miércoles, 29 de marzo de 2017

Prisionero De Mis Gustos Ancestrales

Me sorprendió que la frase saliera de sus labios, porque mucho antes la había escuchado de labios de una criatura bastante menos deliciosa que ella. También porque la pronunció ante el resto de los alumnos, en voz alta y sin miramiento alguno. Uno está acostumbrado a que de cuando en cuando surja un alumno rebelde, y normalmente se celebra con alborozo, tanto por mi parte como por el resto de los compañeros, porque rompe la rutina y estimula el ingenio, la asistencia a clase y la participación.

“Mire, Claudia, yo puedo ser mayor, por la sencilla razón de que he nacido hace mucho más tiempo que usted, pero no debería descalificar mis preferencias por esa razón. ¿Quiere decir que si fuese más joven estaría más acertado? No creo que eso sea posible.”

Ella adoptó una expresión de hastío, como si hubiese escuchado ese argumento cientos de veces. Sus compañeros detectaron que la discusión iba a ser intensa, probablemente porque ella ya había organizado este tipo de revuelos en otras ocasiones, y empezaron a girarse en sus pupitres hasta colocarse en una línea paralela a la recta que nos uniría a ambos en el plano espacial, para no perderse nada.

“Profe, usted está pronunciando un silogismo.” Ahí empezaron los murmullos y abucheos sordos. “Un silogismo, por si no lo sabe…” La interrumpí porque el organigrama debía notarse en algún momento. “Sé perfectamente lo que es un silogismo. Se lo he escuchado a usted muchas veces en esta clase” Encajó el golpe con gallardía, pero le cortó el aire, como el boxeador que recibe el directo en el hígado. “Si dice que me lo ha escuchado a mí, entonces debería aclarar el término”, dijo ella “porque yo no propongo argumentos vacíos con apariencia de veracidad. A ver si usted los ha escuchado en algún otro sitio. En su casa ante el espejo, por ejemplo”

La cosa se ponía bonita. Yo no me había hecho profesor universitario de Filosofía para largar un rollo y volver a casa. Siempre había pensado en estimular, proponer, agitar, construir mentes analíticas, que pudieran argumentar con sentido común. Ciertamente a esta niña se le había ido la pinza, pero no conseguiría jamás alcanzar mis objetivos desaprovechando este tipo de situaciones.

” Bien, dado que indirectamente usted me acusa de realizar silogismos, deberíamos analizar donde fracasa mi argumento lógico, ¿no cree? Mi propuesta argumental se basa en que los usos y costumbres de los pueblos forman parte de la liturgia social, y que enriquecen a los mismos. Y usted me acusa de construir una argumentación falaz. Por tanto, deberá usted indicarme donde reside la falacia”

“La falacia consiste en que toda su propuesta es falaz, de principio a fin. No le acuso de que parte de su propuesta sea falaz, la enmienda es a la totalidad. Simplemente porque usted apela a unos usos y costumbres sociales, y los eleva a una dimensión de globalidad que es completamente falsa. No existen esos usos y costumbres sociales. Simplemente, determinados individuos de una sociedad, con influencias por razones de poder, de dinero, o por pura superchería, consiguen convencer o engañar a un número indeterminado de congéneres de que determinado catálogo de actuaciones es correcto, y que actuaciones alternativas no lo es, y de esa manera consiguen extenderlas en la sociedad, y además engañan a los pobres incautos haciéndoles creer que son usos y costumbres SUYAS y correctas”

” O sea, que según usted, la arraigada costumbre del matrimonio, forma parte de un conjunto de supercherías de una especie de secta, o influencers, como ustedes dicen ahora (risas del auditorio)”

“Profe, esfuércese más, porque con el matrimonio no tengo ni para empezar”

“Vaya, o sea que una costumbre ancestral, basada en el instinto de la conservación de la especie es , según usted, ¿algo reprobable?”

“Yo no diría reprobable, no iría tan lejos. Hay gente que tiene ideas completamente disparatadas, y no por ello hay que criminalizarles, antes bien, compadecerles, apoyarles, consolarles, porque tarde o temprano sufrirán las consecuencias de sus actos, y necesitarán apoyo”

“Deduzco entonces, que sus padres, sus hermanos, sus amigos, no están casados, o que por el contrario, tiene su agenda repleta de citas para consolarlos a todos”

“Soy huérfana, no tengo hermanos ni amigos casados, así que no se aplica su expositivo anterior”

Tuve que morderme la lengua, porque tenía absoluta certeza de que me estaba engañando, pero sería una discusión en las que llevaba todas las de perder, así que derivé la conversación hacia otro extremo, para evitar que horadara la línea de flotación de mi navío argumental.

“O sea, que en su vida personal, ¿usted prevé unos años de soltería absoluta, en la que además no participará en cumpleaños, comuniones, despedida de soltera, cruceros, quedadas, simposium, conciertos de rock, etc.?”

“Deje usted al rock and roll en paz, yo no me he metido con Sócrates…aún”

Su salida de pata de banco fue tan inteligente como la mía, pero mucho más divertida, así que la partida se quedó en tablas por apuros de tiempo, como dicen en el ajedrez profesional, ya que el timbre tocó a rebato y desalojó el aula mucho más rápido que si hubiese habido amenaza de bomba.

Era la última clase de la tarde, por lo que recogí mi cartera de cuero, embutí sin orden ni concierto los apuntes y los manuales, esbozando una sonrisa de soslayo. El objetivo del día, se había alcanzado, a través de los famosos renglones torcidos de Dios, como diría Luca De Tena, y yo podía irme a descansar con la satisfacción del deber cumplido. Aún me quedaba una pequeña caminata hasta el metro de Moncloa, y una media horita más hasta mi estudio de la Calle Noviciado.

El giro de la antigua llave de hierro forjado impedía un acceso con sigilo, por lo que mi llegada fue inmediatamente anunciada a mi pareja, que pronunció el consabido “Eres tú, cariño”, innecesario por habitual, como innecesaria era mi respuesta “Sí, soy yo”

Dadas las reducidas dimensiones del estudio, era completamente imposible que no coincidiésemos físicamente en menos de doce segundos; Me besó, me mostró la cocina, mi puesto de trabajo real, y un paquete de champiñones como su única aportación a la cena. No se me ocurrió gran cosa para combinarlos, y opté por cocinar un poco de pasta para acompañarlos.

Degustamos los manjares en silencio, hasta chocar nuestras copas, mediadas de vino de uva carmenere, que a ella le entusiasmaba, y a mí un poco menos.

“Anda que no te lo has pasado bien en el curro hoy”

“Cállate, Claudia, que me metes en cada lío…”

 

 

Fotografía By Max Alexander / PromoMadrid [CC BY-SA 2.0], via Wikimedia Commons

 

El título del post está tomado de la letra de una canción de Barón Rojo “Con Las Botas Sucias”

https://youtu.be/-j2K7R-uLiI


lunes, 27 de marzo de 2017

Al Compás De Ese Blues

Como en la pasarela de Cannes, tu entrada se sincronizó con los acordes de ese blues que nos gustaba. Y como en la secuencia de una cadena de montaje, se inició tu sonrisa, mi sorpresa, tu regocijo y mi miedo, en una cadencia casi indetectable.

Supe que te acercarías, que me besarías en la mejilla, muy cerca de la comisura de los labios, advirtiéndome de quién iba a los mandos. Sabía que levantarías los ojos y mirarías con una mezcla de superioridad y asco a mi acompañante, pobre ignorante de tu poder abisal. No tenía duda de que captarías al primer varón del entorno y que le seducirías con tu técnica habitual, simplemente para incrementar mi sufrimiento. Luego extraerías de tu bolso la llave del coche, la expondrías al libre auditorio, se la cederías a tu ocasional acompañante, y te levantarías esperando que te siguiera como un pobre marsupial esperando la bolsa materna.

No es que no me importase, es que conocía el ritual y lo respetaba, como respeto las procesiones, los pasos de Semana Santa y el unísono cantar de las alineaciones de un partido de fútbol. Simplemente, hay tradiciones, usos, liturgias, que hay que cuidar, porque nos ofrecen una inmutable referencia para aquellos momentos de zozobra. Todos hemos de creer en algo, y yo sostenía firmemente que ella era un mal bicho, pero de comportamiento predecible. Y se agradece. Porque la incoherencia aporta sobresalto, y las costumbres, consuelo.

Por eso, aunque entre el agua del hielo, y la de mis lágrimas, ese whisky perdió bastante de sus propiedades organolépticas, en mis labios se dibujaba una leve sonrisa, que no era exactamente de alegría, sino de sosiego, el que produce saber que ella nunca falla, que siempre está ahí, a tu lado, para erosionar cada una de esas neuronas que la quisieron, cada una de esas fibras del cuore que sufrieron por ella, y agotar poco a poco el remanente de mi capacidad de sufrimiento, que mucho me temía, se coordinaría con lo que me quedaba de vida, y todo ello, al compás de los acordes de ese blues que nos gustaba.

 

 

I, Isaacrabin [GFDL (http://ift.tt/KbUOlc) or CC-BY-SA-3.0 (http://ift.tt/gc84jZ)%5D, via Wikimedia Commons

domingo, 26 de marzo de 2017

Alguien Como Tú (III)

Alguien como tú, proviene del manantial de la sierra, salvaje en la carrera, pausada en el estanque, fresca en la cata, medicina para todo.


sábado, 25 de marzo de 2017

Alguien Como Tú (II)

Alguien como tú, puede ser la reencarnación de una de esas rosas de concurso, que aparece simplemente bella, hasta que se abre y descubre la totalidad de su esplendor.


martes, 21 de marzo de 2017

Los Jardines Del Museo

Frecuentaba los jardines de aquel pequeño museo, a la manera del cazador apostado, dejándose ver lo imprescindible, mimetizado con el entorno. Sincronizaba sus escasos movimientos con el torpe aleteo de las palomas, que le proporcionaban la coartada sonora de la naturaleza.

Desde la frondosa, ganaba los sólidos muros del edificio, donde instalaba el campamento base, justo tras uno de los pilares exteriores. Allí colocaba su silla de campaña, su botella de agua y una pequeña mochila de camuflaje. Y desde su posición, se deslizaba por doquier, recorriendo los cuatro puntos cardinales, aprovechando cada árbol, cada sombra, cada estatua, para reforzar su invisibilidad.

Y así, día tras día, con puntualidad extrema, su aspecto dickensiano irrumpía veloz y sigiloso a la apertura del Museo, esquivando turistas, vigilantes y empleados.

Salvo a ella.

Fichaba con puntualidad germánica a las ocho de la mañana, y desde que franqueaba la puerta principal e iniciaba la subida de la escalinata principal, rumbo a los vestuarios del personal, hallábase acompañada de una sonrisa, como si estuviese grabando una celebración familiar de cumpleaños. O quizá hubiese depositado una moneda en aquel imaginario dispensador de optimismo, vecino del expositor de mapas del Museo, y hubiese recibido una doble recompensa.

Y mientras acompañaba a cada uno de los grupos que se concentraban a las horas en punto, justo en el rellano principal, mostrando salas, muebles, estatuas o pinturas de diversos años, de diversas procedencias, despistaba su mirada entre los visillos de las ventanas orientadas a los jardines, intentado capturar su presencia. Casi nunca pasaba de la mera intuición, de esa sensación indefinida que recorre nuestro cuerpo cuando sentimos la presencia del amado.

Y en la ruta obligatoria que discurría entre edificio y jardines exteriores, solo podía contemplar el reflejo en la fuente de los rosales, donde el amante, como un moderno Narciso, parecía contemplar su desdicha, su tragedia, recordando los tiempos en los que ambos trotaban, retozaban y se besaban de niños en aquellos mismos jardines, hasta que su vida cesó sin aviso.

Y en el regreso al edificio, como un arcaico ritual, las lágrimas difuminaban las letras que narraban las maravillas del Museo, anegando la guía, las mejillas y el alma.

 

 

 Museo Cerralbo. Madrid

 Luis García [GFDL or CC BY-SA 3.0], via Wikimedia Commons


lunes, 20 de marzo de 2017

He Visto La Luz (VIII)

“El que no tiene cabeza, debe de tener pies”, decía mi madre cada vez que mandaba mi concentración de vacaciones y olvidaba llaves, citas, etc. Vuelos a Budapest, su último destino laboral. “Lo que hay que hacer, a paso ligero” dice Lorenzo Silva. Reserva para dentro de noventa minutos. “Ligero de equipaje, cantaba Nino Bravo. Así que enganché la mochila de campamento, la que archivé con la mayoría de edad, junto a mis sueños y aspiraciones. Me pareció metafórico. En su momento, simbolizaba la traición a mis ideales. Ahora, es el punto de recuperación desde el que trato de alcanzar los anhelos juveniles.

Cerré la puerta sin llave, asalté el primer taxi, y en la misma puerta en la que la vi partir, inicié una frenética carrera para enlazar el último tren que partía hacia la felicidad.

 

Desde que dejé la mochila en el compartimento superior y ocupé mi asiento, llegué a la conclusión de que estaba cometiendo una extraordinaria locura. No me refiero al aspecto emocional, ni siquiera al filosófico. Esa decisión ya había sido adoptada y las consecuencias formaban parte de la decisión, por lo que no había mucho más que reflexionar. El problema estaba en los aspectos logísticos, es decir, cómo iba a encontrarla en Budapest, dónde me iba a alojar, cuando podría volver a España, y ese tipo de pequeños detalles.

Obviamente, en el avión no iba a poder resolver mucho, por lo que decidí tomarme las cosas con calma, disfrutar del vuelo y olvidar momentáneamente las dificultades; Para ello, simplemente decidí concentrarme en las ventajas que podría conllevar el hecho de que todo saliera bien. Podría estar con ella, y si ella quisiese, el resto de mi vida. Cualquier consideración pragmática palidecería ante tamaña dicha. Incluso observado desde la perspectiva de la lógica presocrática, la decisión estaba más que justificada, ya que lo peor que podría ocurrir, sería que ella me rechazase, y por tanto, que quedase humillado, triste, desvalido, hundido y desecho. Es decir, lo que experimenta mucha gente a lo largo de su vida en muchas ocasiones, y suelen sobrevivir. Pero la alternativa conformaba una época vital en la que una persona estaría conmigo en todo momento, me toleraría tal y como soy, me apoyaría en los malos momentos, recibiría con atención los relatos de las miserias de mi día a día, aportaría un punto de vista cercano y cariñoso ante todas y cada una de las decisiones que se presentar a lo largo de la existencia, compartiría conmigo todos sus éxitos, sus alegrías, sus buenos momentos. Me besaría por las mañanas, y si la pudiese convencer, cada hora en punto. Podría ser la madre de mis hijos, podría ser mi amante desbocada, mi ninfa recatada, mi poetisa privada. Y todas esas cosas, a cambio de la posibilidad (probabilidad, más bien) de hacer el ridículo. A cada momento estaba más convencido de que la decisión era la adecuada. Pocas veces en la vida se presenta la opción de obtener tanto, a cambio de tan poco. Cuantas veces nos arrastramos a los pies de algo o alguien, a cambio de muchísimo menos. Y en esta ocasión, el premio podría ser nada menos que la felicidad.

No obstante, la empresa se antojaba difícil. Encontrarla, en primer lugar. Obtener el beneplácito para exponer mis argumentos. Hallar la fibra sensible y estimularla. Convencerla. Y llevármela de vuelta a España. Y todo ello, considerando que se trata de una de las mujeres más bellas que he tenido oportunidad de conocer en mi vida. Y que no hablábamos hacía tiempo. Y que probablemente tenía algo parecido a un novio. Bastante más guapo y rubio que yo, aceptémoslo deportivamente.

Es cierto que las mujeres siempre dicen que la belleza no lo es todo. Pero también que las más guapas suelen atrapar a los más guapos. Vamos, no dispongo de ratios oficiales, pero no hay más que estar en el mundo para verlo. Es probable que se trate de una feromona especial, algún neurotransmisor de nivel alfa, que sólo esté al alcance de los bellos y bellas del planeta, y que debamos conformarnos con ser betas, en el mejor de los casos, parafraseando a Huxley. Aunque también puede ser que en Un Mundo Feliz, no me refiero a la obra de Huxley ahora, sino ese al que podría llegar a pertenecer si Katherina me aceptase, pudiese existir un escenario en el que se llevasen a cabo matrimonios mixtos alfa-beta. Suponiendo que yo fuese un beta, que tampoco lo tengo tan claro. Podría ser un simple gamma, y que el episodio de la playa fuese un simple…desliz, un episodio aislado, quizá por una disminición temporal en los niveles de soma de Katherina. Un cuelgue, vamos.

Esta última reflexión pasó a mejor vida muy rápidamente. Porque los argumentos racionales eran contundentes: En primer lugar, ella era una mezcla de gallega y alemana. No iba a comportarse como lo hizo, sin un periodo de reflexión sensato, una planificación germánica, y un análisis gallego de pros y contras. Por tanto, no pudo ser un cuelgue temporal, o sería el primero de la historia celta-teutona. En segundo lugar, un dato contundente: Que no soy tan guapo, ni tan sexy. Lo se, porque mi espejo se descojona a diario.

En estas diatribas hallábame inmerso, cuando el Comandante avisó de nuestra inminente llegada a Ferihegy o, como se le conoce actualmente, Aeropuerto Internacional Ferenc Liszt. Tras una breve parada para el cambio de moneda, cogí un taxi y solicité que me llevase a algún hotel no especialmente lujoso. Me dejó en la puerta del Hotel, que tenía buena pinta, en el lado moderno, en Pest, en una moderna avenida. Tras ocupar la habitación, inicié el diseño del plan de ataque.

Lo único que sabía de Katherina es que estaba (o había estado) en Budapest trabajando. Revisé a fondo sus redes sociales, pero no pude obtener datos adicionales. Mientras que se me ocurría algo mejor, bajé a hacerme una foto en los alrededores, subirla a las redes y esperar que Katherina la viese y optase por averiguar qué demonios estaba haciendo por allí. Así, salí del hotel, en dirección a Buda, caminando a lo largo de la orilla del Danubio. A la altura del Puente De Las Cadenas, realicé unos cuantos selfies, para que mi estancia en la ciudad fuese inequívoca. Al llegar al hotel, subí las fotos a las redes sociales, y me eché una pequeña siesta. Al despertarme, tuve la sensación de que Katherina estaba informada de mi presencia en su ciudad, porque recibí un lacónico whatsapp, con un mensaje firme, pero no exento de cariño:

“¿Te has vuelto completamente gilipollas?”

 


jueves, 16 de marzo de 2017

Fiesta De Pijamas

Acudí con toda la ilusión. Hasta que me informaron de las reglas: “Es una fiesta de pijamas, pero sin pijamas” “Pero eso es…como una fiesta de cumpleaños, pero sin pastel y sin velas” “Bueno, podría decirse que va a haber pastel…o bollo. Y velas…suponemos que también habrá velas”

Se descojonaban de mí. Literalmente o metafóricamente, según el sexo. Y todo porque mi rostro debió adquirir ciertos pantones entre rojizos y paliduchos. Seguramente debí poner cara de poker y adoptar algún tipo de excusa, pero no estuve muy espabilado, y fui incluido en la lista, yo diría que por rebosamiento.

Los preparativos, milimétricos. Casa rural, habitaciones separadas por puertas correderas, expresamente abiertas para la ocasión. Colchones sin somier a lo largo y ancho del salón. Toda una barra de bar. Fuentes con chuches. Fuentes con preservativos. Estanterías con juguetes. No me refiero a puzzles. Mucha hidratación y lubricación.

Los asistentes fueron bajando de sus habitaciones con atuendos verdaderamente confortables. Escasos, pero confortables. Se distribuyeron al libre albedrío, ellos con ellas, ellas con ellas, ellos solos, en fin, variaciones, permutaciones, combinaciones.

Yo me quedé en un discreto segundo plano, para observar las normas del evento desde primera línea. No había. Entonces me aparté para identificar asistentes fuera de lugar, como yo. No había. Y ante la perspectiva de quedarme como único vouyer del grupo, busqué al menos, algún elemento cuyo ritmo de incorporación a la fiesta fuese tan lento como el mío. No había. Pues alguien aún vestido. No había.

Opté entre mantener a salvo mis costumbres, mis opiniones, mis principios, o dar rienda suelta al más primitivo de los instintos, en la convicción absoluta de que la ocasión no se repetiría jamás. Hasta que una de las asistentes se percató de que seguía medio vestido, me arrastró, me desnudó, y me ofreció al resto de las vestales.

Y es que, amigo lector, es muy complicado ser un virtuoso en estos procelosos días, pero lo que sería absolutamente inadmisible es ser grosero y maleducado.

Y menos aún, con señoritas.


martes, 14 de marzo de 2017

Juntos

Y llegando el momento infame de la despedida, maldigo todos los momentos en los que se rozaron nuestras almas

En sentido literal, metafórico o glacial, el fruto de nuestra convergencia se resume en el caos, la muerte y la desolación

De la que solo extraigo el alivio de saber que también estaremos juntos cuando seamos devorados por la inercia de tu mal

Ya ves, al final has conseguido tu objetivo, arrastrar mi esencia por el fango, las sombras,  la humedad y la sed.

 


lunes, 13 de marzo de 2017

Resguardados

Envuelvo tus pesares en una manta de violetas

Para darles colorido, y resguardarlos de terceros

Sólo a ti te pertenecen, aunque ahora están a mi cuidado

Los protegeré con mi vida, con mi todo, con mi ser

 

Y en el momento oportuno, en la ocasión adecuada

Dejarlos que escapen a su albedrío, que fluyan libres

Entre las hojas, por los riachuelos, hacia las nubes

Para que no les eches de menos, para que no regresen

 

Sin rencores, sin reflexiones, sin reproches, sin añoranza

Viviendo una página en blanco, con caligrafía de escuela

Sin franquear renglones, vigilando trazos, marcando comas

Tatuando mis días con tu risa, envolviendo ahora mis pesares

 

 

 


viernes, 10 de marzo de 2017

En La Cima Del Arroyo

Me hallaba en la cima del arroyo, esperando tu llegada al río

Valorando nubes y estrellas, comparándolas contigo

Y ellas palidecían de envidia ante el reflejo de tus focos

Todos los colores y calores, reposaban en el fondo de tus ojos

 

Sin sostener la mirada, recitaba la totalidad de mis deseos

En la esperanza de que tu generosidad concediera alguno de ellos

Aún siendo consciente de mis limitaciones, de la escasez de mi alma

Solo se me ocurrió arrancarme el corazón y colocarlo en una rama

 

A tu alcance, a tu risa, a tu beso, expuesto a tu desprecio

Como máxima expresión de humillación de un necio

Y ella se estremeció, me abrazó y me olvidó

Nunca me arrepentí de lo hecho, aunque nunca volvió.

 

Sigo en la orilla del arroyo, esperando el indulto, el acceso

A todos los sentimientos ocultos, a todos los besos

Los que ofrece, los que guarda, los evidentes, los reservados

Aunque comprendo, asumo y acepto, que mi tiempo ya ha pasado

 

 

 


domingo, 5 de marzo de 2017

Vd. No Es Feliz Y Ambos Lo Sabemos

Cobraba fuerza en mi interior la idea de hacerle un regate a la vida. Un dribbling en seco, que me permitiese iniciar un camino diferente, una orientación alternativa, una dimensión paralela, cuando llegó a mis manos el periódico del día. Lo había obtenido tras una dura pugna con uno de los parroquianos ocupaban el local, que venía penalizado por la reciente implantación de la prótesis de cadera derecha, aunque manejaba la muleta con una soltura extraordinaria. Es lo que tienen los viejos, independientemente de la edad y las patologías que padezcan, mantienen un instinto de supervivencia insuperable, que suele venir acompañado de la pérdida total y absoluta de convencionalismos sociales. Si quieren el periódico, lanzan la muleta y lo marcan como un perrito hace con la primera esquina que observa.

Tras un repaso fugaz, superficial, cansado, me tropecé con las páginas de anuncios clasificados. Siempre me han fascinado esas páginas de los diarios de provincias. Constituyen el perfecto ejemplo práctico de la Teoría de la Relatividad. Ese cumpleaños, esas bodas de oro, esa puesta de largo, que en cualquier periódico que se precie no ocuparía huecograbado alguno, pasaba a ser noticia de portada, siendo reflejado con extraordinaria riqueza tipográfica, fotografía en color sepia, rotulación en negrita y cursiva.

En uno de esos módulos de dos centímetros cuadrados de superficie, algo llamó especialmente mi atención. Un recuadro delimitado por un borde que parecía dibujado a tinta china, asemejando un damasquinado toledano. Una letra de caligrafía perfecta. Y un mensaje contundente:

Usted No Es Feliz, Y Ambos Lo Sabemos

Siempre he pensado que la verdadera pornografía no está en esos cuerpos desnudos, esos mensajes libidinosos, esas ofertas de sexo a cambio, sino que está en la de aquellos desalmados que se permiten jugar con las debilidades humanas, ofreciendo sorteos imposibles, compras absurdas en teletiendas ficticias, porque se permiten recoger sentimientos, transformarlos, desvirtuarlos, y ofrecer unos gramos de felicidad efímera e incompleta. Y pensé que este anuncio vendría rematado por un prefijo telefónico 806, en el que solo marcando la numeración sería inmediatamente desvalijado. Pero en la letra pequeña solo aparecía reflejada una dirección postal, en una calle muy céntrica. Ni email, web, twitter. Ni siquiera teléfono.

No tardé en olvidar el original anuncio. El día a día es un excelente antídoto frente a la reflexión y el análisis, especialmente si abordamos temas de profundo calado como el concepto de felicidad. Además, no había mucha necesidad. Yo no era feliz, no soy feliz, como seguramente no lo será usted, y ambos seguimos sobreviviendo. Probablemente, no de la manera que nos gustaría. Seguramente todos quisiéramos consumir nuestra estancia temporal en este mundo, paladeando y degustando todos y cada uno de los minutos de los que disponemos, disfrutando de las excelentes cosas que nos ofrece la vida. Y probablemente queramos hacerlo con la o las personas que nos permiten intensificar ese deleite, como las fresas exprimen al máximo las propiedades organolépticas del champagne, como un botellín de cerveza frío hace que una tarde de verano pueda convertirse en un momento sublime, como el mejor libro de nuestra biblioteca nos lleva a la cima de una lluviosa tarde de invierno.

Soy consciente de estar relacionando la felicidad con los momentos felices, y que ese paralelismo es claramente desproporcionado, incluso divergente, puesto que si mi existencia es completamente infeliz, puede pensarse que el mero disfrute de esos momentos especiales, no compensan la insatisfacción global que presidiría mi vida y, por tanto, seguiría siendo una persona desgraciada, con momentos menos desgraciados. Obviamente, este punto de vista es un contraste radical con el anterior, y adolece de un sustento técnico, filosófico, puesto que el concepto de felicidad debe, o debería ser enormemente amplio y flexible. Al menos, ha sido explicado y estudiado desde tantos puntos de vista radicalmente diferente, que cabría dar por buena la discrepancia.

Como decía Baltasar Gracián,”Todos los mortales andan en busca de la felicidad, señal de que ninguno la tiene”, y eso es una gran verdad, salvo que no sepan identificarla, y ese es el verdadero drama. ¿Y si yo hubiera alcanzado la felicidad y no lo supiera? ¿Y si la felicidad no consiste en encontrarse sonriendo a cada esquina, admirando a los pajarillos del campo, las flores, la sonrisa de un niño, los acordes de un violín? Pero…¿Y si lo fuese?

En general, todos los pensadores de la historia coinciden en que, para ser feliz, es condición necesaria pero no suficiente, ser un buen tipo y tener buenos amigos. En eso coinciden todos, desde Aristóteles a Ortega, incluyendo al propio Gracián. Claro que el concepto aristotélico de amistad convendría ser matizado, pero no vayamos a ponernos exquisitos tan pronto. A partir de estos postulados básicos, el debate se enriquece, porque las primeras divergencias aparecen en el resto de los elementos, los que completan el cuadro final. Gracián defiende que la felicidad debería incluir un cierto grado de placidez y ausencia de preocupaciones, mientras que Nietzsche dice que eso nos es felicidad, sino “dicha”, y que la felicidad incluye como elemento esencial la recepción y posterior superación de dificultades, como elemento consustancial a la vida. Más o menos lo que dice Bowie: “Todos podemos ser héroes aunque solo sea por un día”, defendiendo la obligatoriedad vital de combatir a los que tratan de impedir nuestra felicidad.

Como pueden apreciar, un simple anuncio de un periódico de provincias había conseguido remover mis entrañas intelectuales, e iba camino de arrasar las emocionales, por lo que decidí frenar en seco. Una cosa es decidir que no soy feliz, a secas, y otra es analizar por qué no lo soy. Eso ni de coña. No sea que lo descubra y me vea en la enorme dificultad de pelear para cambiar mi vida, con lo que me ha costado manufacturarla. Sería una enorme cabronada remodelar mis costumbres, mis vivencias cotidianas, mi trato con las personas. Me mirarían como un bicho raro, pensarían que me he hecho de una secta, que me he enamorado, que me he dado a la droga. Y me ha costado mucho forjar mi imagen de tipo sensato y cabal como para ello. Independientemente de que cada lunes y cada martes, me dan ganas de dinamitar todos y cada uno de los elementos que conforman mi imagen actual. Claro que eso es lo que todos deberíamos pensar a diario, y por supuesto lo que todos nos deberíamos abstener de hacer.

Salvo que de verdad queramos ser felices, pero ese es otro debate.

Y en estas elucubraciones me hallaba, cuando burla, burlando, me encontré a escasos metros de la dirección que se mencionaba en el anuncio. Sonreí, muy a mi pesar. Y mucho más a mi pesar, me dirigí automáticamente hacia allí. El portal, imponentemente señorial, flanqueado por sendas columnas de porte neoclásico, que daban soporte a unas puertas de roble macizo, en las que podían apreciarse las vetas originales, a pesar del barniz que las mantenía como el primer día. Escalinata de mármol con pasamanos de bronce. Portero, de los de librea.

“Buenos días. ¿Puedo ayudarle?”

“Pues…en realidad estaba buscando la oficina de un anuncio que leí ayer en el periódico”, dije con prudencia, reserva y vergüenza.

“Ah, en el primero derecha”. Utilizó un tono enormemente profesional, pero con ciertos matices de camaradería. Quizá él también quería ser feliz y había probado el método. Me animé ligeramente, y procedí a subir la escalinata, casi esperando que la Victoria de Samotracia me recibiese al final del primer piso.

Llamé al timbre. No oí nada, pero la puerta se abrió con un ligero zumbido. Casi al instante de franquearla, una joven ataviada con una blusa de cierto porte, falda de tubo mini-midi, medias negras y tacones discretos, me invitó a pasar a una pequeña salita, con sillones de cuero blanco, una pequeña barra de bar y una mesa baja, donde reposaban tres gruesos libros, de encuadernación moderna. Me ofreció una bebida, y me animó a que consultase el catálogo de servicios. “Enseguida contactarán con usted”, me dijo, casi susurrando.

Me abalancé hacia los catálogos. El más grueso, contenía un montón de fotografías de mujeres bellísimas, con una pequeña reseña de sus características físicas e intelectuales, así como un código que podía ser consultado en la tarifa oficial de precios.

No quise ojear el resto de los catálogos. Intenté abandonar el piso, lo más discretamente posible, cuando la fotografía de la página número cinco, cobró vida y me dijo dulcemente:

“Hubieras sido feliz”

Mi respuesta fue, desde luego, mucho menos contundente.

 

 


jueves, 2 de marzo de 2017

La Señorita Viene Conmigo

“La señorita viene conmigo”

Considerando que era la primera vez que ponía el pie en ese local, la verdad es que me quedó muy autoritario. El portero asió la cadena que limitaba el acceso, la desenganchó de uno de sus extremos, y la dejó caer al suelo, en señal de sumisión absoluta. Al momento, unos tacones rojos de aguja levitaron para evitarla, y se aproximaron al interior de la discoteca de moda. Su dueña esperó un momento, giró el cuello con gracia y finura, reconoció mi intermediación, y se adentró al interior del local donde la perdí en la penumbra de los reservados.

Supuse que iba de caza mayor, a por algún rico heredero o quizá un empresario joven y derrochador; La dejé marchar, sin aspavientos, malas caras o gestos de desagrado. Damisela en apuros, damisela desagradecida, nada fuera de lo normal. Me dispuse a buscar a mis amigos que, como supuse, ocupaban una serie de mesas próximas a la pista de baile, observando a la concurrencia.

Ninguno estábamos ya para grandes expediciones. A la mínima insinuación de una chica, simplemente se le preguntaba si estaba dispuesta a ser acompañada a su casa, y en caso negativo, se pedía otra ronda para todos. Normalmente, eso equivalía a una resaca estimable al día siguiente, aunque tras una semana larga e intensa, todos lo aceptábamos con naturalidad.

La calma del local se perturbó por una celebración a filiar; Pudiera ser un cumpleaños, aniversario, divorcio o despedida de soltero. Gritos, vítores, aplausos, bengalas y besos confirmaban la efeméride. Y como postre, una stripper. Muy prototípico, pero me pareció muy adecuado a la cara de ignoto neanderthal que poseía el agasajado.

La chica se movía muy bien, todo hay que decirlo. Comenzó con una especie de remake de Gilda: Media melena suelta de color cobrizo, sazonada con reflejos anaranjados. Vestido de seda de color rojo vivo. Por lo que ajustaba, también podría haber sido de neopreno o quizás una segunda epidermis. Largos guantes hasta el codo, del mismo color que el vestido; Un antifaz de corte clásico, ponía la nota misteriosa al disfraz. Y finalmente, zapatos de tacón de aguja que me sonaron conocidos.

No hice mucho caso al show, hasta que la mano izquierda de la chica liberó a su contraria del guante. Este se deslizó suavemente por las mejillas del prehistórico, a un ritmo, cadencioso, uniforme y suave, que lo trasladaba desde la oreja izquierda hacia el cuello, para ascender simétricamente y tapar brevemente ambos ojos, ya como acto final. Desconozco qué estaba sintiendo el afortunado, pero yo estaba cardíaco. Cuando los guantes bajaron por el interior de su camisa , ahora enfundados en ambas manos,  sus dedos longilíneos e interminables, frotaron suavemente el pecho, y asieron la camisa (con el resto del individuo adherido) , yo estaba verdaderamente excitado con la maniobra, la suficiencia y el erotismo que emanaba de cada uno de sus movimientos.

Incomprensiblemente, el homenajeado pudo resistir a todas las atenciones de la doble de Rita Hayworth, sin que se le moviera un pelo del bigote. Obviamente existen cientos de explicaciones para que un chico pueda resistir los embates eróticos de una belleza como la presente, y todas ellas le dejan en muy mal lugar. Ya estaba a punto de agarrarle por las solapas para recordarle lo que se espera de un XY con la testosterona intacta, cuando la stripper decidió utilizar armamento nuclear.

Comenzó desabotonándole la camisa con solo dos dedos, a velocidad supersónica. Con un movimiento brusco pero certero, le sacó la camisa de golpe y comenzó a acariciar las mamilas con el borde de los dedos. El tacto de la seda del guante y la carga de erotismo de sus movimientos consiguieron demostrar a la concurrencia que ella comenzaba a ganar la batalla. De forma evidente, de hecho.

A la vista de los signos externos, ella decidió acelerar. Introdujo el dorso de sus dedos entre la cinturilla del pantalón, y fue descendiendo hacia la zona de la bragueta, acariciando el borde superior del pubis y provocando sudores en la concurrencia. En ese momento, el festejado comenzó a dar síntomas muy evidentes de desfallecimiento, intentando llegar a su cuello a través de torpes lametones que fueron esquivados inmisericordemente. Ella había vencido, y simplemente deseaba ampliar su victoria con una serie de maniobras definitivas. Para empezar, se colocó frente a él, como para obsequiarle con el beso de sus sueños, cuando giró en redondo y flexionó hacia atrás y hacia delante sus caderas. El ritmo, soberbio. Hacia atrás, pausado, lento, reflexivo, podría decirse. Una vez acoplados sus glúteos entre las piernas de él, solo permanecía un breve instante, y se retiraba bruscamente hacia delante, para repetir la operación poco después. Posteriormente, se marcó una especie de tango, sin contacto alguno, pero recorriendo la circunferencia perimetral de su cuerpo, haciendo que su cuello girase de forma anárquica, en busca de la boca de ella. Cuando se despistaba, la chica posaba una micra de sus labios en la cara posterior del cuello, para desesperación definitiva del pobre incauto.

Hizo con él lo que quiso, y lo hizo con el único objetivo de demostrar que podía. A todos nos quedó muy claro. Pero remató la faena con un golpe maestro, con el que nos recalcó quien mandaba allí. Decidió iniciar su propia desnudez, dejando caer el vestido en dos tiempos: En la fase I inició un movimiento de bamboleo de cintura escapular, que deslizó el escote hacia el mismo nacimiento de sus pechos, dejando los hombros completamente desnudos, lo que en un varón digno de llevar ese nombre, habría dado lugar al fin del juego o al cambio inmediato de escenario vertical a horizontal. Este indocumentado permitió que en un segundo balanceo, en este caso de delante atrás, los pechos quedasen liberados de su protección, durante un breve instante. Y en ese momento, debió fluir la testosterona por sus venas, como si fuesen autopistas de peaje, y se inclinó definitivamente hacia ella, con obvias intenciones. A falta de unos pocos milímetros para que la sujetase por la cintura, la cogiese en brazos o acabase de desnudarla, vaya usted a saber, la chica dijo en voz alta:

“Lo siento, se ha acabado el tiempo”

Y milagrosamente, el vestido se colocó en su sitio, los guantes saltaron a una especie de mochila de dimensiones reducidas, y los tacones fueron sustituidos por unas confortables manoletinas, dejando ante nosotros a una jovencita de no más de veinte años, que bien podría haber dejado el pupitre pocos minutos antes, y que no alcanzaba el metro y sesenta centímetros de talla.

Me preocupó su integridad física y me interpuse entre ella y el mundo. Aprovechó el pasillo para alejarse a paso ligero, musitando un “gracias”, únicamente dirigido a mí, con el que puedo sobrellevar dignamente este recuerdo.