martes, 17 de junio de 2014

El Profesional (Relato Corto)



Sobre el asfalto parecían haber desaparecido para siempre las huellas del invierno, aunque en algunas zonas, el brillo superficial del rocío mañanero permitía a nuestro amigo ver su rostro reflejado en el camino pisándolo constantemente, como un permanente recordatorio de su terrible existencia. Le pareció gracioso e irónico. Un personaje despreciable que merecía holgadamente ser aplastado hasta por sí mismo. Siempre tuvo la terrible honestidad de calificarse de una manera objetiva. Era un malvado, una persona temible en la que no anidaba el más mínimo sentimiento noble o generoso. El único dato positivo era que eso le permitía ser muy bueno en su trabajo. Mientras se dirigía hacia el siguiente encargo, no dejaba de pensar lo malvado que había llegado a ser; Una simple descripción. Era una persona terrible, de las peores.
En alguna ocasión se planteó la posibilidad de cambiar. Simplemente no ejercer constantemente esa maldad, quizás ante una persona o una situación, o un animalillo desvalido, o quién sabe. Pero nunca lo intentó en serio.
Lo más cerca que estuvo fue en aquella ocasión. Ya era un malvado adulto y se preparaba seriamente para la titulación definitiva. El asesinato. Hoy en día era su modus vivendi, como otros sirven copas y otros intermedian en seguros. En aquel entonces, aún buscaba un remoto pretexto, una cierta ética en su actuación.
Pudo hallarlo en la única persona con la que mantenía cierta relación de convivencia pacífica. Si hubiese podido amar a alguien, podría haber sido a ella. Su mirada parecía sufrir una completa metamorfosis. En su presencia, la terrible dureza de sus pupilas parecía adoptar cierta relajación. Y sus músculos parecían estar menos tensos. Podrían atisbarse los incisivos inferiores, menos carcelarios de lo habitual. No era una sonrisa.
El paso a primera división del crimen, tuvo que ver con ella. Vivía en la típica familia desestructurada; El padrastro o para ser más precisos, el acompañante de turno de la madre, tras una noche de juerga a la antigua usanza, decidió equivocarse de cama y aterrizar en la de la chiquilla. La aproximación pudo ser repelida por ésta, con la ayuda de una contundente raqueta de tenis. Al día siguiente, los ánimos se calmaron, y en la casa volvió a reinar la anarquía y el desastre, pero en los niveles cotidianos.
La muchacha cometió la torpeza de contárselo a nuestro amigo, que tomó la decisión de vengarla y de paso probarse a sí mismo en el noble arte del crimen.
A las dos semanas los periódicos reflejaban la terrible noticia de la violenta muerte de un honrado camarero a manos de un presunto atracador. El hecho de que el atracador mutilara los genitales externos, previo a las cuchilladas mortales, causó cierta extrañeza a los investigadores del caso.
Para confusión de nuestro amigo, la chiquilla no parecía muy contenta por la muerte de su “padrastro”. Probablemente esto les alejó, aunque él no podría olvidarla del todo, ya que ella provocó involuntariamente el desarrollo de una prometedora carrera profesional, y el cierre definitivo de cualquier posibilidad de recuperación a la estirpe humana.
Mientras preparaba el utillaje reglamentario, se preguntaba qué habría sido de ella. Solo recordaba vagamente su rostro, que presidían los enormes ojos turquesa.
Un trabajo rutinario. La víctima, una mujer. No es lo frecuente pero ocurre. Vida normal, dos hijos pequeños y trabajo administrativo. Los motivos no le importaban. Un trabajo más.
Pudo acceder sin dificultad a la terraza de la pequeña vivienda, forzando la cerradura, atravesando sigilosamente el pasillo. Una vez en el dormitorio, colocarse a la cabecera y hundir el cuchillo de izquierda a derecha, desde la mandíbula, atravesando la tráquea. Sin un ruido. Solo volvió la cabeza un segundo, para confirmar los resultados.
Le llamó la atención el color de los ojos inertes, de un azul turquesa que parecían serle familiares. Se encogió de hombros mientras se concentraba en evitar el suelo minado de muñecas, camiones y piezas de puzzle.

sábado, 7 de junio de 2014

Desde el rencor

Siendo plenamente consciente de las innumerables cualidades que posee el género femenino, debiera resultarme complicado que las actuaciones o pensamientos de las mujeres que me rodean, pudieran llegar a sorprenderme.
Pero, como suele decirse, la realidad supera a la ficción, y  afortunadamente puedo asegurar que las chicas no dejan nunca de asombrarme.
Esa capacidad de actuar de una forma inesperada, ese comentario demoledor, esa certera reflexión, y por encima de todo, esa habilidad extraordinaria para dañar y herir a todo aquel que a su criterio lo haya merecido, ya fuere hombre, autoridad, animal o colega de género (especialmente a éstas),  me resulta particularmente chocante, y profundamente admirable.
Ya decía Lorenzo Silva que nada como una mujer para insultar a otra, y siempre he pensado que es una afirmación particularmente acertada. Las mujeres disponen de ese punto de crueldad infinita para la crítica que jamás he podido percibir en otro varón, o al menos de una forma tan descarnada y feroz.
Estas reflexiones, que expongo casi de una forma sociológica, sin atreverme en ningún momento a barnizarlas con un sentido crítico, entre otras cosas porque otra de las capacidades extraordinarias de las mujeres es su determinación para la venganza, acuden a estas líneas por una simple y tranquila conversación con una extraordinaria persona que pertenece al grupo XX.
Lo curioso del caso es que el núcleo del diálogo se circunscribía a un recíproco solazamiento. Ambos estábamos muy contentos porque su escenario vital evolucionaba de una forma bastante satisfactoria en las últimas semanas, con los lógicos altibajos, pero coincidíamos en interpretarlo de forma bastante positiva, especialmente al hacer contraste con otros momentos, desgraciadamente aún recientes.
La posición de partida de este singular ejemplar del género femenino, que entre otras muchas cualidades emana bondad y generosidad por los cuatro costados, es que una de las razones por las que ahora afirma encontrarse en un buen momento, no es otra que haber encontrado la forma de olvidarse de un abominable individuo que contribuía a su infelicidad de una forma decisiva.
Eso último me pareció de una lógica aplastante, pero lo que me dejó ciertamente perplejo fue el análisis posterior: "no le odio, pero le guardo rencor. Aunque el rencor en realidad es un pensamiento positivo, porque le permite conocer de primera mano lo que se puede llegar a sufrir en esas ocasiones. Le vendrá muy bien"
Seguramente no lo he transcrito textualmente, pero ese mensaje fue el que me quedó indeleble en mi mente, por lo que solo puedo analizar eso. Quizá baila una coma arriba o abajo, pero el mensaje, era ese.
Nada más lejos de mi intención rebatir o discutir este posicionamiento. Me parece que aquel que le haya hecho sufrir merece todo eso y mucho más. En realidad lo que me llama la atención es la utilización de una palabra que normalmente empleamos en sentido negativo, y darle la vuelta como a una peonza, con el único fin de justificar unos sentimientos que probablemente ya estarían justificados.
He barajado la posibilidad de que en realidad ella tenga razón, y que la palabra "rencor" tenga una gran variedad de significados o apreciaciones, lo que apoyaría su tesis, por lo que he decidido investigar un poquito al respecto.
El Dimitrakos, quiero decir el diccionario de la RAE, dice que rencor es un resentimiento arraigado y tenaz. Y dice también que deriva del latín "rancor", que significa "ranciedad" . En italiano es rancore, que suena bastante más musical. También se traduce como "Sentimiento de hostilidad duradero y arraigado contra algo o alguien.
En  resumidas cuentas, que no he encontrado ese componente positivo y altruista al que se refiere esta maravillosa persona. Igual he buscado poco, pero a mí me da que me está tomando el pelo. es decir, que sabe perfectamente que son sentimientos inconfesables, pero los disfraza o suaviza con el photoshop femenino.
A mí me parece simplemente que las personas que son capaces de guardar rencor, tienen un potencial interesante, que pueden utilizar de formas diversas. Esa capacidad para mantener resentimiento te puede colocar en constante posicionamiento de alerta y evitar sufrimientos innecesarios. También puede identificar especímenes similares al que causó el primer daño y anticiparse a él.
Lo que me preocupa es la utilización sistemática o preventiva ante cualquier situación difusa o dudosa, porque eso podría dificultar la comunicación o interrelación de nuestro mundo con el de los que nos rodean.
Decía Aristóteles que "La virtud es un hábito de la voluntad consistente en un termino medio en relación con nosotros,...,determinado racionalmente por una regla ,..., por medio de la cual lo determinaría un hombre dotado de sabiduría práctica" Es decir, que en cuestión de moral, la razón es la que gana. 
Independientemente de la dificultad de precisar quién tiene sabiduría práctica o de encontrar un término medio, doy por supuesto, y a la vez me temo, que cuando Aristóteles habla de "hombre", debía referirse al ser humano en general, y no solo al género masculino.
Y digo me temo porque dudo que Aristóteles tuviera la suficiente costumbre de trato con las mujeres en la antigua Grecia. Si hubiese sido así, la mayor parte de su obra filosófica hubiese sido completamente diferente. Es imposible que hubiese podido abstraerse a la influencia del pensamiento femenino. Nadie puede. 
Y se hubiese encontrado con sorprendentes matices dentro de su concepto del raciocinio moral. Como por ejemplo, ciertos elementos de agresividad mucho más propios de los espartanos que de los filósofos atenienses. Que para una guerra, por ejemplo, sin duda serían muy útiles.
Y la vida, ¿no es una guerra constante? El mundo contra uno y uno contra el mundo. Y al final siempre ganan ellas.