sábado, 16 de diciembre de 2017

El Consultor de Filosofía (I y II)

He decidido rescatar estas entradas, la primera de ellas de 2015 y la segunda de este 2017, básicamente porque me divertí mucho escribiéndolas y me apetece que algún lector que no haya podido leerlas por su antigüedad, puedan hacerlo ahora.

 

Sucedió uno de estos días en los que no tienes nada especial en lo que pensar, y buscas la máxima superficialidad posible para gastar los segundos libres, aquellos que echamos en falta las más de las veces. Me eché en brazos de los navegadores, y dejé que me mecieran suavemente al vaivén de las olas cibernéticas. Es curioso este proceso de búsqueda en internet: Crees que buscas algo y lo hallas por tus propios medios, cuando en realidad, los robots te arrastran como un remolino hacia los lugares que aportan unos cuantos dólares o que contribuyen con su actividad alocada y numerosa a la propia perpetuación del sistema.

El proceso de búsqueda fue el siguiente: Cosas que hacer en Madrid>Ocio y Diversión>Cines>Teatros>Exposiciones>Conferencias. Dentro de las conferencias estaba prevista una, en el Centro de Reconversión del Espíritu, sito en una recóndita calle del Madrid más castizo, a pocos pasos de la Puerta de Toledo y a tiro de piedra del Rastro: La Charla-Coloquio del Profesor Titular de la Facultad de Filosofía y Letras, Don Alfredo López-Müller.

Al parecer, la conferencia versaba sobre “La Aplicabilidad De La Filosofía Como Respuesta Ante Las Perturbaciones Del Hombre Moderno”. Desde luego, el planteamiento resultaba apasionante como plan para una tarde de ocio y asueto. No se me ocurrió nada mucho más divertido, y siempre me quedaban un par de docenas de tabernas en la zona para celebrar el hallazgo o mitigar el dolor de la pérdida de tiempo.

Localicé fácilmente la calle. El número, el portal, todo perfecto. La sala un poco más difícil. Había que franquear todo el portal, localizar una escalerita recóndita, protegida por una barandilla de hierro forjado, y peldaños que deberíamos calificar como trapezoidales y anti espías. Sólo con la amenaza de posar la suela de mis deportivas, un profundo, agudo y lastimoso lamento era proferido por el primer tramo de escaleras. Opté por un tránsito rápido y necesariamente ruidoso, para descender hasta el semisótano donde aparentemente se iba a celebrar la conferencia.

Supuse que había dado con el sitio, en virtud del numeroso aforo que allí me aguardaba. Contando conmigo bien podríamos ser seis personas, que llenábamos hasta la bandera la sala de conferencias.

Me recibió la que debía ser la Presidenta del Centro de Reconversión del Espíritu, aunque se presentó a sí misma como Assumpta, marcando bien todas las consonantes. Agradeció mi presencia y se disculpó porque el inesperado éxito de la charla-coloquio había desbordado las expectativas, y no habría sillas para todos, pero la oportuna colocación de un futón en primera línea, permitió que algunos de nosotros pudiésemos atender a la conferencia desde una posición de máximo confort.

Había llegado pronto y me puse a curiosear por la sala. Había tablones de anuncios en los que se exponía la oferta completa de las actividades del Centro de Reconversión del Espíritu. Sin duda, los objetivos del Centro, que no dudo que fueran otros que los anunciados en su nombre, podrían ser alcanzados fácilmente a través de los grupos de senderismo, meditación, yoga, tai-chi, reiki y chi kung, que constituían el núcleo de sus actividades . Si así no se reconvierte el espíritu, no se me ocurren mejores maneras.

Estuve conversando mínimamente con otra de las asistentes, una mujer en torno a los sesenta años, que me preguntó si era la primera vez que iba a esa charla. Se lo confirmé. Yo creo que mis vaqueros Lacoste, las deportivas Nike y la sudadera Adidas, bien pudieron darle una pista. Viendo la estética del Centro y sus asistentes, me da que no había sido muy certero al elegir vestimenta. Quizás un pañuelo palestino con sandalias de esparto y camisa cuello mao, me hubiesen mimetizado mejor. Tarde.

El conferenciante acudió con exquisita puntualidad, treinta y cinco minutos después de la hora prevista. Nadie pareció ponerse nervioso en la espera, y yo estaba lo suficientemente alucinado con la fauna y la flora locales como para darme cuenta del retraso. Saludó a Assumpta y a muchos de los asistentes, con bastante familiaridad, y colocó su silla de tijera por detrás de la mesa de camping que hacía de atril, sacó una botella de agua de una especie de zurrón que portaba, y dió comienzo a la charla.

La idea central de su discurso era la excesiva dependencia de ayuda externa que precisaban  los individuos de nuestra época para poder resolver, superar o controlar los problemas que nos acechan en nuestros días. Como ejemplos de todo ello proponía las redes sociales, los psiquiatras, los psicólogos, los medicamentos ansiolíticos y antidepresivos, los reality show y el Sálvame. No podía quitarle la razón, salvo en lo que se refiere a la medicación, por razones de supervivencia profesional. Si me quitan las pirulas, a ver cómo me hago con los cientos de depresivos que recibo en consulta.

La verdad es que el tipo era una especie de sabio embaucador, puesto que los argumentos que utilizaba, bien podrían ser al menos debatidos; Pero él los asociaba a una especie de conocimiento universal extremadamente contrastado; Aún así, un muy buen orador y una charla muy amena. Cuando llegó al final de la exposición, venía el turno del coloquio.

Inauguró el turno de preguntas la sesentona con la que había estado departiendo, y no tardó en poder el dedo en la llaga:

-“De acuerdo, y entonces cómo cree vd. que el individuo puede resolver sus problemas? Qué herramientas le quedan?”

-“Bueno, dado que las preocupaciones materiales deberían ser superfluas, puesto que están vinculadas a un estilo de vida libremente elegido, el individuo puede resolverlas cambiando ese estilo de vida, modificando la elección que realizó, por otra mucho más sostenible. En cuanto a las necesidades del alma, del espíritu, de la vivencia diaria, tiene a su disposición al mejor equipo de consultores nunca visto: Los filósofos. Conocen ustedes a un coach más preparado, certero y barato que Platón?”

Inicié una sonora carcajada, en la rotunda convicción de que sería unánime y sincronizada, pero cuando las miradas de los asistentes focalizaron en mi persona, comprendí que aquello iba en serio. No olvidaré las siguientes palabras del ponente:

-“Veo que hay una persona que no coincide con mi teoría. Porqué no hacemos una prueba empírica? Usted, todos ustedes, me plantean un problema personal y yo les hago llegar las respuestas de la filosofía ante él. Después conversamos al respecto de la idoneidad de la solución”

Afortunadamente para mí, otro asistente le cogió la palabra y le planteó un problema personal: Tenía una malísima relación con su madre, especialmente desde la adolescencia. Aparentemente, no obedecía a un motivo concreto, ni había sucedido nada extraordinario. Guardamos silencio y escuchamos la propuesta del orador:

-“La mayor parte de los problemas de relación madre-hija parten de un problema de convencionalismos sociales: La posición de dominancia de la madre, como la figura más poderosa de la infancia. Al llegar a la adolescencia, la hija busca su propia identidad, y debe separarse de su ideal femenino hasta entonces, la madre. La función de la madre para Platón, se circunscribía a la etapa del embarazo y los tres años posteriores al mismo. A partir de ahí, nodrizas y pedagogos asumen la responsabilidad de la educación de la hija. Es decir, que la figura fuerte y poderosa de la madre es un simple convencionalismo social, y la ruptura o ausencia de ella, debería poder ser un hecho irrelevante en el desarrollo personal de la hija. Siempre está la teoría del Complejo de Edipo de Freud, pero está más que comprobado en estudios realizados entre los gorilas , la ausencia de deseo sexual hacia los miembros de la propia familia, por lo que me quedo con lo que dice Platón. La madre hizo su papel, y en adelante, salvo el vínculo sentimental, no es una figura relevante en nuestro desarrollo personal, por lo que si te llevas mal con ella, no tiene la más mínima importancia en el devenir de tu existencia. Es un hecho irrelevante”

Primer aplauso de la tarde. Se conoce que el problema tiene cierto grado de extensión entre las asistentes. Y si la solución es pasar ampliamente de la madre, y encima recomendado por Platón, pues se va uno a casa deseando encontrarse con su madre para mandarla a hacer puñetas. Y si protesta, que vaya a ver a Platón.

La respuesta al primer problema planteado debió arrojar un cierto grado de esperanza sobre los (las) asistentes, puesto que la gente comenzó a animarse y perder la vergüenza. Prueba de ello la siguiente pregunta:

-Yo tengo un gran problema con las relaciones sexuales: Cuando termino, independientemente de con quién o cómo se han desarrollado, tengo una sensación terrible de culpa, como si hubiese hecho algo malo, algo éticamente reprobable, y no se cuál es la razón ni cómo superarlo.

La preguntita se las traía. Pensé que el conferenciante daría una larga cambiada, apelando a la intimidad del sexo o algo así, pero decidió afrontar el dilema con total claridad:

-“Probablemente el amigo Nietzsche nos podría ayudar. Nietzsche cree que hay un paralelismo evidente entre conciencia y religión, conciencia y culpabilidad. Está de acuerdo con Freud en que la culpabilidad proviene del hecho religioso. Por tanto, propone eliminar el concepto de pecado y de culpa, proponiendo una visión desacralizada de la religión, algo así como una corriente ética o filosófica. De esta manera, las propuestas de la religión, no dejarían de ser opiniones de un grupo de creyentes, sin ese barniz mágico que tradicionalmente le es consustancial. Es decir, que si el concepto de pecado no existe, no somos pecadores, y por lo tanto, nos regiríamos por nuestras propias convicciones morales. Incluyendo el sexo. Es tu educación religiosa la que te hace sentirte culpable, pero tú misma te puedes redimir, ya que no hay pecado que confesar.

Segundo aplauso de la noche. Es lógico: A la primera consulta, la solución es mandar a la porra a tu madre. Y a la segunda, le recomienda relaciones sexuales inmisericordes. No me extraña que salga a hombros.

Tal y como se encontraba la tarde, desde luego mucho más entretenida de lo que había previsto, decidí rematarla a lo grande, con una pregunta que contribuyese al jolgorio generalizado, y de paso pudiese poner en un apuro al ponente.

-“Perdone, pero tengo un problema en relación con mi novia. Simplemente, no soy capaz de entenderla en muchas ocasiones. Parece decir una cosa, pero luego…”

Me frenó en seco.

-“Discúlpeme, creo que la filosofía puede aportar una solución para la mayoría de los problemas de este mundo, pero hay algunos misterios que son totalmente irresolubles, o al menos los filósofos más conocidos de la historia no han podido plantear una solución asumible. No obstante, puedo plantearle algún tipo de estrategia, no original ni filosófica, pero sumamente efectiva. Según Oscar Wilde, a las mujeres uno no puede comprenderlas, solo puede amarlas. Oiga, y no aspire usted a superar a Wilde en cuanto a sensibilidad femenina. No se puede. Déjeme que comparta con usted la estrategia propuesta por el mayor genio militar de todos los tiempos, Napoleón Bonaparte: Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo. Si a usted le parece una propuesta cobarde, puede que esté en lo cierto, pero recuerde que no es mía, sino de Napoleón”

Hombre, una solución como tal, pues no me lo pareció. Pero que el tío es un sabio, pocas dudas quedan. Lo más curioso es que las asistentes al acto asumieron sus argumentos como propios, y ninguna le acusó de machista. Entre ellas comentaban la veracidad de sus afirmaciones, y puedo asegurar que lo hacían con orgullo.

Al finalizar el acto, saludé a Assumpta, al orador y a la sexagenaria, y previo a los vinos que iban a ser necesarios para reponerme del impacto, pasé por una librería y me llevé “La República” de Platón, y una recopilación de Nieztsche. Miré a ver si nuestro orador tenía algo publicado. No recordaba el nombre, por lo que eché mano al bolsillo para leerlo de la tarjeta que había dejado para los asistentes. Al darle la vuelta, esperando un mini relato de sus méritos académicos, solo figuraba un cargo o profesión: “Consultor de Filosofía”

Y de los buenos, pensé.



 

He de admitir que se trata de una solución un tanto heterodoxa. No me duelen prendas en reconocerlo. Aunque el simple hecho de plantearme la posibilidad, debería hacer sospechar al lector la envergadura del problema en el que me veía envuelto.

Descartadas las figuras teológicas, académicas, familiares, e incluso los amigos de toda la vida, él era mi única esperanza. Rebusqué entre mis bolsillos, mis cajas de zapatos, los cajones, sus dobles fondos y mi amigo google. Una especie de asociación de ideas me llevó a indagar en la Asociación donde nos habíamos conocido. Acierto pleno. Me facilitaron su nombre, teléfono y una idea aproximada de sus tarifas. Aproximadamente altas.

Pero la acumulación de argumentos a favor y en contra, los matices de refuerzo y rechazo, los elementos de incertidumbre, la proyección de futuro de las diferentes opciones alternativas, el efecto mariposa y el cambio climático, eran demasiadas combinaciones, variaciones y permutaciones para una sola persona.

Llegué a la conclusión de que solo ellos podrían ayudarme. Y de entre ellos, su representante terrenal, su manager, su broker. El que intermediaría entre ellos, mi problema y yo. Considerando que la mayor parte de ellos están bastante fallecidos, esperaba sinceramente que su legado se mantuviera perenne en sus obras, como siempre se dice, o que al menos, el Prof. López-Müller mantuviese una buena relación médium con los del más allá, para recoger y aprovechar sus ideas en el más acá.

Me recibió en una especie de sala de estar reconvertida a biblioteca, o mejor dicho, a depósito de libros. Ambos fuimos puntuales y corteses. Rebusqué a mi alrededor buscando algún tipo de diván o sofá de extraordinario confort, y acabé sentándome en una silla de la línea Kiënbock de Ikea. Digna, confortable y anodina.

Pensé que sacaría algún tipo de carpeta, como si fuera la historia clínica de un médico, y a cambio buscó un trozo libre del ABC de antesdeayer. Bolígrafo Bic en huelga, que precisó varias vueltas de campana entre sus manos para comenzar la escritura. Capucha mordisqueada. Veterano de mil guerras, se conoce.

Cuando me pareció que estaba listo, le pregunté cuál era el procedimiento. Me dijo que prefería que le contase el problema y que ya iríamos avanzando. Lo que me temía. Yo confuso y desordenado. El, anárquico y vintage. Hacíamos una extraordinaria pareja, pensé. Y tuve que sonreir a mi pesar. El se percató, y realizó una especie de anotación en el margen del periódico. Acabábamos de empezar y esa sonrisa traicionera le permitió marcar el primer gol. Refrené mi expresión facial y volví a ese extraordinario rictus de preocupación con el que gané la puerta de entrada.

Me animó a comenzar. “Es que no se cómo contarle todo el problema. “ “No se preocupe. Lánzeme su preocupación principal y partamos de ahí”

“Profesor, debo optar entre proteger la buena marcha de mi empresa o acostarme con la ex-mujer de mi socio”

“Para eso no hace falta la filosofía. Absténgase de tener relaciones carnales con ella, busque otra mujer, y salvaguarde su empresa y su futuro”

“Ya, pero es que usted no ha visto cómo está de buena”

“En eso lleva usted razón. ¿No tiene una foto?”

Le enseñé su foto del perfil de facebook, y algunas otras en las que estábamos los tres juntos.

“Ciertamente, tiene usted un problema de primera división. De Champions, si me apura. Pero tampoco necesita a la filosofía. Si no se acuesta con ella, es usted un perfecto imbécil”

“En eso convenimos, Profesor López-Müller. Lo que me gustaría es analizar los diferentes puntos de vista de los filósofos más sabios, para poder acostarme con ella con un respaldo mayor que el de la testosterona y la solidaridad masculina. Encontrar el consuelo de que hombres más sabios que yo han analizado este tipo de situaciones, y han encontrado algún tipo de ruta ética, espiritual, mística o religiosa, a través del cual pueda encontrarme a mí mismo en plenas relaciones físicas con ella, sin un excesivo complejo de culpa o de falta de ética”

“Usted lo que busca es una coartada para poder disfrutar con ella sin remordimientos”

“En efecto, veo que finalmente capta la idea”

Me miró unos segundos con expresión circunspecta, para posteriormente tomar alguna nota en la página de sucesos del diario. No parecía muy prometedor. Precisamente había ido a verle a él para evitar eso mismo, salir en los papeles. Y menos en sucesos. De improviso, se levantó y cogió un libro de San Agustín “La Santa Virginidad” Mal empezamos. Afortunamente lo dejó en su estante y cogió “Las Uniones Adulterinas” No es que fuera exactamente lo que yo había pensado, pero si había algún tipo de adulterio, no íbamos tan mal.

“Mire, San Agustín, en el capítulo XV de este libro explica bastante bien la diferencia entre las cosas lícitas e inconvenientes o inoportunas. Y destaca cómo abstenerse de llevar a cabo las cosas inoportunas, como podría ser la relación que usted desea, puede ser considerada, pero también la acción contraria, porque ambas cosas son lícitas, y unas veces conviene esto y otras lo otro.”

No negaré que el insospechado respaldo de San Agustín, elevó considerablemente mi moral. Nada menos que un filósofo ilustre, clásico, sabio, y encima santo, me estaba proporcionando el respaldo moral necesario para tirarme, perdón, para iniciar relaciones íntimas con la ex-mujer de mi amigo. Animé a López-Müller a que rebuscara en el resto del texto. Leyó un poco más en silencio, y cerró el libro con cierto grado de rotundidad.

“Creo que esta parte es con la que nos quedamos, porque más adelante defiende que a los que no se contienen les conviene casarse, y les conviene lo que es lícito; en cambio, a los que hacen voto de continencia, ni les conviene ni les es lícito. Y, salvo que usted me diga lo contrario, no parece que el matrimonio forme parte del escenario en el que usted se sentiría cómodo.”

Negué con vigor. Mis ojos, mi cara, mi cuello y mi mente, negaron al unísono. Le quedó claro. Nos quedaríamos con un cierto apoyo de Agustín, y seguiríamos buscando. De entre los libros cuyo lomo quedaba a la vista, me llamó la atención uno de Hume, el Tratado Sobre La Naturaleza Humana. Y como si fuera telepatía, el profesor lo recogió de uno de los anárquicos montones y lo depositó encima de la mesa. Tosí un poquito, debido al polvo acumulado, y escuché los argumentos del escocés en boca de López Müller.

“En una palabra: la naturaleza ha concedido una especie de atracción a ciertas
impresiones e ideas, por la cual, al surgir naturalmente, traen tras sí a sus correlativas. Si estas dos atracciones o asociaciones de impresiones e ideas concurren en el mismo objeto se apoyan recíprocamente y la transición de las afecciones y de la imaginación se hace con la más grande naturalidad y facilidad.”

¡Por fin encontraba exactamente lo que estaba buscando! Un responsable, un culpable, un eximente. La naturaleza. En efecto, yo no me planteaba realmente una relación tan cuestionable desde el punto de vista ético o práctico. Era la propia naturaleza la que me arrastraba hacia esa procelosa relación, al atrubirle una atracción a aquello que bien podría llegar a ser una simple impresión o idea. Por tanto, me podía acostar con ella a los solos efectos de comprobar si existía esa relación entre las impresiones y las ideas, es decir, si en verdad era cierto que todo ese pedazo de atractivo femenino, pasaba a cristalizar en una extraordinaria relación sexual irrenunciable, o un simple polvo salvaje.

Claro que había unos pequeños inconvenientes, no mayores. Por un lado que el hecho de que la relación sexual funcionase, podría tener también algún tipo de relación con mi propia capacidad amatoria. Chorradas, soy cojonudo en la cama. Pero por otro, una vez consumado el acto, me quedaría sin coartada para repetir, en el caso hipotético de que la impresión se convierta en idea, puesto que lo que hubiere de comprobarse, ya se habría comprobado, a favor o en contra. De todas formas, el primer polvo me lo llevaba puesto, eso sí.

Comenté con López Müller mis reflexiones, y me miró como si estuviese metiendo la mano en la Bocca della Verità , con bastante desagrado e incluso miedo. Pero estuvo lo suficientemente prudente como para no entrar en un debate demasiado profundo. Creo que solo comentó que una vez que el filósofo o literato dejan sus palabras en un papel, éstas pasan a ser patrimonio del lector, y el sentido de las mismas , pasa a tomar las más numerosas, irregulares, discontinuas y disparatadas formas, en la mente de todos y cada uno de los lectores, por muy ceporros que éstos sean, añadió.

No me dí por aludido y busqué la prueba definitiva en alguien que jamás me ha fallado, a la hora de corroborar cualquiera de las extraordinarias locuras que he ideado a lo largo de mi vida. Nietzsche.

No tuve que esperar mucho. Señalé a López-Müller el libro “El Ocaso De Los Dioses o cómo se filosofa a martillazos”, y en el prefacio encontré la respuesta a mis dudas:

“Conservar en los problemas sombríos y de abrumadora responsabilidad la alegría serena, es cosa harto difícil, y, sin embargo, ¿hay algo más necesario que la alegría serena? Nada sale bien si no participa en ello la alegre travesura”

En efecto, la solución estaba en tomarse las cosas como una alegre travesura y con alegría serena. Eso me permitía el paquete completo de objetivos con el que desembarqué en el despacho de López- Müller, a saber:

  • Acostarme con la ex de mi socio
  • Repetir si procede
  • Evitar remordimientos
  • Asumir hipotéticos reproches con una alegría serena

Tras pagar a López-Müller, seguramente por nada, hice la llamada, reservé el hotel, repetí de champagne y de sexo hasta los límites (los de la VISA y los de mi edad), y desde luego me quedé muy contento, con esa alegría, quizás no tan serena debido sin duda al champagne.

Y serenamente encajé los dos bofetones que me propinó mi socio, cuando su ex le restregó nuestra noche de sexo en sus narices, menos de 24 horas después. Y parafraseando el Soneto Al Túmulo Del Rey, de Cervantes, busqué a Nietzsche y no hubo nada.


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