sábado, 3 de febrero de 2018

Una Simple Confusión (y V)

Por tanto, se habrían debido producir los siguientes hechos independientes y simultáneos. Número uno. Una simple coincidencia espacio-temporal; Nosotros y ella, a la vez, en el mismo garito. Número dos, que ella decidiese, como por arte de magia, que quería no solo salir del local conmigo, sino que, además, la noche acabase con los dos compartiendo lecho. Número tres, que sus sentimientos hacia mí hubiesen sido reprimidos, no solo por mí, que eso era una certeza, sino por ella. Porque en el caso de que esos sentimientos fuesen sobrevenidos, es decir, que nada más verme en la disco, se hubiese encoñado conmigo, sería el hecho número cuatro. Y si todo eso se hubiese producido simultáneamente, tendría tres actuaciones a reprochar. La primera, a mí mismo, por ser un completo gilipollas. La segunda, a ella, por no haberse percatado de que yo era un gilipollas. Una cosa es que yo no reparara en ello ya que, al ser un estúpido integral, estaría plenamente justificado, y otra muy distinta, es que ella, siendo la chica, y por tanto lista y aguda, no se hubiese dado cuenta. Y la tercera, no haber jugado mucho más dinero a la Lotería de Navidad, dado el acúmulo de hechos favorables en mi entorno.

La presión de mis presuntos amigos al respecto de obtener conclusiones o chafardeos de mis no menos presuntas relaciones con Estela, se incrementaron sensiblemente los siguientes días. Ninguno parecía saber nada de nuestra triste despedida, y negaban ostensiblemente cualquier tipo de relación con su casual aparición. No obstante, yo tenía el convencimiento de su implicación y nada de lo que me dijeran podría influir en exceso. Creo que ellos se cansaron de la historia, y las llamadas cesaron progresivamente.

Mi vida prosiguió, sin incidentes ni alteraciones especialmente relevantes. Alguna vez me despertaba alterado, recordando la noche, sus distintas fases, aquellos momentos en los que parecía iniciarse un cuento de hadas, y aquellos otros en los que los rencores y el orgullo tomaban la voz cantante. He de reconocer que alguna vez forcé un cambio de ruta para pasar por mi antiguo barrio, aquel en el que la conocí, y en el que sabía que vivía ahora, con la secreta esperanza de volver a verla. Tomé algún café más de los que me apetecían, en ese pequeño bar en el que de jovencitos iniciábamos las noches de juerga tras los exámenes. También rebusqué en mis agendas juveniles, con el único propósito de encontrar escrito su nombre, en la E de equívocos, de ensueños, de errores. No necesitaba encontrar su teléfono, nunca lo olvidé. Solo tenía que añadir el antiguo prefijo provincial, y ella atendería la llamada. Y esa certeza evitó que pulsara las teclas, porque el solo hecho de volver a hablar con ella, me dolía en las entrañas.

Decidí perdonar a mis amigos, en el supuesto caso de que hubieran cometido pecado. Obvié ese detalle y volví a conectar con ellos, con naturalidad pero con rencor. Lo que me habían hecho no se lo perdonaría nunca, pero la vida sigue y no parecía razonable pasar a ser una isla, por lo que creé una especie de istmo artificial que me permitiera el contacto con ellos. Me apunté a sus reuniones, felicité los cumpleaños como uno más, e impedí que mis reservas hacia ellos se tradujeran en el día a día. Aún así, alguna vez hube de pararlos cuando intentaban retomar lo que ellos consideraban “el malentendido” de mi fiesta de cumpleaños. Les aseguré que aquello estaba olvidado, y ellos insistían que no habían tenido nada que ver. Incluso me reprochaban no haberles informado jamás de mi amor hacia Estela. Yo sonreía y callaba, sin creerme nada en absoluto, pero renunciando a hacer casus belli de la situación.

En una de esas reuniones, una de las chicas comentó que había visto a Estela paseando con uno de nuestros antiguos maestros, el profesor de Literatura y Filosofía de Bachillerato. La avalancha de muecas, toses y patadas en la espinilla que se produjeron en torno a la mesa, me obligó a pedir calma y asegurar a los presentes que no había ningún problema, que se podía hablar con entera libertad. Y los muy gilipollas se lo tomaron en serio. No dejaron de bromear sobre la situación, recordar los años de clase con el profesor, la muy merecida fama que tenía de mujeriego y galán, y cómo podía tener la desfachatez de “tirarse a un pibón como Estela, a la que había conocido con tirabuzones”. A punto estuve de degollar al gañán que pronunció esa ordinariez, pero finalmente la noche acabó con cierta calma.

Me fui jodido a casa, no me duelen prendas en reconocerlo. Y no solamente por el hecho de que Estela me hubiese olvidado tan rápidamente, si es que en algún momento me había tenido en algún tipo de estima, más allá de la amistad juvenil. Estaba el hecho de que el Profesor Megido había sido uno de mis principales enemigos durante esa época. Intentando valorarlo con la objetividad que te aporta la madurez y los años transcurridos, ese tipo era un bicho, y dudaba muchísimo que hubiese cambiado un ápice. Es de los que se van a la tumba siendo un completo mamón en la juventud, la madurez y la senilidad, estaba convencido. Y ya de jovencitos me parecía que miraba a Estela con ojos muy distintos al concepto de tutor o profesor que tenían los antiguos griegos. Sócrates decía que los tutores debían transmitir experiencias, por lo que se necesitaba una relación íntima con los alumnos. En mi opinión, el Profesor Megido había intentado llevar el concepto de forma casi literal, al menos con Estela. Calculé que debía andar en una madurez ya muy evolucionada, lo que no me consoló en absoluto.

La única vez que tuve que acudir a mi antiguo barrio sin forzar rutas o encontrar absurdos pretextos, fue a una exposición de pintura de un antiguo compañero de colegio, del grupito habitual de amigos. Siempre le gustó pintar, y siempre lo hizo bien. La idea era ver los cuadros, tomar una copa con él en el Centro Cultural que servía de Sala De Exposiciones, y acabar la noche en uno de nuestros sitios emblemáticos, una especie de pub clásico, que con los años se fue transformando en una especie de taberna inglesa.

Dudo que los dueños hubieran previsto que en sus instalaciones se pudiesen desarrollar combates de boxeo, pero eso fue lo que sucedió. La noche acabó con una masiva visita a la Comisaría de Usera. Sé que empezamos en una Exposición de Pintura, únicamente un pequeño grupo de amigos que quería apoyar a uno de los suyos. Por supuesto, las pinturas eran absolutamente inofensivas, de hecho, muy bellas. A todos nos gustaron. Bueno, debería decir a casi todos.

La aparición de Estela, del brazo del Profesor Megido, inició una especie de Efecto Mariposa, que concluyó con la masiva visita a la Comisaría. Y vive Dios que no fue culpa mía. Por lo menos, no todo lo fue. Cuando el imbécil de Megido empezó a realizar muecas burlonas según pasaba por los lugares donde se exponían los lienzos, cuchicheando al oído de Estela algún comentario grotesco, yo estaba muy tranquilo. Me concentré en mi copa de cava, y en hacer ver a mis amigos que lo incómodo de la situación no me llevaría a adoptar ninguna actitud agresiva ni estúpida. Incluso le saludé cortesmente. Se acordaba de mí, aunque vagamente, lo que me molestó un poco, pero le disculpé en el acto, dado el elevado número de estudiantes a los que había impartido magisterio. Es cierto que su comentario de “no serías de los más brillantes”, sobraba. Pero lo pasé por alto. Me daba en la nariz que el profe venía un poco pasado de alcohol, y la mirada suplicante de Estela me hizo ver que ella también se había dado cuenta.

En cualquier caso, mi comportamiento en el Centro Cultural, fue de Manual de Protocolo. El de Megido, en cambio, el mismo que en nuestros años escolares, pero sin la posibilidad de utilizar el boletín escolar como arma arrojadiza. Cuando se inició el trasvase hacia la Taberna Inglesa, deseé con fruición que Megido no nos acompañase. Incluso a costa de no volver a ver a Estela. Yo no contaba con ella, no esperaba verla. Nadie me había avisado. Es decir, que podría haber sido una especie de anécdota, sin más. Pero cuando vi que se unían a nosotros, valoré seriamente la posibilidad de irme a casa. No lo hice. Probablemente, para no dar más validez a la estratagema de mis amigos en mi cumpleaños. Quizás en mi fuero interno quería tener la oportunidad de suavizar nuestra relación, o quizás quería respuestas.

En cualquier caso, no deberá haber ocurrido nada extraordinario, pero Megido se puso en plan metepatas. Tiró las bebidas, gritó en más de una ocasión. Blasfemó, se metió con la Monarquía. Esta y todas las anteriores. Le llamaron la atención un par de veces. Estaba disgustando a Estela, eso era evidente. Y según avanzaba la noche, la situación iba a peor. Me levanté hacia el billar, hacia los dardos o hacia el futbolín. Lejos de ellos. Simplemente por no formar parte de ninguna cosa que pudiera ocurrir, y por no incrementar la vergüenza de Estela. Me mantuve alejado un buen rato. Hasta que ella vino a mí.

“¿Piensas evitarme toda la noche?. ¿ Otra vez?.”

“Estela, me ha parecido ver que venías muy bien acompañada, y no he querido molestarte”

“Sabes de sobra que lo estoy pasando fatal”

En eso tenía razón. Y me sentí como un desalmado por dejarla sola en compañía de ese tipejo. Mi comportamiento había sido de Manual, sin duda. Pero no había sido el que se debía esperar de un amigo. Y mucho menos de un secreto enamorado.

Le propuse una alternativa: “Coge tu abrigo y salgamos fuera. Hablemos tranquilos”

Ella hizo caso de mi sugerencia, probablemente agradecida. Volvió a toda prisa. Accioné la manilla de hierro forjado. Sostuve la puerta con ambos brazos, para ofrecerle una autopista hacia los tiempos mozos, los que nos unieron y nos separaron. La conversación se tornó fluida, para mi sorpresa, pero no por ello menos difícil. Primera pregunta “¿Qué pasó el otro día?”. Tomé aire, llené el pecho, y desnudé mi alma. “Simplemente, me molestó muchísimo que mis supuestos amigos montasen el numerito de que aparecieses por allí, justamente el día de mi cumpleaños.”. Primera respuesta, como un ladrillazo en la cabeza. “No tengo ni la más ligera idea de lo que me estás contando”

Se acabó el interrogatorio. Comenzó la confesión. “¿Me estás diciendo que no sabes de sobra que he estado loco por ti desde el colegio?”. “Hombre, eso sí, por supuesto. Pero no de lo de tu cumpleaños. Para mí fue una sorpresa, una maravillosa casualidad. No os veía desde hacía décadas. Nos reencontramos en un momento en el que yo no estaba con nadie, recién separada. Y tú, por lo que pude averiguar, tampoco. En el colegio estaba centrada en los estudios y también coincidió que salía con otros tipos. Me gustabas, pero simplemente no se dieron las circunstancias. Y cuando te vi el otro día, simplemente me hice ilusiones. No sé si eso es tan malo.”

El mundo se me echó encima. El problema de dar por sentadas cosas, que simplemente estaban en el aire. Y de no haber coincidido ese día, me podrían haber martirizado durante toda la existencia.

“Pero entonces, Megido….?”

“Simplemente he salido con él un par de veces. Es amigo de mis padres y éstos me insistieron para que le saludase. Desde luego, después de lo de hoy, no volveré a quedar con él.”

Y ya, solo quedaba jugársela. “Crees que podría compensártelo con una cena en algún sitio bonito”

Me miró, con una mueca de ternura y esperanza, y pronunció la sentencia. “No. Lo que me hiciste el otro día, no se compensa con una cena. Necesitarás mucho más. Y durante mucho más tiempo”

Ya no me puse a valorar la justicia de la transacción. Estaba bloqueado por la esperanza. Por  el traumático giro de acontecimientos. Por las múltiples disculpas que debería pedir a mis amigos. Por los centenares de cambios que se producirían en mi vida. Por esa avalancha de felicidad que me esperaba al otro lado de la puerta. Por los miles de días a recuperar. Porque seguía enamorado, pero ahora podría ser correspondido.

No me atreví a besarla, aunque lo deseaba más que cualquier otra cosa en la vida. Pero , esa caricia con el dorso de su  mano izquierda me hizo sentir mucho más de lo que jamás hubiese supuesto. ¿Que quizás fuese casual?. Ya lo dudo, porque su mirada no lo parecía. Pero no era momento de análisis, sino de vivencia. Quería vivir. Quería disfrutar del amor, quería retener esas mínimas sensaciones como si se tratase de una primera edición de El Quijote. Para mí, era una primera vez. La primera vez que amé, aunque fuese en diferido. La quería, lo hubiese proclamado en el vacío. Pero solo pude acompañarla, sujetar de nuevo la puerta, desear que no tardase mucho en despedirse y darle las llaves de mi casa y de mi alma.

Y en cambio, aquí estoy. En un banco de imitación de mármol, frío, severo y adusto, como el funcionario que me tomaba los datos. Seguramente le habría jodido la noche, pero no fue mi intención. Al volver al interior del local, Megido se levantó a recibir a Estela, con un etilismo notable. Le echó los brazos al cuellos, le dio un azote cariñoso. Ella se revolvió, le afeó su conducta. Yo me aproximé para rescatarla. Nos esperaba la felicidad, y ese idiota no iba a impedirlo. Pero cometió el error de llamarla “Puta”. Y tuve que romperle la mandíbula. El golpe me salió un poco bajo, no fue una diana perfecta, pero hizo blanco, desde luego.

A partir de ahí, la cosa se complicó un poquito. No por parte de Megido, que estaba inconsciente. Al dueño no le gustó el incidente. Yo lo entiendo. Se lo expliqué. “Mire, no he tenido más remedio. Se había metido con mi chica.”. Craso error. Porque mi chica me dijo que no era “su chica”. Que ella no era la chica de nadie. Qué carácter. Era sólo una forma de hablar. Intenté explicárselo, pero el dueño me tomó del brazo para sacarme fuera del local,  y mis amigos se pusieron nerviosos. Desde ese momento, ya no me considero responsable.

Acaba de salir mi chica de declarar. Dice que el puñetazo fue adecuado al improperio. A ver, tendrá que defenderme. No sé hasta qué punto le aticé por el insulto o por las múltiples ofensas de la época escolar. Quiero creer que la mayor parte fue por lo primero. Sí, sin duda le sacudí por el insulto. Pero no puedo negar que me quedé muy, pero que muy a gusto. Y no descartaría que ese crochet de derecha no llevase incorporado alguno de mis suspensos.

No he podido transmitir esos pensamientos a Estela. Creo que no debo provocarla. De momento, me he tomado la revancha, y la he besado sin parar. Y no se ha disgustado. Solo me ha recordado lo que me he perdido todos estos años.

Como si no lo supiera.

 


P.D.: Mis amigos vuelven a vacilarme con lo de mi Fiesta de Cumpleaños. Dicen que gracias a ellos estoy con Estela, que ellos lo prepararon todo. Ella lo niega, pero con poca convicción. No saben que me da exactamente lo mismo. Soy feliz.

martes, 30 de enero de 2018

La Maleta Bajo La Cama

Como preludio a mi colaboración semanal con “Los 52 Golpes“, os dejo su propia presentación, para que podáis conocer mejor el proyecto,

Echadle un vistazo, merece la pena.

 

Hacia mediados de noviembre de 2016, nos topamos con una recomendación que el legendario escritor estadounidense de misterio y ciencia ficción –Crónicas marcianas, Fahrenheit 451 y más– Ray Bradbury (1920–2012) hizo en una ocasión: “Si escribes un relato a la semana durante un año, es imposible que todos sean malos”.
      Se nos metió entonces en la cabeza llevar a cabo ese reto, registrando los ejercicios semanales en una web. Pensamos luego que sería incluso más divertido si invitáramos a más gente a participar (hasta un total de 52 participantes, por cerrar el círculo).
      Con todas esas ideas nos pusimos a reclutar participantes y a diseñar la web. Y así nació Los 52 golpes.
      Tras completar la edición 2017, en la que se publicaron más de 1.500 textos originales, seguimos para bingo, con 52 nuevos participantes en este 2018.

Felices de escribir y de leer. 

Cada semana.

 

En esta ocasión os dejo el microrrelato titulado “La Maleta Bajo La Cama“. Espero que os guste

miércoles, 24 de enero de 2018

Ojos Esclavos (Colaboración semanal con “Los 52 Golpes”

Como preludio a mi colaboración semanal con “Los 52 Golpes“, os dejo su propia presentación, para que podáis conocer mejor el proyecto, aunque os anticipo que se trata de un semillero de buenos ratos de lectura.

 

Hacia mediados de noviembre de 2016, nos topamos con una recomendación que el legendario escritor estadounidense de misterio y ciencia ficción –Crónicas marcianas, Fahrenheit 451 y más– Ray Bradbury (1920–2012) hizo en una ocasión: “Si escribes un relato a la semana durante un año, es imposible que todos sean malos”.
      Se nos metió entonces en la cabeza llevar a cabo ese reto, registrando los ejercicios semanales en una web. Pensamos luego que sería incluso más divertido si invitáramos a más gente a participar (hasta un total de 52 participantes, por cerrar el círculo).
      Con todas esas ideas nos pusimos a reclutar participantes y a diseñar la web. Y así nació Los 52 golpes.
      Tras completar la edición 2017, en la que se publicaron más de 1.500 textos originales, seguimos para bingo, con 52 nuevos participantes en este 2018.

Felices de escribir y de leer. 

Cada semana.

 

En esta ocasión os dejo el microrrelato titulado “Ojos Esclavos“. Espero que os guste

sábado, 20 de enero de 2018

Carta a la Contradicción (Wiwichu 2017)


Si el otro día me disculpaba por el retraso en complacer la petición de Claudia en Wiwichu 2017, he de manifestar que en este caso, no tengo perdón de Dios. He retrasado la demanda de Ursula, y heme aquí, autoflagelándome todas las noches por un olvido tan notable como indeseado. 

No obstante, he creído corresponder a su petición y a mi olvido, con una penitencia a la altura de mi pecado, escribiendo un pequeño poema que, a primera vista, parece que incluso rima. Como el lector de antoniadis9 conoce, escribir poesía es para mí, poco más o menos que un castigo divino. Ni más ni menos que lo que merezco por mi despiste. Y dos Avemarías que en estos momentos musito en silencio, si es que recuerdo la letra.

El blog de Ursula lleva por título “El Blog De Ursulina“, y nos ofrece poemas cortos, pequeños relatos y algunos cuentos. ¿Qué es lo que personalmente admiro de sus escritos?. No sólo se trata de la calidad literaria, que la tiene y mucha. Lo que me llama la atención es la pasión y la intensidad de los mismos. La conexión directa entre corazón y teclado que emana de todas y cada una de sus frases. La capacidad que ofrece al lector de detectar el estado de ánimo de la escritora en todas sus letras, de adivinar las negritas, las cursivas, las pausas y la letra en redondilla. No cabe imaginar una presentación en DIN A4; Sus páginas solo pueden ser exhibidas en pergamino y escritas a pluma de ave, con esa caligrafía perfecta de aquella compañera de pupitre en la que adivinábamos un proceloso mundo interior, una personalidad diferente, soñadora, recta e intensa.

Me atrevo a asegurar, que si rescatara esas redacciones de la adolescencia de la caja en la que guarda sus tesoros, provocaría en los lectores una sonrisa tierna, una mirada mimosa, una caricia en la mejilla. Porque, querido lector, ella es auténtica. 

Y Ursula, en su debut en Wiwichu, me solicitó lo siguiente, en dos fases:

“Qué interesante y generosa suena esta propuesta. Andaba a la espera del Wiwichu sin la mínima idea de lo que era.
En fin, me quedo pensando en ello pues muy lanzadilla en algunas cosas y cobardica para otras, vamos, la contradicción en si misma.
Abrazo grande y felices fiestas!”

“Pues mira justo estoy pensando en una cartita a la contradicción, así tal cual (ya me dirás si es viable o no tiene tema para darle!)”

Seguro que ella no pensaba en algo como lo que le ofrezco, pero no conozco mayor contradicción que traicionarse a uno mismo, y eso es lo que intento reflejar en este pequeño poema. 

Y el resultado final, pasa a poder de Ursula, con mis más humildes disculpas por la tardanza, pero con esa mirada de afecto, el que la profeso.

Feliz Wiwichu 2017 a todos.


 

Carta a la Contradicción

 

Reviso esas fotos teñidas de sepia, y cada vez te encuentro más bella.

Ni siquiera ahora lo entiendo. Lo tuvimos todo: Amor, atracción y pasión.

No fue posible. O lo fue y no quise. Mantuve mi soledad como una religión.

Y cumplí mi penitencia, pasando por la vida, contemplando las estrellas.

 

En cada una de ellas, creí adivinar tu silueta, hallaba el rubor de tus mejillas

Fingiendo tu presencia, sintiéndote a mi lado, en afable conversación

Entrelazando tus dedos, compartiendo tu calor, olvidando la razón

Recordando que en el alma, solo caben sentimientos, las cosas sencillas

 

No se cuando olvidé todo esto, en qué momento decidí que primara el egoísmo

Quizá me atenazó el miedo, acaso dejé de escuchar los latidos de mi corazón

Y me decidí por mares tranquilos, evitando las olas, remando en otra dirección

Olvidando el momento más intenso, el de disfrutar tus besos repletos de erotismo

 

Me equivoqué, me perdí, realicé una mala elección en aquel cruce de caminos

Y ahora estoy penando, vagando por rutas olvidadas, buscando la solución

Abriendo la brújula, desplegando los mapas, intentando deshacer la contradicción

De quererte, de perderte y olvidar que en mi vida, no caben sentimientos interinos

 

 

 

martes, 16 de enero de 2018

No Era El Día (Colaboración Semanal en Los 52 Golpes)

No Era El Día

Como preludio a mi colaboración semanal con “Los 52 Golpes“, os dejo su propia presentación, para que podáis conocer mejor el proyecto, aunque os anticipo que se trata de un semillero de buenos ratos de lectura.

 

Hacia mediados de noviembre de 2016, nos topamos con una recomendación que el legendario escritor estadounidense de misterio y ciencia ficción –Crónicas marcianas, Fahrenheit 451 y más– Ray Bradbury (1920–2012) hizo en una ocasión: “Si escribes un relato a la semana durante un año, es imposible que todos sean malos”.
      Se nos metió entonces en la cabeza llevar a cabo ese reto, registrando los ejercicios semanales en una web. Pensamos luego que sería incluso más divertido si invitáramos a más gente a participar (hasta un total de 52 participantes, por cerrar el círculo).
      Con todas esas ideas nos pusimos a reclutar participantes y a diseñar la web. Y así nació Los 52 golpes.
      Tras completar la edición 2017, en la que se publicaron más de 1.500 textos originales, seguimos para bingo, con 52 nuevos participantes en este 2018.

Felices de escribir y de leer. 

Cada semana.

 

Por mi parte, he aportado dos de esos golpes, el relato de esta semana, “No Era El Día“, y el de la pasada semana, “Declaración de Intenciones“.

Estas dos primeras colaboraciones son microrrelatos de temática negra. Veremos qué nos deparan los 50 golpes restantes.

domingo, 14 de enero de 2018

Tango “El Recuerdo De San Telmo” (Wiwichu 2017)

Con cierto retraso sobre las fechas previstas, que el lector disculpará en aras a la especial complejidad de la petición que atendemos, paso a dar cumplida respuesta a la petición de Claudia.

El blog de Claudia Veronelli se titula “espacio de imágenes y palabras“, y no podía haberse elegido un título más premonitorio. Porque lo que va a encontrar el lector en él, es precisamente eso, un fabuloso collage de imágenes y palabras. Excelentes poemas, magníficas fotografías y una exquisita selección de pinturas, extraordinariamente trabajada.

A mí, personalmente, me llama la atención el hecho, aparentemente contradictorio, de ser una poetisa cercana. Me aclaro. Siempre he pensado que la poetisa era una especie de ser mítico, vestida de túnica, y que se desplaza por la vida casi saltando de nube en nube. Ya sé, ya sé. Un estereotipo, sin duda. Pero cuando lean a Claudia tendrán la misma sensación que yo. Una amiga, con la que nos podríamos estar tomando café cualquier tarde, posee una capacidad de emocionar digna de cualquiera de mis idílicas vates. Lo van a entender en cuanto abran su blog.

Y Claudia, que a buen seguro desconocía mi inutilidad absoluta para la composición musical, por no hablar de la interpretación, me solicitó lo siguiente:

“Yo pediría como deseo, algo sobre mi Buenos Aires querido… La letra de un tango, tal vez… 🙂 🙂 🙂
Sería como un sueño cumplido…. Si no se cumplen en Navidad, cuándo….
Para Reyes, sería genial.”

Y ante un reto imposible, uno solo puede hacer una cosa: Pedir ayuda. Mucha ayuda. Y eso hice. Disfrazando mi SOS de una inocente propuesta musical, embarqué a mi amigo Quique Ramo en una cruzada imposible, perfectamente sabedor de que se lo tomaría como si fuese el día del fin del mundo, y que de ello dependiera la persistencia de la raza humana.

Así, le hice llegar textos imposibles de armonizar, con el subrepticio objetivo de que se lo currara hasta la muerte. Y cuando lo conseguí, le hice constar la absoluta imposibilidad de que un servidor pudiese realizar la parte musical del reto. Ahí no tuve que convencerle, porque es lo que tiene conocernos desde hace cuarenta años. Sabe que es imposible que antoniadis9 entone dos estrofas sin desafinar en al menos tres de ellas.

Y el resultado final, mérito absoluto de Enrique Ramo Mancheño, queda reflejado en las siguientes estrofas, ilustradas con este video-audio, sobre la composición musical del famoso tango “Mano a Mano”.

Feliz Wiwichu 2017 a todos.

El recuerdo de San Telmo

Añorando mis tristezas
Revisando nuestras cuitas
Di de bruces con las fotos
Que evocaron mi dolor
Revisando los paseos
Por las calles de San Telmo
Malgastando nuestro tiempo
Esquivando los tropiezos
De un amor que marchitaba
Como un otoño una flor

Impregnado de razones
Para dejar de quererte
Revestidas las tristezas
De lamentos y de ayer
Hoy me escondo en los rincones
Que ensombrecen mi presente
Y me aparto de las calles
Que los celos torturaron
Evitando el pensamiento
De intentar volverte a ver

El destrozo de un cariño
La arrogancia del orgullo
Dos celadas peligrosas
Que anegaron la pasión
Aguardando que tus besos
Se conviertan en murmullo
Olvidando por momentos
La dulzura de tu arrullo
Y me dice mi conciencia:
“no lo vivas con rencor”

Destrozado por los celos
Inundado por la furia
Conteniendo a duras penas
El deseo de matar
Me refugio entre los velos
Arrastrando mis penurias
Evocando las escenas
En que renacen los besos
Hoy reprimo mi lujuria
Concentrado en mi pesar

Afilando los cuchillos
Revisando tus costumbres
Escondido en los herrumbres
Yo te quiero asesinar
Estudiando los momentos
Voy fumando un cigarrillo
Enumero los lamentos
Y repaso mil momentos
Esperando ver tu cuello
Que siempre quise besar

Encerrado en esta celda
Protegido entre barrotes
Me permito ver tu rostro
Que este muro me cegó
No por ello me consuela
Solo espero al del garrote
Que aparezca aquel verdugo
Que me arrojen al arroyo
Que se consuma mi vela
Que se acabe mi sufrir

sábado, 13 de enero de 2018

Una Simple Confusión (IV)

En ciertas ocasiones, un elemento mundano es capaz de aportar la cordura que nos falta, simplemente estando ahí, pasivo, indiferente, formando parte del paisaje urbano. Y en cambio, nos ofrece una salida, una respuesta, como la presencia de un faro en el horizonte. En este caso, algo tan poco sofisticado como la luz verde de un taxi libre, consiguió arrancarme de los más profundos pensamientos para colocarme en la senda, ya fuese correcta o lo contrario. Me abalancé hacia la portezuela trasera, dispuesto a dar por finalizada mi noche de cumpleaños, mis ilusiones y mi vida, para abrirme paso en la monotonía del día a día, cuando sufrí una parálisis motora generalizada, justo al oír una frase a mis espaldas.

“¿Vas a dejarme plantada otra vez, como siempre, como cuando éramos chiquillos?”

No sé si me molestó más el tono o el contenido. Es cierto que a veces cuesta trabajo extraer la esencia, la verdad de un mensaje transmitido, pero en aquel caso, en ese preciso instante, interpreté que Estela había mentido. Y con chulería. No es cierto que yo la dejase plantada, y mucho menos debía hacerme llegar ese mensaje desde una posición de superioridad. Podía aceptar que no me hubiese hecho ni caso, porque para eso es muy libre de elegir a sus amigos, sus amantes o sus novios, pero me parecía el colmo de la desfachatez que transmitiese una realidad alternativa y radicalmente opuesta a lo que sucedió.

Barajé dos opciones: Decirle que estaba mintiendo como una bellaca o, por el contrario, decirle que mentía como una bellaca. Opté por introducirme en el taxi, mirarla con cara de asombro y desearle una feliz noche. Tuve tiempo, desde la puerta de la discoteca hasta su casa, porque la muy meretriz se metió en el taxi unas décimas de segundo antes de que cerrase la puerta trasera. Y una vez dentro, lo que no podía hacer era olvidar mis deberes de caballero hidalgo español.

Me sorprendió oírle pronunciar la dirección de destino. “Paseo de Santa María De La Cabeza, a la altura del Puente de los Capuchinos“. Lo último que podía esperarme de ella era que siguiese viviendo en casa de sus padres. Se vio obligada de aclararlo, a la vista de mi cara de asombro. “Me he divorciado y, de momento, vivo con mis padres“. Ese detalle me permitía iniciar una línea de conversación interesante, qué duda cabe. Y abordé el asunto con extraordinaria intrepidez y audacia. “¿ Y cómo están tus padres?“.

Me miró, incrédula. “¿De verdad te interesa más saber cómo están mis padres que cómo estoy yo?“. Desde luego, la niña no se iba por las ramas. Decidí que hasta ahí habíamos llegado. “Mira, discúlpame si te parece que no actúo o hablo cómo tú esperas. Quizá sería más fácil que me explicases qué coño esperas de mí. Llevamos sin vernos décadas, y me estás empezando a acariciar mis partes nobles con una lija del siete. No sé si te alegras de verme, y lo disimulas de maravilla, o si de verdad esperabas un recibimiento con loores, confeti y alabanzas. O…“. Se me encendió la lucecita. “O es que alguien o alguienes te han dicho alguna cosa que te haya hecho pensar…“.

En ese momento puso cara de extrañeza, como si le estuviese hablando de las costumbres de apareo del cangrejo de río. O era una gran actriz o no sabía de qué le estaba hablando. “Oye, guapo, yo tengo la sana costumbre de pensar por mí misma“. Y aquí le cambió la expresión facial. Menos mal que ya estábamos doblando por la calle Antonio López, y la tortura sólo se extendería unos minutos más. Volvió la cara hacia la ventanilla, aparentemente extasiada, como si estuviese en Budapest, contemplando el paso del Danubio por debajo del Puente de Las Cadenas, cuando en realidad pasábamos frente al Cuartel de Bomberos. Simplemente no quería verme, o no quería que la viese.

La despedida fue cortés por mi parte, y gélida por la suya. El balance de la noche no había podido ser peor. Un cumpleaños inolvidable, en el sentido literal de la palabra. Y tenía no menos de media hora hasta mi apartamento. Le sugerí al taxista que tomase la ruta del centro, accediendo a Atocha y subiendo por el Paseo De La Castellana. Quizá no quería llegar a casa, acaso buscaba compañía exterior. Al poco de rebasar el Estadio Santiago Bernabéu, pedí al taxista que me dejase en el lateral. Necesitaba o quería una última copa. La conseguí por los pelos. Ya nada era como antes, como cuando cerrábamos los bares al amanecer, cuando se echaban los cierres y comenzaban a suceder las cosas. Cuando no te esperaba un apartamento vacío, sino un poco más de juerga. Cuando te partían el corazón a diario y cicatrizaba como por arte de magia. Nada era como antes. Cuando los amigos eran leales, te arropaban y te mimaban. Hoy por ti y mañana por mí. Cuando ellas eran el enemigo y el objetivo. Cuando las reglas estaban claras.

Salí casi a rastras del local. Afortunadamente,  tenía todo el día para recuperarme de la borrachera. La fatiga física pasaría. Otra cosa era la mezcla de sentimientos encontrados que abordaban mi alma. Quería sentirme utilizado, pero para ello me faltaban evidencias. Humillado, porque para ello me sobraban evidencias. Inútil, porque lo era. No supe ver más allá de mis recelos, de mis almenas, de mi orgullo adolescente. Lo único relevante en esa noche de locos era la presencia de ella. Los últimos años había intentado borrarla de mi corazón, pero había utilizado la táctica equivocada. Como cuando intentas cambiar una palabra sobreescribiendo encima de ella. Lo lógico, lo más eficaz hubiera sido borrar y comenzar de nuevo, pero jamás lo hice. Admítelo, siempre estuvo allí, me dije. Y ahora que de verdad estaba, la expulsé de mi vida, con el método más burdo concebible, el de negarme y negarle sentimientos y emociones que en realidad presidían todos los actos de esa noche. Sólo quedaba desear que las pocas horas que quedaban hasta el alba, pudieran mitigar o camuflar el dolor que sentía. Al menos, disimularlo.

Como era de esperar, la mañana no cambió nada en absoluto. Al despertar estaba exactamente igual de jodido y mucho más resacoso, lo que únicamente aportaba a mi diatriba sentimental, un punto de vista mucho más radical. Consideré esa noche como una señal del destino, un signo inequívoco de que jamás debía permitir que hechos o sentimientos, ya fueran pasados o presentes, alterasen el equilibrio inestable que mantenía conmigo mismo. Y ello obligaba a mantener un cierto alejamiento de cualquier elemento perturbador. Así, ignoré los mensajes y llamadas de mis supuestos amigos, indagando al respecto de mi prematura huida de la discoteca, preguntándome si me había gustado la celebración y “las sorpresas”. Y ya, envalentonado, rechacé una llamada procedente de un número fijo que conocía indirectamente, ya que comenzaba por los números habituales de mi antiguo barrio. En el mejor de los casos era una llamada de Estela, desde la casa de sus padres. Por supuesto, la ignoré.

En lugar de intentar aclarar las cosas con mis amigos, incluso con ella, opté por una estrategia mucho más inteligente. El proceso analítico que utilicé para justificar mi elección, no podía ser más sólido. Si interrogaba a mis amigos al respecto de una posible encerrona, previamente pactada con Estela, para hacerme pensar que la llama del pasado se había reavivado misteriosamente, ellos lo negarían. Bien. Por tanto, se habrían debido producir los siguientes hechos independientes y simultáneos. Número uno. Una simple coincidencia espacio-temporal; Nosotros y ella, a la vez, en el mismo garito. Número dos, que ella decidiese, como por arte de magia, que quería no solo salir del local conmigo, sino que, además, la noche acabase con los dos compartiendo lecho. Número tres, que sus sentimientos hacia mí hubiesen sido reprimidos, no solo por mí, que eso era una certeza, sino por ella. Porque en el caso de que esos sentimientos fuesen sobrevenidos, es decir, que nada más verme en la disco, se hubiese encoñado conmigo, sería el hecho número cuatro. Y si todo eso se hubiese producido simultáneamente, tendría tres actuaciones a reprochar. La primera, a mí mismo, por ser un completo gilipollas. La segunda, a ella, por no haberse percatado de que yo era un gilipollas. Una cosa es que yo no reparara en ello ya que, al ser un estúpido integral, estaría plenamente justificado, y otra muy distinta, es que ella, siendo la chica, y por tanto lista y aguda, no se hubiese dado cuenta. Y la tercera, no haber jugado mucho más dinero a la Lotería de Navidad, dado el acúmulo de hechos favorables en mi entorno.

Imagen destacada tomada por Concepcion AMAT ORTA… [CC BY 3.0], via Wikimedia Commons

viernes, 12 de enero de 2018

Carta De Amor Tras La Barra

“Mi Adorada Sara:

Nunca vas a saber mi nombre, porque tu desprecio acabaría conmigo y no puedo arriesgarme. La penitencia a mi cobardía será la certeza de saber que no podré posar mis labios en los tuyos en toda mi existencia. La tuya, la certeza de que no podrás conocer a la persona que te hubiera hecho feliz.

Somos, por tanto, dos seres desgraciados. Yo ya lo era por la seguridad de tu desprecio y tú lo serás por la incertidumbre de saber que has podido perder el amor verdadero para siempre.

Quédate con las rosas, que es tu flor: La más bella, la más esquiva y la más efímera

Tuyo”

 

De Rosas y Letras , por Antoniadis9

jueves, 11 de enero de 2018

Entre Los Riscos

“Vete, progresa entre los riscos,

arrastra tu vanidad por el barro,

recibe los vientos y las lluvias en tus mejillas,

tropieza y sufre la dolorosa carrera de la vida,

o camina recto entre las flores hacia la absurda meta de la monotonía”

 

Antoniadis9

Extracto de “Una Simple Confusión (III)

Imagen By RodriJ (Own work) [CC BY-SA 4.0], via Wikimedia Commons


viernes, 5 de enero de 2018

Unicornio, Incienso y Mirra

La noticia saltó como un misil nuclear. El Grupo de Historias Bíblicas de la Universidad de Trípoli, ha podido descartar, fuera de toda duda razonable, la Leyenda de que los Reyes Magos acudieran a adorar al Niño Jesús montados en camellos, incluso en dromedarios. Los vestigios descubiertos a orillas del Río Jordán, demuestran que los correajes empleados para guiar a los animales que transportaban a SSMM, no se acoplan exactamente a la anatomía de los camélidos. Si bien es cierto que existen correas para lo que podría ser el cráneo y la mandíbula de los animales, que a todas luces ha podido ser la causa de la confusión, no es menos cierto que se ha observado la existencia de un agujero labrado en el correaje, de posición centrada y diámetro amplio, cuya utilidad sería nula en el manejo de camellos y dromedarios.

Se especula con dos hipótesis. Por un lado, la más conservadora, habla de un principio de eficiencia en la fabricación. Una especie de correaje multiuso, homologado para todo tipo de animales de tiro y transporte, que simplemente ofrecería múltiples posibilidades de anclaje, incluidos fardos y enseres. Quizá sería una manera burda de sujetar un ánfora cilíndrico, que pudiese transportar el agua de los viajeros, aunque en principio se descarta por razones ergonómicas.

La segunda opción parece mucho más realista, y nos ayudaría a entender algunos de los misterios que siempre han envuelto la figura de los Reyes Magos de Oriente. Los investigadores formulan la hipótesis de que los animales que transportaban a los Reyes Magos, fuesen simplemente unicornios, a diferencia de lo  mantenido por la tradición cristiana, durante tantos siglos. Obviamente, eso explicaría la aparición del orificio descubierto en el centro del correaje. Pero también resolvería el misterio de la celeridad de los Reyes en su entrega de la noche del cinco de enero. Naturalmente, no se discute el incremento de eficiencia logística, si SSMM viajasen montados en un animal tan completo como el unicornio. Rápido, mágico, centelleante y colorido. Así es como los investigadores describen a esos animales. Por una vez parece que la ciencia y la ilusión van de la mano, porque…¿Qué esperamos los ciudadanos de a pie, de una figura mitológica como el unicornio?

En realidad, no demasiado. Los queremos en nuestras vidas porque proyectan un halo de esperanza que nos permite encarar las múltiples dificultades e incidencias que nos encontramos en el día a día. Porque nuestra existencia se ve tiznada de sombras y oscuridad mucho más a menudo de lo que nos gustaría. Quizás porque nuestros poetas han tirado la toalla de la esperanza, y se limitan a la simple descripción de las desgracias ya conocidas. Acaso porque bardos y trovadores han desterrado las rimas y elegías, para concentrarse en una crónica canción protesta, cuya tristeza y melancolía, se ve acentuada por los lastimeros rasgueos de sus laúdes. Porque los niños parecen contagiarse de esa atmósfera de pesimismo vital que afecta a nuestra sociedad, sin que los juegos, las risas y las bromas parezcan ser aceptados por los usos y costumbres.

En efecto, queremos, necesitamos, un unicornio en nuestras vidas. El mío es monocromo, lo confieso, pero lo tuneo todas las Navidades, le tizno de colorines, de estrellas, de globos y de lunares. Subo a todos los niños que me encuentro, para que observen las cosas en perspectiva, para que sepan que existe otro mundo, el de las nubes, el del arco iris, el de los aprecios y los gozos. Solo en Navidad, qué le voy a hacer. Porque mi unicornio ya es mayorcito, no puedo castigarle con la responsabilidad de resolver todos los males del mundo, he de dosificarlo para ocasiones especiales, en las que los corazones estén predispuestos, en los que los colores y las luces no sean rechazados como un incordio. En el que los regalos y los abrazos, formen parte de la agenda del día.

Y cuando me abandone, cuando mi unicornio parta por fin a las praderas de su retiro, para cabalgar y volar libre, sin correajes ni ataduras, espero que desde donde se halle, pueda transmitir a los nuevos unicornios la magia de la Navidad, de la época en la que su trabajo, su único trabajo, es el reparto indiscriminado y aleatorio de afectos y alegrías, extendiendo su estela a lo largo del Calendario de Adviento.


La Guitarra Y El Metro (Wiwichu 2017)

Wiwichu 2017

Hoy atendemos la petición de Víctor Nanclares. Se trata de un Artista, y lo recalco. Lo es por capacidad, por convicción, y por ejercicio diario. Formal e informal. De estas personas que regalan risas, sonrisas y muecas. De los que te regalan entradas para compartir su talento en cualquier escena cotidiana. De los que no pueden contener una risa cuando se cae una grapadora, o cuando se bloquea el disco duro. De los imprescindibles, de los necesarios en nuestras vidas.

Y además, es un devoto del Cine. De los que adoran las obras maestras y de los que dinamitarían un montaje final inadecuado. De los que sufren con una mala peli. De los que lloran con una obra maestra. Y de eso va su blog, de cine. Se trata de una especie de crítica de revista, pero con más pasión y objetividad, y siempre desde la perspectiva del actor.

Y Víctor solicita lo siguiente:

Así como petición…un relato que incluya las palabras: Oscar, tabaco y turrón.

Y con esta entrada, atendemos su Wiwichu

La Guitarra Y El Metro

 

Coincidíamos todos los días, excepto los jueves. Su guitarra acústica, su amplificador minimalista, su cartón de tabaco para las monedas. Ocupaba la parte trasera de la entrada al metro, casi adosado al kiosko de periódicos. Una ubicación perfecta, con una densidad de paso extraordinaria en las horas punta. No cumpliría los setenta, pero mantenía un porte comparable al de un veterano Director de Orquesta. Agil, dinámico, con ojillos vivaces. Más delgado que enjuto, y más cordial que simpático. Nunca supe su nombre, simplemente era El Músico, y creo que para él significaba más que un Ducado.

Con el tiempo, me fui familiarizando con el repertorio. Nada de grandes éxitos, nada de estruendo, nada de ritmos agitados. Alternaba el blues con el pop melódico, algún rock muy suave, el que siempre interrumpía mi paso ligero, y provocaba que una y otra vez, perdiese el mejor de los trenes.

Poco a poco desarrollamos una especie de código de silencio, mediante un amplio catálogo de intercambio de muecas. “Hoy hace frío”, se traducía con un estremecimiento general, algo exagerado, realizado por los dos al unísono. “Los de hoy no dejan ni para un café”, se representaba a través de un ejercicio exagerado de cierre de puños. “Hoy ha venido tu amiga, la guapa”, me era comunicado a través de un cambio de estrofa forzado, fuese cual fuese la melodía que estuviese interpretando. Digno de un Oscar de Hollywood.

Esta mañana no le he visto. Y hoy no es jueves. La del kiosko no sabe nada. He forzado mis horarios por si le veía. He caminado en torno a los bares más tradicionales y baratos, donde de cuando en cuando podría solicitar una taza de café. Compré algo de turrón, como una especie de aguinaldo navideño. Me acerqué a vigilar otras estaciones próximas, por si hubiese realizado algún cambio de emplazamiento por razones estratégicas. Creo que hice lo que razonablemente se me podría solicitar.

Pero ésta es mi duda. De haber hablado, de haberme interesado por su vida, habría detectado algún hipotético problema de salud, algún problema familiar. Quizá un abuso de alcohol. Acaso se trataba de un vagabundo sin suerte, sin domicilio estable ni amigos en los que apoyarse. Y yo sólo intercambiaba algunos gestos, poco comprometidos, de baja intensidad, los que podría hacer en el trayecto del ascensor con un vecino lejano.

En cambio, él formaba parte de mi vida. En esos quince minutos, los que tardaba de mi casa al metro. En esos veinte minutos de trayecto hasta el trabajo. El conseguía generar una ilusión que duraba treinta y cinco minutos cada uno de los días de mi existencia. Y yo no fui capaz de intercambiar con él, siquiera dos palabras.

 

 


miércoles, 3 de enero de 2018

Ella, Hegel Y, Si Acaso, Yo (Y VI)

El post de hoy atiende a la petición de Ana, desde su blog http://ift.tt/2Ei9qAo y el de Mayte Blasco. La entrada de hoy, continuación , se inicia en una biblioteca, como solicita Mayte, prosigue en un entorno de debate filosófico, como ha solicitado Ana, y  concluye en una biblioteca, siguiendo los deseos de Mayte.

Obviamente, la concurrencia no tomó mi negativa en serio, y detectando que el juego podría alargarse definitivamente hasta la salida del sol, momento en el que el chocolate y los churros tomarían el relevo de los besos y caricias, propusieron miles de estrategias para evaluar el resultado final del desfile ciego.

Y una vez más, Julia tomó la voz cantante. Se había convertido en una extraordinaria maestra de ceremonias, en lo que se refería a tocarme los huevos. Mira que yo había llegado a la noche con perspectivas muy escasas, con el afán de pasar cuasi desapercibido y, todo lo más, iniciar algún tipo de contacto que pudiera llegar a ser confirmado en los próximos días o semanas, pero de forma mucho más convencional. También había considerado la posibilidad de tener algún fugaz encuentro sexual, pero más o menos como cuando compras un billete de lotería, con ilusión, pero sin esperanza. Pero su presencia, lo había cambiado todo. Ahora era una especie de bufón medieval, en un entorno cuasi medieval, pero con el noble propósito (inducido), de entretener a la concurrencia. Había que ponerle fin, pero ella no consintió.

“Bien, ya que Toni ha recibido los besos y caricias de todos los asistentes, se le insta a que revele el nombre de la afortunada besadora misteriosa, en el caso de que lo haya podido averiguar”. Desde luego que no tenía ni puñetera idea, pero no iba a reconocer ese hecho. Ni el contrario. Alcé los brazos, protesté con débiles argumentos y recibí un diluvio de chanzas y risas. Yo solo esperaba que aquello acabase para volver a mi vida habitual, tras los churros, por supuesto. Pero ya saben aquello de que el hombre propone, y siempre hay una mujer para joderlo. ¿O no era así? En cualquier caso, vino una mujer y lo jodió, pero del todo.

“En estos momentos de duda, desconocimiento y sospecha, no tenemos más remedio que recurrir a la ayuda de los expertos”, declamó a voz en grito, aquella que se había convertido en alma mater de la fiesta. “Este desempate ha de resolverse al estilo hegeliano, ¿no estáis de acuerdo?”. Las vibraciones procedentes de los gritos de jolgorio de los asistentes, seguramente habrían tambaleado los cimientos del monasterio. Yo estaba completamente seguro de que el noventa por ciento de los asistentes no había oído hablar de Hegel, y el diez por ciento restante, no se imaginaba cómo alguien podría retorcer los postulados de Hegel, hasta tal punto que pudiera resolver una disputa en un concurso de besos. Tuve que callar, porque no tenía ni puñetera idea de las intenciones de aquella Mefistófeles improvisada (o profesional).

“Ya sabéis que Hegel defendía que la historia se explicaba porque un grupo formulaba una idea, lo que era conocido como tesis. Otro la rebatía (antítesis), y de la confrontación entre ambas ideas, el debate se enriquecía con la propuesta de una síntesis, que pasaría a ser la nueva tesis. Pues bien, nosotros hemos asistido a la Tesis, es decir, a los besos que le hemos proporcionado a Toni. Como éste es un tanto ceporro, un poco insensible, quería decir, vamos a lanzar una antítesis. Y va a ser él quien la formule, besando a las chicas que se presten, pero con los ojos vendados, con el fin de enriquecer la concentración, explotar la sensibilidad de los sentidos, y evitar que nos estafe, eligiendo a la chica que a él más le guste. En cualquier caso, habríamos obtenido la deseada síntesis, la resultante de la tesis y la antítesis, o sea del beso recibido, y del proporcionado. Si el mejor beso se lo otorga a una chica fea (que no es el caso, porque todas estamos buenísimas), pues tendrá que cargar con la culpa el resto de sus días). Si no es capaz de detectar a la chica que le ha proporcionado el beso que ha originado todo este sutil proceso deductivo, se quedará vagando por la vida, sin otro recurso que el sufrimiento eterno, o la autosatisfacción crónica “. No estoy seguro de que fuese este último destino, o simplemente la cabronada que estaba proponiendo. El hecho es que nuevamente había obtenido un extraordinario éxito en mi función de bufón improvisado.

En esta circunstancias, no cabía otra opción que la de pensar rápido. Con disimulo, localicé el post-it donde había anotado los detalles de la cita de la reunión, que aún mantenía ciertas propiedades adhesivas, y antes de que procediesen a vendarme los ojos, condición sugerida por Maika, a la que el cambio de año no había conseguido convertirla en otra persona, y que seguía siendo la reina de los zorrones, me acerqué a Julia decididamente, como si fuera a implorarle piedad, asiéndola suavemente del hombro izquierdo con mi mano derecha. En ella llevaba el post-it, que deposité suavemente en su omóplato izquierdo. Alea jacta est.

Y ya sólo quedaba disfrutar. Fui besando una a una a todas las asistentes, disfrutando de un catálogo variado de los mejores ósculos, proporcionado por las exquisitas jóvenes presentes. Pero el fugaz y delicado piquito que había recibido de la misteriosa joven se tornó en un descarado beso de tornillo, con el que disfruté como un enano, atizado a todas y cada una de las mujeres presentes. El procedimiento, el mismo para todas. Las asía delicadamente con la mano posada en su hombro, y procedía a ejecutar la maniobra. Variedad, calidad y gozo. Extraordinario Hegel, vive Dios.

En un momento dado, creo que fue en el séptimo beso, detecté la presencia del post-it en el omóplato de la afortunada, y ahí me vine arriba, más por venganza que por deseo. Y me dediqué en cuerpo y alma a ajustarle las cuentas a ese diablillo, esperando haberle proporcionado el mejor beso que hubiese recibido en su vida. No sé si lo conseguí, pero que lo intenté, puedo certificarlo. Y protestas, no recibí ni una.

Al finalizar el recorrido, me quitaron la venda de los ojos y me preguntaron por el diagnóstico. Yo, a esas alturas, ya estaba muerto de risa, y carente de cualquier tipo de sensación vergonzosa. Manifesté, alto y claro, que no había podido detectar a la misteriosa besadora, pero que estaba seguro de poder hacerlo, tras una segunda ronda. Las risas y los lanzamiento de cojines, coincidieron con las campanadas que marcaban las ocho de la mañana, hora de apertura de la churrería local y, como un ejército bien entrenado, acudimos a recoger los restos de la cena y nuestras pertenencias. Nos citamos en la puerta principal en diez minutos. Yo tenía poco que guardar, por lo que me dirigí a la biblioteca para esperar al resto, curioseando nuevamente entre los magníficos volúmenes existentes. Y entre ellos, mirándome fijamente, con una expresión adusta, confundida o acaso reprobadora, la “Fenomenología Del Espíritu”, de Friedrich Hegel. En su interior, un retrato que, ruego a Dios, no le hiciese justicia. Desde luego, no tenía el aspecto de un hombre que hubiese proporcionado muchos besos en su vida. Supongo que es lo que tiene filosofar durante décadas para que luego, unos pervertidos como nosotros ajásemos sus pensamientos con propósitos lujuriosos. Ya se sabe que cuando el autor pone a disposición del público su obra, ésta pasa a ser patrimonio de éste. Así que, a joderse.

Mientras fastidiaba a Hegel con este tipo de pensamientos impuros, las risas iluminaron la habitación. La reina de la fiesta había hecho su aparición. Ya desprovista del sexy vestido negro, se había colocado unos tejanos que la hacían mucho más terrenal. Mientras que con el vestido parecía lo que había sido esa noche, una revolucionaria, interesante, inteligente y brillante mujer, con esos pantalones vaqueros, se convertía en esa vecina del piso de arriba de la que has estado enamorado toda tu vida, y a la que contemplas traspasar el portal con uno y otro novio, hasta que finalmente se casa y se muda de tu barrio, mientras que tú te quedas destrozado en el descansillo de la planta baja, preguntándote por qué no le dijiste nunca lo que sentías.

Complementaba su atuendo con un asexuado pero eficaz jersey de lana, que me recordaba a esos privata de mi adolescencia, seguramente inspirado en ellos, unas botas altas de montar, y un pañuelo colorido colocado en la cabeza, con el que me hubiese gustado atarle las manos y besarla hasta la siguiente Nochevieja. Sobre la marcha, me preguntó, así, a bocajarro, dos cosas, casi sin esperar respuesta. “Toni, me he fijado en que el vestido que me acabo de quitar tenía un post-it, escrito con letra de médico. ¿Por un casual, tú no sabrás a quien pertenece, ni el propósito del mismo?”. Contesté, un tanto burlón: “Chica, ni idea. A lo mejor se trata de una versión moderna de las miguitas de Hansel y Gretel, o el hilo de Ariadna, para marcar el camino de salida. O podría tratarse de un remake de los cantos de sirena, los que llevaban a los marineros de Ulises a las rocas donde naufragaban”. Y acto seguido, el obús: “¿Y estás completamente seguro de que no sabes quién te dio el beso?”. Ahí, creo que tuve un momento de inspiración. “Estoy tan seguro de que no sé quién me dio el primer beso, como de quién me hubiese gustado que lo hubiera hecho. Y mucho más seguro aún de quién me ha proporcionado el mejor beso de la noche.”

Y, con el único propósito de no dejar interrogantes abiertas, así con fuerza la cintura acolchada por el jersey de lana, coloqué mi mano izquierda por debajo del pañuelo, y acerqué sus labios a los míos. Creo que la solté porque entraba en apnea, no por el hecho de que todos nuestros amigos nos hubiesen encontrado morreando en la biblioteca, y mucho menos porque nos esperasen el chocolate y los churros.

Alguna vez le he preguntado si ese beso misterioso procedió de sus labios, o aún pulula por la Sierra de Guadarrama alguna admiradora secreta. Lo hago para chincharla, porque lo único que me interesa en la vida es estar a su altura. Pero solo obtengo una respuesta, sean cuales sean las circunstancias en la que le formulo la interrogante:

“Tú, es que eres gilipollas”

Jakob Schlesinger [Public domain], via Wikimedia Commons


martes, 2 de enero de 2018

ANTONIADIS9 Y LOS ARGONAUTAS (COLABORACIÓN EN DESAFIOSLITERARIOS.COM) “EL SOMBRERO DE PANAMÁ”

Como sabéis, he iniciado una colaboración semanal con el maravilloso equipo que construye una de las mejores páginas web literarias en habla hispana, desafiosliterarios.com

Esta colaboración se ha diseñado en forma de columna semanal, que está a vuestra disposición todos los lunes alrededor de las 18:00, hora española.

La he titulado “Antoniadis9 Y Los Argonautas”, porque mi objetivo es conformar una especie de ejército literario que pueda superar todas las pruebas a las que se vea sometido, tanto por los avatares contemporáneos, como por las leyendas y mitos que pudieran provenir de la antigua Grecia.

Así es, querido argonauta. Gracias a ti, me veo capaz de superar todos los desafíos imaginables ya que, como bien sabes, la pluma es más fuerte que la espada. O eso esperamos.

El título del relato correspondiente al día uno de enero, que se ha pospuesto para hoy por razones obvias, es:

“El Sombrero De Panamá”

 

Ya tenéis a vuestra disposición las cinco primeras entradas:

 

¿Quieres ser un Argonauta más? No dejes de pasarte por desafiosliterarios.com todos los días, y especialmente cada lunes a partir de las 18:00 h.


lunes, 1 de enero de 2018

Ella, Hegel Y, Si Acaso, Yo (V)

Bien, considerando detenidamente lo que acababa de ocurrir, podríamos llegar a la conclusión de que la noche, inesperadamente, había resultado enormemente exitosa. Me habían acariciado y besado, y eso es mucho más de lo que esperaba cuando comenzamos el paseo junto al río.

Es posible que el lector piense que es una lectura excesivamente prudente, y que se trata de un triunfo clamoroso de la intelectualidad frente a la belleza, dado que lo único que hice que pudiese justificar tal victoria, fue dirigirme al auditorio para manifestar mis puntos de vista. Y no es que les quite la razón, estuve muy digno. Pero antes habría que analizar algunos apartados que quizá el lector no haya considerado.

En primer lugar, la eterna cuestión, la duda que suele embargar al varón en el momento que culmina su proyecto de captación de pareja temporal. ¿Qué demonios he hecho para que esta joven me acompañe  a pasar la noche?. Más que nada, por repetirlo en otras ocasiones. Nunca he obtenido una respuesta clara a esta pregunta. Siempre me han dicho lo mismo. “No lo sé, simplemente me apetecía estar contigo”, o mentirijillas piadosas de la misma estirpe. Que se trata de un argumento falaz, es obvio. Las mujeres no hacen nada sin tener una buena razón. Y compartirla con nosotros, sería un detalle de buen gusto, pero no suele ocurrir.

En segundo lugar, un pequeño detalle que no es baladí, y que reconozco me causaba cierta zozobra. En efecto, había recibido una caricia y un beso, en el mismo lugar donde me encontraba admirando la silueta serrana. Pero, para mi suerte o desgracia, no tenía la más mínima idea de quién había sido el artífice. Por poder, podría haberse tratado de algún, en lugar de alguna. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. No, no podía ser. Esa mano había recibido cuidados hidratantes en cantidades muy notables. ¿Algún metrosexual? Lo dudo, pero no es imposible.

Digamos, para mi alivio, más que nada, que pudiera tratarse de una mujer. En ese caso, la gama de problemas esperables podría oscilar desde el desastre completo, si hubiese sido una de las chicas emparejadas, hasta el Gordo de Navidad, si la artífice hubiese sido Julia. Premios de consolación, en el caso de que no fuesen ni unas ni la otra.

Empecé a considerar la posibilidad de que todo hubiese sido producto de mi imaginación, o de mi intoxicación, para ser precisos. ¿De verdad me habían besado, me habían acariciado? Y si había ocurrido, ¿porqué no se quedó a mi lado para esperar mi reacción?. Necesitaba ayuda, y rápido.

Enfilé el camino de la biblioteca, musitando una excusa. Enganché el tomo de la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert, hasta que me di cuenta de que estaba en francés. Busqué algún diccionario de francés, hasta que encontré la palabra que buscaba. “Baiser”. Desistí de la búsqueda más compleja, como “por qué las mujeres besan a los hombres”, o “besos en nochevieja”. Buscaba una respuesta sencilla y clara.

La estancia estaba iluminada de forma muy tenue, no habían entrado aún los rayos del alba, ni se habían accionado las fuentes de luz eléctricas, por lo que me costaba leer con nitidez. Me dirigí a un rincón, casi a tientas, buscando lo que parecía ser una lámpara de pie. Conseguí encontrar el interruptor, y cuando me volví hacia el tomo que tenía abierto, casi me caigo de espaldas. En la puerta, apoyada en una cadera, y con una sonrisa burlona, se hallaba una de las sospechosas del evento.

Te dije que si estabas buscando información sobre mí, podías preguntarme directamente“. Avanzó, cogió el tomo, pero no podía saber exactamente el término que estaba buscando, solo que empezaba por la letra B. “Jugamos a Veo-Veo, Toni. ¿Una cosita con la letrita B?“. “No es necesario, Julia. Buscaba la palabra “belleza”, pero tu llegada me ha aclarado las dudas

Vale, quizá demasiado tosco, y desde luego, muy poco sutil. Pero no se lo tomó a mal. Se sentó, me invitó a hacer lo mismo, y empezamos a charlar distendidamente sobre lo bien que se había dado la noche. Ella tampoco esperaba mucho y en cambio, decía habérselo pasado bien. Aproveché el momento para preguntarle, de forma extremadamente delicada, si había sido ella la que me había besado. Su respuesta me hizo dudar.

¿Me estás diciendo que algún zorrón de las de ahí dentro te ha morreado y no sabes cuál es?“. Hombre, dicho así, sonaba francamente mal. No estaba seguro si me estaba tomando el pelo, estaba indignada o encontraba la situación realmente cómica. Abochornado, hube de confesarle cómo se había desarrollado el ataque. Simplemente estaba, miraba, sentía y, cómo decía Cervantes, “fuese y no hubo nada

Las carcajadas resonaron en la totalidad del Monasterio y, en el supuesto caso de que hubiese una conexión espiritual directa con el de arriba, (nos hallábamos en un lugar de culto), el uso de la castiza expresión “Se ha enterado Todo Dios”, estaría muy bien aplicada en ese contexto. Alguno de los amigos asomó la cabeza, para asegurarse de que no había sucedido nada irreparable, y se conformó al verme sentado en un sillón, avergonzado y humillado, mientras que Julia se retorcía en un sofá olímpico, muerta de la risa. Supongo que pensaría que le había tirado los tejos y que ella se había deshuevado. Previsible.

Aunque en toda mujer hay una actriz, que normalmente suele destacar en el género dramático, tuve que deducir que esa espontánea vis cómica, no era fingida. Aunque, francamente, nunca se sabe. Lo que sí es cierto es que a veces no hay mal que por bien no venga, y a ella se le ocurrió una manera muy sencilla de hallar a la roba-besos. “Mira, vamos a hacer lo siguiente: De momento, vamos a recrear la situación allí mismo, junto a aquella ventana. Tú vuelves a contemplar la Sierra Del Guadarrama, y yo me encargo de que las asistentes femeninas a esta Nochevieja tan…singular, vayan pasando por aquí, te acaricien, te besen, y así, salimos de dudas.”

Estaba completamente seguro que ante esta situación, la Enciclopedia, Diderot, D’Alembert, el reputado Profesor López-Müller, y seguramente un resucitado Sigmund Freud, habrían hecho una de estas dos cosas: Bien escribir sobre ello, bien salir huyendo a lo que le dieran las piernas. Lo que no acabo de entender es cómo me escuché a mí mismo balbucear algún tipo de …inconveniente a esa idea, simultáneamente a la maniobra de Julia de abandonar la habitación en busca de las otras chicas. Simplemente me planté frente a la ventana, rogando al cielo que todo fuese una broma y que no tuviese suficiente decisión para llevar a cabo tan descabellado plan.

Empecé a sospechar que se avecinaba la tormenta cuando todas las asistentes a la velada, y la mayor parte de los varones, se agolparon en la puerta de la biblioteca para general regocijo. Los chicos me felicitaban por la brillante y original idea que había tenido para triunfar esa noche, lamentándose de que a ellos jamás se les habría ocurrido, y por supuesto, consiguiendo empeorar la situación exponencialmente. Las chicas habían formado una disciplinada fila para acometer el desafío, con el permiso expreso de sus parejas, en el caso de tenerlas y estar presentes. Y Julia, como un Mariscal De Campo, organizando las operaciones.

“Las reglas son las siguientes: Las chicas os vais acercando a Toni, en silencio, le rozáis el antebrazo izquierdo y le proporcionáis vuestro mejor beso. Solo un piquito, sin lengua ni excesos. Se trata de resolver el misterio, no de que os vengáis arriba. De haber querido tener sexo con este pobre, tendríais que haberlo pensado mucho antes. Ahora solo se trata de aclarar las cosas, no de desahogarse”. Las risas amenazaron con descolgar algunos cuadros y volúmenes de cierto porte. Y yo, no sabía donde meterme.

Y así, una tras otra, fueron dejando su especial impronta en mi antebrazo y en mis labios. Empecé muy confundido, pero poco a poco le fui encontrando el punto canalla al desfile, hasta que empecé a detectar alguna fragancia masculina en mi proximidad, y puse fin al show de un modo radical y definitivo.