jueves, 23 de agosto de 2012

A pie de cama




Aunque los amigos y lectores son conocedores de la casta tradición de la línea editorial de antoniadis9, me veo en la obligación de advertir a los nuevos curiosos atraídos por su perversa imaginación, que en esta entrada van a encontrar una total y absoluta carencia de elementos eroticoides, por lo que deberían encaminar sus pasos hacia páginas más especializadas como por ejemplo….os buscais la vida.com
Decía Freud que el inconsciente es la fuente de nuestras motivaciones, ya sean simples deseos de comida o sexo, compulsiones neuróticas o los motivos de un artista o científico. Con el respeto que uno debe a los mayores, especialmente si están fosilizados, no voy a negarle a D. Sigmund que el autor tenga motivaciones inconscientes en escribir esta entrada. Lo que costaría trabajo es clasificar dichas hipotéticas motivaciones dentro de los ejemplos anteriormente expuestos.
No tengo en estos momentos especial apetito, ni tampoco del otro (del otro no tengo apetito, tengo gula). Compulsión neurótica puede que sí, pero hoy es martes, no toca. Artista puedo serlo en el sentido coloquial cuando nos referimos a alguien que utiliza diferentes circunloquios o estrategias para obtener lo que desea, pero como muchos sabéis, es harto improbable que mis adeninas, citosinas y guaninas se hayan combinado para orientar mi desarrollo personal (mucho menos profesional) hacia los ámbitos musical, teatral y mucho menos pictórico. (ver próximo blog dedicado a D. Julián Egido, mi profesor de plástica de 7º y 8º de EGB y 1º de BUP. Lo escribiré cuando mi estado de tensión e indignación sea lo suficientemente elevado para no quitarle méritos a semejante hijo de puta )
En cuanto a las motivaciones científicas, pues no se puede descartar del todo, al fin y al cabo, algunas probetas he roto, algunos bunsen he encendido y muchos cubreobjetos han sido contundentemente destruidos por el objetivo de inmersión de mi añorado microscopio escolar marca ACME perdón, quería decir ENOSA.
Sean cuales fueren las motivaciones inconscientes, mi deseo al dejar estas notas no es otro que hablar de la curiosa mezcla de sentimientos y vivencias que un acontecimiento pequeño o cotidiano puede proporcionarnos, y cómo este hecho puede influir en el resto de nuestras vidas.
Anoche, mientras permanecía de pie junto a aquella cama, aquella persona y aquella madre, y veía como avanzaban furiosas las manecillas del minutero, sin poder hacer otra cosa que encomendarme a lo sabido y vivido, no podía evitar que me asaltaran unas reflexiones personales que seguramente me ayudarán en las pocas horas, días, semanas, meses o años que a uno le quede por este camino terrenal . Allí, al pie de esa cama, recordé que eso era exactamente lo que había querido hacer durante toda mi vida. Que eran esos momentos por los que había mantenido peleas desiguales y había salido victorioso. Que yo siempre había querido estar ahí, junto a aquellas y otras personas, compartiendo sus miedos y celebrando las mínimas esperanzas que esporádicamente se nos presentaban.
Hay algo mágico y terrible en esto que hacemos. Podemos ayudar y solemos hacerlo. Podemos ayudar mucho y a veces lo conseguimos. Podemos dañar mucho y a veces ocurre. Pero las más de las veces, nos conformamos con el Primus non nocere “lo primero es no hacer daño” , que en sí mismo es un principio casi inalcanzable.
Es curioso pensar que a veces uno se prepara toda su existencia para llevar a cabo una misión, y resulta que por la acción de los hados, los dioses, los hombres o el condesador de fluzo, al final acabamos en donde esperábamos, en las antípodas de los que esperábamos, o en nada de lo anterior.
Siempre que escuchas a un gran deportista, artista o literato comentando como fueron sus comienzos en la disciplina que les hizo grandes, llegas invariablemente a una conclusión: Que hubo un momento, o una época o una situación que precipitó la alineación de los planetas (que por cierto, cada día nos añaden o nos quitan, jodiendo a los padres pre LOGSE), concluyendo en la rápida progresión exitosa de la carrera profesional del brillante triunfador. Y encima te das cuenta de que quizás hubo un momento que pudo haberte pasado a tí.
Yo no recuerdo ninguna situación que personalmente me parezca tan decisiva como para haber cambiado los acontecimientos de mi vida llevándome a un irremediable estrellato. Dudo que las obras teatrales de los PP Capuchinos me hubiesen permitido acceder a Broadway. Sospecho que mis habilidades futbolísticas estaban pelín limitadas por este cuerpazo atlético que me adorna, y en cuando a la música y la pintura, dudas ninguna.
Sí que es cierto que algo pasó y condicionó mi vida futura, pero también algo habia pasado antes, por lo que no tengo claro el grado de influencia. Lo que es cierto es que ese algo ha permitido volver a la senda que había previsto hace unas cuantas décadas. Vete tú a saber si esa senda es aquella en la que mis capacidades son más aprovechadas o podría ganar más dinero o prestigio haciendo otra cosa.
Lo que es incuestionable es que lo que hago actualmente me hace feliz. No permanentemente feliz. Tengo días en los que envolvería el fonendo, el otoscopio y el pulsioximetro chino en la bata, lo metería en el maletín del ecógrafo y lo enviará a portes debidos a lista de correo del Dr. Smith en Auckland, Nueva Zelanda. Quizá exagero, el ecógrafo me lo quedo que me costó una pasta.
Como decía un conocido periodista deportivo, a veces me considero un bluff.
Pero hay noches, como la del otro día, en la que no concibo que algún profesional, en algún sitio, en algún momento, pueda ser más feliz que yo. Quizá tanto como yo, pero no más.
 

martes, 7 de agosto de 2012

Las cosas que no les contaré a mis hijos



(Y que si llegasen a averiguar, negaré hasta el fin de mis días)
He descubierto que hay cosas en mi vida que prefiero que mis hijos no sepan. Rectifico. No lo prefiero. Me jodería enormemente que pudiesen llegar a conocer.
Y he descubierto que siempre hay un cabrón que las larga.
Si alguno de los lectores espera que vaya ahora a describir con detalle oscuros episodios de mi azarosa vida pasada, simplemente va de cráneo. No pienso soltar prenda. Por eso, porque siempre hay un cabrón que las larga, uno de los cuales podrías ser tú, amigo lector.
Decía mi admirado Aznar (coño, empezamos bien, ya he picado) que España es un país de indiscretos y por lo tanto, él debía ser discreto. Eso me pasa a mí. La gente que me rodea, magníficas personas todos ellos, presentar una gama de virtudes extraordinaria, humanas e intelectuales, físicas y químicas, etéreas y operativas. Excelente sentido del humor (la práctica totalidad), excelentes cualidades artísticas, si es que consideramos el arte en un sentido muy muy muy amplio, enorme capacidad para el diálogo y la dialéctica (alguno se excede) tremendos lectores todos ellos (menos quienes ellos ya saben)
No puedo ser más afortunado en ese aspecto. Son todos estupendos. Y medalla de oro olímpica en largar más de la cuenta.
Como he comentado en algún otro escrito, esto de escribir un blog me sirve extraordinariamente para relajarme de las tensiones diarias, para establecer conversaciones al respecto con las personas que lo leen (¡¡las hay!!)  y para engordar un ego, cuya obesidad es mórbida desde el nacimiento (he vuelto a picar) Hoy , la motivación no es metafísica ni intelectual, hoy escribo movido por el más antiguo de los sentimientos del ser humano: la venganza.
Resulta que un extraordinario malaje, que se hace llamar amigo mío, y que en adelante llamaremos “Don Enrico” decidió compartir con mis retoños uno de los episodios más vergonzosos de mi vida profesional, que supuso un fracaso extraordinario y que tendré que arrastrar hasta el fin de mis días.
El episodio ni es secreto ni podría serlo, pues estuvo en comidilla de los ambientes serranos durante unas cuantas semanas, y aún hay malintencionados que aprovechan cualquier importante acto social (las fiestas, cenas conmemorativas, entierros,…) para recordar ese momento en aras de un supuesto estrechamiento de lazos fundamentado en compartir experiencias pasadas.
Yo lo que querría compartir con el maledicente, no le mencionaré aquí por pudor, pero sí puedo manifestar que los lazos que me gustaría estrechar se colocarían en su cara anterior en el cartílago cricoides y en su cara posterior en la apófisis odontoides del axis. Y luego a apretar. Si alguien piensa que no es muy hipocrático, pues va a tener razón.
No es de justicia que a uno le afeen un mínimo fallo en una suerte que ha demostrado dominar durante muchos años en diferentes y no siempre cómodas circunstancias. En lugar de recordar el terrible error, se podría conmemorizar los enésimos aciertos. Pero eso no vende. Vivimos de la explotación de la desgracia ajena, en los telediarios, en los sálvame horarios (o diarios o semanales, que ya me pierdo) No hay espacio mediático para el acierto o la alegría, solo para la pena y el dolor.
No estoy diciendo que esto que os cuento me ocurra solo a mí, soy consciente, pero no por eso hace que sea menos injusto. Y se sufre con estas cosas.
Además, que hay de lo tuyo, Don Enrico? Empiezo a meterme contigo. Porque no podría parar. No hay blog ni bytes suficientes para describir los oscuros episodios que salpican tu vida como los tropezones del gazpacho. Y yo aquí, calladito y aguantando.
Porque podría relatar esos inmorales episodios que inundaron tus 19 y mis 17, con cuestionables visitas culturales fronterizas (seré idiota, he vuelto a picar, yo también iba. Y conducía)
Y tus gustos en cuestión del sexo opuesto, dan para una Wikipedia completa. Hay que joderse, no dabas una. Seguro que me contraatacas con…ufff ya iba a picar otra vez.
En fin, no quiero ensañarme contigo, a pesar de la innoble jugada que me hiciste el otro día revelando a mis hijos uno de los secretos mejor guardados durante un palet de años.
Somos amigos, eso no va a cambiar, pero tengo que manifestarte que el momento elegido para tamaña revelación no puedo ser más inoportuno. Los niños están en una edad muy mala para recibir informaciones que puedan desmitificar la figura idolatrada del padre. Máxime cuando estoy nuevamente decidido a proseguir mi exitosa trayectoria con un epílogo similar al del canto del cisne, tras un ímprobo esfuerzo de preparación física rigurosa.
Para demostrarte que lo he superado, que mi madurez personal ha ido desarrollándose de tal forma que soy capaz de asumir y de convivir con los hechos más humillantes de mi existencia, simplemente lo expongo al albur de millones de personas en todo el mundo, potenciales lectores de este humilde blog: Yo fallé un penalti ante Lozoyuela, a pesar de que estaba plenamente convencido de que era gol. Y lo mandé a las nubes, en una órbita similar al de Sergio Ramos.
Y convivo con este terrible hecho durante los últimos veintipico años. Y he sobrevivido.
Pero pa que coño se lo cuentas a los niños