martes, 31 de octubre de 2017

Junto Al Horizonte

Quedamos emplazados para vernos, allí, junto al horizonte. Era nuestro sitio, nuestra canción, nuestra flor, nuestro color. Donde se cruzaban los deseos de ambos, donde alineábamos planetas, deseos y besos. En esa cabaña fabricada de esperanzas y fuerzas, techada por las estrellas, cerrada por nuestros párpados, blindada por la potencia de nuestra determinación.

Allá nos vimos en la fase crepuscular de nuestro amor, en la que solo queda la verdad de nuestros sentimientos, donde las apariencias se difuminan con los últimos rayos de la tarde, donde rechazamos palabras superfluas, donde solo validamos roces y caricias, donde el futuro no existe, donde el tempus se fugó, llevándose consigo cualquier elemento ornamental, para dejar desnudo nuestro amor.

Al borde de ese acantilado, avanzamos resueltos hacia la eternidad, convencidos de la superficialidad del día a día, reforzados en la necesidad de encontrar una dimensión paralela, en la que solo existo para ti, en la que solo existes para mí.


Textos Solidarios: Conoce a nuestros colaboradores.

Os enlazo esta entrada de Israel, donde podéis ver las colaboraciones que hemos hecho en la iniciativa “Textos Solidarios”, donde se ha confeccionado un libro titulado “El Mundo en tus Manos”
Ha sido un placer colaborar con un pequeño relato titulado “Bajo mi responsabilidad”, en el que se aborda la voluntad de un joven de abandonar su país, buscando una vida mejor, y de cómo recibe una ayuda inesperada.

El Destrio

Os presentamos la relación completa de los textos seleccionados para el libro “El Mundo en tus Manos”, así como los nombres de sus autores con enlaces a sus blogs respectivos, para que los podáis conocer. El nuestro es un proyecto de personas, para personas. Una selección de textos escritos por autores de distintas nacionalidades, muy…

a través de Conoce a nuestros colaboradores. — Scripto.es

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domingo, 22 de octubre de 2017

La Estrofa Que Lo Cambió Todo (y X)

Tuve que darle muchas vueltas. Se me ocurrieron ideas disparatadas, razonables, de las otras…Pero la ganadora, la imbatible, la definitiva, solo dependía de una cosa: Que los cabrones de los ingleses tuviesen una joyería abierta más allá de las seis y media de la tarde, hora a la que parece acabarse el mundo en la isla.

La búsqueda de una joyería abierta a primera (para nosotros) hora de la tarde en Norwich, finalmente no supuso un gran problema. No había. Sin más. Busqué algún comercio tipo esos que en España llamamos “chinos” y que suelen mantener un stock básico de la gran mayoría de las necesidades. No había. Busqué algún tipo de vendedor callejero que al menos pudiera disponer de bisutería original o ecológica o biodegradable. No había.

Pero no soy de los de cometer errores ya cometidos, y puse proa inmediatamente al único establecimiento que podría salvarme la vida a esas horas. Ikea. El taxista me llevó en el acto, y me esperó. Supongo que vio en mí un cliente leal, y una carrera con diez o quince tipos de suplementos de nocturnidad, alejamiento, alevosía, y así hasta las treinta y cinco libras. El anillo me costó solo cuatro libras. Venía envasado a granel en una especie de cubo de plástico, en la misma zona que las cortinas y visillos. Me pareció un sitio extraño para los complementos de ropa, hasta que caí en la explicación. Digamos que en el “anillo”, cabía el dedo de Irene, y el de otras tres amigas. Incluso cabía la barra de una cortina. “Arandela Bönde”. Ese era su nombre técnico. “Imbécil profundo” Ese era el mío. Sin traducción al sueco, que yo conozca.

Había poco tiempo. Saqué dos cocacolas de una máquina automática. Unas patatas fritas “Walkers” (pronúnciese falquers, o quédese sin ellas). Las arandelas, mi testigo Moleskine, y yo. Al otro lado del ring, (véase el doble sentido), ella. Sonrisa preocupada en ristre. Preciosa, dulce, bella, pero más mosqueada que un pavo escuchando una pandereta. La coloqué a un metro de distancia. De pie, frente a mí. Saqué de la bolsa las arandelas y las oculté de su vista. Coloqué las bebidas y las walkers encima de la mesa. Y acto seguido, me arrodillé ante ella.

“Irene, he revuelto todas las fuerzas cósmicas que podrían haber influido en el devenir de nuestra relación. Me he colocado patas arriba, me he arrastrado ante ti. Me he humillado ante mis propias convicciones, ante el espejo de lo que ha sido una vida, y por mucho que pueda ser consciente de la inutilidad de la misma, ha sido mi vida, la única que he tenido.”

“Y finalmente, estoy ante ti, y en estos momentos quiero arrodillarme para solicitar que me permitas formar parte de tu existencia, de tus días, de tus noches, de tus desvelos, de tus certezas. Tengo la convicción de que ahí, contigo, me encontraré tan perdido como Ariadna, y solo espero que me dejes pequeñas pistas para poder seguirte hasta el Minotauro, o salvarte de él, o dejar que tú me rescates.”

“Creo que puedo serte útil en tu vida, creo en mí, en mis convicciones, en mis manías, en mis extravagancias. De hecho, creo que puedo serlo con carácter inmediato. Porque el tránsito que te propongo compartir, tendrá momentos de absoluta mansedumbre, pero quizás se vea agitado con pequeños sobresaltos, con incertidumbres, y ahí, mi experiencia como planificador, como hacedor de escenarios estables, nos puede ser muy valiosa. Y de hecho, lo que te voy a proponer, no es sino el paradigma de la duda, el escenario más incierto que podamos concebir, la fusión de tus miedos y los míos, de los actos espontáneos que pueden herirnos, de la traducción a la convivencia de los más bajos instintos egoístas, de la eterna lucha de malentendidos y reconciliaciones.”

Y en ese momento, extraje una de las argollas Bönde, le tomé la mano, coloqué en su dedo anular la anilla. Añadí el dedo medio, para evitar que la improvisada alianza saliera rodando escaleras abajo, y pronuncié las palabras mágicas:

“¿Querrías ser mi esposa?”

Y según iba pronunciando esas palabras, fui consciente de que por fin todo iba a salir como había planificado, porque ninguna mujer podría resistirse a una declaración de amor, tan profunda, tan sentida y tan espontánea como aquella. Y la traición a mis ideales de planificación, vendría a ser recompensada por ella, por su sonrisa eterna, por permanecer a mi lado a diario.

Por esas razones, el bofetón me pilló de improviso. No tanto como el primero, porque uno va cogiendo la dinámica y, en lugar de mantener la cara a pie firme, lo que debe hacer es acompañar el movimiento rotatorio de la mejilla, hasta que la inercia de la violencia del golpe se va reduciendo poco a poco. Estos conocimientos de física elemental me ayudaron en ese y otros momentos futuros. Ya decía mi padre que todo lo que uno aprendía en su vida, en algún momento le serviría para algo.

En mi caso, sirvió para colocar la cara en posición de volver a recibir, lo que afortunadamente no sucedió. Tras mucho reflexionar, con el tiempo he llegado a la conclusión de que el gesto de pedirle matrimonio le incomodó ligeramente. También es cierto que ella no me facilitó ningún tipo de aclaración. Simplemente declamó, con la seguridad del que se aprendió de memoria “La Canción Del Pirata“, cuando solo era un adolescente. Y lo que salió de sus labios, poco tenía que ver con el romanticismo incurable de José De Espronceda.

Alegó los siguientes argumentos: ” ¿Pero es que te has pensado que voy a casarme contigo para que me hagas la agenda de la semana, so imbécil?” Ese me hizo pensar poco, porque obviamente ya lo daba por hecho. Una chica que se va a estudiar a Norwich, sin haber desarrollado un plan al efecto, no podía llevar la Moleskine semanal, pocas dudas había. Vale que yo me salté un control de la estación, y me lancé como un poseso al primer taxi que vi, solo para seguirla. Pero no es menos cierto que era una situación desesperada. Caso contrario, hubiese necesitado seis meses para desarrollar el oportuno plan.

Otro de los argumentos que utilizó, me dolió especialmente. “El matrimonio es una cosa mucho más seria, y con tus actos estás banalizando el momento más importante de la vida de una mujer, que también debiera ser el tuyo, so inconsciente”. Veamos. El matrimonio debe ser un asunto tan importante como ella lo considera, no es que me oponga a esa valoración. Pero si es una circunstancia tan relevante y positiva, ya la hubiese tenido planificada hace tiempo, y no me suena. Revisé la agenda y, en efecto, no pude hallar ningún apunte al respecto. Lo que estuve a punto de hallar, mientras que revisaba la Moleskine, era un segundo directo de derecha a la mejilla, que falló por milímetros. Sin duda había identificado a mi Moleskine como una rival femenina directa. No es que no apreciase que estuviese celosa, pero la relación entre mi agenda y yo, no podía ser más asexuada. Espero que al final lo comprenda.

Lo que me costó mucho trabajo aceptar fue el último de los argumentos que usó. Quiero decir, de entre los que fui capaz de anotar mientras soltaba el torrente de epítetos, reconvenciones, sarcasmos y algún insulto suelto, que salió de su boca tras colocarle la argolla. Me dijo textualmente: “Si no entiendes todo esto, es que no estás enamorado de mí, y yo jamás voy a rebajarme a compartir mi vida con un tipo que no tenga claro al menos ese punto”. No, por ahí no podía pasar. No solo era un argumento falaz, sino que podía probarlo. Y no tuve más remedio que revolverme.

“Quiero que sepas que estoy completamente colado por ti. Por tu sonrisa, por el ángel que llevas dibujado en el contorno de tu rostro, por esas variaciones que hacen que tus ojos parezcan una sima sin fondo, o un cañón de escopeta, en función de tu estado de ánimo. Te quiero por todo eso, te quiero porque has extraído un nuevo ser de mí, has modelado una especie de persona con sentimientos y vivencias, donde solo había una especie de amasijo de barro, cañas y plastilina infantil. No concibo ningún otro tipo de existencia que no esté acompañada de tu presencia a mi lado. No sabría volver al pasado, porque siempre recordaría que tuve la oportunidad de vivir, de ser feliz. Y en este tiempo, he podido aprender lo suficiente de la infelicidad como para intentar evitarla por todos los medios. Entiendo que tengas dudas, yo las tengo también, pero no de eso. Te quiero y estoy enamorado de ti.”

Creo que fui lo suficientemente convincente, porque ese lago oscuro en el que convierte sus pupilas,  pareció abrir sus puertas, como si fuera temporada estival. No obstante, no quise arriesgarme. Busqué en mi mochila, y extraje el documento que despejaría cualquier incógnita al respecto.

En Madrid, a diecisiete de septiembre de dos mil diecisiete

“El abajo firmante, Profesor D. Gonzalo López-Müller De La Rosa, 

CERTIFICA

Que a la vista de las entrevista mantenida con D. Sergio Tapia, y habiendo analizado los hechos y declaraciones desde la perspectiva presocrática, epicúrea, existencial y surrealista, puede concluirse lo siguiente:

  • Que está enamorado hasta las trancas de la señorita Irene, lo que se sostiene por el simple hecho de que haya decidido solicitar mis servicios profesionales, así como la incansable búsqueda del apoyo teofilosófico de Santo Tomás de Aquino, lo que ya en sí mismo demuestra los hechos
  • Que en el caso hipotético de que no sea correspondido, el Sr. Tapia pasará a convertirse de nuevo en lo que se conoce vulgarmente como “un tipo de esos que están por el mundo porque tiene que haber de todo”

Lo cual declaro a efectos oportunos”

Puede decirse que el hecho de esgrimirle el Certificado, quizás no obtuviera el efecto pretendido. De hecho, vislumbré en ese polígrafo natural que eran sus pupilas, la silueta de un cañón de escopeta, que me apuntaba directamente entre los ojos. Pero tuve los reflejos de anticiparme, arrebatarle el papel y rasgarlo a toda prisa. Un instinto. De esos que no sabía que tenía. Y es que sus ojos obraban magia. Magia negra. Y blanca. E irradiaban fuegos artificiales. Y de los otros. Pero del bofetón, no pude librarme. Seguiré entrenando, porque espero que existan otras muchas situaciones en las que esa habilidad me resultará muy útil.

Ahora que nuestras circunstancias se han modificado sensiblemente, lo veo un poco más claro. No porque ella me lo explicase. Es curioso cómo las mujeres evitan dar explicaciones que no quieren dar, apelando al consabido “sabes perfectamente porqué lo he hecho”, cuando la puñetera realidad es que ninguno de los varones de este mundo tienen la más ligera idea de cuál es la razón exacta que lleva a las chicas a enfadarse. Podemos tener algún tipo de aproximación, pero nunca las coordenadas exactas. También es cierto que esa ignorancia nos permite seguir vivos, porque nos mantiene permanentemente en alerta. La convivencia, en mi humilde opinión, consiste en el sumatorio de los momentum que se extienden entre cada una de las broncas que te mete tu pareja. Y ya me gustaría decir que a mayor sumatorio, más felicidad, pero no estoy realmente convencido. Lo deseable sería que hubiese cierto grado de regularidad, más que nada para poder planificar la cotidaneidad, que como el lector sabe, no es ni más ni menos que mi objetivo vital, solo inmediatamente detrás del de capturar a diario la sonrisa de Irene.

Justo tras sonar el bofetón, pude captar la estrofa que había provocado el desorden universal en el que me veía sumergido:

De haberlo sabido
me hubiera ido sin decirte nada
no hubiera sido tan duro contigo
no habría corazón en la garganta

Pensé en apagar inmediatamente el reproductor, intentando olvidar que una simple estrofa me había llevado a la ruina, pero de inmediato enlazó con la siguiente, y allí me dejó, inerme, derrotado, vencido y esperanzado. Qué hijo de la gran puta. En dos estrofas te lleva al subsuelo y te alza a los cielos. Odio a los cantautores. Y a los trovadores de oficina.

Peor que el olvido
fue frenar las ganas de verte otra vez
peor que el olvido
fue volverte a ver

Así que, entre el cantautor y la sonrisa, solo cabía una opción: La rendición incondicional. La entrega de armas, escudos, cotas de malla, carcaj, lanzas y flechas. El enemigo no solo era mucho más fuerte, sino que encima no era el enemigo. La situación es completamente ingobernable.

Domingo por la tarde. Billete de vuelta en la cartera. Ella mirándome con odio y esperanza. Rasgué los billetes por la mitad. Escribí mi dimisión. Se la mostré. Deshice el equipaje. Ahuequé las almohadas. Me puse el pijama, fui al baño y abrí la Moleskine. Aparté el grupo de páginas de diez en diez, y comencé a arrancarlas. Escribí en la última página la fecha del día, y solo me quedé con las tapas. La miré. La invité a unirse a mí. Y ella, con más miedo que vergüenza, se hizo un hueco en la cama.

Llamé a mi madre delante de ella. Le dije lo que podía. “Mamá, he dejado mi trabajo, me he ido a vivir a Norwich, y he encontrado el amor de mi vida. Te mandaré un email con los detalles de lo que ella decida que vamos a hacer de ahora en adelante, y pasaré por el pueblo para veros en cuanto me sea posible.” Ella solo pudo decir lo que dicen las madres: “Hijo, abrígate que por allí hace mucho frío. Recuerda cómo te pones con un simple catarrillo”

Y sorprendentemente, sus palabras me colocaron en esos veranos de mi adolescencia, donde la planificación consistía en devorar el bocadillo de nocilla, solo inmediatamente después de la siesta, y justo antes de coger el balón y la bicicleta para esperar la noche en la era. Reglas básicas pero seguras, referencias menores pero sólidas, tiempos felices, cimientos firmes. Como ahora. todo estaba por decidir, pero a mi lado, a mi izquierda, la criatura más deliciosa que uno puede soñar, y que además dispone de un estimable crochet de derecha, me sonreía como si no pudiese hacer otra cosa en la vida. Nunca supe porqué recibí las bofetadas, ni las unas, ni la otras. De lo que estoy seguro es de que ella jamás me lo aclarará. Y también estoy seguro de que he de actuar como si lo supiera, porque corro el riesgo de que vuelva a atizarme, delante de nuestros hijos.


domingo, 15 de octubre de 2017

La Estrofa Que Lo Cambió Todo (IX)

Aunque lo que salió de su boca, no fue precisamente una declaración amistosa

“Si crees que por haberme buscado por España, haberme seguido hasta aquí, y haberme encontrado, no tengo ni idea de cómo, voy a caer rendida a tus pies, es que no me conoces en absoluto”

Y recalcó ese “en absoluto” después de impactar sus labios en los míos, de forma tan hermética como la de esos colgaderos de ventosa que vendían en la tienda.

El resto de la noche fue muy especial, como Irene, como yo, pero de maneras muy distintas. Quiso saberlo todo, y le conté lo que pude. No dejó de asombrarse, reírse, llorar y besar. Su historia era mucho más sencilla. Siempre había querido estudiar Historia, y la Universidad de East Anglia era una de las mejores de Inglaterra, lo que permitía trabajar, aprender inglés, estudiar, y supongo que conocer gente un poco más sensata que yo. Pero el que compartía ese pequeño reducto en el que había convertido su habitación de la Residencia de Estudiantes, no era otro sino el programado, previsible y absurdo individuo llamado Sergio Tapia. Y el tal Tapia, o sea, yo, había olvidado cualesquiera de los propósitos para los que este mundo le hubiese llamado. Su único plan, su único proyecto vital era fusionarse con esa deliciosa criatura a la que había perseguido por tierra, aire, y si seguía lloviendo de esa manera, también por mar.

Recordé los postulados de López-Müller, entre otras cosas, porque sus consejos me habían costado una pasta, y era el momento de rentabilizarla. Si Santo Tomás de Aquino sostenía que a las cosas inferiores al hombre, es mejor conocerlas, y a las superiores al hombre, lo mejor es amarlas, no cabía duda alguna de que Irene era algo superior al hombre, o al menos a este hombre que les escribe. Aunque lo cierto es que la falta de costumbre, la ausencia de amor en mi vida, me hacía dudar al respecto. ¿Qué entendería Irene como amor, qué podía esperar de mí y de mi particular presencia en este mundo?¿Cómo podría evitar que una falta de arrojo, un conformismo, una simple duda, pudiera dar al traste con nuestra incipiente relación?

Siempre supe que esas dudas, esos interrogantes, no tenían una respuesta única, no sería fácil programar hechos, actitudes, muestras de afecto, y mucho menos, que el hecho de planificarlos, pudiese llevarlos a un resultado exitoso. Progresivamente, me iba convenciendo de que en nuestra relación no iban a faltar los malentendidos, las dudas, los reproches y las faltas. Y estaba muy seguro de que si se hiciese un balance, la mayor parte de ellas estarían en mi debe.

No diré yo que estas reflexiones me quitasen el sueño, pero sí que aparecían como esos nubarrones del Atlántico, que amenazan con liquidar por derribo el Veranillo de San Miguel. En esas horas de el escaso fin de semana que me quedaba por compartir con Irene, no dejaron de aparecerse los fantasmas del pasado, del futuro desconocido, que atentaban mi relación con ella.

Aproveché esas horas. A fe que lo hice. La quise, la amé, la abracé y la besé, como si de repente, mi planificación trimestral de muestras de afecto, se hubiesen revolucionado y atacado a la Moleskine, cual banda de cuatreros de Arizona. Lo di todo. Sin reservas, con pasión, con afecto, con cariño. Extraje de mí lo que no sabía que existía, lo que nunca hubiese sospechado. Sonreía pensando lo que mi hermana podría pensar de haber sabido que ese “cenutrio”, era el mayor de los románticos, la fusión de Larra y Espronceda, el escritor de todas las canciones de Jackson Browne, el guionista de “Tú y Yo”. Pero el fin de semana tocaba a su fin.

Ella lo supo. Enseguida. Y reaccionó bien. Me agradeció esos días, esos besos. Reconoció que nadie, en toda su vida, había hecho por ella nada semejante a mi búsqueda alocada y afortunada. Pero, “Sergio, yo soy una estudiante de Historia, tú eres un directivo y tienes un trabajo serio e importante. Y no estoy para relaciones a distancia. En mi vida se abre una autopista hacia alguna parte, y no puedo interrumpir mi viaje cada tres semanas para que estés aquí de viernes a domingo. No es justo para mí. Si quieres que ese trayecto lo hagamos juntos, ya puedes venir con un proyecto sólido, con un vehículo fiable, y sobre todo, con una ruta claramente marcada en el mapa. Fíjate, te lo estoy poniendo fácil. Simplemente te pido que hagas por mí lo que has estado haciendo toda tu vida contigo: Quererte, protegerte, guiarte. Evadir conflictos, evitar dudas. Eso es lo que quiero para mí de ti. Que me ames, que me arropes, que me orientes. Porque al fin y al cabo, eso es lo que me gustó de ti. Que la vida no podría arrastrarte a las miserias, que controlabas la mayor parte de las incertidumbres diarias. No te dejaste cegar por el brillo de las modelis, no cambiaste tu hoja de ruta por nadie, excepto por mí. Y eso debió ser para ti algo muy chocante, muy confuso, muy costoso”.

“Pues este es el trato: Tú permanecerás toda tu vida confuso, nervioso, sorprendido, desorientado, anárquico. Y yo estaré plenamente a salvo, porque tú evitarás todas esas zozobras para mí. Y a cambio, yo te amaré, te consolaré en todas y cada una de esas diatribas que te harán perder la cabeza, te besaré dos veces cada hora, te acariciaré cuando menos te lo esperes, erizaré tus cabellos por sorpresa, te sacaré de quicio con mis arrebatos, con mis explosiones, te cambiaré la agenda por sorpresa, quemaré esa Moleskine con mis propias manos, arderá en el fuego del desprecio, y diseminaremos sus cenizas por toda la ciudad.”

“Porque eso, y no menos es lo que yo me merezco. Porque eso es el amor verdadero. Rectifico. Lo que yo entiendo que es el amor verdadero. Y no estoym para hacer mías las teorías de otros”

Estuve a punto de replicarle con Aquino, con Platón y hasta con Sartre, pero tenía la certeza de que una legión de López Müller no podrían con ella y sus convicciones. La situación no tenía vuelta atrás, ni admitía negociación. Cogí la Moleskine para apuntarlo, y la guardé a toda prisa. Estaba amenazada de muerte, y qué tipo de muerte. Carbonización y diseminación de fragmentos. Qué carácter.

¿Y esto cómo se comía? ¿Se suponía que no solo debía deshacerme de mi vida o, para ser exactos, de esa especie de hoja de ruta dominguera recogida en la Moleskine, sino que además debía aceptar su desintegración absoluta y completa, desde mi trabajo, mis planteamientos básicos, el de Mantenimiento, y sobre todo, mi Moleskine, y como compensación única, solo obtendría el amor de una estudiante, que ya me amenazaba con volverme loco, casi sin haber empezado la historia?

La parte buena es que no había mucho que rascar. Todo estaba muy claro. Quería cambiarme, la muy jodía. ¿Pero no se supone que las mujeres nos quieren como somos, por muy cerriles y torpes que nos comportemos? ¿Y entonces, porqué no solo intentan transformarnos en lo que no somos, sino que encima lo hacen con absoluta transparencia? Probablemente, la superioridad técnica les hace estar muy seguras de que lo van a conseguir, y únicamente intentan evitar el desgaste de la lucha cotidiana. Es decir, probablemente quieren que te rindas, pero de entrada. Con capitulaciones escritas. Por eso en las bodas se firman las capitulaciones matrimoniales. Se trata de un armisticio ficticio. Te casas, ergo te rindes.

La aparición del concepto “boda” y su liturgia, no ayudó en exceso a clarificar la situación. Antes bien, complicaba el tema un poco más. ¿Querría Irene casarse conmigo? Y si así fuese ¿hasta qué punto podría ser eso un problema? Veamos, una de las pocas cosas que me ha pedido es que abandone mi actitud planificadora y programada. Además de que mande mi vida a la porra, eso sí.

¿Y si pudiese hacerle ver que esa actitud cuadriculada, como suelen decir para ofenderme, también tenía sus ventajas? ¿Y si esas ventajas fueran tan evidentes que le hiciesen cambiar de opinión al instante? ¿Y si aprovechaba mis considerables aptitudes para hacer cambiar la hoja de ruta de forma radical, pero discreta? ¿Qué tipo de acontecimiento, qué evento, qué suceso, podría requerir incontrovertiblemente una planificación exhaustiva que llevase a Irene a solicitar una Reanimación CardioPulmonar a mi Moleskine?

Si pudiera idear un escenario en el que mi agenda y yo tomásemos las riendas, ante mi evidente superioridad y mayor experiencia, es perfectamente posible que pudiese convencerla de que ser un poco organizado, no podía ser tan malo. Y probablemente, cambiaría de opinión en lo de exigirme un cambio de rumbo radical, a la vista de las ventajas de tener una persona…reflexiva en su vida.

Tuve que darle muchas vueltas. Se me ocurrieron ideas disparatadas, razonables, de las otras…Pero la ganadora, la imbatible, la definitiva, solo dependía de una cosa: Que los cabrones de los ingleses tuviesen una joyería abierta más allá de las seis y media de la tarde, hora a la que parece acabarse el mundo en la isla.


jueves, 12 de octubre de 2017

Balanceo

Cuando ella se fue, noté como se despegaban las conexiones entre la mente y la vida

Cómo se fugaban los pensamientos a paso de procesión

Balanceándose a ritmo de soul, coqueteando encima de la cuerda

 

Simplemente, ella me mantenía en este mundo, como un adhesivo virtual

Evitando el descalabro en cada una de mis dudas

Creando un escenario paralelo, con bambalinas, telones y cortinas

 

Se acabó ella, se acabó el atrezzo, volvieron las sombras y las dudas

Fue ese toque de saxo el que me hizo perder equilibrio

El que no quise o pude recuperar, para reunirme con ella


sábado, 7 de octubre de 2017

La Estrofa Que Lo Cambió todo (VIII)

Mis limitados conocimientos de la geografía británica situaban a Norwich en el este de la isla, relativamente próxima al Mar Del Norte. Sin más. Pero pronto tendría opción de aumentar mis conocimientos. En el mismo momento en el que dos maletas y una sonrisa me resultaron terriblemente familiares.

Me colé. Me colé como hacían mis compañeros en sus años mozos. Saltando el torno como jamás osé saltar el plinto de la clase de gimnasia, como si la vida me fuera en ello.

Quizás porque, en efecto, algún tipo de vida podría estar localizada en el vagón número dos del tren destino Norwich.

La visita del muy británico revisor no fue nada placentera. No atendió a mis justificadas razones para no disponer del reglamentario billete de tren. No pareció entender nada de lo que intentaba explicarle en mi dudoso inglés. Lo deduje porque al final de cada párrafo pronunciaba con mucho entusiasmo la palabra “pounds”. cuando le mostré la American Express, se relajó considerablemente. Me explicó que no podía pagar en el vagón con la tarjeta de crédito, pero que al finalizar el viaje me acompañaría a la taquilla y resolvería el embrollo. En aquel momento me pareció estupendo, hasta que caí en que podría volver a perder a Irene en la estación de Norwich, entre maletas, tickets y zarandajas varias. Decidí escaparme nada más llegar.

Una vez aposentado en el tren, decidí recorrerlo hasta el vagón número dos. La expedición fue exitosa hasta la misma puerta de éste. Me encontré con la puerta de comunicación cerrada a cal y canto. Me encontré con la figura del revisor en la misma. Me encontré con los ojos de Irene. Desvió la mirada enseguida. Estoy seguro de que no me reconoció. Supongo que no daba crédito a encontrarse con una cara conocida en el vagón número dos del tren de Norwich. Hice aspavientos, llamé, grité y le supliqué al revisor, que me mandó de inmediato a mi asiento. Mantuve la calma. Eran sólo dos horas. Dos horas me separaban de mi amada sonrisa. Podía superarlo. Anoté en la Moleskine: “Leer hasta que el tren entre en la estación”. Y a ello me dediqué. Encontré un panfleto gratuito que hablaba extensamente de la última jornada de cricket. Solo la disciplina de la agenda pudo retenerme.

La llegada a la estación de Norwich me avisó de que debía realizar dos acciones de zapa: Por un lado, evitar al revisor y sus pounds. Por otro, no perder de vista a Irene y sus maletas. Esto me obligaba a salir del tren antes que ella, colocarme a la cabecera del tren y recibirla en el andén. Y que no me viese el revisor. Me preparé inmediatamente. Al no llevar equipaje, no me resultó difícil. El único problema es que se me había adelantado una familia hindú con cuatro maletas de considerable volumen. Volví sobre mis pasos y me encontré de bruces con el revisor. El plan de huida, a hacer puñetas. Sonreí cordialmente al revisor, le hice un gesto tranquilizador, al respecto de sus pounds, y me resigné a no poder adelantar a Irene. La ciudad no parecía muy grande. Pensé que al menos la tenía plenamente localizada, en un entorno más reducido. Aún así, casi 200.000 habitantes. Mi Moleskine y yo deberíamos esmerarnos.

Una vez descendida la familia Singh, o como diantres se llamase, acompañado al revisor a las taquillas, abonado el billete y recibida la sonrisa comprensiva de la totalidad del personal de la estación, a excepción del revisor, abandoné el recinto hacia la parada de taxis. Intenté peinar la zona, por si Irene se hubiese retrasado. No pude verla. Me resigné. Habría que establecer un nuevo plan de geolocalización, asedio y ataque definitivo.

Tras consultar un pequeño mapa gratuito, llegué a la conclusión de que la ciudad podía recorrerse a pie, al menos los lugares más interesantes. Enfilé una de las calles que parecían principales, y que según el mapa, me incorporaban al torrente arterial de la ciudad. Poco a poco fui siendo consciente de que, a medida que pasaba la tarde, la arteria se secaba o taponaba. Los comercios cerraban a las siete de la tarde, pero la afluencia de gente se reducía considerablemente. Localicé un Centro Comercial de cierto tamaño, compré lo imprescindible para pasar la noche y opté por localizar un hotel.

No tuve suerte. Aquello no era un hotel. En comparación con las veteranas pensiones de los alrededores de la Gran Vía madrileña, éstas eran hoteles de al menos cuatro estrellas.  Tampoco podía elegir. No tenía pasaporte, solo el DNI. No tenía maletas, solo una bolsa de papel del Primark. No sabía mucho inglés. En fin, carne de cañón para un hostelero británico, que se tomó cumplida revancha de algunas de las veces en las que hubiese estado en un chiringuito de Torremolinos, y le hubiesen calzado treinta euros por una paella precocinada y una sangría a base de vino de Noblejas, algo así como un Parker 100 para los pobres británicos que visitan nuestras costas, y cuya cultura vinícola es más bien justa.

No pasé mala noche, después de todo. Estaba realmente cansado, y dormí de un tirón. El británico desayuno terminó de espabilarme. Las siete de la mañana. Hora británica. Hora de Moleskine, hora de los planes. Lo primero que anoté fue buscar otro hotel. Posteriormente, llamé a la nueva Directora de Recursos Humanos para trasladarle mi decisión de tomar una semana de vacaciones. Supongo que le habían hablado de mí, porque nada más transmitirle mi petición, oí un golpe sordo, como si se hubiera caído de la silla. Por el altavoz escuché que la auxiliaban otros compañeros. Cuando se repuso, les transmitió que estaba hablando conmigo porque había solicitado vacaciones. Escuché cómo el de mantenimiento llamaba al 112, e intentaba transmitirle lo que ello podría significar. Ataque biológico, descompensación de una esquizofrenia previa, secuestro. Nada podía hacer. Mi problema era bien otro. Localizar la sonrisa de España.

Programé un plan de acoso y derribo, basado en el big data, o al menos, en algún data. Si bien era cierto que una española en Norwich podía ser localizada con cierta facilidad, no era menos cierto que el tiempo del que disponía era limitado. Por tanto, decidí organizar las prioridades de una española en England. Qué cosas iba a realizar, dónde las iba a realizar, en qué días de la semana, y en qué horarios. Sencillo. Supuse que dedicaría las mañanas a desayunar y trabajar. Imaginé que no haría un viaje tan complicado sin tener ya una oferta de trabajo estable. Y dado que su último puesto había sido de camarera, decidí empezar por ahí. ¿Donde podrían contratar a una camarera española en Inglaterra? Pues en cualquier sitio. Burger King, McDonalds, y todos los pubs imaginables. Decidí trazar unas elipses en el mapa de Norwich y pasarme por allí a diario durante la mañana.

Además de trabajar, debería ir a la compra. Eso seguro. Dudo que decidiese cenar a diario fuera de su casa, sea la que fuere. Por tanto, los supermercados serían objetivo de seguimiento. ¿Cuándo? Por la tarde a última hora, cuando se supone que ha terminado de trabajar. Decidí aprovechar el mapa de elipses, y utilizar las tardes para vigilar los supermercados. También detecté la existencia de un mercado, digamos tradicional. Imposible resistirse. Seguro que utilizaría los sábados por la mañana. Y el Primark, no lo olvidemos. Para el sábado por la tarde.

El plan de acción me convenció del todo. A pesar del rotundo fracaso, sigo pensando que era el mejor. La Moleskine lo aprobó de inmediato. Es cierto que si no llega a ser por ese golpe de suerte, me habrían adoptado en Norwich, como una especie de español errante. Quizás me habrían detenido, quizás me habrían hecho ciudadano honorario, o me habrían brexetizado. Pero el planteamiento era impecable. Yo no podía predecir que Irene se había matriculado en la Universidad de East Anglia. Acúsenme de clasista, podría ser. Pero, ¿cómo podía imaginarme que la camarera de mis sueños se había convertido en toda una universitaria inglesa?. Podría haber estado en Norwich unos cuantos meses y no habría podido imaginarlo.

¿Que cómo lo descubrí? Por absoluta casualidad. Tras varios días siguiendo al detalle el plan de Moleskine, me di cuenta de que era sábado, la semana se acababa y yo no había progresado ni lo más mínimo. Inicialmente me convencí a mí mismo de que la empresa era realmente compleja. Mucha gente, muchos sitios, muchas cosas podían salir mal. Pero en mi fuero interno, yo sabía que había un defecto de planificación. No sabía cuál, pero existía. Simplemente, porque nunca había fracasado en ninguna empresa que me propusiera, siempre y cuando hubiese llevado a cabo una planificación adecuada. Y eso, que yo recordase, solo había sucedido en el Jardín de Infancia, una vez que le arreé una bofetada a un niño que borró un diagrama de Gantt de la pizarra, en el que había dibujado la agenda del día, con sus juegos, su comida, su siesta, y la hora del pis. No lo planifiqué, y así salió. Me castigaron sin tizas durante dos días.

Cuando caí en la cuenta del error, me daba de bofetadas. Si es que era absolutamente evidente. ¿Cómo pude pasarlo por alto? Pues porque el mapa de las elipses solo incluía el casco urbano, el núcleo histórico de Norwich. Fue en una de esas marquesinas de las paradas de autobus donde lo vi. En efecto, había una tienda Ikea en las proximidades de la ciudad. Y si había un Ikea, y era sábado, tenía que haber un español. Paré el primer taxi. tuve que explicarle varias veces que quería ir al Ikea. Lo pronuncié hasta en sueco. Intenté describirle al taxista lo de los muebles, lo del montaje, en fin, lo que viene siendo un Ikea. Al final pronuncié la palabra mágica: Bönde. Y el taxista arrancó sin problemas. Para que luego digan que leer no aporta nada. La librería de salón más famosa del mundo salió a mi rescate.

Me dirigí directo a la zona de organización, mi preferida, obviamente. Y allí, semioculta tras un buen número de auténticas cajas de plástico, bautizadas con sonoros nombres con diéresis, pude observar cómo la dueña de la sonrisa más bonita de Norwich se disponía a anotar con esos pequeños lápices de madera de algo, algún número de referencia de una caja, una vela, una almohada, o quizás un sueño. El mío. Permanecí impasible unos segundos, dejando que sus pupilas se acomodaran a mi presencia. Se dilataron, se contrajeron, se diluyeron, se asombraron y se alegraron. Todo en unas décimas de segundo. Relajó las facciones, adoptando la única expresión posible. Esa que dice: “Tú estás como un cencerro”, pero en realidad quiere decir: “Esto es lo más grande que me ha pasado en la vida”.

Aunque lo que salió de su boca, no fue precisamente una declaración amistosa

“Si crees que por haberme buscado por España, haberme seguido hasta aquí, y haberme encontrado, no tengo ni idea de cómo, voy a caer rendida a tus pies, es que no me conoces en absoluto”

Y recalcó ese “en absoluto” después de impactar sus labios en los míos, de forma tan hermética como la de esos colgaderos de ventosa que vendían en la tienda.


lunes, 2 de octubre de 2017

Discúlpame Por Amarte

Discúlpame por amarte, no se repetirá

Diluye tu disgusto en mi cara

Azótame hasta el alba

Elude mi existencia

 

Evita mi presencia en tu entorno vital

Por mi parte, no hay problema

Seré uno de tus satélites

O el anillo de Saturno

 

Porque lo vivido, me lo llevo, lo transporto

Me acompaña, me refuerza, me ilumina

Irá conmigo a la otra vida

La que viviré sin ti