanzas en el lecho del arroyo, cargándole con la responsabilidad de hallar todas las respuestas a mis eternas preguntas. Y todo porque en aquel paraje encontraba la calma necesaria para reflexionar sobre mis inquietudes lo que, normalmente, facilitaba el hallazgo de la estrategia a seguir.

Nunca he sabido la razón exacta que me alejó del arroyo, que perdí ese oráculo de juventud. Es probable que los problemas se complicasen, que mi estado de ánimo no me permitiese alcanzar ese grado de sosiego necesario para aclarar las ideas, o una combinación de ambas situaciones. Lo cierto y verdad, es que últimamente había dejado de ir al arroyo, y afrontaba los problemas de una forma mucho más entusiasta o colérica que antaño, con resultados profundamente dispares.

Por una de esas casualidades de la vida, el arroyo y yo volvimos a cruzar nuestros pasos. El reencuentro fue muy emotivo. Ambos habíamos cambiado. Yo, envejecido, triste y probablemente infeliz. El, en cambio, mantenía su frescor juvenil, sus márgenes libres, sus guijarros del fondo, el frescor ambiental y el espejo narciso. Me precipité a tocar sus aguas y me recibió como antaño, con un cierto estremecimiento en mi cuerpo, con suaves turbulencias en su caso. También se había emocionado, no cabe duda. Para los dos suponía una alteración de la normalidad. Yo lloré, no me avergüenza reconocerlo. ¿Y él? No estoy muy seguro, puede disimularlo, puede diluir sus lágrimas en ese fino torrente que acarrea. Quiero pensar que sí.

Al contrario de otras veces, no intenté que me aclarase las ideas al respecto de un problema concreto. Y me pareció injusto trasladarle mis situación global. Explicarle que me sentía solo y desvalido; Que desconocía si estaba perdido en la jungla, o si no había tenido arrestos siquiera para coger el machete y abrirme paso; Que en algún punto del camino había perdido la emoción por la vida; Que toda mi existencia giraba en torno a un procedimiento mecánico, vacío de sentimientos; Y que esa monotonía estaba salvando mi vida, al reducir mi capacidad de reflexionar como antaño. Es decir, que sobrevivía sin vivir, sin sentir, sin amar.

¿Cómo pedirle al arroyo que resolviera todo eso? Decidí entonces hacerle llegar una especie de versión edulcorada, de compromiso, de visita cortés. Y me pareció que se dejaba engañar, que me sonreía con dulzura. Y entonces, como a ese antiguo compañero de pupitre al que no ves desde la infancia, rompí el hielo inicial para agacharme, tumbarme y acercarme, como si fuera a darle un beso. Pero en ese momento, al ver mi imagen reflejada en él, me di cuenta de que no iba a poder engañarle, porque mi rostro lo decía todo.

Lloré con amargura, con pasión, con desespero. Lloré en tal cantidad que el nivel del arroyo empezó a elevarse de forma paulatina, sin ruido, sin turbulencia, hasta que alcanzó el borde de mis mejillas, acariciándolo con extrema suavidad. En ese momento lo supe. El seguía conmigo, estábamos juntos de nuevo. Podía contar con su ayuda. Y en ese momento, me di cuenta de que él siempre había estado en el mismo sitio, esperándome. Y que yo era el que se había alejado. Probablemente para no escuchar su sordo reproche, para no escuchar su protesta por el erróneo rumbo que había adquirido mi vida.

Tomé uno de esos guijarros del fondo, lo sequé con el borde de mi pañuelo; Lo guardé en el bolsillo. Y supe que nunca me abandonaría, que en esa pequeña roca se encerraba el talismán que necesitaba para reorientar mi vida.


sábado, 15 de abril de 2017

La Terraza Del Puerto

El grupo podría considerase atípico. Aunque alguien podría alegar que lo atípico eran los individuos. Y tampoco le faltaría  razón. Lo único que nos unía era esa terraza, en esos días y a esas horas. Nunca jamás se convocó formalmente, y todos aparecíamos con un máximo de diez minutos de diferencia. El camarero ni se molestaba en preguntar. La comanda permanecía como esculpida en piedra, fija, inmóvil, inerte. Salvo enfermedad gastrointestinal, todos pedíamos siempre las mismas bebidas, y casi siempre, al mismo ritmo.

Lo único que se permitía modificar era la hora de salida. Por acuerdo tácito, respetábamos los diferentes biorritmos, las cargas familiares, las circunstancias particulares de cada uno. Aunque en general, no solía suceder cuando la tertulia se mantenía viva, intensa. Seguramente todos éramos polemistas vocacionales y no rehuíamos una buena pelea dialéctica, del tema que fuese, como los profesionales. El apoyo google no estaba permitido sobre la marcha, pero si metías la pata en un dato, ya podías prepararte el día siguiente. No se hacían prisioneros, la discusión finalizaba a la primera sangre, como los duelos antiguos. Y sin padrinos.

La semana había sido interesante, con suculentas tertulias abordando diferentes temáticas. He de explicar que nunca se debatían temas generales, del tipo ¿Quiénes somos?, ¿De dónde venimos?, ¿A donde vamos? Muy al contrario, nos concentrábamos en aspectos muy concretos, muy segmentados. La razón es muy simple. El estudio amplio de los temas obliga a sacrificar precisión, ya que no se puede tratar un tema sin contemplar todas las variables del mismo, y eso lleva mucho tiempo. Por tanto, tácitamente acordamos centrar nuestros esfuerzos en partes pequeñas, pero relevantes, de las temáticas abordadas.

En cierto modo, el perfil multidisciplinar de los contertulios, facilitaba dicho enfoque. Prácticamente todos los gremios estaban representados. Abogados, médicos, secretarias, directivos y toda una larga nómina de autónomos podían formar parte de la tertulia en uno u otro momento. Gente de todas las edades, estudios, estado civil, ideología política…

La única condición existente para formar parte de la tertulia era el escrupuloso respeto de las reglas. Intervenciones muy breves, respetar al orador en uso de la palabra, trato exquisito y, por encima de todo, un reconocimiento expreso de haberse equivocado gravemente en la vida y estar penando las consecuencias. Era una condición inexcusable para formar parte de la tertulia. Por varias razones: En primer lugar, porque haber cometido un error grave, te permite adoptar una posición de máxima relatividad en cualquier asunto. Porque ya eres conocedor de que las cosas pueden cambiar de un momento a otro con extrema facilidad, puesto que lo has sufrido en tu propia experiencia, en carne propia. En segundo lugar, porque al haberte equivocado gravemente, tiendes a tener un punto de vista extremadamente tolerante sobre los asuntos de la vida, y eso enriquece las discusiones. Y en último lugar, porque el sumatorio de todas las experiencias equivocadas de todos los tertulios, permitían más fácilmente detectar los errores en las posturas de gobernantes, intelectuales o expertos en los temas que eran objeto de estudio de nuestra tertulia.

En aquella semana, el tema que veníamos abordando era la extinción de la poesía. Como siempre, enfocamos el asunto de forma extremadamente parcelada, haciendo foco en un aspecto segmentario del tema principal, con el fin de tratarlo con extrema profundidad y rigor. En este caso, la tesis de partida era la obsolescencia de la lírica sometida a la severidad de las reglas de la rima. En torno a un cuarenta por ciento de la mesa defendía su vigencia. El otro cuarenta por ciento estaba en contra de la rigidez de las clásicas reglas poéticas e incluso de la catalogación de los poemas por el criterio de su métrica. El veinte por ciento restante, mantenía postura expectante o indiferente según el caso, aunque algún autónomo estaba a favor de la métrica rigurosa, utilizando el convincente argumento de que si ellos tenían que hacer declaraciones trimestrales de IVA, IRPF y el resto de las siglas que encerraban tributos variados, los poetas bien podían contar las sílabas y las estrofas.

La ronda de intervenciones se inició con el punto de vista de Germán, economista ejerciente, y cuya historia de ascenso meteórico en una auditora multinacional se truncó en el momento en el que detectó una irregularidad de gran relevancia en las cuentas de un gran cliente, la comunicó a su superior inmediato, de forma verbal, y cuando éste dio el visto bueno a una auditoría sin salvedades, procedió a despedir a Germán, con el objetivo de taparse ante un posible escándalo posterior. Desde entonces, ejerce para pequeñas empresas y algunas ONG, cobrando una tercera parte de su salario anterior.

Su tesis, favorable a la métrica, defendía que las más etéreas ideas y sentimientos han de poder ser catalogadas, estructuradas y organizadas, para poder ser sometidas a un análisis posterior, ya que en otro caso, la subjetividad imperaría sobre el rigor técnico. Cuando el resto de los contertulios se le echó encima, usando el argumento de que la poesía es precisamente eso, subjetividad y sentimientos, el moderador fáctico, Don Felipe, ex sacerdote, que dejó los hábitos cuando la pastelera del barrio comenzó a llevar personalmente los frutos de su trabajo personalmente al convento, puso orden, y argumentó con precisión que “si nos vamos a plantear ahora si la poesía debe ser valorada subjetiva u objetivamente, nos salimos del tema, puesto que la discusión nos llevaría muy lejos, más allá de las fronteras autoimpuestas”

Recanalizando los argumentos, Marisa, antigua ama de casa, que cometió el error de dejar de hacer las tareas del hogar para prepararse una oposición como profesora de literatura, sin comunicárselo a su marido, y sin entrar en el fondo de la cuestión, muy a su pesar, arguyó que la calidad de la poesía de Rubén Darío o Neruda trascendía de la métrica y puso algún fragmento de elaboración propia como ejemplo:

Nos dijimos muchas cosas, todas falsas, todas ciertas para, en el fragor de la batalla, provocar la fusión de nuestras almas

No creo que el hecho de renunciar a las reglas de la métrica vaya a hacer perder ni un ápice de valor a estas líneas. Pueden gustar o no, pero será por su contenido, por el sentimiento que produzcan en el lector, pero en ningún caso por la rima.

“Pero la redacción de esas líneas no ha supuesto ningún tipo de dificultad metodológica. Y uno de los criterios lógicos para valorar un trabajo es su dificultad metodológica. Piensa que para armonizar rimas asonantes, consonantes, ajustar el número de sílabas, etc. se requiere precisión, vocabulario y técnica. Y eso no está reñido con la sensibilidad y la capacidad de emocionar, mira este ejemplo:

Y en lucha permanente 

Contra el vicio del amor

Si me asiste la razón

Podré proteger mi mente

De las locuras de pasión

De actuación irracional

De un beso emocional

De la humana obsesión

“Si creéis que estas dos redondillas no encierran también un profundo sentimiento, estáis locos y , sin duda, requieren un esfuerzo mucho mayor que el del verso libre”

La afirmación de Jorge, pragmático, analítico, sesudo directivo de una empresa de seguros, barajando su prejubilación para dedicarse a algún tipo de arte liberal (para contradecirse a sí mismo, como él dice), estaba, como siempre, muy bien argumentada. Sus redondillas ofrecían una impecable métrica, no exenta de un mensaje profundo y muy coherente con la historia de su vida. Su pecado (mortal de necesidad), fue el de enamorarse perdidamente de la mujer de su mejor amigo, un clásico, pero con el matiz de que ella también le quería, aunque quería mucho más a su dinero, el que manejaba como consorte y el de Jorge, que disfrutaba en breves ocasiones, pero muy intensamente.

La discusión se intensificó, apoyándose en muy seleccionadas estrofas de grandes poetas, en las letras de Robe Iniesta, de Sabina y de Aute. Justamente en este punto, cuando Aute empezaba a ser coreado en voz baja y monótona (la única manera de cantarlo, desde luego),  decidí poner punto final a la discusión, so pena de que acabásemos dormidos, llorando o empezásemos a recordar nuestros errores pasados y se iniciase una especie de ritual colectivo de autoflagelación o suicidio.

He de presentarme. Mi nombre es Roger, aunque no es mi nombre auténtico y todos lo saben. Actualmente no me persigue la policía, por aquello de la prescripción de mis errores, muchos, duros, canallas. Aunque el máximo perjudicado he sido yo, afortunadamente, porque siempre es una carga más liviana de soportar.

El resto del grupo me reconoce con una cierta superioridad sobre ellos, por la cantidad y calidad de mis errores, y suelen respetar con especial intensidad mi turno de palabra. Y aquel día no fue una excepción. En el momento en el que me incliné ligeramente hacia delante, posé dedo índice y pulgar sobre la base de la copa, asiéndola firme pero liviana, y apuré el último trago de whisky, las voces empezaron a reducir su intensidad, en sentido contrario a las agujas del reloj. Cuando cesaron por completo, me recosté ligeramente en esa silla de mimbre, protegida por una minúscula espuma estampada y manifesté mi opinión:

“He de deciros que se han expuesto argumentos muy válidos, tanto a favor como en contra. Dada mi experiencia vital, que todos conocéis, tiendo a pensar que las reglas te permiten una canalización de los sentimientos, pero sobre todo de las acciones, por lo que me parece que hay una importante razón para su existencia, qué os voy a contar. Si hubiese habido reglas más rígidas, no estaría expiando mis errores, por lo que las echo de menos, y las respeto como a ese pariente anciano, que al emitir una opinión, en realidad está pronunciando un veredicto. Por otro lado, acepto la premisa de que los sentimientos vuelan libres, flotan eternamente en nuestras mentes, y cuando lo hacen, no los imaginamos en forma de sonetos, octavas, rimas o pareados. Simplemente fluyen, asoman, iluminan e ilustran cada uno de los instantes de nuestra vida. Y los momentum no son homogéneos. Hay días que simplemente te levantas deseando proclamar a los cuatro vientos una serie de expresiones inconexas, de las que te venían persiguiendo y , parafraseando a Borges, has estado intentando evitar hasta que no has tenido más remedio que escribirlo. O cantarlo. O contarlo. Y en otras ocasiones, necesitas una especie de estructura argumental, probablemente para entenderte a ti mismo, e intentar que los demás también puedan hacerlo.”

En este momento, se produjo una pausa que, Nadia, la más joven integrante del grupo, la que fue admitida sin que pudiera explicarnos con certeza los errores cometidos, debido a su bisoñez, pero también a su generosidad de espíritu, a su frescura y seguramente arropada en su muy original belleza, me castigó con un directo al hígado:

“Pero Roger, tanta experiencia y tanta argumentación para llegar a un punto de vista ecléctico. Te recuerdo que en el siglo II a.c. ya había gente que pensaba como tú. Y que Cicerón y Séneca también. Te menciono a este último porque era cordobés, o sea, casi paisano. Entonces, o estás homenajeando a los clásicos, o nos estás vacilando con ideas antiguas a las que has proporcionado una especie de capa de chapa, pintura y lacado para hacerla pasar por propia y actual”

“Niña, cállate y pide la cuenta”

 

 

 

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Fotografía realizada por José Miguel, desde la terraza del Hotel Valamar President, en Dubrovnik, Croacia


jueves, 13 de abril de 2017

En Un Beso

Y nos besamos sin prisa, dilatando cada momento, seguros de que era el último que contemplaría nuestro amor.

No elegimos nuestro sitio especial, nuestro claro en el bosquecillo, nuestro rincón discreto y oscuro

Solo para un beso, solo el tiempo para un beso, en el que concentramos los momentos más dulces de nuestro amor.

Hicimos sonar nuestra canción, sincronizando pensamientos y ritmos, sin orquesta ni vinilo, sin música en el último baile.

Pobres de nosotros, resumiendo en un solo beso palabras, abrazos, caricias, sentidos, de todo hubo en nuestro amor.

No hubo tiempo para la despedida, no pudimos elegir evitarla, celebrarla. No pudimos fugarnos.

Debimos conformarnos con un beso, trasladando a nuestros labios, todos y cada uno de los matices de nuestro amor

Y en el fondo, me considero afortunado, soy afortunado de haber podido recibir ese beso, y todos y cada uno de nuestros momentos de amor.

Fotografía de portada: Eleazar
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miércoles, 12 de abril de 2017

Escala De Pasiones

Lancé los dedos hacia las teclas del piano

Precediendo multitud de sentimientos

Que oculté en un segundo plano

Reservados para mejor momento

 

Y cobrando vida, interpretaron

Las notas más tristes que vió un pentagrama

Los sentimientos que mi corazón quebraron

Llevando en cada corchea una parte de mi alma

 

En cada sonata, en cada aria, en cada canto

Formulo el secreto deseo de morir en el siguiente acorde

Por la pérdida de afinado, la anarquía del momento

Contemplando el abismo, justo desde el borde

 

Y sin embargo, prosigue feliz la orquesta

Abordando la sinfonía con técnica experta

Mientras muevo la batuta de tan absurda existencia

Y en cada cambio de compás, alzo los ojos, solicitando clemencia

 


martes, 11 de abril de 2017

En El Centro De La Tierra

Nunca pude seguirle el ritmo; Su capacidad de abastracción, su habilidad para diseñar universos paralelos, su posicionamiento extraatmosférico eran demasiada tralla para un sesudo lógico presocrático como yo.

La primera pelea dialéctica la tuvimos al respecto de la novela de Verne. Traté de explicarle en repetidas ocasiones que Arne Saknussem, en el hipotético caso de que hubiera existido, que va a ser que no, jamás hubiera podido llegar al Centro De La Tierra, sencillamente porque no existe tal camino, y lo que no existe, no puede recorrerse.

Contraatacó defendiendo la hipótesis de que en un momento previo a la aparición de los continentes, bien hubiera podido existir, y posteriormente, haber quedado resguardado de la obstrucción total por la acumulación de gases más densos que el aire. Y, aunque se considerase mi hipótesis, cómo podría estar seguro de que en la coordenada temporal no hubiese podido generarse un agujero negro en el que los continentes se hubiesen podido recorrer en un paseo en barca, tal como relata Verne.

“Ya, y yo, en otra vida, debí ser cantante de ópera, pero en ésta, tengo una oreja enfrente de la otra”

“Ya, ese es un gran argumento, de cualquier cosa, excepto de lo que estamos hablando, aunque te reconozco una extraordinaria capacidad para asesinar grandes éxitos de los 80,s”

“Gracias”, respondí irónico

“Es de justicia”, contestó él en tono similar

“Lo que vengo a decirte es que no puedes irte por los cerros de Ubeda, cada vez que se te presenta un problema concreto, tangible y sólido”

“Pues no veo porqué no”

“Vale. Esas dos chicas de ahí nos están mirando con cierto grado de interés”

“¿Esas dos?”

“Sí, esas”

“Ah”

“¿Es que no te parecen guapas?”

“¿Hipotéticamente?”

“¿Vas a teorizar ahora sobre la belleza femenina?”

“Ese era mi plan”

“Convengamos en que mientras vamos a hablar con ellas, reposas tus teorías”

“Como desees”

Nos acercamos hacia ellas, con paso firme y sereno. Al llegar a su altura, les pregunté si podíamos invitarlas a tomar una copa. Contestaron como de compromiso, manteniendo la buena educación, sin comprometer su respuesta, pero no fui capaz de sacarlas de ahí.

Mi amigo rodeó la mesa, sacó su teléfono móvil, accionó la linterna y comenzó a girar en redondo, parando cada sexta parte de circunferencia y anotando símbolos en su iphone. Ellas le miraban un poco alucinadas, pero sin abrir la boca. Cuando concluyó el perímetro completo, se sentó entre ellas y, con aire solemne, pronunció las siguientes palabras:

“Señoritas, en este mismo instante en el que nos encontramos, la atracción magnética de los polos orbitales puede ayudar a resolver uno de los grandes enigmas del universo. Y he de decirles que ustedes van a contribuir de forma muy notable. Veo que no me creen, y lo comprendo, pero la tangente al ángulo de penetración cósmica que apunta al centro de la tierra, al core mismo, pasa por la mesa donde tienen ustedes las copas, y voy a suplicarles que me permitan retirarlas durante un instante, si no tienen inconveniente”

Ellas no dijeron ni que sí, ni que no, pero le miraban con los ojos como platos. El retiró las copas a una mesa cercana, y prosiguió con su explicación.

“Como seguramente ustedes saben, la aparición de la Teoría de la Relatividad hace que todo esto sobre lo que estamos hablando, pueda ser real, imaginario, o una combinación de ambas cosas, pero no así el ángulo de penetración cósmica, que es una función neperiana del grado de incidencia de la luz de los agujeros negros sobre el Océano Antártico. Obviamente, las supongo informadas de lo que ésto supone”

En ese momento, las miró con cara circunspecta y un pequeño guiño de complicidad. Ellas no movieron ni un músculo de la cara, pero se miraron entre ellas, durante un solo segundo, y le devolvieron el guiño.

“Apartemos las mesas para facilitar la entrada del ángulo de penetración cósmica, y coloquémonos los cuatro en aquel área, mucho más retirada, donde podremos estar a salvo.”

Me tuvo que dar un codazo para que le siguiera la corriente y despejara ese área, llevando nuestras bebidas al rincón oscuro y discreto donde mi amigo quiso situarnos a los cuatro.

“Qué despiste el mío. Mi nombre es Helmut Von Heisenberg. Padre alemán, madre conquense. Mi amigo Jaime. Perdonad, voy a por unas copas, con tanta emoción os he dejado sin ellas.”

Ya a solas, ellas se sintieron más habladoras, y mientras que mi amigo “Helmut” volvía con las copas, pude charlar animadamente con ellas, y así, el resto de la noche. En un momento dado, las chicas fueron al aseo, Helmut me miró condescendiente, y yo me fui al aseo para no aguantar su cara de superioridad.

Y en el aseo, a través de las paredes de pladur de medio milímetro de espesor, pude oír su conversación.

“¿Has visto que morro le ha echado el tal Helmut? Se creerá que somos bobas de campeonato”

“Sí, pero el amigo tiene unos ojazos que te mueres, y yo hace un mes que no me como una rosca. Hazlo por mí”

 

 


lunes, 10 de abril de 2017

He Visto La Luz (y IX)

Al llegar al hotel, subí las fotos a las redes sociales, y me eché una pequeña siesta. Al despertarme, tuve la sensación de que Katherina estaba informada de mi presencia en su ciudad, porque recibí un lacónico whatsapp, con un mensaje firme, pero no exento de cariño:

“¿Te has vuelto completamente gilipollas?”

Como el lector comprenderá fácilmente, el mensaje de whatsapp hizo que me viniera arriba, que elevara mi nivel de confianza, reafirmara la bondad de la elección realizada, y me proporcionaba una muy razonable esperanza de que todo este caos, pudiera llegar a terminar de manera feliz y dichosa.

Ya supongo que alguno puede llegar a pensar que el hecho de que a uno le llamen “gilipollas” en un mensaje, quizá no sea un indicio precisamente positivo como para hacer pensar en un final feliz; De hecho, se trata de un insulto de categoría II/III. Es decir, que los hay peores, pero también los hay más delicados.

Aún así, mis esperanzas se encontraban plenamente depositadas en la palabra “completamente” Nunca un adverbio fue tan bienvenido. Al elegirlo, frente a otras opciones como absolutamente, definitivamente u otros “mente”, ella me hace llegar que con anterioridad a ese momento, no pensó que lo fuera “íntegramente”, sino que había zonas, regiones, en las que no me había hecho merecedor de tan negativo epíteto, puesto que en ese caso, lo hubiera empleado antes. Hombre, el hecho de que ahora lo piense, no parece un gran avance, touché. Pero no lo pensaba hace unos pocos días, y ese es el espíritu con el que hay que verlo.

El otro elemento esperanzador es el simple hecho de que me hubiese mandado el mensaje. En primer lugar, porque me seguía en redes sociales, lo que demuestra interés. Y en segundo lugar, porque se ha tomado la molestia de hacerlo, y con un mensaje muy personalizado, obviamente. No ha insultado a los hombres, a la raza humana, me ha insultado a mí, a mí solito. Un honor, desde luego.

Estaba el pequeño detalle de que el mensaje no era exactamente el comienzo de una conversación, ni el de una riña de enamorados. Hasta ese momento, por poder, podía ser una pancarta, un eslogan, un jingle. Y yo necesitaba hablar con ella, exponerle mis razones para actuar como lo hice, convencerle de la rectitud de mis intenciones, de mis buenos principios. Explicarle que ese tipo de cosas podían llegar a resultarle hasta entretenidas. Recordarle dulcemente el excelente rendimiento horizontal que supuso nuestra noche mallorquina. Estaba seguro de que sería extraordinariamente sensible a mis argumentos. Al fin y al cabo, ella me había perseguido, yo me dejé atrapar, pasamos una buena noche, y luego la olvidé. Vaya. Estaba ese tema.

Pero seguramente estas chicas tan guapas, tal inteligentes, tan sensuales, donarán parte de sus virtudes a disposición de la comprensión, de la tolerancia, del perdón. Al fin y al cabo, los tipos somos así de malajes; No tenemos las ideas organizadas, estoy convencido de que existimos para evitar que ellas se aburran, y puedan manejarnos, orientarnos o vapulearnos cada vez que les apetezca, con el fin de disuadirlas de afrontar los temas más importantes. Es decir, que mientras están entretenidas haciéndonos la vida imposible, nos permiten ocuparnos de esas cosas. Una teoría personal, no quiero decir que haya que aceptarla sin más.

Casi me molestó, porque estaba en racha intelectual, como habéis podido ver, pero el teléfono sonó para avisar de que había recibido un mensaje.

“Ni siquiera estoy en Budapest, tonto del higo”

Vale, una de cal y otra de arena. suaviza el insulto, pero se aleja en el roadmap. ¿Y donde carallo se ha ido esta chica? ¿Debería preguntárselo? Bueno, solo si quería verla, seré imbécil. Se lo pregunté. Respuesta:

“Estoy en Szekesfehervar”

Hablaba de una ciudad industrial al suroeste de Budapest, a unos cien kilómetros. No me pareció un obstáculo insalvable, siempre que aprendiera a pronunciar el nombre. Aún así, la situación requería una cierta reflexión. Me había dado su ubicación por lo tanto, no se oponía a que la visitase. Claro que cuando llegase allí, me iba a decir de todo menos bonito. Pero esa podía ser una penitencia aceptable, considerando el hecho de que yo era un imbécil con todas las letras, por haberla dejado escapar. Logísticamente no había grandes problemas, podía alquilar un coche y llegar en poco más de una hora.

El trayecto incluía pasar en ferry el Lago Balatón. El concepto “lago”, suele acarrear algún tipo de mística, se asocia normalmente a un paisaje bello, inusual, extraordinario. En ese sentido, cumplía alguno de los requisitos. Era inusualmente feo y extraordinariamente anodino. Pero lo pasamos.

La llegada a Szekesfehervar se produjo sin más novedad que el hecho de que no tenía ni idea de donde se hallaba Katherina, por lo que decidí reservar una habitación en el hotel con mejor pinta de la ciudad, enviarle un whatsapp con la ubicación, y esperar su llegada.

El plan funcionó a la perfección: Katherina hizo su aparición puntualmente. Veinte horas después, eso sí. Exactamente a las siete menos cuarto de la mañana, y golpeando con furia la puerta de la habitación. En mi afán por abrir la puerta, me enganché el pie derecho con la manta, y acabé aterrizando en la pared que separaba el cuarto de baño. Cogí una toalla y abrí a Katherina, sangrando a borbotones por la ceja izquierda. Dudo que se hubiese dado cuenta, pero yo tampoco pude recoger la totalidad de improperios que me dedicó antes de perder el conocimiento.

Cuando desperté, llegué a la convicción de que mi vida estaba grabada en una cinta de video, de esas antiguas de VHS, que la cinta se había enganchado en el reproductor, y se había puesto en funcionamiento en el mismo sitio, porque yo seguía recibiendo epítetos de Katherina, aunque ahora ya podía entenderlos. Querido lector, como resumen, he de explicarle que ella no estaba contenta, o al menos, no lo parecía.

Por las palabras sueltas que iba cazando al vuelo, deduje que lo que le había molestado era el hecho de que me había acostado con ella y luego la había olvidado. Ya sabía yo que ese pequeño aspecto colateral, iba a suponer alguna dificultad. Desde luego, se lo tomó como una afrenta personal. Intenté decirle que esa noche fue estupenda, como una alabanza hacia ella, pero cuando tuve que agacharme para esquivar el cubilete del hielo, llegué a la conclusión de que ella tenía otro punto de vista.

Preguntó a voz en grito porqué creía que se había acostado conmigo, y le contesté con absoluta honestidad que no podía descartar ninguna hipótesis, incluyendo la abstinencia o sobredosis de sustancias o medicamentos. Pensé que ese arrebato de transparencia la conmovería pero, amigo lector, la verdad es que la sinceridad es una virtud muy sobrevalorada.

En algún momento temí que la conversación no pudiese desembocar en un punto de entendimiento. Llámenme exótico, pero los indicios que les he comentado, me causaron cierta inquietud. En cierto momento, me planteé mentirle de la forma más descarada posible, con el fin de ablandarla un poco, pero decidí mantener la honestidad y la verdad por delante. Y, para mi sorpresa, no funcionó.

Me mandó a hacer puñetas en alemán, castellano, gallego, y un poco de húngaro que ya manejaba con cierta soltura. Como mis conocimientos del idioma magiar se limitan a las tres expresiones fundamentales (sor (cerveza), feher bor (vino blanco) y boros bor (vino tinto)), no pude encontrar una réplica certera. Y en el resto de los idiomas no me dio tiempo.

El caso es que me parecía que mis pecados no eran tan relevantes como ella estaba haciendo ver. Vale que no intenté contactar con ella con la suficiente intensidad. Vale que no había valorado suficientemente a Katherina. Vale que ella había peleado por la relación y que yo me había dejado llevar. Pero tampoco es como para molestarse, creo yo. Y así se lo hice ver:

-“Es que me está dando la impresión de que estás molesta, Katherina. Y sinceramente no creo que la cosa sea para tanto”

No recuerdo muy bien su respuesta, probablemente porque el zapato que me lanzó me hizo perder el equilibrio, caí sobre la cama golpeando vigorosamente el cabecero, lo que aparentemente hizo que el cuadro colgado por encima de la misma, acabara encima mismo de la ceja derecha. Creo que eso fue lo último que pensé: “Al menos quedaré marcado de forma simétrica”

Ella se ocupó de llamar a la ambulancia, de explicarles que no hablaba húngaro (ni ningún otro idioma, porque estaba inconsciente, entre otras razones) Resolvió los papeleos y conectó con el Consulado. Se lo agradecí, pero a toro pasado, porque no volví a verla. Dejó su teléfono como medio de contacto “exclusivamente para emergencias vitales”, y me dejó una nota escrita en un sobre de los que se usan para las historias clínicas, que decía lo siguiente:

“El hecho de olvidarte de mí, ha sido lo más humillante que me ha pasado en la vida. Y sé de lo que hablo, porque hasta ese momento, mi récord lo alcancé con todas las peripecias que tuve que hacer para poder verte en la playa, en el restaurante, en mi cama.

Y siempre pensé que había merecido la pena, hasta que me ignoraste. E incluso entonces, siempre pensé que me arrastraría hasta ti nuevamente si se presentaba la ocasión. Porque sigo estando enamorada de ti, hasta niveles que me avergüenza reconocer.

Pero no me arrastraré suplicando amor a una persona que ni siquiera se aproxima a quererme como yo te quiero a ti. Y tu llegada, solo ha confirmado lo esperado, que no me mereces, que no te merezco, que no he cometido suficientes pecados en mi vida como para verme entrelazada a tu simpleza, a tu inconsciencia, a tu tibieza. Soy una mujer inteligente, segura y atractiva, y encontraré quien me valore, aunque me lleve el resto de mi vida. Pero no tengo previsto traicionarme a mí misma por más tiempo.

Si quieres algo de mí, deberás colocar todas las fichas al mismo número, y arriesgarte, y sufrir, y posiblemente perder, porque no te voy a aceptar ningún esfuerzo intermedio. Todo tu ser debe estar alineado en una única dirección, hacia mí. En cualquier otro caso, bórrame de tu mente y de tu alma, si es que crees ser capaz.”

Cuando salí del Hospital, y manteniendo muy presentes estas frases, me subí al primer avión que salía hacia Madrid, volví a mi casa, a mis cosas, a mis costumbres y reanudé mi vida. Puede que estuviese dispuesto a arriesgarme, puede que no. Pero no iba a hacerlo porque muy por encima del amor, están las costumbres, las agendas, la monotonía del día a día, y la extraordinaria muralla que todas esas cosas crean a nuestro alrededor, haciéndonos insulsos e invencibles, como aquellos superhéroes de cómic, solos pero inmortales.

EPILOGO

No volví a ver a Katherina hasta varios meses después. Me disponía a salir de mi apartamento, cargado con una pequeña maleta de cabina, en dirección al aeropuerto. Mi propósito, un rutinario viaje de trabajo. El ascensor sonó, avisando de su inminente llegada a mi piso. Iba a enlazar el asa de la puerta, cuando ella se adelantó, empujando la misma en dirección a mi ceja derecha. A su ceja derecha, debería decir, porque se conoce que le había cogido cariño. La miré, sorprendido, irritado, confuso. Ella solo me preguntó: “¿Donde vas?”

Y yo, en un intervalo de lucidez, del que nunca me he arrepentido, le contesté:

“A buscarte. A jugar en el casino de tu alma. Llevo todas mis fichas conmigo, y voy a colocarlas en tu número. Y espero que el azar me eche una mano, me rescate de mi absurda existencia y me muestre el camino correcto hacia ti”

Ella me miró, me abrazó, me besó, me acompañó hacia el interior del apartamento, y nunca volvió a salir de allí.

Y nunca me preguntó por qué, para tan largo viaje, solo llevaba una maleta de cabina.


domingo, 9 de abril de 2017

TIERRA ADENTRO

Se incorpora esta noche a antoniadis9.com , la pluma invitada de Estrella RF, con un poema de siete líneas o una novela de amor, como me gusta considerarla.
¡¡Disfrutadla, amigos!!

caminando...

bty

Nadé a contracorriente

buscando un sueño

que se perdió en el infinito,

no encontré más que el vacío

de tu ausencia.

Volví tierra adentro

y me encerré en mi soledad.

(Estrella)

.

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miércoles, 5 de abril de 2017

En La Reja

En la reja que separa el horizonte, dejé anudado tu pañuelo

Y en la senda de regreso, coloqué unos cuarzos brillantes

Para que te sirvan de referencia en el camino desde el cielo

He recolectado estos días, algunos frutos y bayas silvestres

Colocando cada media jornada un pequeño hatillo

Que no retrases tu viaje a causa de pequeños menesteres

Mi alma se vuelca en cada vuelta que doy al reloj de arena

Percibo cada granito como una avalancha de piedras

E instintivamente me protejo con una foto, con tu recuerdo

Es tu ausencia la que me perturba, la que me nubla el sentir

Es tu ausencia la que trae a mi mente a Penélope y Odiseo

Es tu ausencia la que me dice: Espera, aguanta, y seremos felices

 

 

 

By PMRMaeyaert (Own work) [CC BY-SA 4.0 (http://ift.tt/1biekNi)%5D, via Wikimedia Commons

domingo, 2 de abril de 2017

¡Enhorabuena a todos!

Enhorabuena a todos los colaboradores de Scripto.es

Hacéis un gran trabajo

El Destrio

Porque todos somos parte de este propósito: Textos Solidarios. El blog scripto ha alcanzado un nuevo hito con estos quinientos “me gusta”. Puede parecer poco, pero si pensamos que cada vez que alguien ha pulsado esa estrellita en una entrada del blog ese gesto nace de la comprensión y la empatía con los que sufren en…

a través de ¡Enhorabuena a todos! — Scripto.es

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sábado, 1 de abril de 2017

Novelas De Amor

Cancelé mi suscripción a las novelas que tratan de amor

Lo hice con absoluta convicción

Porque en sus renglones se alineaban pasiones y deseos

Y dónde quedamos las almas carentes de sentimientos

 

Las que agotamos las reservas en las constantes batallas

Donde se entierran modales, morales, tacto y delicadeza

Y la victoria siempre es pírrica, dolorosa, desconocida

Y dónde quedamos las almas carentes de sentimientos

 

Abrí las cortinas, prendí las velas, busqué por doquier

Un atisbo de aquello que nos hizo socios fundadores del amor

Deteriorado, quizás muerto, desintegrado

Y dónde quedamos las almas carentes de sentimientos

 

Observando los rescoldos invisibles

De aquello que nominan “la llama del amor”

Que no se aviva, no se apaga,  y no calienta sino quema

Y dónde quedamos las almas carentes de sentimientos

 

En el limbo, en purgatorio, en el filo, en la frontera

Braceando para no perder el equilibrio entre vivir y seguir vivo

Rebuscando en la maleza los rastros del sendero perdido

Que nos lleve …a donde sea, donde los sentimientos se archivan

Donde las almas se quejan