viernes, 22 de diciembre de 2017

De Entre Todos Los Cafés Del Mundo

Como aperitivo a la cita Navideña Wiwichu 2017, en la que antoniadis9 se propone satisfacer los deseos de sus lectores, redactando textos a medida y bajo petición, procedo a rescatar alguno de los textos más antiguos del blog, con el fin de arrojar alguna idea al penitente. No sea que vayáis a pedir un Romance en endecasílabos. Moderación, amigo lector. Y Feliz Navidad

 

Podría decir que en un momento dado, decidí tomar las riendas de mi vida y orientarla hacia el posicionamiento espacio-temporal que libremente había elegido. Queda bien, muy profundo, muy literario, muy falso.

En realidad, la coincidencia de un considerable número de circunstancias adversas, fué la que me obligó a mutar todo mi entorno personal, profesional y geográfico y casi metafísico. Problemas empresariales, económicos y sentimentales acogieron en sus mínimos resquicios a otras pequeñas adversidades menores: transición de seres queridos, traiciones de allegados, enfermedades largas y molestas, y hasta pérdida de mascotas, consiguieron posicionar mi vida en un punto de no retorno, en el que la única posibilidad que vislumbraba con cierta claridad,  era la de una profunda metamorfosis, desde la raíz a las puntas, como dice el anuncio.

El proceso no fue tan terrible como me había imaginado. Mi parte analítica, bastante retraída en los últimos meses, se abrió paso a codazos para colocarse en primera línea de vanguardia y ofrecerme sus armas y municiones, de forma incondicional, como los jinetes polacos de Napoleón en el paso de Somosierra. Victoriosos pero muertos. De hecho, no volví a recobrar mi lado presocrático. Debió agotarse en el proceso, aunque falleció en un brillante acto de servicio.

Del análisis lógico, se dedujo que el primer paso era encontrar una posibilidad para ganarme la vida dignamente. Ya sé que es bastante obvio, pero en aquella época no era capaz ni de eso. Para ello, coloqué en una lista viñeteada la escasa relación de capacidades que me acompañan, ordenadas de mayor a menor capacidad de generar ingresos monetarios. Luego hice otra, mucho más realista, en la que las ordenaba por posibilidad real de encontrar trabajo. Del análisis de ambas listas escogía las parejas de cualidades con mejor posicionamiento global, e inicié la búsqueda por internet y prensa local, primero con ámbito geográfico regional, después nacional, y después lo que viniese.

Tras un proceso no tan prolongado como preveía, pude obtener una entrevista como monitor de ajedrez en un municipio del litoral mediterráneo español, en el que además podría realizar alguna sustitución como profesor de ciencias. Supuse que podría llegar a realizar un trabajo aceptable, confiando en poder recuperar en algún momento las neuronas que actualmente debieran ester anestesiadas o hibernando, y decidí aceptar, más por la posibilidad de encontrar un punto de partida que por otra cosa.

Me puse en marcha, sin mayor investigación ni informe, no fuera a encontrar algún dato negativo que me alejase de ese salvavidas. Aterricé en la localidad alrededor del 20 de agosto, sin que el pueblo me aportase emoción alguna; Ni era un sitio especialmente agradable o pintoresco, ni absolutamente horrendo. Pequeño, con poca vida social, escasos recursos y menos distracciones. Un sitio tan bueno o malo como cualquier otro. Tenía mar pero no playas, por lo que la industria turística brillaba por su ausencia.

Localicé el Hostal, dejé mis cosas y empecé a navegar por las callejuelas, sin guía , rumbo, timón ni brújula. Más o menos lo que venían siendo mis últimos meses. No encontré alicientes, asideros ni boyas. Debía ganarme lo que fuera que pudiera llegar a conseguir, mejor , peor o mediopensionista. Para eso había ido.

Las primeras semanas, de adaptación, no aportaron mucho más. El trabajo, como esperaba, la gente lo mismo, y salvo la emoción inicial de buscar casa, no hallé ese sendero oculto que me condujera a la felicidad, no esperaba tanto, sino a una cierta placidez existencial, al menos. Claro que en mis reflexiones auténticas, ya me reconocía a mí mismo que el sosiego vital no es una aspiración de mínimos, sino de máximos. Probablemente ese era el problema, el listón debía estar aún más bajo. La superviviencia parecía un objetivo más razonable.

Y en ello estaba. Alguna de las dudas se fueron despejando. Incluso hice algunas amistades. Me contrataron como camarero/recepcionista en un pequeño café-pensión, próximo a la cala menos pedregosa, donde conocí a los huéspedes más habituales del verano, entre los que había gente sino interesante, no diría yo tanto, al menos afable.

Propuse al dueño comprar unos cuantos libros de segunda mano por internet y colocar una pequeña biblioteca en el salón que hacía las veces de cuarto de estar de huéspedes, justo antes de la terraza. La idea tuvo cierta acogida, aunque en realidad lo hice para aburrirme un poquito menos y leer las obras completas de Raymond Chandler. Es perfecto cuando tienes dudas vitales. Te ofrece un punto de vista aún más sombrío, y empeora tanto tu opinión sobre la naturaleza humana, que incluso llegas a apreciar lo que tienes,

En cuanto estuve un poco asentado, me dio por pensar que la cosa no iba tan mal. Ese fue mi error. Bajé los brazos, y los coloqué en posición de espera, en equívoca receptividad. Y lo percibieron. Especialmente ella.

Debí advertirlo en cuanto llegó. Su forma de andar ya era sospechosa. Avanzaba por la habitación con sigilo decibélico y estruendo volumétrico. Podía detectar su presencia sin verla y sin oírla. Ahora que lo pienso, la precedía un aura multisensorial. Ya se que suena increíble, pero el rozamiento de su vestido ibicenco, del que tenía diez modelos por lo menos, el chasqueo electrostático de sus cabellos, el aroma inconfundible de su perfume (Pure Poision, de Dior, según supe ya demasiado tarde), y los sonidos previos a una risa nada discreta, debió ponerme a cubierto en el acto.

En cambio, me pilló desprevenido y la traté con cortesía y dulzura, como a una adolescente que empieza a adentrarse en el confuso mundo del interior femenino. Ningún hombre sabe exactamente qué es eso, pero sí que entendemos que debe ser algo muy complejo, como la gestión de superpoderes, supongo. Lo único que podemos hacer es tratarlas bien, lo cual no te garantiza nada, pero lo contrario te asegura una existencia aún más desgraciada.

En este caso, no se si mis buenos modales fueron adecuadamente interpretadas por la belleza que hizo su aparición. Lo digo porque me dedicó una sonrisa claramente exagerada, de aquellas en las que detectas cierto grado de condescendencia, como si no fueras en absoluto merecedor de la misma.

No me hizo mucha mella en ese momento, encajé con deportividad y pasé al plano profesional. Quería una habitación para dos semanas. Tenía reservado un curso de buceo avanzado con un pequeño club a pocos kilómetros de allí. No era infrecuente, aunque normalmente venían parejas y grupos de amigos. Le informé de precios y condiciones, le pareció bien, y me pidió ver la habitación. Ahí empecé a preocuparme. Desde luego no estábamos en un resort. Procuré ser aséptico y ahí me llevé el primer revolcón. Me dijo textualmente: “No está haciendo vd. mucho para que me quede. ¿No le caigo bien?” Una, dos,…trece palabras. No necesitó mucho más. Guardia arriba de nuevo.

Salí del paso como pude y ella no hurgó en la herida. Finalmente aceptó las condiciones y le dí la llave. Me preguntó si había recepcionista de noche y le dije aunque no existía como tal, podía llamar al número de móvil que figuraba en la llave, y que yo mismo la atendería enseguida. “¿24 horas?” Me derrumbé. No por lo que dijo, sino por la mezcla de coqueteo, posicionamiento y posesión que acompañaban la pregunta. No respondí. No pude. ¿Qué podría haber dicho que no me llevase al desastre?

Los días siguientes fueron a cual peor. La primera semana aguanté como un verdadero imbécil. El problema real no es que fuese una auténtica belleza, eso era casi lo de menos. ¿Importaba algo que tuviese unos ojos pardos del mismo color de las nubes de tormenta? ¿El cabello castaño coqueteado con hilos anaranjados que relucían al sol como vetas de oro? ¿La piel de un bronceado uniforme sin química aparente? ¿ Las perlas que adornaban sus mandíbulas? ¿El torso de una atleta? ¿Las piernas perfectas? ¿ A quién podría importarle todo eso? Lo verdaderamente terrible de su presencia era la capacidad de eclipsar el resto de los hechos del mundo: las comidas, las conversaciones, los intereses, los deseos, los cariños , las fobias y los odios. En su presencia, solo cabía ella en unos cientos de metros a la redonda. Sus intereses, sus conversaciones, y sobre todo, sus deseos.

El problema fué que me deseó a mí. No me pregunten porqué. No demostré debilidad en ningún momento. Mantuve el tipo en todas las insinuaciones, comentarios con doble sentido, críticas para zaherirme, elogios inmerecidos y contactos innecesarios. No hablé de mí mismo salvo lo verdaderamente indispensable: justificar una ausencia o retraso, explicar un libro en mis manos, una foto discretamente expuesta o una pequeña pieza de bisutería, bien oculta a otros ojos menos hábiles.

Su estancia avanzaba y marcó una fecha, la que le convino. Y sacó toda su artillería. Al principio la convencional, por orden de potencia. Al principio, arma corta, la sonrisa insinuante. Luego, escopetas de caza, caricias aparentemente inocentes. Después, el rifle de francotirador, con preguntas personales aparentemente casuales. Los tanques hicieron su aparición, con una clara, directa e inequívoca invitación a cenar.

Pude rechazar a los panzer, con una excusa pobre impropia de mi intelecto. Pero es que estaba acorralado. Física e intelectualmente. Me invitó a cenar tapando la única salida de la barra del salón, avanzando paso a paso hacia mí. Y cuantas más excusas ponía, más avanzaba. Y en el último bastión de mi defensa, utilizó las armas nucleares. Me cogió por la nuca con una mezcla de dulzor y contundencia tales, que me fué imposible evitar la aproximación a sus labios. Tampoco me hubiera dejado.

Si hay una alarma nuclear, lo único que puedes hacer es buscar refugio. Como yo no tenía ninguno, tuve que permanecer expuesto sin posibilidad de defensa. Es lo que tiene la guerra. Cuando sacas las nucleares, todo queda devastado: tus conviciones, tus posiciones, tus planes, tus posesiones, tu fuerza.

Así que hice lo único que podía hacer: Entreabrir mis labios, acoplarlos a los de ella, sentir su calor, trasladarme a su mundo, rozar su lengua, sufrir la descarga, cogerla por las mejillas, sentirla, sufrirla y amarla. Me había rendido con muy poca lucha, y estaba intentando salvar los muebles, firmando el más inmisericorde armisticio de la historia.

En los próximos días, una vez firmadas las capitulaciones, pude disfrutar del más intenso poder de una persona sobre otra. El de ella sobre mí, desde luego. Mañana, mediodía y sobre todo, noche, fuí acoplando mi vida a su nueva misión: Hacerla feliz, de la única manera posible, respetar en todo momento su santa voluntad y disfrutar del proceso.

Ante la inminencia de su partida, hablamos del futuro, de posibilidades, de esperanzas, de utopías, de buenas intenciones, de planes geniales. Nos engañamos, obviamente, y fué muy bonito hacerlo, porque los dos estábamos implicados. Sabíamos la terrible falsedad que perpretábamos contra nosotros mismos, y nos regocijábamos en ella.

El día de su partida no fue muy diferente. Nos citamos para dentro de unos pocos días, cuando ella pudiese arreglar sus asuntos, sin concretar, sin fechas, sin posibilidades reales, y sin reproche alguno. Una cita abierta en el horizonte. ¿Cómo colocarla en un calendario? Solo pude escribir su nombre en cada casilla, ocupando todas las horas de cada uno de los días, y esperar inútilmente su regreso.

Mi vida no ha variado demasiado, salvo por el hecho de que no tenía ninguna y ahora la que tenía se ha diluido. No estoy peor que cuando llegué. Tampoco era posible.

Tras su partida, decidí tomar un poco de perspectiva lejana a los últimos acontecimientos: Probablemente solo quería evitar dotarlos de excesiva carga sentimental, y analizarlos con cierta objetividad. Desde ahí, llegué a la conclusión de que en mis últimos meses/años de vida, había caído a lo más profundo del subsuelo vital, había conseguido salir unos breves instantes, y ella volvió a hundirme en la miseria. Me parece que no me dejo nada.

Visto en conjunto, el balance no era tan negativo. Al fin y al cabo, había conocido el infierno con tal grado de precisión, que nunca tendría necesidad de plantearme qué había allí. O sea, que lo peor que podría ocurrirme en mi existencia (llamarlo vida me parecía extraordinariamente atrevido), no me era completamente desconocido. Y el siguiente paso más allá del abismo no importa demasiado. O no voy a estar aquí para discutirlo, que para el caso es lo mismo.

La innegable carga de optimismo que encierran estas reflexiones, supuso un antes y un después en mi trayectoria terrenal. De encontrarme totalmente hundido por su alejamiento, huida, plantón o fuga, pasé a encontrame exactamente igual o peor, gracias a tan objetivo ejercicio reflexivo. Todo un logro. Estratégicamente impecable.

Con el fin de evitar pasar el mínimo tiempo posible siendo consciente de que estaba puesto en la vida porque debía haber un poco de todo, procuré eludir mi situación de vigilia, reduciéndola al mínimo imprescindible. Y a fe que lo conseguí. Con la ayuda de la industria farmacéutica, el etanol y la televisión, pero lo logré.

Dicen que el tiempo todo lo cura. Es una frase magnífica. Incluso puede llegar a ser cierta en determinadas circunstancias. Pero no estoy muy seguro de que se trate de una acción terapéutica directa. Mi hipótesis es que el tiempo es una especie de pieza de puzzle comodín, de las que se adaptan a cualquiera de los huecos que se generan cuando no encuentras la pieza correcta. Obviamente no has completado el puzzle, pero no te quedan huecos que rellenar, de eso se ha encargado el tiempo. Entonces, no cura; Más bien rellena.

Claro que ante mi situación, la de un tipo absolutamente deshecho, que le rellenen esos huecos con tiempo, o con lo que sea, es como si tratamos una apendicitis con anestesia general. El dolor se pasa, pero la peritonitis es muy probable. Habrá que operar en algún momento o tirar la toalla definitivamente.

En realidad, esa era la cuestión, cómo tirar la toalla. De forma activa, desalojando este mundo, o permaneciendo en él de cualquier forma. Había elegido la segunda, por simple comodidad; Y tomar esa decisión, aunque fuera una de las más cobardes, tristes, melancólicas e indignas que pueden adoptarse por un ser humano, me permitió mantener un cierto status quo entre mi persona y mi dignidad. Seguramente esta última pensó que no merecía la pena darle más vueltas, y se colocó en modo low cost.

Así, pude concederme una tregua indefinida, una especie de 4,5 con el que no aprobaba pero no suspendía del todo. No pasaba de curso, pero no me echaban de la escuela. Un equilibrio precario e inestable, en el que nadie podría estar  contento, pero del que era difícil venirse abajo. Especialmente porque no había nada más abajo.

En esa estrategia de dejar pasar el tiempo, decidí incrementar mi implicación en el trabajo, de la misma manera que un pirómano emplea acelerantes para provocar las llamaradas. Posiblemente pensara que a mi ¿vida? podría venirle bien una pizquita de estres laboral, a modo de sencillo sazonamiento. Lo cierto es que estas decisiones o quizá la ausencia de ellas, no contribuían en absoluto a incrementar mi aprecio por la existencia, por lo que concluyo que además de estar situado en la más absoluta profundidad de autohumillación y falta de respeto hacia mí mismo, posiblemente debo poseer ciertos rasgos masoquistas.

De todos estos refranes, dichos, anécdotas y consejos tradicionales que nos proporcionan padres, abuelos, maestros y sacerdotes, mi preferido es este que dice “el hombre propone y Dios dispone” En mi opinión, deberían dejarlo inmortalizado en mármol de carrara y ser objeto de culto y adoración. Nótese que es certero y respetuoso hasta la médula. Compatible con el fervor religioso, la lógica presocrática y el Teorema de Bayes. Lema de los vagos y de los emprendedores por igual. Hombres, mujeres y niños pueden emplearlo con igual utilidad. Proporciona una coartada extraordinaria para la falta de diligencia, la de acierto, y hasta para la mala suerte.

Y eso me ocurrió. Que yo propuse venirme abajo, más aún. Tomé una decisión para rematar la faena, para culminar mi borramiento vital, y me salió el tiro por la culata. Empecé a profundizar en mi tarea docente, perfilando mis carencias técnicas y utilizando métodos alternativos de impartir docencia, con el inesperado éxito de ser considerado uno de los mejores docentes por los alumnos de 1º de bachillerato. Cierto es que si un colectivo tan sumamente disperso y hormonado como los chavales de dieciséis años te coinsideran un buen profesor, hay que recapitular cuidadosamente todo lo realizado, no sea que hayas aprobado a todos sin dar ni golpe. Pero no, aparentemente es que lo pensaban de verdad.

Aterrorizado ante la perspectiva de tener que volver al terreno de juego de la vida convencional, aproveché las vacaciones de verano para proponer a los dueños del hotelito rural en el que hacía pluriempleo, la ejecución de un par de ideas completamente disparatadas, con el fin de recolocar mis coordenadas vitales en la humillante posición en la que debieran permanecer. Pero hasta en eso fracasé.

Las dos estupideces que se me ocurrieron funcionaron de tal forma que me hubiesen nombrado empleado del mes, salvo por el pequeño detalle de que era el único empleado,y hubiese sido un tanto…confuso que el empleado del mes de abril fuese el mismo que el de noviembre y febrero. En concreto, la tertulia literaria que propuse, llenaba el porche del hotel todos los viernes. Probablemente recaudábamos más en infusiones y copas que en la actividad hotelera propiamente dicha. Y por bocazas, no tuve más remedio que gestionarla y dinamizarla. En cuanto a la otra idea, las clases de salsa de los domingos por la mañana, digamos que mi presencia física no solía ser requerida. Los alumnos se apañaban bastante bien con la profesora, y se podía decir que funcionaba de forma autónoma.

Ahora que menciono a la profesora de salsa, una venezolana de ascendencia cubana, con varios años de permanencia en la localidad mediterránea donde vivía, he de decir que tenía cierta influencia en mi estado de ánimo. Siendo sinceros, conseguía arrancarme sonrisas parciales cuando coincidíamos en el hotel. Simplemente, se comportaba como si las malas noticias, las desgracias, los problemas, pudieran ser evitados o sorteados al ritmo de los sones latinos. En una persona de tan escaso tono vital como yo, ese tipo de pensamientos solo pueden ser repudiados o tomados a broma. Y eso es lo que yo hacía. Repudiarlos. Pero no conseguía evitar que la sonrisa amenazara con manifestarse en mi boca.

Como también se dice, el roce hace el cariño. Y como yo suelo decir, el roce lleva al cariño. En el sentido bíblico , quiero decir. Ya me hubiera gustado que mi desgraciada situación existencial al menos hubiese erradicado todos los instintos primarios, o al menos los más conflictivos. Desgraciadamente, el hombre propone…Y Dios dispuso que la profesora de salsa fuese una caribeña cuarentona bastante agraciada, sin cargas familiares, y he de suponer que extraordinariamente miope, cuando decidió entablar una conversación personal conmigo.

Una vez más, la lucha entre mis buenos modales y mis apetencias reales se saldó con un 1-0 a favor de la urbanidad, y me ví inmerso en un tête à tête inesperado, y de aún más inesperadas consecuencias. En mi favor, he de decir que la botella que aportó a la sobremesa habría sido declarada ilegal por las autoridades sanitarias de cualquier país civilizado.

La cosa acabó fatal. Estuve buscando en todos los rincones de mi habitación mi líbido perdida, hasta que ella misma la encontró. A punto estuve de llamar a mi madre para que la buscara (siempre encuentran todo) Afortunadamente no fue necesario. Tuvimos encuentro sexual, y desafortunadamente no fue tan catastrófico como para que se olvidara de mí. Y decidió seguir viéndome, a pesar de que yo no se lo puse nada fácil. A las consabidas excusas genéricas, le siguió un elaborado discurso sobre mi situación personal y sentimental. Ella me escuchó atentamente, mostrando una extraordinaria comprensión, a tenor de su lenguaje corporal. Y cuando acabé mi filípica, me dijo algo así como “amor ya tú sabes”, y se despidió hasta el día siguiente.

Sin duda, hay expresiones que no significan lo mismo a ambos lados del charco, eso es bien sabido. Esta reflexión me asaltó cuando me levantaba de su cama para asearme , vestirme e ir a trabajar. En algún momento he debido despistarme, porque yo juraría que se lo dejé bien clarito, y en cambio vuelvo a levantarme a su lado. Cosas veredes.

El caso es que nunca conseguimos entendernos del todo, porque yo manifestaba continuamente mis reservas a proseguir la relación. Y ella se manifestaba continuamente con su espléndida desnudez. Un combate desigual, desde luego. De los que no se ganan ni luchando, ni solicitando armisticio. Eso sí, en el fragor de la batalla, ambos salíamos ganando, muy a mi pesar.

Y llegó ese momento, en el que decidí mandar al carajo cualquier tipo de consideración que no incluyese compartir mis noches con ella, observar con detalle la volutuosidad de sus caderas, comprobar frecuentemente la ternura de sus labios, admirar rendidamente la pigmentación de su piel al natural, y adentrarme en el cráter de sus ojos.

No diré que encontré mi redención definitiva en ella, pero puedo aseverar sin reservas, que he empezado a concebir una existencia posible. Que no me rebelo al instante cuando se menciona el concepto “sentimientos” Que puedo enternecerme ante los que hablan del amor como una realidad palpable. Que acepto la posibilidad de una vida plácida y plena. Para otros, desde luego. Y considero la posibilidad infinitesimal de ser feliz algún día, algunas horas. Y que todo esto lo digo públicamente. Me aterroriza la posibilidad de traicionarme a mí mismo y poder llegar a ser dichoso. Pero empiezo a pensar que esa muerte en vida en la que me hallaba cómodamente instalado, no era por fin, tan buena idea.

Tampoco es que estas reflexiones me arrastraran fuera del “lado oscuro” Mi posicionamiento existencial solo había variado en la medida en que ese interés por rellenar mis horas de vigilia, se había visto recompensado con un acompañamiento. Llamarlo relación podría ser considerado desproporcionado. Para que algún tipo de vínculo pueda hacerse acreedor a tal título, debe reunir unos mínimos. Cierto interés bilateral, algún tipo de compromiso, una delimitación de espacios comunes, una conexión emocional, qué se yo.

Digamos que esa puesta en común de personas no alcanzaba tal categoría. Y desde luego que el principal responsable era yo. Por parte de mi profesora de salsa, Elizabeth por bautizo, considerando su edad y sus experiencias previas con los hombres, se podría decir sin reservas que ponía encima de la mesa todo lo que era, todo lo que sabía, todo lo que sentía. No lo pongo en duda, lo afirmo rotundamente.

Como es lógico, este hecho, incuestionablemente positivo para cualquier mortal que se precie, no hacía más que agobiarme constantemente. Una cosa es que me dé por perdido a mí mismo, y otra cosa muy distinta es que quiera ser acompañado al subsuelo. Elizabeth merecía ser feliz, precisamente lo que yo no podía garantizar. Más bien podría asegurarle lo contrario.

Este tipo de situaciones que se mantienen en stand by entre un hombre y una mujer, acaban normalmente con un ultimatum por parte de ella. No lo cuestiono, simplemente lo expongo como un hecho estadístico. Además, lo veo comprensible. La estabilidad forma parte de la felicidad, para muchas personas. Lo que ocurre es que es un concepto endiabladamente sencillo. Todos sabemos lo que significa. Diseñas un plan de vida y colocas un atrezzo diabólico: Domicilio conjunto. Organización conjunta. Decisiones Conjuntas. Economías conjuntas. Planes conjuntos. Para un tipo como yo, en el que “disjunto” podría ser mi segundo apellido, todo esto era como un catálogo de pesadillas a todo color.

Eligió un día cualquiera. No me pudo sorprender ninguno de sus argumentos. Sensatos y razonables, todos y cada uno de ellos. Solo podía esperar a que acabara su exposición, darle las gracias por todos y cada uno de los minutos que pasamos juntos, y besarla por última vez.

Para mi sorpresa, el desenlace a su exposición de motivos no fue otro que el de proponer un marco de extrema libertad para ambos, y un espacio común muy amplio, en el que podía caber la convivencia cotidiana, las ausencias inmotivadas y las rarezas individuales. A cambio, cierto grado de monogamia.

Como lo antepenúltimo en lo que estaba pensando era en ampliar el número de mis preocupaciones con otro embrollo más, la verdad es que solo pude aceptar. No tenía ningún argumento para no hacerlo. Todas las dudas que tenía acerca de una relación me iban a ser toleradas. El tiempo de vigilia consciente se reduciría sensiblemente : las tareas de la casa, la compra, la atención al compañero. Todo ello permitía rellenar mi puzzle vital mucho más rápidamente.

Transcurridas unas cuantas semanas, empezaba a analizar la posibilidad de que esta atípica situación pudiese sufrir una profunda revolución. Paradójicamente, hacia el convencionalismo. Vaya mierda de revolución, dicho sea de paso. Evolucionar desde una situación abierta, flexible, libre, hacia una relación convencional, con o sin papeles de por medio, es la anti-revolución. Pero como mi vida es en realidad una anti-vida, me pareció de lo más coherente con mi incoherencia existencial.

Solo faltaba elegir el momento oportuno. Valoré diferentes hipótesis y distintas escenografías. Me decidí por una sencilla copa de champagne en la terraza del hotel, un anillo artesano de la zona, y una especie de barra libre para ella. Si quería papeles, habría papeles. A mí me parecería bien. Procuré ser muy discreto, no dar opción alguna a que algo o alguien adelantara el momento.

Pero como el hombre propone y Dios dispone, dispuso enviarme un torpedo a la línea de flotación. La mañana se había levantado un tanto borrascosa, en el sentido climático y en el otro. Me encontraba un tanto inquieto y no sabía muy bien porqué. Lo achaqué a la inminencia del momento definitivo, en el que le pediría a Elizabeth el cambio de status. Pero al poco tiempo entendí cuál era la verdadera causa de mi zozobra.

Lo supe por la brisa. Me encontraba al fondo del salón, en diagonal a la entrada principal del hotel. Ventilábamos la estancia, refrescándola con el singular aroma que proviene de la costa, la humedad salina mineralizada que a todos nos gusta percibir a la orilla del mar. Pero camuflada en el remolino olfativo, me llegó el inconfundible Pure Poison, de Dior. Inmediatamente pensé: “La jodimos”

Al instante, percibí el roce de su vestido. Ibicenco, a buen seguro. Instantes después, la ocupación volumétrica completa de la estancia. Sin duda, ella estaba allí. Me volví casi por instinto, sin mirarla a los ojos, en parte por miedo, en parte porque no necesitaba confirmación visual de que era ella. Enseguida, el ataque. “Ya veo que no me esperabas y que no te alegras de verme” Mi contestación más lógica habría sido: “No, no te esperaba. En efecto, no me alegro de verte” En cambio, murmuré una frase más convencional. “Claro que me alegro”

Ella me miró con curiosidad, pero no pareció verse afectada por mi estupor y mi frialdad en su recibimiento. Enseguida me aclaró que había ido a bucear. Así la conocí. Pero yo me hubiera fijado ante cualquier reserva a su nombre. Algo no me encajaba . Me acerqué al pupitre de recepción, con modales muy profesionales, y le pregunté a qué nombre había hecho la reserva. Un nombre de varón. Me dolió, pero me mantuve hierático. Ella esbozó una sonrisa. “Es un amigo” Yo puse cara de no importarme. Ella acercó sus labios a mi oreja. “Gay”, dijo.

Desconozco si existe algún tipo de rango, escalafón o clasificación entre las brujas. Pero ella hubiera sido General de Brigada o su equivalente en arpía. La habitación había sido reservada para una semana completa. No acertaba a encontrar algún tipo de sistema o acción evasiva. ¿Cómo iba a poder resistir los envates de esta moderna Matahari durante siete días y sus correspondientes noches? Solo cuando se acercó a susurrarme en la oreja que su pareja no era competencia, me produjo una vasoconstricción generalizada acompañada de la erección involuntaria de todos y cada uno de los folículos pilosos de mi piel. Y me temo que no solo eso.

Un inesperado viaje de Elizabeth a su país, debido a dolorosos asuntos familiares, complicó aún más la situación. La acompañé al aeropuerto, me guardé el anillo, el discurso, el champagne, y procuré disimular mi desazón. No creo que lo percibiera, pero no podría asegurarlo. Ella estaba triste, desde luego, pero no creo que fuera por que hubiese notado nada.

En resumen: Me quedaba solo, ante las aún inciertas intenciones de mi ilustre visitante, que dispondría de una semana completa para desplegar toda su artillería. Si tuviera que apostar a favor de alguien, no sería por mí. Tenía todas las de perder. Aunque mi nueva situación personal me proporcionaba cierta fortaleza, que tendría que intentar aprovechar para resistir sus ataques, si es que éstos se producían.

En el día a día, solo podía relajarme cuando la veía coger el coche rumbo a las costas de la zona, para practicar el buceo. Durante unas horas, podia dedicarme a las tareas cotidianas sin temor alguno a sus malignos influjos. A su vuelta, de la misma forma que hizo en la otra ocasión, se dejaba ver por todas y cada una de las estancias del hotel, provocándome más de un respingo. En esta ocasión se movía sigilosamente, y hacía por coincidir conmigo. O esa era la sensación que provocaba en mí.

Según avanzaban los días, iba cogiendo confianza. El ataque definitivo no se había producido, y albergaba la esperanza de que su visita fuese…no casual, desde luego, pero quizás solo había sido una boutade, o un simple tanteo, con posibilidad de reversión. Es posible que mi aparente indiferencia le hubiese desanimado por completo. Si, hipotéticamente, había ido allí para verme, y yo no le hacía caso, probablemente se resignase a pasar simplemente, unas buenas vacaciones.

Llegué a la conclusión de que estaba profundamente equivocado al observar un par de detalles. El detalle de que me estampó un beso en los morros dos días antes de su partida, y el detalle de presentarse desnuda en mi habitación esa misma noche. Un buen detalle, dicho sea de paso. Tampoco fué para tanto. Tan preocupado estaba yo por su presencia, y el tema se zanjó a la antigua usanza, sexo mediante. Y ya solo quedaba un día de su estancia en el hotel.

Sí que me incomodó enterarme al día siguiente de que había ampliado su permanencia tres días más, aprovechando una cancelación de última hora. No se como pudo enterarse, quizás se cameló a los dueños. Muy factible. Pero eso cambiaba las cosas del todo. Alguna conversación habría que mantener, y no sería muy fácil.

Aprovechó para colarse en la reunión literaria, desde donde controlaba todo lo que sucedía, sin aportar experiencias propias ni comentarios sobre sus lecturas. Simplemente se encontraba en calidad de oyente inquisidora. El tema propuesto para la reunión era “Novelas de amores imposibles”, a iniciativa de la romántica oficial del grupo, una pintora holandesa de carrera profesional incierta, y trayectoria amorosa muy similar. Las historias de Montescos y Capuletos, La Insoportable Levedad del Ser, El Príncipe De Las Mareas, Carta de Una Desconocida,…consiguieron incomodarme sobremanera, especialmente cuando preguntaba cosas tales como : “Pero el amor, por muy imperfecto que sea, debería triunfar siempre, ¿no os parece?” o , “en mi opinión, él, el protagonista, no es lo suficientemente valiente para luchar por ella”, afirmación con la que se ganó a un heterogénero auditorio de féminas de todas las edades, estado civil y orientación sexual.

Utilizaba la vieja táctica del acoso y derribo, del pressing en todo el campo. Lógico. Las mujeres son inigualables en ese terreno. La capacidad de inisistir e insistir hasta obtener lo que desean, es inversamente proporcional a la importancia que le otorgan los hombres al mismo objetivo. En mi caso, esta afirmación la encontraba especialmente cierta. ¿Qué puedo tener yo que ofrecerle a una mujer como ella? ¿Y entonces, porqué insiste hasta la saciedad?

“Porque me pareces el hombre más adorable que he conocido en mi vida, y no puedo dejar de pensar en cómo podría ser capaz de sacarte de esta especie de purgatorio terrenal en el que te conocí, y en el que sigues” Esa fue la respuesta que obtuve, cuando tras la reunión literaria me volvió a acorralar en el rellano previo a la terraza, y decidí agarrar el toro por los cuernos.

Tras su conversación, lo que ya no me quedaba claro es si me quería como pareja o me quería como misión. Cualquiera de las dos alternativas me parecían igual de inexplicables y exactamente igual de aterradoras. No es lo mismo apalabrar una convivencia tranquila y sosegada, basada en el mutuo respeto, la fidelidad, y la aceptación tácita de que soy un caso perdido, que verme inmerso en una especie de Cruzada vital, comandada por una persona que me triplicaba en energía y claridad de ideas.

Otro dato que complicaba la adopción de una decisión definitiva es el hecho de que ella me dejó tirado sin ninguna explicación, y que podría volver a hacerlo sin problemas. Sobre esto, no la pregunté. Para qué. Me diría que había vuelto y eso es lo importante.

Al finalizar su estancia, recogí mis cosas, las coloqué como pude en su coche de alquiler y me dispuse a partir con ella, a donde me llevara. Me despedí de Elizabeth por teléfono. Me dijo algo así como “Amor , ya tu sabes” Abracé a mis jefes, recibí un pequeño homenaje de mis alumnos, y subí al coche.

Si me preguntan cuál fue la razón que me impulsó a abandonar todo lo que había conseguido, nada menos que la supervivencia, para adentrarme en un más que posible desastre vital, solo puedo contestarles que he elegido el destino que creo merecerme. Nunca me he sentido merecedor de nada mejor, y no debería tenerlo. Ahora, el mundo es justo conmigo. Me proporciona una más que presumible tristeza crónica. Me colocará en el subsuelo. Sufriré, casi seguro. Lo que me he ganado a pulso. Es mío, que no me lo quiten.

Y si por un casual, las cosas fueran bien, no duden que haré lo posible para volver a la senda correcta, a la de la justicia. A lo que me merezco.

 

P.D. Título tomado de la película “Casablanca”

Escena “De entre todos los cafés del mundo

 


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