domingo, 31 de diciembre de 2017

Ella, Hegel Y, Si Acaso, Yo (IV)

El post de hoy atiende a la petición de Ana, desde su blog http://ift.tt/2Ei9qAo y el de Mayte Blasco. La entrada de hoy, continuación , se desarrolla en un entorno de debate filosófico, como ha solicitado Ana, y comenzó (y seguramente proseguirá) en una biblioteca, como solicitó Mayte.

El anhelado cambio de tercio no tardó en llegar. Las protestas, las burlas y las bromas fueron apagándose progresivamente, como los terrones de azúcar en el seno de una buena taza de café. Julia retomó los mandos, y pronunció las palabras que daban paso a la siguiente discusión, no sin antes atizarme un mandoble al plexo solar:

“Bien, una vez recibida la excelente y extravagante aportación de Toni, que no ha tenido los arrestos de defender en público debate, eligiendo la táctica del avestruz, son los chicos los que tienen que proponer tema. Salvo que se rindan cobardemente, claro está”

La mueca de Julia al pronunciar estas palabras fue contestada inmediatamente por mi parte, con un prolongado trago de Gin Tonic Premium, enviando el mensaje a la concurrencia de que, en efecto, iba a mantenerme bajo tierra durante un buen rato. Así que el testigo de la representación de los varones presentes, iba a recaer en algún estúpido, en algún valiente con palabras repujadas, o en algún ser extraordinario que, ajeno a la atmósfera belicosa, simplemente quisiera seguir jugando. Y la cagamos. De haber podido, me hubiera tirado en plancha a su cintura para placarle, silenciarle, amordazarle, sobornarle o drogarle, con el fin de evitar que pronunciara las palabras con las que decidió enterrarme definitivamente.

“Yo quisiera proponer un tema de debate: La importancia de la planificación en la vida conyugal”

Vamos a ver. Cualquier persona en su sano juicio sabe que la planificación en la unidad conyugal o familiar es patrimonio exclusivo de la mujer, de toda la vida de Dios. Desde Altamira, desde Atapuerca, desde los glaciares, o desde donde uno quiera, las mujeres planifican y los hombres hacen el bestia. ¿A que viene reescribir la historia, otorgando una clara victoria al sector femenino?. Solamente un individuo en el mundo, en este y en cualesquiera de los otros existentes o por existir, contiene un ADN tan particular como para poder formular la pregunta, y contestarla, que es lo peor. Mi amigo, mi querido y singular amigo Sergio Tapia.

Amigo lector, no puedo presentarles a Sergio y a su historia vital, porque necesitaría diez vidas solo para ello. Pueden consultarla en los enlaces que les dejo al respecto, o en su defecto, en la Enciclopedia Británica, donde pone Moleskine. Pero puedo asegurarles que el debate iba a resultar movido y entretenido. Obviamente su equipo o sea, los varones prototípicos, sencillos, predecibles y manejables que pululábamos por la sala cual abejas buscando colaborar a la polinización de las aparentemente débiles y lindas florecillas, iba a recibir un sopapo seco, doloroso y frío, debido a su posicionamiento vital. Eso sí, si nos lo tomábamos con inteligencia, el descojone iba a ser generalizado.

Como es lógico, la primera de las chicas que tomó la palabra, que atendía al nombre de Maika, y que formaba parte de mi grupo de amigos desde la infancia, defendió a ultranza la planificación en el entorno conyugal, aunque en un entorno exquisitamente conveniente, la realización de las tareas domésticas. Sin duda lo hizo para motivar y soliviantar a las masas, a sus hooligans XX, pero desde luego, no fue casual. Los que tenemos buena memoria, recordamos cómo imitó, modificó y superó el modelo de Planificación Quinquenal de la Unión Soviética, para aplicarlo a la caza del chico que le gustaba, mi amigo Santi, que en estos momentos se rodeaba de alcohol, lima y cardamomo, que flotaban en lo que él llamaba Gin Tonic, y que a mí siempre me ha parecido una Sopa Juliana. Esa mente perversa, incluso superó una ruptura temporal con Santi, acostándose conmigo y con otro, hasta que consiguió que Santi atizara (al otro, afortunadamente), y se casara con ella en la capilla de este mismo Monasterio en el que celebrábamos la NocheVieja, tras una despedida de soltero un tanto azarosa.

Pero Maika no contaba conque la resistencia iba a provenir de sus propias filas, y con argumentos muy sólidos, vive Dios. Cuando Irene se levantó para tomar la palabra, pensé que iba a apoyarla por solidaridad femenina, pero fue enormemente sincera. “Maika, si quieres planificación, llévate a este tipo contigo un par de semanas, te lo ruego. Destrozó su Moleskine en un acto de amor infinito, tengo que reconocerlo, pero no ha podido desestructurar las neuronas, no conoce el significado de la palabra espontáneo, y si quieres te explico, dentro de tres copas, lo que Sergio entiende como un polvo salvaje en la mesa de la cocina.” Como yo esperaba, el descojone fue unánime, y el primero de los que se reían a mandíbula batiente, el propio Sergio. Probablemente había interpretado las risas como un apoyo unánime a su visión del mundo. O simplemente había aprendido a reírse de sí mismo. Me quedo con la primera.

Y no se trata solo de mi vivencia personal. Kant ya pensaba que el entendimiento actúa espontáneamente. Lo que quiere decir que para conocer, para saber, para aumentar la visión del mundo, nos basamos en datos empíricos, en reflexiones basadas en nuestras vivencias, para lo cual, es imprescindible un mínimo grado de espontaneidad.

No es que esté en desacuerdo“, atacó Julia, pero Spinoza advirtió que “el fundamento espontáneo del saber sólo requiere de la evidencia objetiva. Defendía que el saber puede organizarse en un sistema evidente, al margen de quien lo entienda, por la simple  transparencia y evidencia objetivas. Es decir, que para que podamos sacar mejor partido del proceso espontáneo de la generación del saber, necesitamos evidencias objetivas y sólidas, por lo que las ventajas de la espontaneidad, es decir, la adquisición de saber, se debería basar en experiencias catalogadas, estructuradas y clasificadas, lo que iría en contra de la actuación espontánea en todos los órdenes de la vida. Antes bien, nuestros actos espontáneos deberían ir enlazados y motivados por sucesos objetivos previos.

Aquí vi el cielo abierto. Había dejado un flanco débil, y mandé a mi vanguardia a atacarlo inmisericordemente. Total, el sexo estaba descartado.

Julia, ¿quieres decir con eso que el acto espontáneo de tirar tres vasos al suelo, de forma consecutiva, hacerlos añicos, y ser consecuentemente expulsada de la cocina ante el evidente riesgo de quedarnos sin vajilla, se trataba de un acto espontáneo, pero basado en la evidencia de que si caían al suelo se iban a espanzurrar, o bien decidiste consolidar la evidencia de que el primero acabó hecho migas, probándolo en dos ocasiones más, por si las moscas?

Había quemado mis naves pero, a veces, la espontaneidad va por delante de la razón. Esta última me habría advertido de que me quedase calladito si quería tener alguna oportunidad con esa chica, esa noche (improbable), o alguna otra noche. Pero es como el chiste del escorpión y la rana. Es más, aunque la chica, seguramente bajo los influjos de algún tipo de psicoestimulante, decidiese salir conmigo, una de estas décadas, ese episodio me iba a pasar factura. Me lo echaría en cara en cualquier otra Navidad, aniversario o simplemente algún viernes por la tarde, al azar. Lo que había conseguido aportar un nuevo conocimiento objetivo, que había adquirido espontáneamente, lo que me daba aún más la razón. Y a Kant. Y además, me permitía planificar el futuro, lo que no dejaba de ser un tanto paradójico, ahora que lo pienso. Mi futuro, obviamente, pasaba por relacionarme con algún tipo de muchachita que hubiese sido vaciada de cerebro o razón previamente, porque con cualquiera de las otras, lo tenía verdaderamente crudo. En algún momento, lo estropearía, seguro. Y aunque Saulo de Tarso también defendía en la Carta a los Corintios la excelencia del celibato, y lo recomendaba fervientemente, espero que por experiencia propia, un servidor no estaba dispuesto. Una cosa es mantenerse rodeado de un vacío intelectual durante el resto de la vida, y otra muy distinta que no se pueda tener sexo. Hay que establecer prioridades.

En cualquier caso, la noche avanzaba, los objetivos de los organizadores se estaban cubriendo correctamente. Sin duda, estábamos entretenidos. Y, en el exterior, empezaban a divisarse los perfiles de las montañas de la Sierra Del Guadarrama, que serían enfocados por la luz indirecta procedente del Este, ofreciendo su mejor perfil para ese imaginario retrato que podría ocupar las salas principales de las mejores pinacotecas, una especie de performance de sentidos; La visión de la sierra, el olor de la flora autóctona, el canto de los pájaros al alba,…el tacto de la mano que acababa de posarse sobre la mía, y el gusto de los labios que invadieron a los míos, cogiéndolos por sorpresa en el mejor de sus sueños.

(continuará)

 

 By DavidDaguerro (Own work) [CC BY-SA 4.0], via Wikimedia Commons


sábado, 30 de diciembre de 2017

Ella, Hegel Y, Si Acaso, Yo (III)

Wiwichu 2017

El post de hoy atiende a la petición de  Ana, desde su blog http://ift.tt/2Ei9qAo y el de Mayte Blasco. La entrada de hoy, continuación , se desarrolla en un entorno de debate filosófico, como ha solicitado Ana, y comenzó (y seguramente proseguirá) en una biblioteca, como solicitó Mayte.

 

Así, a modo de aperitivo, le soltó a Luján la siguiente pregunta: “Entonces tu chica, Matilde, tiene que sospechar de cualquier llamada o mensaje telefónico que recibas de una mujer?” Las protestas de Luján solo sirvieron para que cogiera carrerilla: “Entonces, según tú, todas las chicas que tenemos amigos varones, ¿solo buscamos el momento idóneo para llevárnoslos a la cama?” Se incorporó parcialmente en la silla y empezó a rebuscar en la agenda de su móvil. Fue pasando las fotos de algunos de sus contactos masculinos y se las mostró a sus compañeras de equipo.”Chicas, ¿vosotras pensáis que alguno de éstos tiene un polvo?”. Arrancó una negativa coral, con alta expresividad de gestos y ademanes, que nos dejó bastante claro que las amistades masculinas de Julia (algunas, al menos), no parecían arrastrar a la perdición a la mayoría de las féminas. Solo pude sentirlo por ellos, por haber sido víctimas indirectas del huracán Julia.

Y en ese momento, a pesar de que me había propuesto no hacerlo, me vi en la obligación de intervenir. Por ellos, por esos chicos feos que forman parte de cualquier agenda femenina, que asisten indefensos a la exposición pública de su ausencia de belleza. Alguien tenía que hacerlo. Por supuesto, conocía las consecuencias. Sería una noche larga, compleja, delicada, quizá desagradable. Obviamente me estaba haciendo el harakiri sentimento-sexual, pero hay cosas que uno tiene que hacer en la vida, por mucho que le duela. Ahí sí que eché de menos el bromuro. Lo hubiese cambiado a ojos ciegos por el gin tonic que me estaba tomando, y todos los que iba a necesitar el resto de la noche.

“Creo que estamos siendo injustos con esos pobres muchachos. Pensad que ellos se considerarán a sí mismos atractivos, interesantes o al menos resultones. Y es muy posible que muchas mujeres en el mundo así los vean.” Recibí unas cuantas muecas de desacuerdo, pero me dejaron continuar. “Y en cualquier caso, de lo que se está hablando es del concepto amistad entre hombre y mujer. Y vosotras estáis polarizando el debate, pensando que si, según vuestro punto de vista, vosotras sí podéis considerar amigos a determinados varones, eso significa que la amistad hombre-mujer es posible. Pero ese argumento debiera ser bidireccional para ser certero. Y lo que Luján defiende es que esto no es así”

De entre la avalancha de improperios, silbidos y abucheos procedentes del sector femenino, quiero destacar la reacción que más me dolió. La de Julia. Ni siquiera me miró. No protestó, no chilló, no hizo ademanes. Se limitó a beber de su copa, con expresión hierática. Hasta que, alzando su voz por encima de la obvia alteración del orden público que había provocado mis palabras, decidió cortar por lo sano.

“Ahora que ya sabemos la opinión de Toni, si es que es la suya y no un argumento impostado para constituirse en la Reserva Espiritual de Occidente Machista y Carpetovetónica, declaro consumidos los treinta minutos que estaban asignados a este tema”

“Me gustaría matizar que sólo he pretendido defender a los amigos de Julia y el punto de vista de Luján. No he pretendido expresar mi propia opinión al respecto. Solo llevamos dos copas, y no me parece suficiente alcohol como para hacerlo. Podéis preguntarme cuando me veáis completamente borracho, y entonces prometo decir la verdad, si es que puedo”

Mi escapatoria surtió efecto. Aplacó a las chicas, aunque no a Julia. Me estaba esperando con la guadaña, de eso estaba plenamente convencido. Pero decir la verdad hubiese sido infinitamente peor. Tendría que haber expresado que en mi opinión, el concepto de amistad de hombres y mujeres es sensiblemente distinto, y de ahí la aparente confrontación de opiniones. El grado de intimidad que un varón puede asignarle a una amistad con mayúsculas, sólo se sostiene por el hecho de que no es posible una relación física entre ellos, si es que tienen la misma orientación sexual, obviamente. En cambio, las mujeres tienden a reservar una amplia parcela para aquellos sentimientos íntimos personales, los que nunca revelarían a nadie. Lo que significa que les queda menos territorio para ofrecer a sus amigos. No es que los hombres no nos reservemos parcelas intransferibles, sino que les adjudicamos un pequeño minifundio, mientras que las mujeres reservan una finca de caza completa.

Amigo lector, podrá usted comprender que manifestar ese tipo de opiniones así, a pecho descubierto, acabarían con mi reputación. Por tanto, cerré la boca. A pesar de que tenía el apoyo de múltiples filósofos y escritores. Por ejemplo, Ruth Rendell defiende exactamente la misma opinión. De acuerdo que es una escritora de misterio, pero quizá por eso es la más cualificada para resolverlo. Y lo hace de forma muy categórica: “¿acaso es posible tener alguna vez verdaderos amigos del sexo contrario? Quizás, solamente, en el marco de la pareja (…) dos personas de sexo contrario sólo pueden ser amigos si tienen tendencias sexualmente distintas”. ¿Quieren más apoyos? Saulo de Tarso, nada menos. En su Carta a los Corintios, mi preferida, se refiere a la amistad como “una caridad”, y por tanto, la desnuda de toda voluptuosidad y sentido carnal. Y si no les parece una referencia imparcial, Freud lo cita en su obra “Psicología De Las Masas”

No obstante, una posición tan dogmática en un tema tan complejo, solo puede servir para mantener artificialmente un debate que quizá no exista. Me explico. Y si el problema estuviese en etiquetar indebidamente la relación entre los hombres y las mujeres. Es decir, salvo quizás, el encuentro carnal, y lo expongo con muchos matices y prevenciones, probablemente sea mejor que cada uno catalogue la relación con el otro (o la otra), de la manera que le sea más cómoda, más eficaz o más dichosa. Supongamos que existe una relación carente de sexo entre un hombre y una mujer (básicamente, porque si existe sexo, esa es la naturaleza de su relación, salvo en el caso de que uno de los dos, o los dos, entienda la relación sexual como algo ajeno a la propia naturaleza de la relación. Tengan paciencia, es que esto es un pelín complejo), en ese caso, en el que el sexo no interfiere (porque amigo lector, si vd. piensa que el sexo no interfiere, vamos apañados), no veo problema alguno en que uno de los dos piense que su relación es de amistad, el otro piense que es un amor fraternal, o ninguno de ellos dedique unos minutillos a pensar qué tipo de relación tienen. Salvo que tengan sexo. Eso que quede claro.

Más o menos esa es la idea de Larra, que durante los veintipocos años que vivió, dejó unas cuantas ideas muy interesantes: “pienso que debemos adoptar siempre, en caso de duda, las creencias que pueden hacernos más felices: si hay contingencia arrostrémosla. El talento es capaz de todo, y no hay sofismas que no haya sabido sostener brillantemente; desechemos, pues, las argucias, y no sacrifiquemos la verdad al deseo de fascinar manifestando talento: ¿a qué atormentarnos? ¿A qué hacernos infelices, buscando con ingeniosas declamaciones nuestra propia desdicha eternamente?” En román paladino, lo que Larra dice es que cualquier posicionamiento ante una relación de amistad, puede ser catalogado, y esa clasificación, ser defendida dialécticamente, pero que eso da lo mismo, que lo importante es la vivencia de la relación.

Ya se harán cargo ustedes de la dificultad intrínseca de explicar todo esto en el contexto de un debate furibundo, dirigido manu militari por la chica más guapa de la fiesta, y porqué decidí bajar a las trincheras y procurar pasar un poco más desapercibido. Pedí la tercera copa y esperé pacientemente el cambio de tercio.

(continuará)

Imagen destacada tomada de By Choniron (Own work)
[CC BY-SA 3.0 es], via Wikimedia Commons


Ella, Hegel Y, Si Acaso, Yo (II)

Wiwichu 2017

Wiwichu 2017

El post de hoy atiende a la petición de  Ana, desde su blog http://ift.tt/2Ei9qAo. Como ya comenté ayer, el relato tiene dos partes. Por un lado, la historia que se desarrolla en la biblioteca, que tiene como objeto dar respuesta a la petición de Mayte Blasco. La entrada de hoy, continuación , se desarrolla en un entorno de debate filosófico, como ha solicitado Ana.

En el blog de Ana, vais a poder encontrar relatos cortos con un tinte de delicioso lirismo, y un toque místico, incluso surrealista. Llama la atención la gran calidad de los textos, con una muy cuidada sintaxis y un vocabulario, comprensible para el lector medio, pero no elegido al azar. La temática varía ostensiblemente, desde aspectos más cotidianos hasta enfoques más elevados. Os animo a que os deis una vuelta por su blog.

Ana me pidió: 

Yo pido otro post “filosófico”, ¡hala! Si se puede pedir, y ya puestos… ¡Felices fiestas!

 

Y desde este post, intentaré darle cumplida satisfacción..

Por consiguiente, procedo a insertar el siguiente relato, titulado “Ella, Hegel Y, Si Acaso, Yo (II)”

Aunque, mucho me temo, que este relato va a dar para más filosofía y más bibliotecas.

El trayecto desde la biblioteca hasta la sala donde se había habilitado una especie de salón-comedor, enfocado como un buffet libre, casi como si fuese un cóctel de alta sociedad, me lo pasé admirando la figura que me precedía. Hasta las chirucas parecían ser unos Manolo Blahnik, tal era la elegancia de Julia. Si es que hasta el nombre sugería clase, emanaba distinción, solidez y fortaleza. Me sorprendí a mí mismo valorando la posibilidad de que esta Nochevieja discurriese por cauces menos…convencionales.

Mi situación sentimental, en cambio, sí que era convencional. Noviazgo aparentemente formal, de duración media, discurriendo por términos más o menos estables, más o menos satisfactorios, más o menos aburridos. No colmaba mis expectativas del todo, debía reconocerlo, pero hasta esa noche siempre había pensado que el devenir de la relación acabaría por llevarla a buen término. Si alguien me preguntase por las carencias de la misma, no podría contestarle. No porque no las conociera al dedillo, sino porque me daría vergüenza. Mis deseos no estaban debidamente satisfechos. Y no me refiero exclusivamente al sexo. En realidad, ese no era el núcleo de mi decepción, aunque todo es mejorable, y esperaba que mejorase. Simplemente se trata de que nuestro concepto de “amor” no podría ser más distinto. Y la solución a un problema semántico tan profundo, no era tan sencilla, como la simple formulación del mismo. ¿Cómo explicas a una mujer de mediana edad que un hombre maduro, ya casi de vuelta de la vida, espera de la misma la llegada del amor verdadero, el que formularon los poetas, el que Santa Teresa decía resolver de Jesús, el que llevó a Larra al suicidio, el que inspiraba a Becquer y Rubén Darío? Probablemente, se echaría a reír o se llevaría un soponcio, solo con imaginar lo que llevaba oculto en mi corazón desde hacía décadas.

Por supuesto, no era tan tonto como para pensar que así, por una casualidad del destino, por arte de birlibirloque, iba a dar con la mujer de mi vida en una fiesta de Nochevieja, que además iba a compartir mis anhelos por ese tipo de amor profundo, rotundo y definitivo, y que cada una de las doce uvas iba a representar un año entero de felicidad absoluta, que ya lo hubiese firmado. Pero confieso, con vergüenza, que la mirada burlona e intensa que me dedicó leyendo La Enciclopedia, me trasladó a una playa paradisíaca del Caribe, a la puesta de sol desde el Templo de Debod, a un concierto de Eagles, o a las risas inagotables que sugieren las esculturas de la Tate Modern. Es decir, a lo que yo entiendo como la felicidad absoluta, efímera si quieren, pero compartida.

Templo de Debod

Contaban las leyendas urbanas de los años setenta, que el antídoto que se usaba entonces para contener los impulsos sexuales de los adolescentes, se llamaba bromuro. No me pregunten. Nunca he sabido si existía, ni recuerdo haber sufrido sus efectos. Pero en mi opinión, si se quiere segar de raíz los deseos sexuales de un varón, más o menos sano, solo existen dos opciones: La quirúrgica o la represión autoimpuesta. La primera me pareció un tanto violenta e irreversible. La segunda, triste pero factible. Con muchas ventajas, desde luego. Mantenía el status quo, cualquiera que éste fuese, evitaba conflictos de rol en una noche aparentemente tranquila, eludía incomodidades para los invitados y, desde el punto de vista logístico, evitaba encuentros repletos de disconfort y fugacidad. Los inconvenientes, obvios.

Y dentro de esas maniobras represivas, pensé que podría incluir los preparativos de la cena. La exhibición pública de mi inutilidad doméstica, podría alejar a Julia y a la mitad de la población femenina, pensé. Pero los planes no funcionaron como pensaba. Mi excelente disposición fue inmediatamente loada por el sector femenino de la cena, que incluso sugería que ese fuese el debate central del juego que nos esperaba a la conclusión. No tuve en cuenta ese efecto colateral. Máxime cuando Julia rompió el tercero de los vasos que cayó en sus manos. Madre mía, la mujer que había identificado como diana de mis impulsos primarios, la que había idealizado en mi mente y en mi cuore, se había convertido en una máquina trituradora de enseres domésticos. ¡Qué capacidad!. Las otras mujeres la cargaron de cubiertos y servilletas, aparentemente inofensivos, y la expatriaron sin miramientos de la salita que hacía las veces de cocina. No pareció muy afectada, en realidad. Y la vi deambular con elegancia y suficiencia con una copa en la mano. No digo que hubiese tirado los vasos a propósito, pero afirmo que no le afectó en demasía.

La cena, en ausencia de platos calientes, a excepción de un soberbio consomé aportado por una de las chicas, transcurrió de forma sosegada y divertida, entre promesas de severos ataques dialécticos por parte de uno y otro bando. Se prolongó casi hasta las uvas, que se prepararon casi con prisas. El reloj de la Puerta Del Sol avanzaba inmisericorde hasta las Campanadas, y la mitad de los comensales manifestaban con palabras o hechos, su desconocimiento absoluto de la liturgia. Mezclaban los cuartos, la bola, las campanadas…, lo que originó un desmadre absoluto, del que me escapé a base de concentración y un ligero aislamiento. Julia, por su parte, había tirado la mitad de sus uvas, y a la finalización de la última Campanada, seguía quitando las pepitas de la tercera de las uvas. No crean que se preocupó en exceso. Contempló el panorama, y siguió con la extracción de las semillas. Cuando pudo retirar la última simiente de la última uva, entonces, y solo entonces, brindó, felicitó y besó. A eso le llamo yo personalidad. A eso le llamaron algunos ser una auténtica tocapelotas.

Tras las primeras burbujas, se sirvieron las primeras copas. Calidad, imaginación y mesura, al comienzo. Un poco más agresivas según avanzaba la noche. Y entretanto, el, juego comenzaba a organizarse, aunque de una forma un tanto caótica. Los equipos no se habían conformado oficialmente, los temas de debate no se habían elegido y, en general, no parecía haber mucha disposición, probablemente porque los asistentes estábamos más concentrados en saborear las copas, en establecer objetivos de caza, o en acortar los tiempos para coger la cama. Este impasse duró lo que quiso Julia. Cuando se levantó, enunció las reglas y repartió los equipos, hubo una especie de taconazo militar colectivo y todos ocupamos nuestros puestos de combate.

El juego quedó organizado de la siguiente forma. Treinta minutos por tema. El equipo que iniciaba el debate lo elegía, de forma alternativa. Todos los participantes debían aportar al debate. Y el ganador lo sabría por convencimiento propio, es decir, no había árbitro, ni mediador, ni juez. Simplemente el enriquecimiento intelectual del debate, el premio de conocernos mejor y pasar una noche entretenida. Y arrancaron las chicas.

La que yo había considerado como “verso suelto”, y que atendía al nombre de Estela, se tiró en plancha: “Propongo como tema de debate que cada grupo exponga cómo definiría la relación de amistad hombre-mujer“. Estaba en su derecho. ellas empezaban. Decidí mantenerme al margen inicialmente, ya que mi postura al respecto hubiese finiquitado el debate a las primeras de cambio. En nombre de nuestro grupo, Santi tomó la palabra, iniciando una argumentación a todas luces vergonzosa, apoyando el concepto, defendiendo la viabilidad del supuesto, expresando sus experiencias personales con las que él denomina “amigas del alma”, y una lista de paparruchas indignas, que le llevaron a recibir un abucheo generalizado por parte de su propio equipo y parte del contrario. Como si no conociésemos sus correrías con esas “amigas del alma”. Creo que no le había dejado vivo ni una de ellas. Salvo quizás Patri, que permanecía muy callada, probablemente porque Sonia, su actual pareja, estaba delante. Lamentable deserción en cualquier caso, una traición reprobable, y así se le hizo ver. El resto de la noche estuvo muy concentrado en sus copas.

El sector femenino contratatacó con los tanques. Llamó en su ayuda a Platón, nada menos. Según Cruz, la ponente del equipo rival,  la amistad es el principio del valor y de todas las virtudes, y ello no excluye a ningún integrante del otro sexo. Los aplausos de sus compañeras recibieron justa respuesta: “Es curioso que menciones el concepto de amistad de Platón, cuando todos sabemos que los griegos en aquella época consideraban a las mujeres como seres inferiores, ni siquiera las tenían en cuenta. Un tanto contradictorio, ¿no te parece?“. La dialéctica siempre fue uno de los fuertes de mi amigo Luján. Médico rural, bien pasados los cuarenta, en una fase de idílica relación amorosa con Matilde, no era un rival sencillo para una discusión. Acostumbrado a las opiniones en su entorno laboral, te atizaba con el último estudio del New England Journal en la cabeza, y las discrepancias habían finalizado. Medicina basada en la evidencia, decía él. Jodido pedante, pensábamos los demás. Y remató citando a Bernard Shaw: “Un verdadero amigo, te apuñala de frente. ¿Cuándo ha hecho eso una mujer?. Acaso Lucrecia Borgia te ofrecía el veneno, avisándote que era veneno?” Claro que la réplica de Matilde no se quedó atrás: “En tu caso, no seguiría bebiendo de esa copa de Jameson. Puede que no sea Jameson“. Luján apuró hasta el último trago, de un golpe y lapidó al sector femenino con un demoledor argumento: ” sola dosis facit venenum“. El hijo de perra citó a Paracelso, en latín. Y se negó a traducirle. Y en este punto, comenzó el show de Julia.

(continuará)

 

 


jueves, 28 de diciembre de 2017

Ella, Hegel Y, Si Acaso, Yo (I)

Wiwichu 2017

El post de hoy atiende a la petición de  Mayte Blasco, aunque cuando mañana publique la segunda parte de esta entrada, la dedicaré a otra amable lectora y bloguera. Espero que ellas me perdonen, pero la historia que inicio hoy ha tomado su ruta propia, y me permite complacer a ambas. Mañana os desvelo el misterio, prometido.

El Blog De Mae , es interesante y contradictorio. Contiene microrrelatos sorprendentes y cuidados, sazonados con la justa medida de humor, de indignación y de pasión. Y digo que es contradictorio porque concentra las mejores esencias en esos minúsculos frasquitos, en esas píldoras de oxígeno que nos proporciona a los lectores incurables. Tengo muchas ganas de saber cómo dosifica su talento literario en las páginas de su novela, para lo cual me apresuro a encargarla. 

Mayte me pidió: 

A mí me gustaría pedirte un relato que tenga lugar en una biblioteca. Puede ser una historia de amor, de terror, de misterio… Eso lo dejo a decisión tuya. Un beso y gracias por ser nuestro rey mago literario.

La petición de Mayte, aparentemente inocente, encierra una trampa mortal. Algo así como dedicarle un dibujo a Antonio López, un soneto a Benedetti o tirarle un penalti a Casillas. Y es que Mayte está rodeada de libros. Los que cuida, los que cataloga y los que escribe. ¿Cómo se le dedica un relato a una escritora y bibliotecaria?. Pues, como dice el chiste, con mucho cuidado.

Para despistarla, le hice llegar un relato antiguo, para tenerla un poco distraída y un poco entretenida, mientras alguna musa descarriada se acercaba por el Barrio De Las Tablas. Eso me ha dado tiempo a intentar enlazar algunas líneas medio sensatas, o al menos así me lo parecen.

 

 

Y por consiguiente, con el fin de satisfacer su petición, procedo a insertar el siguiente relato, titulado “Ella, Hegel Y, Si Acaso, Yo (I)”

 

Lo cierto y verdad es que la invitación me pareció muy original. Una reunión de amigos, con una especie de juego de mesa como elemento conductor. Con la diferencia de que más que una mesa, se trataba de un púlpito. Pero sí que era un juego, o al menos, así comenzó.

Fin de año en la sierra madrileña. Perfecto. En un antiguo monasterio rehabilitado para convenciones, retiros y reuniones de empresa. Original. No se podía beber alcohol, al menos en las salas comunes. No tan bueno. Y una especie de concurso de debates, a la americana. Hombres contra mujeres. Demasiado prototípico. En fin, una manera como otra cualquiera de pasar la Nochevieja con los amigos. Ya no estábamos para macrofiestas, ni reggeaton, ni hip hop. Así que elegimos las uvas, el juego, la charla y el chocolate con churros de la mañana siguiente.

Casi todo el elenco de invitados se conocía entre sí. Un par de novios arrastrados por la fuerza; Algún recién separado que buscaba una mezcla de sosiego, llanto, alcohol y quizás una aventurilla fugaz; Un par de chicas que etiqueté como versos sueltos, y el grupo de amigos de siempre, de la infancia, de la adolescencia, de la juventud y la madurez. Demasiada gente para una velada íntima, pero muy escasa para una juerga salvaje. La cosa tenía pinta de fragmentación progresiva e incluso, de atomización acelerada. Pero estábamos allí y, aparentemente, los presentes mostraban buena disposición para pasar una noche divertida.

El plan era muy sencillo: Pasar la tarde juntos, aprovechando los últimos rayos de luz de la última tarde del año. Observar la puesta del sol tras la Sierra de Guadarrama. Iniciar los preparativos para la cena, brindar y comenzar el juego hasta el alba, o hasta donde los ánimos nos llevasen.

No comenzó mal. El paseo por la ribera del río, aportó las primeras risas de la tarde, las que nos echamos a cuenta de los tacones de alguna invitada. Considerando que estábamos a un par de grados sobre cero, no parecía el atuendo más adecuado, pero ella no se lo tomó a mal. Achacó su elección a un pequeño malentendido, que yo traduje internamente como un cambio de planes de ultimísima hora. Algunos de los presentes hurgaron en la herida y ella aguantó el chaparrón con gracia y donaire. Me cayó bien al instante. Era una de las chicas que etiqueté como “verso suelto”, y que reclasifiqué como una líder en potencia, considerando la facilidad con la que había esquivado las balas dialécticas que originaron sus tacones de aguja.

Caminé con ella un buen rato, sin que la conversación pasara de convencional, aunque muy distendida. Hice algunos amagos de sujetarla cuando en el camino aparecía alguna minúscula piedra o raíz de un árbol, como si se fuese a desencuadernar, solo por mantener la broma de mis amigos. Y ella simuló desmayarse al instante, lo que me permitió sostenerla un ratito entre mis brazos. Me hubiese quedado toda la tarde en esa posición, sin vacilación alguna, pero eso habría acarreado risas y bromas entre el resto de los concurrentes, y me pareció muy prematuro. Busqué conversaciones alternativas, con otras personas, y entre bromas y veras, llegamos al Monasterio. Nos concedimos una hora de descanso para iniciar preparativos y ponernos nuestras ropas de gala.

A mí me sobró media. Enfundado en un sencillo traje oscuro, con chaqueta de tres botones, camisa blanca, zapatos de punta y una discreta corbata Loewe, creí haber sobrepasado el dintel de la elegancia por muy poco, sin excesos ni extravagancias. Me dispuse a curiosear por el Monasterio, más que nada para hacer tiempo. Y me topé por casualidad con la biblioteca.

Protegida por una puerta de roble macizo, entornada y con la llave puesta, parecía invitar al huésped a dejarse envolver por una nube de cultura y nobleza. Los volúmenes vigilaban la estancia desde las  almenas en las que parecían convertirse las estanterías de madera envejecida. Los sillones, de cuero viejo, con tachuelas doradas y una estructura casi hormigonada, confundían al lector, por su apariencia hospitalaria, mientras que, cuando lo ocupabas, parecías estar expuesto a la crítica de todos los sabios de la historia, que revisaban severamente tu elección, confirmando o denegando su autorización para ocupar tan noble estancia.

Elegí casi al azar, con el miedo de ser severamente reprendido por algún compendio de Aristóteles o de Spinoza, y que precisase la inmediata protección de Tomás de Aquino y San Agustín, para que hablasen en mi favor. Quizá orientado por el subconsciente, debí tomar por la calle de en medio, agarrando un volumen perteneciente a La Enciclopedia, la original de Diderot y D’Alembert. En francés. De perdidos, al río. Sujeté el volumen con ambas manos. Tome Neuvieme. Tomo noveno, deduje sin dificultad. Ojeé las primeras páginas, como un funcionario pasa las hojas de los Registros de Casamientos, quizá previendo la inutilidad de muchos de ellos. Poco a poco me fui dejando llevar por la emoción de su relevancia histórica y finalmente, me contemplé a mí mismo buscando términos, vocablos y dudas, como si aquel libro noveno pudiese aportar algún tipo de ruta, de guía, como si de repente alguna luz centelleante me descabalgara bruscamente, como a Saulo en su camino a Damasco.

Y, en efecto, hizo su aparición. Había avanzado con mi dedo índice hasta la página cincuenta y seis de la versión original, cuando repentinamente escuché un estruendo quejumbroso y triste, acompañado de un rayo de luz que contrastaba violentamente con la penumbra de la estancia. Me volví sin despegar el dedo del párrafo, acaso elegido, acaso al azar, de la página cincuenta y seis. Sonreí levemente. La imagen proyectada en el umbral de la puerta, podría haber correspondido a una cortesana de la época de Diderot, en atención a la pícara dulzura de su silueta, a la belleza de su contorno, y al magnetismo de su vestido. Aunque algo me llamó la atención, algo que desentonaba. En efecto. La traviesa muchachita de la que nos habíamos mofado en el río, decidió combinar su elegante vestido de fiesta, negro color azabache, con unas chirucas de los años setenta. Una lección para todos.

Cuando se aproximó a mi posición, para intentar curiosear mi lectura, no pude evitar fijarme en el término que tenía marcado con mi dedo para su revisión, y tuve que retirarlo al instante. Había señalado el vocablo “Julienne“, y aunque su acepción inicial correspondía a una flor muy parecida al alhelí, no parecía muy prudente que la chica extrajese conclusiones disparatadas, debido a la coincidencia parcial con su nombre de pila.

“Hola, Julia. Ya estás arreglada, por lo que veo. Y has decidido rematar con un toque vintage. ¡¡Qué detalle!!”

Me pareció que la ironía podía ser una excelente manera de salir del atolladero. Hasta la fecha, me había permitido ocultar mis sentimientos reales, había sido una excelente cota de malla, una pequeña coraza para escaramuzas, que no me permitiría salir indemne de una guerra en mayúsculas, pero que podría ayudarme a esperarla con más paciencia.

Ella se acercó, miró el libro de arriba hacia abajo;  Lo cerró, manteniendo su dedo a modo de marcador. Revisó la portada; Volvió a abrirlo, y se centró en la página cincuenta y seis. Localizó lo que quería y desenfundó.

“¿Te referías a lo de las botas? Era un detalle para vosotros. Al fin y al cabo, son de vuestra época, ¿no?”

No supe qué responder. Me limité a dejar el libro en la estantería. Notaba en el cogote los ojos de Santa Teresa, reprobándome por lo que ella supusiera que iba a ocurrir. Y la mirada burlona de Freud, que sabía de sobra lo que iba a ocurrir.

La invité a salir, exageré el gesto de dejarla pasar delante, con ironía. Se volvió, me dio las gracias y decidió rematar el primer asalto con un ko técnico.

“Por cierto, si quieres saber algo de mí, no hace falta que lo busques en una enciclopedia. Yo te lo cuento con todo lujo de detalles”

“Discúlpame. Me siento más cómodo revisando en las fuentes de conocimiento propias de mi época”, me atreví a responder.


miércoles, 27 de diciembre de 2017

El Revolver

Hoy atendemos la petición de Ana Centellas. Ya se que ayer recibió lo que podría considerarse un aperitivo. Pero este espectáculo de mujer y de escritora, merece un escrito inédito, como ya avisé. 

Y Ana solicitó un relato malvado. Y original, y aquí está.

Se titula “El Revolver”, y se ha escrito en exclusiva para Ana. Y ella permite que lo leáis vosotros, en su inagotable generosidad.

Para Ana, y para vosotros.

Aún recuerdo cómo encendías tu risa al esgrimir aquel pequeño revolver que conservabas desde que nos conocimos. Lo guardabas para mí, para nosotros, en el convencimiento de que nunca podríamos ser felices del todo, que la manera en la que nos conocimos determinaría el relato de una vida negra, marcada por el odio y la tragedia.

Nunca nos pedimos cuentas, fuimos cómplices todos y cada uno de los instantes de nuestra existencia, transformando el recuerdo del delito en el más potente adhesivo que se conozca, el único capaz de conseguir que nuestras almas pasaran a ser una sola, que nuestros corazones latieran sincrónicos, que nuestras células se reprodujeran al unísono.

Siempre supimos que llegaría el momento, que en uno cualesquiera de los momentos que compartíamos, seríamos interrumpidos por la acción de lo que sarcásticamente se suele denominar justicia. Que vendrían exhibiendo un cuaderno de cuentas, en el que nos nombrarían deudores de tiempo, de nuestro tiempo juntos. Y que partirían en dos nuestra vivencia.

Convinimos que estaríamos juntos, que que solo nosotros podríamos decidir el momento, el modo y manera. Sin reproches, sin lamentos, convencidos y unidos, escribiendo nuestro destino como el de un poema inacabado.

Siempre respeté tu turno, cuando disparaste entonces, cuando lo hiciste ahora. Claro que podrías engañarme, conservar tu vida, acaso otorgarme el mérito de aquel asesinato. Y sin embargo, te creí entonces, te creo ahora. Respeté tu turno, coloqué mi muerte en tus manos, y no me fallaste.

A pesar de aquella risa que exhibías al apretar el gatillo.


lunes, 25 de diciembre de 2017

El Profesional (2017)

Wiwichu 2017

Hoy atendemos la petición de Ana Centellas. Este espectáculo de mujer y de escritora, ha conseguido cautivarme desde sus primeras líneas. Y aquí me refiero exclusivamente a su capacidad literaria. Se trata de una autora extraordinariamente sensible y muy versátil. Acaricia las letras en sus poemas, cautiva al lector en sus reflexiones y mantiene la atención en sus relatos. Y todos sus escritos son de una calidad técnica sobresaliente.

Y además, se trata de una mujer sorprendente. Escribe en revistas, blogs, páginas web y pizarrines. Es comprometida con causas sociales y benéficas. Y trabaja. Y vive. No me lo explico. Y se encuentra en todas las redes sociales existentes y en alguna que ha debido crear en sus ratos libres.

Y Ana solicita lo siguiente:

¡Sí, sí, sí, wiwichu ya está aquí! 👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻
Eu quero… algo malvado para este año 😈 (entiéndase por malvado lo que usted quiera en cualquiera de las acepciones de la palabra)
😘😘😘😘😘

Y por consiguiente, con el fin de satisfacer su petición, procedo a insertar el siguiente relato, titulado “El Profesional 2017”

No se trata de un relato inédito, por lo que me reconozco deudor Wiwichu, y recibirá su relato “canalla” mañana mismo, pero este es el más malvado que he escrito, y como ya es un poco antiguo, es probable que no lo haya leído

 

El Profesional (2017)

Sobre el asfalto parecían haber desaparecido para siempre las huellas del invierno, aunque en algunas zonas, el brillo superficial del rocío mañanero permitía a nuestro amigo ver su rostro reflejado en el camino, pisándolo constantemente, como un permanente recordatorio de su terrible existencia.

Le pareció gracioso e irónico. Un personaje despreciable que merecía holgadamente ser aplastado hasta por sí mismo. Siempre tuvo la terrible honestidad de calificarse de una manera objetiva. Era un malvado, una persona temible en la que no anidaba el más mínimo sentimiento noble o generoso. El único dato positivo era que eso le permitía ser muy bueno en su trabajo. Mientras se dirigía hacia el siguiente encargo, no dejaba de pensar lo malvado que había llegado a ser; Una simple descripción. Era una persona terrible, de las peores.

En alguna ocasión se planteó la posibilidad de cambiar. Simplemente no ejercer constantemente esa maldad, quizás ante una persona o una situación, o un animalillo desvalido, o quién sabe. Pero nunca lo intentó en serio.

Lo más cerca que estuvo fue en aquella ocasión. Ya era un malvado adulto y se preparaba seriamente para la titulación definitiva. El asesinato. Hoy en día era su modus vivendi, como otros sirven copas y otros intermedian en seguros. En aquel entonces, aún buscaba un remoto pretexto, una cierta ética en su actuación.

Pudo hallarlo en la única persona con la que mantenía cierta relación de convivencia pacífica. Si hubiese podido amar a alguien, podría haber sido a ella. Su mirada parecía provocar en él una completa metamorfosis. La terrible dureza de sus pupilas parecía adoptar cierta relajación. Y sus músculos parecían estar menos tensos. Podrían atisbarse los incisivos inferiores, menos carcelarios de lo habitual. No era una sonrisa.

El paso a primera división del crimen, tuvo que ver con ella. Vivía en la típica familia desestructurada; El padrastro o para ser más precisos, el acompañante de turno de la madre, tras una noche de juerga a la antigua usanza, decidió equivocarse de cama y aterrizar en la de la chiquilla. La aproximación pudo ser repelida por ésta, con la ayuda de una contundente raqueta de tenis. Al día siguiente, los ánimos se calmaron, y en la casa volvió a reinar la anarquía y el desastre, pero en los niveles cotidianos.

La muchacha cometió la torpeza de contárselo a nuestro amigo, que tomó la decisión de vengarla y de paso probarse a sí mismo en el noble arte del crimen. A las dos semanas los periódicos reflejaban la terrible noticia de la violenta muerte de un honrado camarero a manos de un presunto atracador. El hecho de que el atracador mutilara los genitales externos, previo a las cuchilladas mortales, causó cierta extrañeza a los investigadores del caso.

Para confusión de nuestro amigo, la chiquilla no parecía muy contenta por la muerte de su “padrastro”. Probablemente esto les alejó, aunque él no podría olvidarla del todo, ya que ella provocó involuntariamente el desarrollo de una prometedora carrera profesional, y el cierre definitivo de cualquier posibilidad de recuperación a la estirpe humana.

Mientras preparaba el utillaje reglamentario, se preguntaba qué habría sido de ella. Solo recordaba vagamente su rostro, que presidían los enormes ojos turquesa.

Un trabajo rutinario. La víctima, una mujer. No es lo frecuente pero ocurre. Vida normal, dos hijos pequeños y trabajo administrativo. Los motivos no le importaban. Un trabajo más.

Pudo acceder sin dificultad a la terraza de la pequeña vivienda, forzando la cerradura, atravesando sigilosamente el pasillo. Una vez en el dormitorio, colocarse a la cabecera y hundir el cuchillo de izquierda a derecha, desde la mandíbula, atravesando la tráquea. Sin un ruido. Solo volvió la cabeza un segundo, para confirmar los resultados.

Le llamó la atención el color de los ojos inertes, de un azul turquesa que parecían serle familiares. Se encogió de hombros mientras se concentraba en evitar el suelo minado de muñecas, camiones y piezas de puzzle.


domingo, 24 de diciembre de 2017

Ensayo Sobre La Soltería Del Rey Melchor y (II)

Siguiendo la tradición Wiwichu, corresponde ahora satisfacer la petición de mi amigo Carlos, que en su blog “La Estaca Clavada” realiza una tarea imprescindible, inusual e impagable. Sencillamente ha decidido sembrar y recolectar sentimientos. Siembra los suyos a través de historias, de recuerdos, de imágenes y de conocimientos, lo que trae como inevitable consecuencia que el lector coloque los suyos, agolpados, a veces apelotonados, porque se colocan todos y cada uno de ellos, en la puerta de salida, para ser expresados sin represión alguna. Y además, recolecta los mejores de otros blogs, a los cuales retroalimenta con opiniones positivas, cariñosas y enormemente generosas. Lo que no sé si sabe, es que con cada una de sus letras elogiosas consigue un efecto multiplicador en la creatividad, el interés y el esfuerzo que este autor coloca en la siguiente entrada, en el próximo relato, en el futuro intento de poema, porque sabe que, como mínimo, va a tener su apoyo, su ánimo y su agradecimiento. Y, amigo lector, si eso no es lo que busca un humilde escriba a través de sus renglones, que venga Dios y lo vea.

Aún así, nada puede ser perfecto. Y en este caso, Carlos ha decidido aprovechar que estamos en Navidad, y que antoniadis9.con está en situación de barra libre absoluta, para resolver una incógnita que ha atormentado a generaciones y generaciones de niños y niñas: “La Soltería Del Rey Melchor”

Como me considero incapaz de negarle nada a Carlos, he decidido investigar a conciencia en esta incógnita histórica, para ofrecer una razonable explicación a mi querido amigo. No obstante, he de advertirle que mis conclusiones pueden diferir de sus deseos, porque nada ni nadie puede apartar a antoniadis9.com de su riguroso deber de trovador navideño. Y si, hipotéticamente, el Rey Melchor se mantiene soltero por algún vicio inconfesable (que no digo que sea el caso), deberá asumirlo con deportividad y resignación.

Vamos con el ensayo “Sobre La Soltería Del Rey Melchor (II)”

Misiva recibida desde el más lejano Oriente, en el día de hoy, veinticuatro de diciembre de dos mil dicecisiete

Querido Antoniadis9:

Vaya por delante la más sincera felicitación navideña.

Lamento oír que nuestro común amigo Carlos ha, digamos, reducido su fe en SSMM Los Reyes Magos de Oriente. Puedo alcanzar a comprender lo difícil que puede ser comprender, en el sentido más clásico de la lógica presocrática, esta serie de aparentes contradicciones en las que nos vemos inmersos. Especialmente para un niño, incluso para un niño que se ha hecho hombre con el devenir de los meses. Aprovecho para disculparme en mi nombre y en el de mis compañeros.

Pero no debes olvidar que si mi nombre es Melchor, mi primer apellido es Mago (En realidad es un apellido compuesto Rey-Mago) y por tanto, es en ese ámbito de actuación en el que podemos llegar a encuadrar algunos de nuestros episodios vitales.

Podrás oponer a este argumento que, cuando en las Sagradas Escrituras se nos nombra, se refiere en realidad a que nuestros conocimientos de la astronomía eran superiores a los del resto de los mortales, y no tanto a que pudiéramos hacer desaparecer palomas o conejos, o que adivinásemos la carta oculta sin dificultad.

Por ejemplo, el asunto de los regalos. No hay ningún truco que pueda conseguir la entrega simultánea urbi et orbe de los presentes. La explicación es mucho más sencilla: Jugamos con la diferencia horaria. Gracias a los husos horarios, podemos organizar la entrega de los mismos, sin que existan insalvables dificultades técnicas. Bien es cierto que hemos podido desarrollar la logística, gracias a la experiencia acumulada a lo largo de los siglos, pero no diría yo que ese sea el punto fundamental. Al ser Reyes y Magos, disponemos de un alto grado de influencia sobre el equipo, y ya se sabe lo que puede hacer un líder con un ejército bien entrenado. Y como somos tres, cada uno se ocupa de una cuadrícula del mapa, por lo que hemos alcanzado un altísimo grado de eficiencia. No quiero olvidarme de los pajes. Son un colectivo esencial en la cadena de valor de las entregas. Y se ocupan de la recepción y clasificación de las cartas, emails y apps. Son muy reivindicativos, pero cumplen.

En lo que se refiere a mi vida personal, mi primer impulso no ha sido el de proclamar a los cuatro vientos la razón de mi soltería. Creo que es un aspecto enormemente íntimo y no es fácil para mí realizar una confesión de estas características. Pero tampoco puedo asumir en mi conciencia que un chiquillo pierda la fe en nuestra institución simplemente por eso. Por tanto, y aún a riesgo de que la explicación sea más o menos aceptada, voy a contarte toda la verdad, en el convencimiento de que mantendrás la confidencia entre nosotros y tu amigo Carlos.

La verdadera razón por la que he mantenido mi soltería durante todos estos siglos es, simplemente, que no he conocido a la mujer adecuada. Seguramente pensarás: “Pero cómo es posible, con todas las que has debido conocer en este mundo, y algunas serán muy bellas e inteligentes”. Y no te falta razón. Pero aquí viene el pequeño inconveniente: Que soy Rey y Mago.

Como Rey, siempre he tenido la duda de si la mujer en cuestión me quiere a mí, Melchor, o en su defecto a la figura Real, a la Monarquía Mágica. Y esa incertidumbre me ha acompañado durante todo este tiempo. En muchas ocasiones, he tenido la sensación de que había encontrado a la mujer adecuada, pero ahí es donde me he encontrado el segundo problema: Que soy Mago.

Y como Mago, la supuesta virtud de conocer a las personas, poder predecir acontecimientos, o al menos intuirlos, detectar los comportamientos de mis súbditos, etc., no son suficientes para poder manejarme con cierta seguridad en lo que se refiere a la relación con las mujeres. Como Rey y como Mago, pero ante todo como varón, quiero compartir contigo la frustración que supone el no haber podido ser capaz de entenderlas en este tiempo. Ciertamente solo han sido dos mil diecisiete años, lo que a todas luces es insuficiente, pero tenía la secreta esperanza de haber acortado un poquito los plazos. Por lo de ser Mago, ya me entiendes.

Así, ante la posibilidad de encontrarme inmerso en una relación que se presume duradera (porque ya sabes que las mujeres suelen vivir más que nosotros), y sin posibilidad alguna de, al menos, comprender a mi pareja, es lo que me ha llevado a la decisión de mantener mi soltería. Y debido a que soy un personaje bastante conocido, ni siquiera puedo tomarme la licencia de tener relaciones…esporádicas. No hay hotel lo suficientemente discreto, ni palacete suficientemente oculto. Y el personal…ya no es lo que era.

Por tanto, la única salida que me queda es el celibato crónico, lo que he de reconocerte que es una situación incómoda. Pero no tanto como para plantearme la alternativa contraria. Y tienes toda la razón, las mujeres nubias están de muy buen ver, pero es lo que hay. Cuando pasas los quince primeros siglos, acabas acostumbrándote, de alguna manera.

Vamos con tus preguntas:

  •  ¿Tu verdadero nombre es Melchor o Melchiar, como insinúan algunos pijos?
    • Melchiar es mi nombre real, pero en los países latinos no había manera de que se pronunciara correctamente, así que dejé que me llamasen como les diese la real gana
  • ¿Eras el verdadero Rey de Arabia y Nubia?
    • En realidad, todo se debió a un vacío de poder. Se quiso elegir una República, pero entre que los candidatos huyeron a Centro-Europa y que las urnas las teníamos ocupadas con el oro, el incienso y la mirra, se decidió por sorteo, y mira…
  • Si la anterior respuesta es afirmativa, como se explica que tus súbditos nos estén poniendo el precio del petróleo a niveles superiores al Oro (y al incienso y la mirra)
    • Ese negociado lo lleva Baltasar, pero el tema está bastante crudo
  • Eso de que permaneciste virgen durante toda tu vida…¿Será coña, no?
    • Si exceptuamos un asuntillo…Digamos que sí.
  • Si la anterior respuesta es afirmativa, …nada, déjalo.
    • Vale
  • Si la respuesta número 4 es negativa, y todo se reduce a un simple error de traducción del arameo al griego, y considerando que eres Rey y Mago, y además a las mujeres nubias se las reconocía como las más bellas del actual Oriente Medio, cómo, cuántas, …nada déjalo
    • Vale
  • Ese cuarto Rey Mago del que todo el mundo habla, Artabán, que se entretuvo ayudando a un anciano, según lo que cuenta la tradición. ¿No es más cierto que veía menos que un gato de escayola y perdió de vista la estrella? Máxime considerando que los dromedarios de entonces no disponían de sistema de navegación.
    • Tuvo una pequeña colisión con una pirámide, cayó al suelo y tuvo que ser ayudado por un anciano. Esguince grado II. No estaba para Adoraciones. Se quedó con el anciano a pensión completa y cuando se resolvió el esguince decidió regalar las piedras preciosas a todo el que se las pedía. Para mí que la colisión le dejó un tanto…despistado

Mi querido Antoniadis, espero que este 2018 sea un poquito mejor que el anterior, y hago extensivas los buenos deseos a Carlos y el resto de tus lectores.

SM Rey Melchor


Ensayo Sobre La Soltería Del Rey Melchor (I)

Wiwichu 2017

Siguiendo la tradición Wiwichu, corresponde ahora satisfacer la petición de mi amigo Carlos, que en su blog “La Estaca Clavada” ha decidido realizar una tarea imprescindible, inusual e impagable. Sencillamente ha decidido sembrar y recolectar sentimientos. Siembra los suyos a través de historias, de recuerdos, de imágenes y de conocimientos, lo que trae como inevitable consecuencia que el lector coloque los suyos, agolpados, a veces apelotonados, porque se colocan todos y cada uno de ellos, en la puerta de salida, para ser expresados sin represión alguna. Y además, recolecta los mejores de otros blogs, a los cuales retroalimenta con opiniones positivas, cariñosas y enormemente generosas. Lo que no sé si sabe, es que con cada una de sus letras elogiosas consigue un efecto multiplicador en la creatividad, el interés y el esfuerzo que este autor coloca en la siguiente entrada, en el próximo relato, en el futuro intento de poema, porque sabe que, como mínimo, va a tener su apoyo, su ánimo y su agradecimiento. Y, amigo lector, si eso no es lo que busca un humilde escriba a través de sus renglones, que venga Dios y lo vea.

Aún así, nada puede ser perfecto. Y en este caso, Carlos ha decidido aprovechar que estamos en Navidad, y que antoniadis9.con está en situación de barra libre absoluta, para resolver una incógnita que ha atormentado a generaciones y generaciones de niños y niñas: “La Soltería Del Rey Melchor”

Como me considero incapaz de negarle nada a Carlos, he decidido investigar a conciencia en esta incógnita histórica, para ofrecer una razonable explicación a mi querido amigo. No obstante, he de advertirle que mis conclusiones pueden diferir de sus deseos, porque nada ni nadie puede apartar a antoniadis9.com de su riguroso deber de trovador navideño. Y si, hipotéticamente, el Rey Melchor se mantiene soltero por algún vicio inconfesable (que no digo que sea el caso), deberá asumirlo con deportividad y resignación.

Vamos con el ensayo “Sobre La Soltería Del Rey Melchor”

 

Querido Rey Melchor:

Por la presente quiero transmitirte que durante esta año 2017, creo haberme portado bien. Al menos, lo suficientemente bien como para poder dirigirme a ti, a través de esta misiva.

Hasta la fecha, no puedo quejarme de cómo han resultado las cosas, en todos y cada uno de los días número seis de enero. Podemos discrepar en los calcetines y slips que dejabas en casa de mi abuela paterna, pero ya me hago cargo. Villaverde Bajo nunca fue un lugar fácil para repartir, y la explicación de mi abuela, recalcando que aquel era un barrio obrero y los Reyes Magos dejaban menos regalos era, cuando menos, plausible. Mas, en líneas generales, no puedo quejarme.

Y ahora necesito tu ayuda. He de pedirte un regalo muy especial, pero no es para mí. Los años y las decepciones han hecho mella en la fe que mi amigo Carlos profesaba en tu figura. En los últimos años, probablemente no ha colgado tu figurita de Navidad bañada en chocolate, que suponían una especie de colofón a la Navidad. El mismo día seis de enero, tras la comida familiar y el Roscón, los niños nos abalanzábamos hacia las figuritas de chocolate que os representaban, y nos las comíamos, en el convencimiento de que ese era el último hecho navideño, hasta el veinticuatro de diciembre siguiente.

La única razón por la que mi amigo Carlos está disgustado contigo, es el hecho incontrovertible de tu pertinaz soltería. Lamento abordar un tema tan personal, y estarás en tu completo derecho si te niegas a satisfacer una duda que, con el transcurrir de los años, se ha hecho resentimiento. Siento ser tan franco, pero a los Reyes Magos no se les ha de mentir, así me enseñaron. Y esta es la realidad. La ausencia de una explicación razonable, ante un hecho tan significativo, ha hecho tambalearse la fe de mi amigo. Y yo quiero ayudarle a recuperarla. Y de paso, plantearte unas mínimas dudas personales, que en ningún caso van a afectar a mi convencimiento de que eres el más mago de los Reyes Magos, y que así será durante los próximos siglos.

Por tanto, mi querido Rey Melchor, te estaría muy reconocido si pudieras dar respuesta a las siguientes incógnitas:

  1. ¿Tu verdadero nombre es Melchor o Melchiar, como insinúan algunos pijos?
  2. ¿Eras el verdadero Rey de Arabia y Nubia?
  3. Si la anterior respuesta es afirmativa, como se explica que tus súbditos nos estén poniendo el precio del petróleo a niveles superiores al Oro (y al incienso y la mirra)
  4. Eso de que permaneciste virgen durante toda tu vida…¿Será coña, no?
  5. Si la anterior respuesta es afirmativa, …nada, déjalo.
  6. Si la respuesta número 4 es negativa, y todo se reduce a un simple error de traducción del arameo al griego, y considerando que eres Rey y Mago, y además a las mujeres nubias se las reconocía como las más bellas del actual Oriente Medio, cómo, cuántas, …nada déjalo
  7. Ese cuarto Rey Mago del que todo el mundo habla, Artabán, que se entretuvo ayudando a un anciano, según lo que cuenta la tradición. ¿No es más cierto que veía menos que un gato de escayola y perdió de vista la estrella? Máxime considerando que los dromedarios de entonces no disponían de sistema de navegación.

Tuyo afectísimo

Antoniadis9

 

 

 

 

Fotografía destacada By Ayuntamiento de Madrid [CC0], via Wikimedia Commons


sábado, 23 de diciembre de 2017

Mujer Fatal

Wiwichu 2017

Comenzamos a satisfacer las peticiones de los lectores, en riguroso y anárquico orden cronológico. Es decir, que voy a empezar por donde me apetezca, aunque todas las peticiones serán satisfechas, descuiden.

Hoy empezamos por la solicitud de David Blasco Sandino, que desde su personalísimo blog http://ift.tt/2BYA5Bp nos aporta una visión crítica pero amable de la vida, de los valores, de las experiencias propias como mapa de ruta. Y lo aborda con una demoledora ingenuidad, sin dogmas ni directrices, pero con referencias exactas y precisas para el que quiera moverse por la vida con una cierta dignidad. Muy bien escrito, detallista y franco. Os lo recomiendo, pasaos por sus letras. Merece la pena.

Y David solicita lo siguiente:

“𝑪𝒐𝒏 𝒍𝒂 𝒗𝒆𝒏𝒊𝒂. 𝑨𝒕𝒆𝒏𝒊é𝒏𝒅𝒐𝒎𝒆 𝒂 𝒍𝒂𝒔 𝒊𝒏𝒅𝒊𝒄𝒂𝒄𝒊𝒐𝒏𝒆𝒔 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒍𝒂 𝒔𝒐𝒍𝒊𝒄𝒊𝒕𝒖𝒅. 𝑴𝒆 𝒈𝒖𝒔𝒕𝒂𝒓í𝒂 𝒅𝒆𝒔𝒂𝒓𝒓𝒐𝒍𝒍𝒂𝒓, 𝒂 𝒕𝒖 𝒄𝒓𝒊𝒕𝒆𝒓𝒊𝒐 “¿𝑸𝒖é 𝒉𝒂𝒄𝒆 𝒖𝒏𝒂 𝒄𝒉𝒊𝒄𝒂 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒕ú..? 𝑨 𝒍𝒐𝒔 𝒏𝒊𝒗𝒆𝒍𝒆𝒔 𝒒𝒖𝒆 𝒄𝒐𝒏𝒔𝒊𝒅𝒆𝒓𝒆𝒔.”

Como es lógico, subyace en su petición el mítico tema “Qué Hace Una Chica Como Tú En Un Sitio Como Este” del grupo Burning, referente del Rock Urbano madrileño en los 70, 80, 90, 2000, y, por cómo les vi en su última actuación, seguirán siéndolo en 2050. También se puede referir David a la película del mismo título dirigida por Fernando Colomo, y cuya banda sonora incluye el tema de Burning, en el que se narra la historia de una divorciada de mediana edad que se enamora de un joven rockero.

Y por consiguiente, con el fin de satisfacer su petición, procedo a insertar el siguiente relato, titulado “Mujer Fatal”

Dieron las diez entre las brumas de la noche madrileña, a unos pocos cientos de metros del Río Manzanares. Avanzábamos entre los coches estacionados sin reglas, las luces heterogéneas, en la compañía espontánea de las gentes del barrio, que aportaban al paseo una especie de banda sonora de risas y bromas, como acompañándonos en una procesión de Semana Santa de cualquiera de los pueblos de la geografía española, donde el rigor y el respeto convivían en armonía con el ánimo lúdico y festivo.

Y no podía ser más apropiado, porque nuestra expedición reunía mucho de ambos. Sábado por la noche, aparta las penas, olvida el trabajo y vive el Rock And Roll. Nuestra filosofía de vida, la de los años setenta, la que estirábamos como un chicle americano, de los buenos, combinaba el carpe diem con una especie de liturgia religiosa, la que orientaba nuestros pasos hacia el mítico Cocodrile Rock. Y allí, las cervezas, nuestras Mahou. La música, only rock. Quizá las copas. Las borracheras, los colegas, quizá algún ligue ocasional con alguna de las chicas habituales, las que portaban cazadoras de cuero negro y camisetas de los Stones. Las que ofrecían besos atropellados en el pasillo de entrada a los aseos. Las que sugerían encuentros atropellados entre los portales más íntimos. Las que se emocionaban si disponías de asiento trasero de algún pequeño deportivo.

Podríamos haber fantaseado acerca del aforo que nos esperaba en el interior del local. Un sábado cualquiera, podríamos haber adivinado, con precisión milimétrica, todos y cada uno de los personajes que nos aguardaban. Los sitios que ocupaban y, con un margen de error del diez por ciento, las bebidas que les escoltaban. Como un médico de cabecera rural podría predecir, sin fallo, los pacientes que le esperaban en la consulta del lunes. Simplemente por costumbre, por experiencia y por observación.

cocodrilo bar

Y no solo eso. Probablemente nos habría molestado cualquier pequeña modificación en esa fotografía estética que vislumbrábamos al accionar el picaporte de la puerta de entrada. Es curioso. Siempre viene bien un cambio, un soplo de aire fresco. Una renovación del paisanaje urbano. Seguramente conseguiría transformar cualquiera de esas noches, en un momento mágico o trágico, curioso, cuando menos. Alteraría la monotonía de nuestra estancia. Y en cambio, hablando en nombre de todos, ninguno lo habría deseado, estoy convencido. Posiblemente porque el acceso a éste, uno más de los miles de garitos que abundan en la geografía madrileña, podría compararse con el hallazgo de un oasis en el Desierto Del Sahara. Y, amigo lector, un oasis es intocable. El viajero sediento, harto del polvo del camino, no espera que haya habido un cambio en la decoración, no otea el horizonte deseando que las palmeras hayan sido trasplantadas para dar una sensación de mayor amplitud, ni que hayan adoptado una disposición zen. Lo que quiere es llegar, beber, darse una ducha, comer unos dátiles y descansar. Lo mismo que nosotros, pero sin dátiles.

No obstante, adivinen ustedes si por alineación de planetas, porque tocaba o porque el universo es profundamente anárquico, en el fondo, nuestra agradable armonía sabatina, se vio truncada por un elemento discordante, por una especie de símbolo pagano en la Catedral de Notre Dame, por una lámpara de lectura en un burdel de carretera, por un Papá Nöel en la Cabalgata de Reyes. Para utilizar una típica expresión castiza, no pegaba ni con cola. Más castizo aún. “Era un cante”. O sea, no podría disimular su presencia aunque se metiera debajo de la mesa. Por su aspecto, por su porte, por su clase, por su vestuario y porque, de largo, era la mujer más bella que había pisado un garito rockero.

Eso no quita que debiera haber sido mejor asesorada. Hay algunas amigas que deberían ser denunciadas. Porque no debieron haberlo consentido jamás. De no haber sido porque estaba como un queso, se habría producido uno de los mayores fenómenos de bullying rockero jamás concebidos. Solo había que observar las miradas asesinas de las genuinas portadoras de las cazadoras de cuero. Dos cervezas más y la suben al escenario para repetir la tomatina de Buñol. Me vi obligado a actuar. Cada español encierra una especie de reencarnación del Quijote y El Capitán Trueno fusionados. Es un hecho. Y sin sable laser ni mariconadas semejantes. Se actúa a pecho descubierto, para que te lo partan debidamente.

No sabía ni por donde empezar. Pensé en invitarla a una cerveza, pero no acababa de verla bebiendo a morro un botellín. Quizás algo más fuerte. Una copa de champagne, se me ocurrió mientras yo mismo me descojonaba a mandíbula batiente. Si le pido a Johnny una copa de champagne, se lanza como un poseso al almanaque, para asegurarse de que aún no es Navidad. Qué no decir de un margarita o de cualquier otro tipo de cóctel. Allí se combinaba el whisky con la coca cola, y si acaso. Encontré una salida. Ocupé el extremo de la barra y pedí ginebra seca. Larios, la de toda la vida de Dios. Y cuando se descuidó, eché mano a una caja de tónica schweppes que ocupaba la única vía de evacuación del local. Extraje una botella. Le quité la chapa con ayuda de un encendedor bic. Y en vez de pagarla, elevé la propina hasta su valor exacto. Tenía que cuidar mi reputación.

Y, armado de un improvisado gin tonic, me desplacé a terrenos movedizos, expuesto a las chanzas de mis amigos, y siendo plenamente conocedor de que, la próxima ocasión en la que pisara el garito, las ostias se iban a repartir en capachos, por haber permitido que una desvalida damisela se impusiera entre nosotros. Pero en la vida, hay veces que se debe elegir. Amigo lector, tendría que haber visto cómo estaba de buena. Hágase cargo y no me imponga una penitencia excesiva.

La traté como una más. Como una de nosotros. Tendrían que haber visto el panorama. Como si hubiesen traído una obra de la Tate Modern al vestíbulo principal del Museo Del Prado. Fusión, le llamarían ahora. Caos, pensé yo.

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Su indescriptible vestido de gasa de color turquesa, sus tacones sazonados por pedrería de swarovsky, el fular modelo Isadora Duncan y, para rematar, una especie de tocado semi-oculto entre el jardín de sus cabellos, no armonizaban con el ambiente rockero canalla del local, como no habrían armonizado con prácticamente ningún lugar, a excepción hecha del Bolshoi ruso. Y yo, haciendo como que no me percataba del…contraste que mostraba con la fauna lugareña.

Quiero creer que por eso, recibió la copa con la que la obsequiaba con una notable sonrisa, y una expresión de alivio, como si de repente le hubiesen otorgado un pase vitalicio al universo rockero. Me ofreció el taburete contiguo y yo, ignorando ostensiblemente las miradas furibundas de los parroquianos, inicié una de las conversaciones más falsas que he mantenido en mi vida con una mujer. Y, amigo lector, puedo certificarle que he mantenido muchas. Y muy falsas.

No se trata de que le estuviese ocultando mi estado civil, mis lujuriosas maneras o mi pertenencia a una secta. Simplemente conseguí departir amigablemente con ella, en el lugar y el momento en el que, probablemente, debía haberla acompañado hasta la puerta en calidad de escolta, por si comenzaban a llover los botellazos. No es menos cierto que su ubicación, en una de las esquinas menos luminosas del local, era la más segura, siempre considerando que nos hallábamos en medio de las trincheras. Y, como morbosamente llegué a pensar, la más adecuada para cualquier maniobra de aproximación que pudiese llegar a idear.

En realidad, mi intención no era otra que protegerla, charlar con ella educadamente, tirar el anzuelo al río, comprobar que el pez no picaba, y retirarme discretamente a terrenos más conocidos. Por muy extravagante que fuese su atuendo, veía poco probable que la muchacha se dejara atrapar en un garito como ese. O en cualquier otro sitio del mundo, en realidad. En un momento dado, decidí abandonar su compañía, no porque me hubiese rechazado, no porque hubiese comprobado la imposibilidad de confrontar nuestros respectivos mundos, sino porque tenía la sensación de estar esperando a un tren que venía retrasado, pero que iba a llegar a ciencia cierta. Podía estar matando el tiempo, pero al final me arrollaría. Y me despedí con educación y cortesía, tanto de ella como de sus amigas, para reunirme con los míos.

Creo que fueron los primeros compases de Jim Dinamita los que pusieron fin a esa especie de impasse implícito que se había generado entre nosotros. Mis amigos y yo comenzamos a jalear el golpeo de teclado con el que Johnny Cifuentes nos presenta al protagonista de la canción, y empezamos a ocupar el centro del local. Si hubiese entrado el mismo Mick Jagger en ese momento, la sorpresa no hubiera podido ser mayor. A mi lado, esgrimiendo un botellín de Mahoy, con el fular a modo de lazo del salvaje Far West, y con los zapatos en lo alto de una de las mesas, la muchacha del Bolshoi demostraba conocer todas y cada una de las estrofas de este himno rockero urbano. Y no solo eso, sino que marcando la coreografía a todas y cada una de sus amigas, simuló tocar la guitarra eléctrica, los teclados y el saxo, en los momentos apropiados de la canción.

Atónito, asistí a similares exhibiciones con los clásicos del rock que, uno tras otro, iban ocupando el giradiscos (de los de antes), de la cabina del disc-jockey. Y ya, derrotado, no pude por menos que hacerle notar mi extrañeza por…todo. Su mueca de asombro me dejó aún más confundido.

“No sé porqué dices eso. ¿Iba a estar en un sitio como este si no me gustase el rock and roll?”

La lógica, aplastante. Y ahora me quedaban las preguntas colaterales, que recibieron oportuna respuesta:

“Te he aceptado el gin tonic porque no es de buena educación rechazar una invitación. Sí, hubiese preferido una cerveza, pero no podía despreciar tu copa” 

“Claro, no suelo acudir vestida de este modo, pero es que vengo directa de la boda de una compañera de trabajo, que se ha casado en el Registro Civil unas horas antes de dar a luz. Obviamente, el banquete no se ha celebrado, y los invitados se han disuelto, por lo que he tenido que venir con lo puesto”

“Y, en efecto, me ha parecido extraño que me dejases plantada, porque me ha parecido que te gustaba. Y tú eres bastante mono. Pero, chico, hay una gente tan rara en este tipo de garitos, que no sabía exactamente qué pensar. En condiciones normales, ya hubiésemos salido de aquí, y el gin tonic lo hubiésemos tomado en mi cama”


viernes, 22 de diciembre de 2017

De Entre Todos Los Cafés Del Mundo

Como aperitivo a la cita Navideña Wiwichu 2017, en la que antoniadis9 se propone satisfacer los deseos de sus lectores, redactando textos a medida y bajo petición, procedo a rescatar alguno de los textos más antiguos del blog, con el fin de arrojar alguna idea al penitente. No sea que vayáis a pedir un Romance en endecasílabos. Moderación, amigo lector. Y Feliz Navidad

 

Podría decir que en un momento dado, decidí tomar las riendas de mi vida y orientarla hacia el posicionamiento espacio-temporal que libremente había elegido. Queda bien, muy profundo, muy literario, muy falso.

En realidad, la coincidencia de un considerable número de circunstancias adversas, fué la que me obligó a mutar todo mi entorno personal, profesional y geográfico y casi metafísico. Problemas empresariales, económicos y sentimentales acogieron en sus mínimos resquicios a otras pequeñas adversidades menores: transición de seres queridos, traiciones de allegados, enfermedades largas y molestas, y hasta pérdida de mascotas, consiguieron posicionar mi vida en un punto de no retorno, en el que la única posibilidad que vislumbraba con cierta claridad,  era la de una profunda metamorfosis, desde la raíz a las puntas, como dice el anuncio.

El proceso no fue tan terrible como me había imaginado. Mi parte analítica, bastante retraída en los últimos meses, se abrió paso a codazos para colocarse en primera línea de vanguardia y ofrecerme sus armas y municiones, de forma incondicional, como los jinetes polacos de Napoleón en el paso de Somosierra. Victoriosos pero muertos. De hecho, no volví a recobrar mi lado presocrático. Debió agotarse en el proceso, aunque falleció en un brillante acto de servicio.

Del análisis lógico, se dedujo que el primer paso era encontrar una posibilidad para ganarme la vida dignamente. Ya sé que es bastante obvio, pero en aquella época no era capaz ni de eso. Para ello, coloqué en una lista viñeteada la escasa relación de capacidades que me acompañan, ordenadas de mayor a menor capacidad de generar ingresos monetarios. Luego hice otra, mucho más realista, en la que las ordenaba por posibilidad real de encontrar trabajo. Del análisis de ambas listas escogía las parejas de cualidades con mejor posicionamiento global, e inicié la búsqueda por internet y prensa local, primero con ámbito geográfico regional, después nacional, y después lo que viniese.

Tras un proceso no tan prolongado como preveía, pude obtener una entrevista como monitor de ajedrez en un municipio del litoral mediterráneo español, en el que además podría realizar alguna sustitución como profesor de ciencias. Supuse que podría llegar a realizar un trabajo aceptable, confiando en poder recuperar en algún momento las neuronas que actualmente debieran ester anestesiadas o hibernando, y decidí aceptar, más por la posibilidad de encontrar un punto de partida que por otra cosa.

Me puse en marcha, sin mayor investigación ni informe, no fuera a encontrar algún dato negativo que me alejase de ese salvavidas. Aterricé en la localidad alrededor del 20 de agosto, sin que el pueblo me aportase emoción alguna; Ni era un sitio especialmente agradable o pintoresco, ni absolutamente horrendo. Pequeño, con poca vida social, escasos recursos y menos distracciones. Un sitio tan bueno o malo como cualquier otro. Tenía mar pero no playas, por lo que la industria turística brillaba por su ausencia.

Localicé el Hostal, dejé mis cosas y empecé a navegar por las callejuelas, sin guía , rumbo, timón ni brújula. Más o menos lo que venían siendo mis últimos meses. No encontré alicientes, asideros ni boyas. Debía ganarme lo que fuera que pudiera llegar a conseguir, mejor , peor o mediopensionista. Para eso había ido.

Las primeras semanas, de adaptación, no aportaron mucho más. El trabajo, como esperaba, la gente lo mismo, y salvo la emoción inicial de buscar casa, no hallé ese sendero oculto que me condujera a la felicidad, no esperaba tanto, sino a una cierta placidez existencial, al menos. Claro que en mis reflexiones auténticas, ya me reconocía a mí mismo que el sosiego vital no es una aspiración de mínimos, sino de máximos. Probablemente ese era el problema, el listón debía estar aún más bajo. La superviviencia parecía un objetivo más razonable.

Y en ello estaba. Alguna de las dudas se fueron despejando. Incluso hice algunas amistades. Me contrataron como camarero/recepcionista en un pequeño café-pensión, próximo a la cala menos pedregosa, donde conocí a los huéspedes más habituales del verano, entre los que había gente sino interesante, no diría yo tanto, al menos afable.

Propuse al dueño comprar unos cuantos libros de segunda mano por internet y colocar una pequeña biblioteca en el salón que hacía las veces de cuarto de estar de huéspedes, justo antes de la terraza. La idea tuvo cierta acogida, aunque en realidad lo hice para aburrirme un poquito menos y leer las obras completas de Raymond Chandler. Es perfecto cuando tienes dudas vitales. Te ofrece un punto de vista aún más sombrío, y empeora tanto tu opinión sobre la naturaleza humana, que incluso llegas a apreciar lo que tienes,

En cuanto estuve un poco asentado, me dio por pensar que la cosa no iba tan mal. Ese fue mi error. Bajé los brazos, y los coloqué en posición de espera, en equívoca receptividad. Y lo percibieron. Especialmente ella.

Debí advertirlo en cuanto llegó. Su forma de andar ya era sospechosa. Avanzaba por la habitación con sigilo decibélico y estruendo volumétrico. Podía detectar su presencia sin verla y sin oírla. Ahora que lo pienso, la precedía un aura multisensorial. Ya se que suena increíble, pero el rozamiento de su vestido ibicenco, del que tenía diez modelos por lo menos, el chasqueo electrostático de sus cabellos, el aroma inconfundible de su perfume (Pure Poision, de Dior, según supe ya demasiado tarde), y los sonidos previos a una risa nada discreta, debió ponerme a cubierto en el acto.

En cambio, me pilló desprevenido y la traté con cortesía y dulzura, como a una adolescente que empieza a adentrarse en el confuso mundo del interior femenino. Ningún hombre sabe exactamente qué es eso, pero sí que entendemos que debe ser algo muy complejo, como la gestión de superpoderes, supongo. Lo único que podemos hacer es tratarlas bien, lo cual no te garantiza nada, pero lo contrario te asegura una existencia aún más desgraciada.

En este caso, no se si mis buenos modales fueron adecuadamente interpretadas por la belleza que hizo su aparición. Lo digo porque me dedicó una sonrisa claramente exagerada, de aquellas en las que detectas cierto grado de condescendencia, como si no fueras en absoluto merecedor de la misma.

No me hizo mucha mella en ese momento, encajé con deportividad y pasé al plano profesional. Quería una habitación para dos semanas. Tenía reservado un curso de buceo avanzado con un pequeño club a pocos kilómetros de allí. No era infrecuente, aunque normalmente venían parejas y grupos de amigos. Le informé de precios y condiciones, le pareció bien, y me pidió ver la habitación. Ahí empecé a preocuparme. Desde luego no estábamos en un resort. Procuré ser aséptico y ahí me llevé el primer revolcón. Me dijo textualmente: “No está haciendo vd. mucho para que me quede. ¿No le caigo bien?” Una, dos,…trece palabras. No necesitó mucho más. Guardia arriba de nuevo.

Salí del paso como pude y ella no hurgó en la herida. Finalmente aceptó las condiciones y le dí la llave. Me preguntó si había recepcionista de noche y le dije aunque no existía como tal, podía llamar al número de móvil que figuraba en la llave, y que yo mismo la atendería enseguida. “¿24 horas?” Me derrumbé. No por lo que dijo, sino por la mezcla de coqueteo, posicionamiento y posesión que acompañaban la pregunta. No respondí. No pude. ¿Qué podría haber dicho que no me llevase al desastre?

Los días siguientes fueron a cual peor. La primera semana aguanté como un verdadero imbécil. El problema real no es que fuese una auténtica belleza, eso era casi lo de menos. ¿Importaba algo que tuviese unos ojos pardos del mismo color de las nubes de tormenta? ¿El cabello castaño coqueteado con hilos anaranjados que relucían al sol como vetas de oro? ¿La piel de un bronceado uniforme sin química aparente? ¿ Las perlas que adornaban sus mandíbulas? ¿El torso de una atleta? ¿Las piernas perfectas? ¿ A quién podría importarle todo eso? Lo verdaderamente terrible de su presencia era la capacidad de eclipsar el resto de los hechos del mundo: las comidas, las conversaciones, los intereses, los deseos, los cariños , las fobias y los odios. En su presencia, solo cabía ella en unos cientos de metros a la redonda. Sus intereses, sus conversaciones, y sobre todo, sus deseos.

El problema fué que me deseó a mí. No me pregunten porqué. No demostré debilidad en ningún momento. Mantuve el tipo en todas las insinuaciones, comentarios con doble sentido, críticas para zaherirme, elogios inmerecidos y contactos innecesarios. No hablé de mí mismo salvo lo verdaderamente indispensable: justificar una ausencia o retraso, explicar un libro en mis manos, una foto discretamente expuesta o una pequeña pieza de bisutería, bien oculta a otros ojos menos hábiles.

Su estancia avanzaba y marcó una fecha, la que le convino. Y sacó toda su artillería. Al principio la convencional, por orden de potencia. Al principio, arma corta, la sonrisa insinuante. Luego, escopetas de caza, caricias aparentemente inocentes. Después, el rifle de francotirador, con preguntas personales aparentemente casuales. Los tanques hicieron su aparición, con una clara, directa e inequívoca invitación a cenar.

Pude rechazar a los panzer, con una excusa pobre impropia de mi intelecto. Pero es que estaba acorralado. Física e intelectualmente. Me invitó a cenar tapando la única salida de la barra del salón, avanzando paso a paso hacia mí. Y cuantas más excusas ponía, más avanzaba. Y en el último bastión de mi defensa, utilizó las armas nucleares. Me cogió por la nuca con una mezcla de dulzor y contundencia tales, que me fué imposible evitar la aproximación a sus labios. Tampoco me hubiera dejado.

Si hay una alarma nuclear, lo único que puedes hacer es buscar refugio. Como yo no tenía ninguno, tuve que permanecer expuesto sin posibilidad de defensa. Es lo que tiene la guerra. Cuando sacas las nucleares, todo queda devastado: tus conviciones, tus posiciones, tus planes, tus posesiones, tu fuerza.

Así que hice lo único que podía hacer: Entreabrir mis labios, acoplarlos a los de ella, sentir su calor, trasladarme a su mundo, rozar su lengua, sufrir la descarga, cogerla por las mejillas, sentirla, sufrirla y amarla. Me había rendido con muy poca lucha, y estaba intentando salvar los muebles, firmando el más inmisericorde armisticio de la historia.

En los próximos días, una vez firmadas las capitulaciones, pude disfrutar del más intenso poder de una persona sobre otra. El de ella sobre mí, desde luego. Mañana, mediodía y sobre todo, noche, fuí acoplando mi vida a su nueva misión: Hacerla feliz, de la única manera posible, respetar en todo momento su santa voluntad y disfrutar del proceso.

Ante la inminencia de su partida, hablamos del futuro, de posibilidades, de esperanzas, de utopías, de buenas intenciones, de planes geniales. Nos engañamos, obviamente, y fué muy bonito hacerlo, porque los dos estábamos implicados. Sabíamos la terrible falsedad que perpretábamos contra nosotros mismos, y nos regocijábamos en ella.

El día de su partida no fue muy diferente. Nos citamos para dentro de unos pocos días, cuando ella pudiese arreglar sus asuntos, sin concretar, sin fechas, sin posibilidades reales, y sin reproche alguno. Una cita abierta en el horizonte. ¿Cómo colocarla en un calendario? Solo pude escribir su nombre en cada casilla, ocupando todas las horas de cada uno de los días, y esperar inútilmente su regreso.

Mi vida no ha variado demasiado, salvo por el hecho de que no tenía ninguna y ahora la que tenía se ha diluido. No estoy peor que cuando llegué. Tampoco era posible.

Tras su partida, decidí tomar un poco de perspectiva lejana a los últimos acontecimientos: Probablemente solo quería evitar dotarlos de excesiva carga sentimental, y analizarlos con cierta objetividad. Desde ahí, llegué a la conclusión de que en mis últimos meses/años de vida, había caído a lo más profundo del subsuelo vital, había conseguido salir unos breves instantes, y ella volvió a hundirme en la miseria. Me parece que no me dejo nada.

Visto en conjunto, el balance no era tan negativo. Al fin y al cabo, había conocido el infierno con tal grado de precisión, que nunca tendría necesidad de plantearme qué había allí. O sea, que lo peor que podría ocurrirme en mi existencia (llamarlo vida me parecía extraordinariamente atrevido), no me era completamente desconocido. Y el siguiente paso más allá del abismo no importa demasiado. O no voy a estar aquí para discutirlo, que para el caso es lo mismo.

La innegable carga de optimismo que encierran estas reflexiones, supuso un antes y un después en mi trayectoria terrenal. De encontrarme totalmente hundido por su alejamiento, huida, plantón o fuga, pasé a encontrame exactamente igual o peor, gracias a tan objetivo ejercicio reflexivo. Todo un logro. Estratégicamente impecable.

Con el fin de evitar pasar el mínimo tiempo posible siendo consciente de que estaba puesto en la vida porque debía haber un poco de todo, procuré eludir mi situación de vigilia, reduciéndola al mínimo imprescindible. Y a fe que lo conseguí. Con la ayuda de la industria farmacéutica, el etanol y la televisión, pero lo logré.

Dicen que el tiempo todo lo cura. Es una frase magnífica. Incluso puede llegar a ser cierta en determinadas circunstancias. Pero no estoy muy seguro de que se trate de una acción terapéutica directa. Mi hipótesis es que el tiempo es una especie de pieza de puzzle comodín, de las que se adaptan a cualquiera de los huecos que se generan cuando no encuentras la pieza correcta. Obviamente no has completado el puzzle, pero no te quedan huecos que rellenar, de eso se ha encargado el tiempo. Entonces, no cura; Más bien rellena.

Claro que ante mi situación, la de un tipo absolutamente deshecho, que le rellenen esos huecos con tiempo, o con lo que sea, es como si tratamos una apendicitis con anestesia general. El dolor se pasa, pero la peritonitis es muy probable. Habrá que operar en algún momento o tirar la toalla definitivamente.

En realidad, esa era la cuestión, cómo tirar la toalla. De forma activa, desalojando este mundo, o permaneciendo en él de cualquier forma. Había elegido la segunda, por simple comodidad; Y tomar esa decisión, aunque fuera una de las más cobardes, tristes, melancólicas e indignas que pueden adoptarse por un ser humano, me permitió mantener un cierto status quo entre mi persona y mi dignidad. Seguramente esta última pensó que no merecía la pena darle más vueltas, y se colocó en modo low cost.

Así, pude concederme una tregua indefinida, una especie de 4,5 con el que no aprobaba pero no suspendía del todo. No pasaba de curso, pero no me echaban de la escuela. Un equilibrio precario e inestable, en el que nadie podría estar  contento, pero del que era difícil venirse abajo. Especialmente porque no había nada más abajo.

En esa estrategia de dejar pasar el tiempo, decidí incrementar mi implicación en el trabajo, de la misma manera que un pirómano emplea acelerantes para provocar las llamaradas. Posiblemente pensara que a mi ¿vida? podría venirle bien una pizquita de estres laboral, a modo de sencillo sazonamiento. Lo cierto es que estas decisiones o quizá la ausencia de ellas, no contribuían en absoluto a incrementar mi aprecio por la existencia, por lo que concluyo que además de estar situado en la más absoluta profundidad de autohumillación y falta de respeto hacia mí mismo, posiblemente debo poseer ciertos rasgos masoquistas.

De todos estos refranes, dichos, anécdotas y consejos tradicionales que nos proporcionan padres, abuelos, maestros y sacerdotes, mi preferido es este que dice “el hombre propone y Dios dispone” En mi opinión, deberían dejarlo inmortalizado en mármol de carrara y ser objeto de culto y adoración. Nótese que es certero y respetuoso hasta la médula. Compatible con el fervor religioso, la lógica presocrática y el Teorema de Bayes. Lema de los vagos y de los emprendedores por igual. Hombres, mujeres y niños pueden emplearlo con igual utilidad. Proporciona una coartada extraordinaria para la falta de diligencia, la de acierto, y hasta para la mala suerte.

Y eso me ocurrió. Que yo propuse venirme abajo, más aún. Tomé una decisión para rematar la faena, para culminar mi borramiento vital, y me salió el tiro por la culata. Empecé a profundizar en mi tarea docente, perfilando mis carencias técnicas y utilizando métodos alternativos de impartir docencia, con el inesperado éxito de ser considerado uno de los mejores docentes por los alumnos de 1º de bachillerato. Cierto es que si un colectivo tan sumamente disperso y hormonado como los chavales de dieciséis años te coinsideran un buen profesor, hay que recapitular cuidadosamente todo lo realizado, no sea que hayas aprobado a todos sin dar ni golpe. Pero no, aparentemente es que lo pensaban de verdad.

Aterrorizado ante la perspectiva de tener que volver al terreno de juego de la vida convencional, aproveché las vacaciones de verano para proponer a los dueños del hotelito rural en el que hacía pluriempleo, la ejecución de un par de ideas completamente disparatadas, con el fin de recolocar mis coordenadas vitales en la humillante posición en la que debieran permanecer. Pero hasta en eso fracasé.

Las dos estupideces que se me ocurrieron funcionaron de tal forma que me hubiesen nombrado empleado del mes, salvo por el pequeño detalle de que era el único empleado,y hubiese sido un tanto…confuso que el empleado del mes de abril fuese el mismo que el de noviembre y febrero. En concreto, la tertulia literaria que propuse, llenaba el porche del hotel todos los viernes. Probablemente recaudábamos más en infusiones y copas que en la actividad hotelera propiamente dicha. Y por bocazas, no tuve más remedio que gestionarla y dinamizarla. En cuanto a la otra idea, las clases de salsa de los domingos por la mañana, digamos que mi presencia física no solía ser requerida. Los alumnos se apañaban bastante bien con la profesora, y se podía decir que funcionaba de forma autónoma.

Ahora que menciono a la profesora de salsa, una venezolana de ascendencia cubana, con varios años de permanencia en la localidad mediterránea donde vivía, he de decir que tenía cierta influencia en mi estado de ánimo. Siendo sinceros, conseguía arrancarme sonrisas parciales cuando coincidíamos en el hotel. Simplemente, se comportaba como si las malas noticias, las desgracias, los problemas, pudieran ser evitados o sorteados al ritmo de los sones latinos. En una persona de tan escaso tono vital como yo, ese tipo de pensamientos solo pueden ser repudiados o tomados a broma. Y eso es lo que yo hacía. Repudiarlos. Pero no conseguía evitar que la sonrisa amenazara con manifestarse en mi boca.

Como también se dice, el roce hace el cariño. Y como yo suelo decir, el roce lleva al cariño. En el sentido bíblico , quiero decir. Ya me hubiera gustado que mi desgraciada situación existencial al menos hubiese erradicado todos los instintos primarios, o al menos los más conflictivos. Desgraciadamente, el hombre propone…Y Dios dispuso que la profesora de salsa fuese una caribeña cuarentona bastante agraciada, sin cargas familiares, y he de suponer que extraordinariamente miope, cuando decidió entablar una conversación personal conmigo.

Una vez más, la lucha entre mis buenos modales y mis apetencias reales se saldó con un 1-0 a favor de la urbanidad, y me ví inmerso en un tête à tête inesperado, y de aún más inesperadas consecuencias. En mi favor, he de decir que la botella que aportó a la sobremesa habría sido declarada ilegal por las autoridades sanitarias de cualquier país civilizado.

La cosa acabó fatal. Estuve buscando en todos los rincones de mi habitación mi líbido perdida, hasta que ella misma la encontró. A punto estuve de llamar a mi madre para que la buscara (siempre encuentran todo) Afortunadamente no fue necesario. Tuvimos encuentro sexual, y desafortunadamente no fue tan catastrófico como para que se olvidara de mí. Y decidió seguir viéndome, a pesar de que yo no se lo puse nada fácil. A las consabidas excusas genéricas, le siguió un elaborado discurso sobre mi situación personal y sentimental. Ella me escuchó atentamente, mostrando una extraordinaria comprensión, a tenor de su lenguaje corporal. Y cuando acabé mi filípica, me dijo algo así como “amor ya tú sabes”, y se despidió hasta el día siguiente.

Sin duda, hay expresiones que no significan lo mismo a ambos lados del charco, eso es bien sabido. Esta reflexión me asaltó cuando me levantaba de su cama para asearme , vestirme e ir a trabajar. En algún momento he debido despistarme, porque yo juraría que se lo dejé bien clarito, y en cambio vuelvo a levantarme a su lado. Cosas veredes.

El caso es que nunca conseguimos entendernos del todo, porque yo manifestaba continuamente mis reservas a proseguir la relación. Y ella se manifestaba continuamente con su espléndida desnudez. Un combate desigual, desde luego. De los que no se ganan ni luchando, ni solicitando armisticio. Eso sí, en el fragor de la batalla, ambos salíamos ganando, muy a mi pesar.

Y llegó ese momento, en el que decidí mandar al carajo cualquier tipo de consideración que no incluyese compartir mis noches con ella, observar con detalle la volutuosidad de sus caderas, comprobar frecuentemente la ternura de sus labios, admirar rendidamente la pigmentación de su piel al natural, y adentrarme en el cráter de sus ojos.

No diré que encontré mi redención definitiva en ella, pero puedo aseverar sin reservas, que he empezado a concebir una existencia posible. Que no me rebelo al instante cuando se menciona el concepto “sentimientos” Que puedo enternecerme ante los que hablan del amor como una realidad palpable. Que acepto la posibilidad de una vida plácida y plena. Para otros, desde luego. Y considero la posibilidad infinitesimal de ser feliz algún día, algunas horas. Y que todo esto lo digo públicamente. Me aterroriza la posibilidad de traicionarme a mí mismo y poder llegar a ser dichoso. Pero empiezo a pensar que esa muerte en vida en la que me hallaba cómodamente instalado, no era por fin, tan buena idea.

Tampoco es que estas reflexiones me arrastraran fuera del “lado oscuro” Mi posicionamiento existencial solo había variado en la medida en que ese interés por rellenar mis horas de vigilia, se había visto recompensado con un acompañamiento. Llamarlo relación podría ser considerado desproporcionado. Para que algún tipo de vínculo pueda hacerse acreedor a tal título, debe reunir unos mínimos. Cierto interés bilateral, algún tipo de compromiso, una delimitación de espacios comunes, una conexión emocional, qué se yo.

Digamos que esa puesta en común de personas no alcanzaba tal categoría. Y desde luego que el principal responsable era yo. Por parte de mi profesora de salsa, Elizabeth por bautizo, considerando su edad y sus experiencias previas con los hombres, se podría decir sin reservas que ponía encima de la mesa todo lo que era, todo lo que sabía, todo lo que sentía. No lo pongo en duda, lo afirmo rotundamente.

Como es lógico, este hecho, incuestionablemente positivo para cualquier mortal que se precie, no hacía más que agobiarme constantemente. Una cosa es que me dé por perdido a mí mismo, y otra cosa muy distinta es que quiera ser acompañado al subsuelo. Elizabeth merecía ser feliz, precisamente lo que yo no podía garantizar. Más bien podría asegurarle lo contrario.

Este tipo de situaciones que se mantienen en stand by entre un hombre y una mujer, acaban normalmente con un ultimatum por parte de ella. No lo cuestiono, simplemente lo expongo como un hecho estadístico. Además, lo veo comprensible. La estabilidad forma parte de la felicidad, para muchas personas. Lo que ocurre es que es un concepto endiabladamente sencillo. Todos sabemos lo que significa. Diseñas un plan de vida y colocas un atrezzo diabólico: Domicilio conjunto. Organización conjunta. Decisiones Conjuntas. Economías conjuntas. Planes conjuntos. Para un tipo como yo, en el que “disjunto” podría ser mi segundo apellido, todo esto era como un catálogo de pesadillas a todo color.

Eligió un día cualquiera. No me pudo sorprender ninguno de sus argumentos. Sensatos y razonables, todos y cada uno de ellos. Solo podía esperar a que acabara su exposición, darle las gracias por todos y cada uno de los minutos que pasamos juntos, y besarla por última vez.

Para mi sorpresa, el desenlace a su exposición de motivos no fue otro que el de proponer un marco de extrema libertad para ambos, y un espacio común muy amplio, en el que podía caber la convivencia cotidiana, las ausencias inmotivadas y las rarezas individuales. A cambio, cierto grado de monogamia.

Como lo antepenúltimo en lo que estaba pensando era en ampliar el número de mis preocupaciones con otro embrollo más, la verdad es que solo pude aceptar. No tenía ningún argumento para no hacerlo. Todas las dudas que tenía acerca de una relación me iban a ser toleradas. El tiempo de vigilia consciente se reduciría sensiblemente : las tareas de la casa, la compra, la atención al compañero. Todo ello permitía rellenar mi puzzle vital mucho más rápidamente.

Transcurridas unas cuantas semanas, empezaba a analizar la posibilidad de que esta atípica situación pudiese sufrir una profunda revolución. Paradójicamente, hacia el convencionalismo. Vaya mierda de revolución, dicho sea de paso. Evolucionar desde una situación abierta, flexible, libre, hacia una relación convencional, con o sin papeles de por medio, es la anti-revolución. Pero como mi vida es en realidad una anti-vida, me pareció de lo más coherente con mi incoherencia existencial.

Solo faltaba elegir el momento oportuno. Valoré diferentes hipótesis y distintas escenografías. Me decidí por una sencilla copa de champagne en la terraza del hotel, un anillo artesano de la zona, y una especie de barra libre para ella. Si quería papeles, habría papeles. A mí me parecería bien. Procuré ser muy discreto, no dar opción alguna a que algo o alguien adelantara el momento.

Pero como el hombre propone y Dios dispone, dispuso enviarme un torpedo a la línea de flotación. La mañana se había levantado un tanto borrascosa, en el sentido climático y en el otro. Me encontraba un tanto inquieto y no sabía muy bien porqué. Lo achaqué a la inminencia del momento definitivo, en el que le pediría a Elizabeth el cambio de status. Pero al poco tiempo entendí cuál era la verdadera causa de mi zozobra.

Lo supe por la brisa. Me encontraba al fondo del salón, en diagonal a la entrada principal del hotel. Ventilábamos la estancia, refrescándola con el singular aroma que proviene de la costa, la humedad salina mineralizada que a todos nos gusta percibir a la orilla del mar. Pero camuflada en el remolino olfativo, me llegó el inconfundible Pure Poison, de Dior. Inmediatamente pensé: “La jodimos”

Al instante, percibí el roce de su vestido. Ibicenco, a buen seguro. Instantes después, la ocupación volumétrica completa de la estancia. Sin duda, ella estaba allí. Me volví casi por instinto, sin mirarla a los ojos, en parte por miedo, en parte porque no necesitaba confirmación visual de que era ella. Enseguida, el ataque. “Ya veo que no me esperabas y que no te alegras de verme” Mi contestación más lógica habría sido: “No, no te esperaba. En efecto, no me alegro de verte” En cambio, murmuré una frase más convencional. “Claro que me alegro”

Ella me miró con curiosidad, pero no pareció verse afectada por mi estupor y mi frialdad en su recibimiento. Enseguida me aclaró que había ido a bucear. Así la conocí. Pero yo me hubiera fijado ante cualquier reserva a su nombre. Algo no me encajaba . Me acerqué al pupitre de recepción, con modales muy profesionales, y le pregunté a qué nombre había hecho la reserva. Un nombre de varón. Me dolió, pero me mantuve hierático. Ella esbozó una sonrisa. “Es un amigo” Yo puse cara de no importarme. Ella acercó sus labios a mi oreja. “Gay”, dijo.

Desconozco si existe algún tipo de rango, escalafón o clasificación entre las brujas. Pero ella hubiera sido General de Brigada o su equivalente en arpía. La habitación había sido reservada para una semana completa. No acertaba a encontrar algún tipo de sistema o acción evasiva. ¿Cómo iba a poder resistir los envates de esta moderna Matahari durante siete días y sus correspondientes noches? Solo cuando se acercó a susurrarme en la oreja que su pareja no era competencia, me produjo una vasoconstricción generalizada acompañada de la erección involuntaria de todos y cada uno de los folículos pilosos de mi piel. Y me temo que no solo eso.

Un inesperado viaje de Elizabeth a su país, debido a dolorosos asuntos familiares, complicó aún más la situación. La acompañé al aeropuerto, me guardé el anillo, el discurso, el champagne, y procuré disimular mi desazón. No creo que lo percibiera, pero no podría asegurarlo. Ella estaba triste, desde luego, pero no creo que fuera por que hubiese notado nada.

En resumen: Me quedaba solo, ante las aún inciertas intenciones de mi ilustre visitante, que dispondría de una semana completa para desplegar toda su artillería. Si tuviera que apostar a favor de alguien, no sería por mí. Tenía todas las de perder. Aunque mi nueva situación personal me proporcionaba cierta fortaleza, que tendría que intentar aprovechar para resistir sus ataques, si es que éstos se producían.

En el día a día, solo podía relajarme cuando la veía coger el coche rumbo a las costas de la zona, para practicar el buceo. Durante unas horas, podia dedicarme a las tareas cotidianas sin temor alguno a sus malignos influjos. A su vuelta, de la misma forma que hizo en la otra ocasión, se dejaba ver por todas y cada una de las estancias del hotel, provocándome más de un respingo. En esta ocasión se movía sigilosamente, y hacía por coincidir conmigo. O esa era la sensación que provocaba en mí.

Según avanzaban los días, iba cogiendo confianza. El ataque definitivo no se había producido, y albergaba la esperanza de que su visita fuese…no casual, desde luego, pero quizás solo había sido una boutade, o un simple tanteo, con posibilidad de reversión. Es posible que mi aparente indiferencia le hubiese desanimado por completo. Si, hipotéticamente, había ido allí para verme, y yo no le hacía caso, probablemente se resignase a pasar simplemente, unas buenas vacaciones.

Llegué a la conclusión de que estaba profundamente equivocado al observar un par de detalles. El detalle de que me estampó un beso en los morros dos días antes de su partida, y el detalle de presentarse desnuda en mi habitación esa misma noche. Un buen detalle, dicho sea de paso. Tampoco fué para tanto. Tan preocupado estaba yo por su presencia, y el tema se zanjó a la antigua usanza, sexo mediante. Y ya solo quedaba un día de su estancia en el hotel.

Sí que me incomodó enterarme al día siguiente de que había ampliado su permanencia tres días más, aprovechando una cancelación de última hora. No se como pudo enterarse, quizás se cameló a los dueños. Muy factible. Pero eso cambiaba las cosas del todo. Alguna conversación habría que mantener, y no sería muy fácil.

Aprovechó para colarse en la reunión literaria, desde donde controlaba todo lo que sucedía, sin aportar experiencias propias ni comentarios sobre sus lecturas. Simplemente se encontraba en calidad de oyente inquisidora. El tema propuesto para la reunión era “Novelas de amores imposibles”, a iniciativa de la romántica oficial del grupo, una pintora holandesa de carrera profesional incierta, y trayectoria amorosa muy similar. Las historias de Montescos y Capuletos, La Insoportable Levedad del Ser, El Príncipe De Las Mareas, Carta de Una Desconocida,…consiguieron incomodarme sobremanera, especialmente cuando preguntaba cosas tales como : “Pero el amor, por muy imperfecto que sea, debería triunfar siempre, ¿no os parece?” o , “en mi opinión, él, el protagonista, no es lo suficientemente valiente para luchar por ella”, afirmación con la que se ganó a un heterogénero auditorio de féminas de todas las edades, estado civil y orientación sexual.

Utilizaba la vieja táctica del acoso y derribo, del pressing en todo el campo. Lógico. Las mujeres son inigualables en ese terreno. La capacidad de inisistir e insistir hasta obtener lo que desean, es inversamente proporcional a la importancia que le otorgan los hombres al mismo objetivo. En mi caso, esta afirmación la encontraba especialmente cierta. ¿Qué puedo tener yo que ofrecerle a una mujer como ella? ¿Y entonces, porqué insiste hasta la saciedad?

“Porque me pareces el hombre más adorable que he conocido en mi vida, y no puedo dejar de pensar en cómo podría ser capaz de sacarte de esta especie de purgatorio terrenal en el que te conocí, y en el que sigues” Esa fue la respuesta que obtuve, cuando tras la reunión literaria me volvió a acorralar en el rellano previo a la terraza, y decidí agarrar el toro por los cuernos.

Tras su conversación, lo que ya no me quedaba claro es si me quería como pareja o me quería como misión. Cualquiera de las dos alternativas me parecían igual de inexplicables y exactamente igual de aterradoras. No es lo mismo apalabrar una convivencia tranquila y sosegada, basada en el mutuo respeto, la fidelidad, y la aceptación tácita de que soy un caso perdido, que verme inmerso en una especie de Cruzada vital, comandada por una persona que me triplicaba en energía y claridad de ideas.

Otro dato que complicaba la adopción de una decisión definitiva es el hecho de que ella me dejó tirado sin ninguna explicación, y que podría volver a hacerlo sin problemas. Sobre esto, no la pregunté. Para qué. Me diría que había vuelto y eso es lo importante.

Al finalizar su estancia, recogí mis cosas, las coloqué como pude en su coche de alquiler y me dispuse a partir con ella, a donde me llevara. Me despedí de Elizabeth por teléfono. Me dijo algo así como “Amor , ya tu sabes” Abracé a mis jefes, recibí un pequeño homenaje de mis alumnos, y subí al coche.

Si me preguntan cuál fue la razón que me impulsó a abandonar todo lo que había conseguido, nada menos que la supervivencia, para adentrarme en un más que posible desastre vital, solo puedo contestarles que he elegido el destino que creo merecerme. Nunca me he sentido merecedor de nada mejor, y no debería tenerlo. Ahora, el mundo es justo conmigo. Me proporciona una más que presumible tristeza crónica. Me colocará en el subsuelo. Sufriré, casi seguro. Lo que me he ganado a pulso. Es mío, que no me lo quiten.

Y si por un casual, las cosas fueran bien, no duden que haré lo posible para volver a la senda correcta, a la de la justicia. A lo que me merezco.

 

P.D. Título tomado de la película “Casablanca”

Escena “De entre todos los cafés del mundo