sábado, 3 de febrero de 2018

Una Simple Confusión (y V)

Por tanto, se habrían debido producir los siguientes hechos independientes y simultáneos. Número uno. Una simple coincidencia espacio-temporal; Nosotros y ella, a la vez, en el mismo garito. Número dos, que ella decidiese, como por arte de magia, que quería no solo salir del local conmigo, sino que, además, la noche acabase con los dos compartiendo lecho. Número tres, que sus sentimientos hacia mí hubiesen sido reprimidos, no solo por mí, que eso era una certeza, sino por ella. Porque en el caso de que esos sentimientos fuesen sobrevenidos, es decir, que nada más verme en la disco, se hubiese encoñado conmigo, sería el hecho número cuatro. Y si todo eso se hubiese producido simultáneamente, tendría tres actuaciones a reprochar. La primera, a mí mismo, por ser un completo gilipollas. La segunda, a ella, por no haberse percatado de que yo era un gilipollas. Una cosa es que yo no reparara en ello ya que, al ser un estúpido integral, estaría plenamente justificado, y otra muy distinta, es que ella, siendo la chica, y por tanto lista y aguda, no se hubiese dado cuenta. Y la tercera, no haber jugado mucho más dinero a la Lotería de Navidad, dado el acúmulo de hechos favorables en mi entorno.

La presión de mis presuntos amigos al respecto de obtener conclusiones o chafardeos de mis no menos presuntas relaciones con Estela, se incrementaron sensiblemente los siguientes días. Ninguno parecía saber nada de nuestra triste despedida, y negaban ostensiblemente cualquier tipo de relación con su casual aparición. No obstante, yo tenía el convencimiento de su implicación y nada de lo que me dijeran podría influir en exceso. Creo que ellos se cansaron de la historia, y las llamadas cesaron progresivamente.

Mi vida prosiguió, sin incidentes ni alteraciones especialmente relevantes. Alguna vez me despertaba alterado, recordando la noche, sus distintas fases, aquellos momentos en los que parecía iniciarse un cuento de hadas, y aquellos otros en los que los rencores y el orgullo tomaban la voz cantante. He de reconocer que alguna vez forcé un cambio de ruta para pasar por mi antiguo barrio, aquel en el que la conocí, y en el que sabía que vivía ahora, con la secreta esperanza de volver a verla. Tomé algún café más de los que me apetecían, en ese pequeño bar en el que de jovencitos iniciábamos las noches de juerga tras los exámenes. También rebusqué en mis agendas juveniles, con el único propósito de encontrar escrito su nombre, en la E de equívocos, de ensueños, de errores. No necesitaba encontrar su teléfono, nunca lo olvidé. Solo tenía que añadir el antiguo prefijo provincial, y ella atendería la llamada. Y esa certeza evitó que pulsara las teclas, porque el solo hecho de volver a hablar con ella, me dolía en las entrañas.

Decidí perdonar a mis amigos, en el supuesto caso de que hubieran cometido pecado. Obvié ese detalle y volví a conectar con ellos, con naturalidad pero con rencor. Lo que me habían hecho no se lo perdonaría nunca, pero la vida sigue y no parecía razonable pasar a ser una isla, por lo que creé una especie de istmo artificial que me permitiera el contacto con ellos. Me apunté a sus reuniones, felicité los cumpleaños como uno más, e impedí que mis reservas hacia ellos se tradujeran en el día a día. Aún así, alguna vez hube de pararlos cuando intentaban retomar lo que ellos consideraban “el malentendido” de mi fiesta de cumpleaños. Les aseguré que aquello estaba olvidado, y ellos insistían que no habían tenido nada que ver. Incluso me reprochaban no haberles informado jamás de mi amor hacia Estela. Yo sonreía y callaba, sin creerme nada en absoluto, pero renunciando a hacer casus belli de la situación.

En una de esas reuniones, una de las chicas comentó que había visto a Estela paseando con uno de nuestros antiguos maestros, el profesor de Literatura y Filosofía de Bachillerato. La avalancha de muecas, toses y patadas en la espinilla que se produjeron en torno a la mesa, me obligó a pedir calma y asegurar a los presentes que no había ningún problema, que se podía hablar con entera libertad. Y los muy gilipollas se lo tomaron en serio. No dejaron de bromear sobre la situación, recordar los años de clase con el profesor, la muy merecida fama que tenía de mujeriego y galán, y cómo podía tener la desfachatez de “tirarse a un pibón como Estela, a la que había conocido con tirabuzones”. A punto estuve de degollar al gañán que pronunció esa ordinariez, pero finalmente la noche acabó con cierta calma.

Me fui jodido a casa, no me duelen prendas en reconocerlo. Y no solamente por el hecho de que Estela me hubiese olvidado tan rápidamente, si es que en algún momento me había tenido en algún tipo de estima, más allá de la amistad juvenil. Estaba el hecho de que el Profesor Megido había sido uno de mis principales enemigos durante esa época. Intentando valorarlo con la objetividad que te aporta la madurez y los años transcurridos, ese tipo era un bicho, y dudaba muchísimo que hubiese cambiado un ápice. Es de los que se van a la tumba siendo un completo mamón en la juventud, la madurez y la senilidad, estaba convencido. Y ya de jovencitos me parecía que miraba a Estela con ojos muy distintos al concepto de tutor o profesor que tenían los antiguos griegos. Sócrates decía que los tutores debían transmitir experiencias, por lo que se necesitaba una relación íntima con los alumnos. En mi opinión, el Profesor Megido había intentado llevar el concepto de forma casi literal, al menos con Estela. Calculé que debía andar en una madurez ya muy evolucionada, lo que no me consoló en absoluto.

La única vez que tuve que acudir a mi antiguo barrio sin forzar rutas o encontrar absurdos pretextos, fue a una exposición de pintura de un antiguo compañero de colegio, del grupito habitual de amigos. Siempre le gustó pintar, y siempre lo hizo bien. La idea era ver los cuadros, tomar una copa con él en el Centro Cultural que servía de Sala De Exposiciones, y acabar la noche en uno de nuestros sitios emblemáticos, una especie de pub clásico, que con los años se fue transformando en una especie de taberna inglesa.

Dudo que los dueños hubieran previsto que en sus instalaciones se pudiesen desarrollar combates de boxeo, pero eso fue lo que sucedió. La noche acabó con una masiva visita a la Comisaría de Usera. Sé que empezamos en una Exposición de Pintura, únicamente un pequeño grupo de amigos que quería apoyar a uno de los suyos. Por supuesto, las pinturas eran absolutamente inofensivas, de hecho, muy bellas. A todos nos gustaron. Bueno, debería decir a casi todos.

La aparición de Estela, del brazo del Profesor Megido, inició una especie de Efecto Mariposa, que concluyó con la masiva visita a la Comisaría. Y vive Dios que no fue culpa mía. Por lo menos, no todo lo fue. Cuando el imbécil de Megido empezó a realizar muecas burlonas según pasaba por los lugares donde se exponían los lienzos, cuchicheando al oído de Estela algún comentario grotesco, yo estaba muy tranquilo. Me concentré en mi copa de cava, y en hacer ver a mis amigos que lo incómodo de la situación no me llevaría a adoptar ninguna actitud agresiva ni estúpida. Incluso le saludé cortesmente. Se acordaba de mí, aunque vagamente, lo que me molestó un poco, pero le disculpé en el acto, dado el elevado número de estudiantes a los que había impartido magisterio. Es cierto que su comentario de “no serías de los más brillantes”, sobraba. Pero lo pasé por alto. Me daba en la nariz que el profe venía un poco pasado de alcohol, y la mirada suplicante de Estela me hizo ver que ella también se había dado cuenta.

En cualquier caso, mi comportamiento en el Centro Cultural, fue de Manual de Protocolo. El de Megido, en cambio, el mismo que en nuestros años escolares, pero sin la posibilidad de utilizar el boletín escolar como arma arrojadiza. Cuando se inició el trasvase hacia la Taberna Inglesa, deseé con fruición que Megido no nos acompañase. Incluso a costa de no volver a ver a Estela. Yo no contaba con ella, no esperaba verla. Nadie me había avisado. Es decir, que podría haber sido una especie de anécdota, sin más. Pero cuando vi que se unían a nosotros, valoré seriamente la posibilidad de irme a casa. No lo hice. Probablemente, para no dar más validez a la estratagema de mis amigos en mi cumpleaños. Quizás en mi fuero interno quería tener la oportunidad de suavizar nuestra relación, o quizás quería respuestas.

En cualquier caso, no deberá haber ocurrido nada extraordinario, pero Megido se puso en plan metepatas. Tiró las bebidas, gritó en más de una ocasión. Blasfemó, se metió con la Monarquía. Esta y todas las anteriores. Le llamaron la atención un par de veces. Estaba disgustando a Estela, eso era evidente. Y según avanzaba la noche, la situación iba a peor. Me levanté hacia el billar, hacia los dardos o hacia el futbolín. Lejos de ellos. Simplemente por no formar parte de ninguna cosa que pudiera ocurrir, y por no incrementar la vergüenza de Estela. Me mantuve alejado un buen rato. Hasta que ella vino a mí.

“¿Piensas evitarme toda la noche?. ¿ Otra vez?.”

“Estela, me ha parecido ver que venías muy bien acompañada, y no he querido molestarte”

“Sabes de sobra que lo estoy pasando fatal”

En eso tenía razón. Y me sentí como un desalmado por dejarla sola en compañía de ese tipejo. Mi comportamiento había sido de Manual, sin duda. Pero no había sido el que se debía esperar de un amigo. Y mucho menos de un secreto enamorado.

Le propuse una alternativa: “Coge tu abrigo y salgamos fuera. Hablemos tranquilos”

Ella hizo caso de mi sugerencia, probablemente agradecida. Volvió a toda prisa. Accioné la manilla de hierro forjado. Sostuve la puerta con ambos brazos, para ofrecerle una autopista hacia los tiempos mozos, los que nos unieron y nos separaron. La conversación se tornó fluida, para mi sorpresa, pero no por ello menos difícil. Primera pregunta “¿Qué pasó el otro día?”. Tomé aire, llené el pecho, y desnudé mi alma. “Simplemente, me molestó muchísimo que mis supuestos amigos montasen el numerito de que aparecieses por allí, justamente el día de mi cumpleaños.”. Primera respuesta, como un ladrillazo en la cabeza. “No tengo ni la más ligera idea de lo que me estás contando”

Se acabó el interrogatorio. Comenzó la confesión. “¿Me estás diciendo que no sabes de sobra que he estado loco por ti desde el colegio?”. “Hombre, eso sí, por supuesto. Pero no de lo de tu cumpleaños. Para mí fue una sorpresa, una maravillosa casualidad. No os veía desde hacía décadas. Nos reencontramos en un momento en el que yo no estaba con nadie, recién separada. Y tú, por lo que pude averiguar, tampoco. En el colegio estaba centrada en los estudios y también coincidió que salía con otros tipos. Me gustabas, pero simplemente no se dieron las circunstancias. Y cuando te vi el otro día, simplemente me hice ilusiones. No sé si eso es tan malo.”

El mundo se me echó encima. El problema de dar por sentadas cosas, que simplemente estaban en el aire. Y de no haber coincidido ese día, me podrían haber martirizado durante toda la existencia.

“Pero entonces, Megido….?”

“Simplemente he salido con él un par de veces. Es amigo de mis padres y éstos me insistieron para que le saludase. Desde luego, después de lo de hoy, no volveré a quedar con él.”

Y ya, solo quedaba jugársela. “Crees que podría compensártelo con una cena en algún sitio bonito”

Me miró, con una mueca de ternura y esperanza, y pronunció la sentencia. “No. Lo que me hiciste el otro día, no se compensa con una cena. Necesitarás mucho más. Y durante mucho más tiempo”

Ya no me puse a valorar la justicia de la transacción. Estaba bloqueado por la esperanza. Por  el traumático giro de acontecimientos. Por las múltiples disculpas que debería pedir a mis amigos. Por los centenares de cambios que se producirían en mi vida. Por esa avalancha de felicidad que me esperaba al otro lado de la puerta. Por los miles de días a recuperar. Porque seguía enamorado, pero ahora podría ser correspondido.

No me atreví a besarla, aunque lo deseaba más que cualquier otra cosa en la vida. Pero , esa caricia con el dorso de su  mano izquierda me hizo sentir mucho más de lo que jamás hubiese supuesto. ¿Que quizás fuese casual?. Ya lo dudo, porque su mirada no lo parecía. Pero no era momento de análisis, sino de vivencia. Quería vivir. Quería disfrutar del amor, quería retener esas mínimas sensaciones como si se tratase de una primera edición de El Quijote. Para mí, era una primera vez. La primera vez que amé, aunque fuese en diferido. La quería, lo hubiese proclamado en el vacío. Pero solo pude acompañarla, sujetar de nuevo la puerta, desear que no tardase mucho en despedirse y darle las llaves de mi casa y de mi alma.

Y en cambio, aquí estoy. En un banco de imitación de mármol, frío, severo y adusto, como el funcionario que me tomaba los datos. Seguramente le habría jodido la noche, pero no fue mi intención. Al volver al interior del local, Megido se levantó a recibir a Estela, con un etilismo notable. Le echó los brazos al cuellos, le dio un azote cariñoso. Ella se revolvió, le afeó su conducta. Yo me aproximé para rescatarla. Nos esperaba la felicidad, y ese idiota no iba a impedirlo. Pero cometió el error de llamarla “Puta”. Y tuve que romperle la mandíbula. El golpe me salió un poco bajo, no fue una diana perfecta, pero hizo blanco, desde luego.

A partir de ahí, la cosa se complicó un poquito. No por parte de Megido, que estaba inconsciente. Al dueño no le gustó el incidente. Yo lo entiendo. Se lo expliqué. “Mire, no he tenido más remedio. Se había metido con mi chica.”. Craso error. Porque mi chica me dijo que no era “su chica”. Que ella no era la chica de nadie. Qué carácter. Era sólo una forma de hablar. Intenté explicárselo, pero el dueño me tomó del brazo para sacarme fuera del local,  y mis amigos se pusieron nerviosos. Desde ese momento, ya no me considero responsable.

Acaba de salir mi chica de declarar. Dice que el puñetazo fue adecuado al improperio. A ver, tendrá que defenderme. No sé hasta qué punto le aticé por el insulto o por las múltiples ofensas de la época escolar. Quiero creer que la mayor parte fue por lo primero. Sí, sin duda le sacudí por el insulto. Pero no puedo negar que me quedé muy, pero que muy a gusto. Y no descartaría que ese crochet de derecha no llevase incorporado alguno de mis suspensos.

No he podido transmitir esos pensamientos a Estela. Creo que no debo provocarla. De momento, me he tomado la revancha, y la he besado sin parar. Y no se ha disgustado. Solo me ha recordado lo que me he perdido todos estos años.

Como si no lo supiera.

 


P.D.: Mis amigos vuelven a vacilarme con lo de mi Fiesta de Cumpleaños. Dicen que gracias a ellos estoy con Estela, que ellos lo prepararon todo. Ella lo niega, pero con poca convicción. No saben que me da exactamente lo mismo. Soy feliz.

martes, 30 de enero de 2018

La Maleta Bajo La Cama

Como preludio a mi colaboración semanal con “Los 52 Golpes“, os dejo su propia presentación, para que podáis conocer mejor el proyecto,

Echadle un vistazo, merece la pena.

 

Hacia mediados de noviembre de 2016, nos topamos con una recomendación que el legendario escritor estadounidense de misterio y ciencia ficción –Crónicas marcianas, Fahrenheit 451 y más– Ray Bradbury (1920–2012) hizo en una ocasión: “Si escribes un relato a la semana durante un año, es imposible que todos sean malos”.
      Se nos metió entonces en la cabeza llevar a cabo ese reto, registrando los ejercicios semanales en una web. Pensamos luego que sería incluso más divertido si invitáramos a más gente a participar (hasta un total de 52 participantes, por cerrar el círculo).
      Con todas esas ideas nos pusimos a reclutar participantes y a diseñar la web. Y así nació Los 52 golpes.
      Tras completar la edición 2017, en la que se publicaron más de 1.500 textos originales, seguimos para bingo, con 52 nuevos participantes en este 2018.

Felices de escribir y de leer. 

Cada semana.

 

En esta ocasión os dejo el microrrelato titulado “La Maleta Bajo La Cama“. Espero que os guste

miércoles, 24 de enero de 2018

Ojos Esclavos (Colaboración semanal con “Los 52 Golpes”

Como preludio a mi colaboración semanal con “Los 52 Golpes“, os dejo su propia presentación, para que podáis conocer mejor el proyecto, aunque os anticipo que se trata de un semillero de buenos ratos de lectura.

 

Hacia mediados de noviembre de 2016, nos topamos con una recomendación que el legendario escritor estadounidense de misterio y ciencia ficción –Crónicas marcianas, Fahrenheit 451 y más– Ray Bradbury (1920–2012) hizo en una ocasión: “Si escribes un relato a la semana durante un año, es imposible que todos sean malos”.
      Se nos metió entonces en la cabeza llevar a cabo ese reto, registrando los ejercicios semanales en una web. Pensamos luego que sería incluso más divertido si invitáramos a más gente a participar (hasta un total de 52 participantes, por cerrar el círculo).
      Con todas esas ideas nos pusimos a reclutar participantes y a diseñar la web. Y así nació Los 52 golpes.
      Tras completar la edición 2017, en la que se publicaron más de 1.500 textos originales, seguimos para bingo, con 52 nuevos participantes en este 2018.

Felices de escribir y de leer. 

Cada semana.

 

En esta ocasión os dejo el microrrelato titulado “Ojos Esclavos“. Espero que os guste

sábado, 20 de enero de 2018

Carta a la Contradicción (Wiwichu 2017)


Si el otro día me disculpaba por el retraso en complacer la petición de Claudia en Wiwichu 2017, he de manifestar que en este caso, no tengo perdón de Dios. He retrasado la demanda de Ursula, y heme aquí, autoflagelándome todas las noches por un olvido tan notable como indeseado. 

No obstante, he creído corresponder a su petición y a mi olvido, con una penitencia a la altura de mi pecado, escribiendo un pequeño poema que, a primera vista, parece que incluso rima. Como el lector de antoniadis9 conoce, escribir poesía es para mí, poco más o menos que un castigo divino. Ni más ni menos que lo que merezco por mi despiste. Y dos Avemarías que en estos momentos musito en silencio, si es que recuerdo la letra.

El blog de Ursula lleva por título “El Blog De Ursulina“, y nos ofrece poemas cortos, pequeños relatos y algunos cuentos. ¿Qué es lo que personalmente admiro de sus escritos?. No sólo se trata de la calidad literaria, que la tiene y mucha. Lo que me llama la atención es la pasión y la intensidad de los mismos. La conexión directa entre corazón y teclado que emana de todas y cada una de sus frases. La capacidad que ofrece al lector de detectar el estado de ánimo de la escritora en todas sus letras, de adivinar las negritas, las cursivas, las pausas y la letra en redondilla. No cabe imaginar una presentación en DIN A4; Sus páginas solo pueden ser exhibidas en pergamino y escritas a pluma de ave, con esa caligrafía perfecta de aquella compañera de pupitre en la que adivinábamos un proceloso mundo interior, una personalidad diferente, soñadora, recta e intensa.

Me atrevo a asegurar, que si rescatara esas redacciones de la adolescencia de la caja en la que guarda sus tesoros, provocaría en los lectores una sonrisa tierna, una mirada mimosa, una caricia en la mejilla. Porque, querido lector, ella es auténtica. 

Y Ursula, en su debut en Wiwichu, me solicitó lo siguiente, en dos fases:

“Qué interesante y generosa suena esta propuesta. Andaba a la espera del Wiwichu sin la mínima idea de lo que era.
En fin, me quedo pensando en ello pues muy lanzadilla en algunas cosas y cobardica para otras, vamos, la contradicción en si misma.
Abrazo grande y felices fiestas!”

“Pues mira justo estoy pensando en una cartita a la contradicción, así tal cual (ya me dirás si es viable o no tiene tema para darle!)”

Seguro que ella no pensaba en algo como lo que le ofrezco, pero no conozco mayor contradicción que traicionarse a uno mismo, y eso es lo que intento reflejar en este pequeño poema. 

Y el resultado final, pasa a poder de Ursula, con mis más humildes disculpas por la tardanza, pero con esa mirada de afecto, el que la profeso.

Feliz Wiwichu 2017 a todos.


 

Carta a la Contradicción

 

Reviso esas fotos teñidas de sepia, y cada vez te encuentro más bella.

Ni siquiera ahora lo entiendo. Lo tuvimos todo: Amor, atracción y pasión.

No fue posible. O lo fue y no quise. Mantuve mi soledad como una religión.

Y cumplí mi penitencia, pasando por la vida, contemplando las estrellas.

 

En cada una de ellas, creí adivinar tu silueta, hallaba el rubor de tus mejillas

Fingiendo tu presencia, sintiéndote a mi lado, en afable conversación

Entrelazando tus dedos, compartiendo tu calor, olvidando la razón

Recordando que en el alma, solo caben sentimientos, las cosas sencillas

 

No se cuando olvidé todo esto, en qué momento decidí que primara el egoísmo

Quizá me atenazó el miedo, acaso dejé de escuchar los latidos de mi corazón

Y me decidí por mares tranquilos, evitando las olas, remando en otra dirección

Olvidando el momento más intenso, el de disfrutar tus besos repletos de erotismo

 

Me equivoqué, me perdí, realicé una mala elección en aquel cruce de caminos

Y ahora estoy penando, vagando por rutas olvidadas, buscando la solución

Abriendo la brújula, desplegando los mapas, intentando deshacer la contradicción

De quererte, de perderte y olvidar que en mi vida, no caben sentimientos interinos

 

 

 

martes, 16 de enero de 2018

No Era El Día (Colaboración Semanal en Los 52 Golpes)

No Era El Día

Como preludio a mi colaboración semanal con “Los 52 Golpes“, os dejo su propia presentación, para que podáis conocer mejor el proyecto, aunque os anticipo que se trata de un semillero de buenos ratos de lectura.

 

Hacia mediados de noviembre de 2016, nos topamos con una recomendación que el legendario escritor estadounidense de misterio y ciencia ficción –Crónicas marcianas, Fahrenheit 451 y más– Ray Bradbury (1920–2012) hizo en una ocasión: “Si escribes un relato a la semana durante un año, es imposible que todos sean malos”.
      Se nos metió entonces en la cabeza llevar a cabo ese reto, registrando los ejercicios semanales en una web. Pensamos luego que sería incluso más divertido si invitáramos a más gente a participar (hasta un total de 52 participantes, por cerrar el círculo).
      Con todas esas ideas nos pusimos a reclutar participantes y a diseñar la web. Y así nació Los 52 golpes.
      Tras completar la edición 2017, en la que se publicaron más de 1.500 textos originales, seguimos para bingo, con 52 nuevos participantes en este 2018.

Felices de escribir y de leer. 

Cada semana.

 

Por mi parte, he aportado dos de esos golpes, el relato de esta semana, “No Era El Día“, y el de la pasada semana, “Declaración de Intenciones“.

Estas dos primeras colaboraciones son microrrelatos de temática negra. Veremos qué nos deparan los 50 golpes restantes.

domingo, 14 de enero de 2018

Tango “El Recuerdo De San Telmo” (Wiwichu 2017)

Con cierto retraso sobre las fechas previstas, que el lector disculpará en aras a la especial complejidad de la petición que atendemos, paso a dar cumplida respuesta a la petición de Claudia.

El blog de Claudia Veronelli se titula “espacio de imágenes y palabras“, y no podía haberse elegido un título más premonitorio. Porque lo que va a encontrar el lector en él, es precisamente eso, un fabuloso collage de imágenes y palabras. Excelentes poemas, magníficas fotografías y una exquisita selección de pinturas, extraordinariamente trabajada.

A mí, personalmente, me llama la atención el hecho, aparentemente contradictorio, de ser una poetisa cercana. Me aclaro. Siempre he pensado que la poetisa era una especie de ser mítico, vestida de túnica, y que se desplaza por la vida casi saltando de nube en nube. Ya sé, ya sé. Un estereotipo, sin duda. Pero cuando lean a Claudia tendrán la misma sensación que yo. Una amiga, con la que nos podríamos estar tomando café cualquier tarde, posee una capacidad de emocionar digna de cualquiera de mis idílicas vates. Lo van a entender en cuanto abran su blog.

Y Claudia, que a buen seguro desconocía mi inutilidad absoluta para la composición musical, por no hablar de la interpretación, me solicitó lo siguiente:

“Yo pediría como deseo, algo sobre mi Buenos Aires querido… La letra de un tango, tal vez… 🙂 🙂 🙂
Sería como un sueño cumplido…. Si no se cumplen en Navidad, cuándo….
Para Reyes, sería genial.”

Y ante un reto imposible, uno solo puede hacer una cosa: Pedir ayuda. Mucha ayuda. Y eso hice. Disfrazando mi SOS de una inocente propuesta musical, embarqué a mi amigo Quique Ramo en una cruzada imposible, perfectamente sabedor de que se lo tomaría como si fuese el día del fin del mundo, y que de ello dependiera la persistencia de la raza humana.

Así, le hice llegar textos imposibles de armonizar, con el subrepticio objetivo de que se lo currara hasta la muerte. Y cuando lo conseguí, le hice constar la absoluta imposibilidad de que un servidor pudiese realizar la parte musical del reto. Ahí no tuve que convencerle, porque es lo que tiene conocernos desde hace cuarenta años. Sabe que es imposible que antoniadis9 entone dos estrofas sin desafinar en al menos tres de ellas.

Y el resultado final, mérito absoluto de Enrique Ramo Mancheño, queda reflejado en las siguientes estrofas, ilustradas con este video-audio, sobre la composición musical del famoso tango “Mano a Mano”.

Feliz Wiwichu 2017 a todos.

El recuerdo de San Telmo

Añorando mis tristezas
Revisando nuestras cuitas
Di de bruces con las fotos
Que evocaron mi dolor
Revisando los paseos
Por las calles de San Telmo
Malgastando nuestro tiempo
Esquivando los tropiezos
De un amor que marchitaba
Como un otoño una flor

Impregnado de razones
Para dejar de quererte
Revestidas las tristezas
De lamentos y de ayer
Hoy me escondo en los rincones
Que ensombrecen mi presente
Y me aparto de las calles
Que los celos torturaron
Evitando el pensamiento
De intentar volverte a ver

El destrozo de un cariño
La arrogancia del orgullo
Dos celadas peligrosas
Que anegaron la pasión
Aguardando que tus besos
Se conviertan en murmullo
Olvidando por momentos
La dulzura de tu arrullo
Y me dice mi conciencia:
“no lo vivas con rencor”

Destrozado por los celos
Inundado por la furia
Conteniendo a duras penas
El deseo de matar
Me refugio entre los velos
Arrastrando mis penurias
Evocando las escenas
En que renacen los besos
Hoy reprimo mi lujuria
Concentrado en mi pesar

Afilando los cuchillos
Revisando tus costumbres
Escondido en los herrumbres
Yo te quiero asesinar
Estudiando los momentos
Voy fumando un cigarrillo
Enumero los lamentos
Y repaso mil momentos
Esperando ver tu cuello
Que siempre quise besar

Encerrado en esta celda
Protegido entre barrotes
Me permito ver tu rostro
Que este muro me cegó
No por ello me consuela
Solo espero al del garrote
Que aparezca aquel verdugo
Que me arrojen al arroyo
Que se consuma mi vela
Que se acabe mi sufrir

sábado, 13 de enero de 2018

Una Simple Confusión (IV)

En ciertas ocasiones, un elemento mundano es capaz de aportar la cordura que nos falta, simplemente estando ahí, pasivo, indiferente, formando parte del paisaje urbano. Y en cambio, nos ofrece una salida, una respuesta, como la presencia de un faro en el horizonte. En este caso, algo tan poco sofisticado como la luz verde de un taxi libre, consiguió arrancarme de los más profundos pensamientos para colocarme en la senda, ya fuese correcta o lo contrario. Me abalancé hacia la portezuela trasera, dispuesto a dar por finalizada mi noche de cumpleaños, mis ilusiones y mi vida, para abrirme paso en la monotonía del día a día, cuando sufrí una parálisis motora generalizada, justo al oír una frase a mis espaldas.

“¿Vas a dejarme plantada otra vez, como siempre, como cuando éramos chiquillos?”

No sé si me molestó más el tono o el contenido. Es cierto que a veces cuesta trabajo extraer la esencia, la verdad de un mensaje transmitido, pero en aquel caso, en ese preciso instante, interpreté que Estela había mentido. Y con chulería. No es cierto que yo la dejase plantada, y mucho menos debía hacerme llegar ese mensaje desde una posición de superioridad. Podía aceptar que no me hubiese hecho ni caso, porque para eso es muy libre de elegir a sus amigos, sus amantes o sus novios, pero me parecía el colmo de la desfachatez que transmitiese una realidad alternativa y radicalmente opuesta a lo que sucedió.

Barajé dos opciones: Decirle que estaba mintiendo como una bellaca o, por el contrario, decirle que mentía como una bellaca. Opté por introducirme en el taxi, mirarla con cara de asombro y desearle una feliz noche. Tuve tiempo, desde la puerta de la discoteca hasta su casa, porque la muy meretriz se metió en el taxi unas décimas de segundo antes de que cerrase la puerta trasera. Y una vez dentro, lo que no podía hacer era olvidar mis deberes de caballero hidalgo español.

Me sorprendió oírle pronunciar la dirección de destino. “Paseo de Santa María De La Cabeza, a la altura del Puente de los Capuchinos“. Lo último que podía esperarme de ella era que siguiese viviendo en casa de sus padres. Se vio obligada de aclararlo, a la vista de mi cara de asombro. “Me he divorciado y, de momento, vivo con mis padres“. Ese detalle me permitía iniciar una línea de conversación interesante, qué duda cabe. Y abordé el asunto con extraordinaria intrepidez y audacia. “¿ Y cómo están tus padres?“.

Me miró, incrédula. “¿De verdad te interesa más saber cómo están mis padres que cómo estoy yo?“. Desde luego, la niña no se iba por las ramas. Decidí que hasta ahí habíamos llegado. “Mira, discúlpame si te parece que no actúo o hablo cómo tú esperas. Quizá sería más fácil que me explicases qué coño esperas de mí. Llevamos sin vernos décadas, y me estás empezando a acariciar mis partes nobles con una lija del siete. No sé si te alegras de verme, y lo disimulas de maravilla, o si de verdad esperabas un recibimiento con loores, confeti y alabanzas. O…“. Se me encendió la lucecita. “O es que alguien o alguienes te han dicho alguna cosa que te haya hecho pensar…“.

En ese momento puso cara de extrañeza, como si le estuviese hablando de las costumbres de apareo del cangrejo de río. O era una gran actriz o no sabía de qué le estaba hablando. “Oye, guapo, yo tengo la sana costumbre de pensar por mí misma“. Y aquí le cambió la expresión facial. Menos mal que ya estábamos doblando por la calle Antonio López, y la tortura sólo se extendería unos minutos más. Volvió la cara hacia la ventanilla, aparentemente extasiada, como si estuviese en Budapest, contemplando el paso del Danubio por debajo del Puente de Las Cadenas, cuando en realidad pasábamos frente al Cuartel de Bomberos. Simplemente no quería verme, o no quería que la viese.

La despedida fue cortés por mi parte, y gélida por la suya. El balance de la noche no había podido ser peor. Un cumpleaños inolvidable, en el sentido literal de la palabra. Y tenía no menos de media hora hasta mi apartamento. Le sugerí al taxista que tomase la ruta del centro, accediendo a Atocha y subiendo por el Paseo De La Castellana. Quizá no quería llegar a casa, acaso buscaba compañía exterior. Al poco de rebasar el Estadio Santiago Bernabéu, pedí al taxista que me dejase en el lateral. Necesitaba o quería una última copa. La conseguí por los pelos. Ya nada era como antes, como cuando cerrábamos los bares al amanecer, cuando se echaban los cierres y comenzaban a suceder las cosas. Cuando no te esperaba un apartamento vacío, sino un poco más de juerga. Cuando te partían el corazón a diario y cicatrizaba como por arte de magia. Nada era como antes. Cuando los amigos eran leales, te arropaban y te mimaban. Hoy por ti y mañana por mí. Cuando ellas eran el enemigo y el objetivo. Cuando las reglas estaban claras.

Salí casi a rastras del local. Afortunadamente,  tenía todo el día para recuperarme de la borrachera. La fatiga física pasaría. Otra cosa era la mezcla de sentimientos encontrados que abordaban mi alma. Quería sentirme utilizado, pero para ello me faltaban evidencias. Humillado, porque para ello me sobraban evidencias. Inútil, porque lo era. No supe ver más allá de mis recelos, de mis almenas, de mi orgullo adolescente. Lo único relevante en esa noche de locos era la presencia de ella. Los últimos años había intentado borrarla de mi corazón, pero había utilizado la táctica equivocada. Como cuando intentas cambiar una palabra sobreescribiendo encima de ella. Lo lógico, lo más eficaz hubiera sido borrar y comenzar de nuevo, pero jamás lo hice. Admítelo, siempre estuvo allí, me dije. Y ahora que de verdad estaba, la expulsé de mi vida, con el método más burdo concebible, el de negarme y negarle sentimientos y emociones que en realidad presidían todos los actos de esa noche. Sólo quedaba desear que las pocas horas que quedaban hasta el alba, pudieran mitigar o camuflar el dolor que sentía. Al menos, disimularlo.

Como era de esperar, la mañana no cambió nada en absoluto. Al despertar estaba exactamente igual de jodido y mucho más resacoso, lo que únicamente aportaba a mi diatriba sentimental, un punto de vista mucho más radical. Consideré esa noche como una señal del destino, un signo inequívoco de que jamás debía permitir que hechos o sentimientos, ya fueran pasados o presentes, alterasen el equilibrio inestable que mantenía conmigo mismo. Y ello obligaba a mantener un cierto alejamiento de cualquier elemento perturbador. Así, ignoré los mensajes y llamadas de mis supuestos amigos, indagando al respecto de mi prematura huida de la discoteca, preguntándome si me había gustado la celebración y “las sorpresas”. Y ya, envalentonado, rechacé una llamada procedente de un número fijo que conocía indirectamente, ya que comenzaba por los números habituales de mi antiguo barrio. En el mejor de los casos era una llamada de Estela, desde la casa de sus padres. Por supuesto, la ignoré.

En lugar de intentar aclarar las cosas con mis amigos, incluso con ella, opté por una estrategia mucho más inteligente. El proceso analítico que utilicé para justificar mi elección, no podía ser más sólido. Si interrogaba a mis amigos al respecto de una posible encerrona, previamente pactada con Estela, para hacerme pensar que la llama del pasado se había reavivado misteriosamente, ellos lo negarían. Bien. Por tanto, se habrían debido producir los siguientes hechos independientes y simultáneos. Número uno. Una simple coincidencia espacio-temporal; Nosotros y ella, a la vez, en el mismo garito. Número dos, que ella decidiese, como por arte de magia, que quería no solo salir del local conmigo, sino que, además, la noche acabase con los dos compartiendo lecho. Número tres, que sus sentimientos hacia mí hubiesen sido reprimidos, no solo por mí, que eso era una certeza, sino por ella. Porque en el caso de que esos sentimientos fuesen sobrevenidos, es decir, que nada más verme en la disco, se hubiese encoñado conmigo, sería el hecho número cuatro. Y si todo eso se hubiese producido simultáneamente, tendría tres actuaciones a reprochar. La primera, a mí mismo, por ser un completo gilipollas. La segunda, a ella, por no haberse percatado de que yo era un gilipollas. Una cosa es que yo no reparara en ello ya que, al ser un estúpido integral, estaría plenamente justificado, y otra muy distinta, es que ella, siendo la chica, y por tanto lista y aguda, no se hubiese dado cuenta. Y la tercera, no haber jugado mucho más dinero a la Lotería de Navidad, dado el acúmulo de hechos favorables en mi entorno.

Imagen destacada tomada por Concepcion AMAT ORTA… [CC BY 3.0], via Wikimedia Commons