lunes, 1 de enero de 2018

Ella, Hegel Y, Si Acaso, Yo (V)

Bien, considerando detenidamente lo que acababa de ocurrir, podríamos llegar a la conclusión de que la noche, inesperadamente, había resultado enormemente exitosa. Me habían acariciado y besado, y eso es mucho más de lo que esperaba cuando comenzamos el paseo junto al río.

Es posible que el lector piense que es una lectura excesivamente prudente, y que se trata de un triunfo clamoroso de la intelectualidad frente a la belleza, dado que lo único que hice que pudiese justificar tal victoria, fue dirigirme al auditorio para manifestar mis puntos de vista. Y no es que les quite la razón, estuve muy digno. Pero antes habría que analizar algunos apartados que quizá el lector no haya considerado.

En primer lugar, la eterna cuestión, la duda que suele embargar al varón en el momento que culmina su proyecto de captación de pareja temporal. ¿Qué demonios he hecho para que esta joven me acompañe  a pasar la noche?. Más que nada, por repetirlo en otras ocasiones. Nunca he obtenido una respuesta clara a esta pregunta. Siempre me han dicho lo mismo. “No lo sé, simplemente me apetecía estar contigo”, o mentirijillas piadosas de la misma estirpe. Que se trata de un argumento falaz, es obvio. Las mujeres no hacen nada sin tener una buena razón. Y compartirla con nosotros, sería un detalle de buen gusto, pero no suele ocurrir.

En segundo lugar, un pequeño detalle que no es baladí, y que reconozco me causaba cierta zozobra. En efecto, había recibido una caricia y un beso, en el mismo lugar donde me encontraba admirando la silueta serrana. Pero, para mi suerte o desgracia, no tenía la más mínima idea de quién había sido el artífice. Por poder, podría haberse tratado de algún, en lugar de alguna. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. No, no podía ser. Esa mano había recibido cuidados hidratantes en cantidades muy notables. ¿Algún metrosexual? Lo dudo, pero no es imposible.

Digamos, para mi alivio, más que nada, que pudiera tratarse de una mujer. En ese caso, la gama de problemas esperables podría oscilar desde el desastre completo, si hubiese sido una de las chicas emparejadas, hasta el Gordo de Navidad, si la artífice hubiese sido Julia. Premios de consolación, en el caso de que no fuesen ni unas ni la otra.

Empecé a considerar la posibilidad de que todo hubiese sido producto de mi imaginación, o de mi intoxicación, para ser precisos. ¿De verdad me habían besado, me habían acariciado? Y si había ocurrido, ¿porqué no se quedó a mi lado para esperar mi reacción?. Necesitaba ayuda, y rápido.

Enfilé el camino de la biblioteca, musitando una excusa. Enganché el tomo de la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert, hasta que me di cuenta de que estaba en francés. Busqué algún diccionario de francés, hasta que encontré la palabra que buscaba. “Baiser”. Desistí de la búsqueda más compleja, como “por qué las mujeres besan a los hombres”, o “besos en nochevieja”. Buscaba una respuesta sencilla y clara.

La estancia estaba iluminada de forma muy tenue, no habían entrado aún los rayos del alba, ni se habían accionado las fuentes de luz eléctricas, por lo que me costaba leer con nitidez. Me dirigí a un rincón, casi a tientas, buscando lo que parecía ser una lámpara de pie. Conseguí encontrar el interruptor, y cuando me volví hacia el tomo que tenía abierto, casi me caigo de espaldas. En la puerta, apoyada en una cadera, y con una sonrisa burlona, se hallaba una de las sospechosas del evento.

Te dije que si estabas buscando información sobre mí, podías preguntarme directamente“. Avanzó, cogió el tomo, pero no podía saber exactamente el término que estaba buscando, solo que empezaba por la letra B. “Jugamos a Veo-Veo, Toni. ¿Una cosita con la letrita B?“. “No es necesario, Julia. Buscaba la palabra “belleza”, pero tu llegada me ha aclarado las dudas

Vale, quizá demasiado tosco, y desde luego, muy poco sutil. Pero no se lo tomó a mal. Se sentó, me invitó a hacer lo mismo, y empezamos a charlar distendidamente sobre lo bien que se había dado la noche. Ella tampoco esperaba mucho y en cambio, decía habérselo pasado bien. Aproveché el momento para preguntarle, de forma extremadamente delicada, si había sido ella la que me había besado. Su respuesta me hizo dudar.

¿Me estás diciendo que algún zorrón de las de ahí dentro te ha morreado y no sabes cuál es?“. Hombre, dicho así, sonaba francamente mal. No estaba seguro si me estaba tomando el pelo, estaba indignada o encontraba la situación realmente cómica. Abochornado, hube de confesarle cómo se había desarrollado el ataque. Simplemente estaba, miraba, sentía y, cómo decía Cervantes, “fuese y no hubo nada

Las carcajadas resonaron en la totalidad del Monasterio y, en el supuesto caso de que hubiese una conexión espiritual directa con el de arriba, (nos hallábamos en un lugar de culto), el uso de la castiza expresión “Se ha enterado Todo Dios”, estaría muy bien aplicada en ese contexto. Alguno de los amigos asomó la cabeza, para asegurarse de que no había sucedido nada irreparable, y se conformó al verme sentado en un sillón, avergonzado y humillado, mientras que Julia se retorcía en un sofá olímpico, muerta de la risa. Supongo que pensaría que le había tirado los tejos y que ella se había deshuevado. Previsible.

Aunque en toda mujer hay una actriz, que normalmente suele destacar en el género dramático, tuve que deducir que esa espontánea vis cómica, no era fingida. Aunque, francamente, nunca se sabe. Lo que sí es cierto es que a veces no hay mal que por bien no venga, y a ella se le ocurrió una manera muy sencilla de hallar a la roba-besos. “Mira, vamos a hacer lo siguiente: De momento, vamos a recrear la situación allí mismo, junto a aquella ventana. Tú vuelves a contemplar la Sierra Del Guadarrama, y yo me encargo de que las asistentes femeninas a esta Nochevieja tan…singular, vayan pasando por aquí, te acaricien, te besen, y así, salimos de dudas.”

Estaba completamente seguro que ante esta situación, la Enciclopedia, Diderot, D’Alembert, el reputado Profesor López-Müller, y seguramente un resucitado Sigmund Freud, habrían hecho una de estas dos cosas: Bien escribir sobre ello, bien salir huyendo a lo que le dieran las piernas. Lo que no acabo de entender es cómo me escuché a mí mismo balbucear algún tipo de …inconveniente a esa idea, simultáneamente a la maniobra de Julia de abandonar la habitación en busca de las otras chicas. Simplemente me planté frente a la ventana, rogando al cielo que todo fuese una broma y que no tuviese suficiente decisión para llevar a cabo tan descabellado plan.

Empecé a sospechar que se avecinaba la tormenta cuando todas las asistentes a la velada, y la mayor parte de los varones, se agolparon en la puerta de la biblioteca para general regocijo. Los chicos me felicitaban por la brillante y original idea que había tenido para triunfar esa noche, lamentándose de que a ellos jamás se les habría ocurrido, y por supuesto, consiguiendo empeorar la situación exponencialmente. Las chicas habían formado una disciplinada fila para acometer el desafío, con el permiso expreso de sus parejas, en el caso de tenerlas y estar presentes. Y Julia, como un Mariscal De Campo, organizando las operaciones.

“Las reglas son las siguientes: Las chicas os vais acercando a Toni, en silencio, le rozáis el antebrazo izquierdo y le proporcionáis vuestro mejor beso. Solo un piquito, sin lengua ni excesos. Se trata de resolver el misterio, no de que os vengáis arriba. De haber querido tener sexo con este pobre, tendríais que haberlo pensado mucho antes. Ahora solo se trata de aclarar las cosas, no de desahogarse”. Las risas amenazaron con descolgar algunos cuadros y volúmenes de cierto porte. Y yo, no sabía donde meterme.

Y así, una tras otra, fueron dejando su especial impronta en mi antebrazo y en mis labios. Empecé muy confundido, pero poco a poco le fui encontrando el punto canalla al desfile, hasta que empecé a detectar alguna fragancia masculina en mi proximidad, y puse fin al show de un modo radical y definitivo.

 


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