martes, 29 de octubre de 2013

Opera Prima


Fueron tiempos de valor y de inconsciencia,
de audacia y de locura, entusiasmo e insensatez.
Siendo el mismo o no lo soy o no lo era. O lo fuí o ni siquiera.
Vivíamos la infinita indulgencia de la primera vez.

Entonces había luz en la gruta, sol en la tormenta y esperanza en el caos.
Hoy es negro el resplandor, hay tempestad en la calma y desgracias por doquier.
Desde entonces hasta ahora, la erosión del alma, la caída del velo
y el dolor de la traición.

Pero ella coge el pincel, me dirige su sonrisa y pinta el atardecer.
Y sin aviso, como un perrito sumiso, me veo en aquellas tardes
donde nada era más importante que una puesta de sol.

Me giro hacia la gruta y veo cómo reluce;
No hay tempestad ni lluvia
Quizás algunas nubes, que viajan sin temblor.

Con miedo lo diviso, lo disfruto y lo amo, me preocupa y me seduce.
Y comprendo que es etéreo, que se puede evaporar,
como el rocío de las flores que solíamos contemplar.



sábado, 12 de octubre de 2013

Molina

Aterricé allí por casualidad y por sed. Yautomáticamente 40 años atrás. Nada más franquear el umbral. El olor a uva, a residuos alcohólicos, a lecheras de latón llenas de clarete, me trasladaron a la Plaza de Las Monjitas, donde estaba la bodega del barrio. Al fondo las tinajas empotradas en la pared con sus grifos de cobre. El mostrador de chapa con originales grifos invertidos para limpiar las botellas y recargarlas con la última cosecha. Dos o tres parroquianos a la derecha, en el reservado vip, la zona de la barra donde las amas de casa no se atreven a poner pie. Y mientras me recuperaba del deja vu, las voces in crescendo: "¡¡¡Que te digo que Molina no hacía así...¡¡¡"
La patogenia de las mismas correspondía a un individuo prejubilable si hubiese trabajado en una empresa seria. Manos amarillentas con toques de color caoba. Dientes indescriptibles. Pelo peinado a raya de AutoCAD. Gomina de la que Cristiano estaría envidioso. Patrico diría yo. Traje barato pero de raya milimétrica. Corbata oscura y estrecha sobre camisa blanca última moda de los 60. Peluco de oro con cadena recién limpia. Pañuelo que asomaba formando un perfecto isósceles sobre el bolsillo de la chaqueta.
Al otro lado del ring, dos contrincantes coriáceos. El de la izquierda, llevaba un mono de Boss, con las correspondientes marcas de grasa en rodillas, codos y muñecas. Yo creo que los venden así, con esas manchas, para darle impacto al cliente. Digo de boss, porque evidentemente el tipo era el jefe de algo. Posiblemente el jefe del único aprendiz del único taller no servicio oficial en 5 km a la redonda. El otro, parecía ser el dueño del kiosco de prensa, por el aire de intelectual, porque estaba en la bodega y porque no parecía tener muchas ganas de trabajar.
La conversación seguía elevada en graves y agudos, y me temí lo peor, la típica bronca en bareto de barrio, y pagué mi vermouth de grifo (como le encuentren algún antioxidante beneficioso para la salud, dejará de cortarse con cuchillo y tenedor y se venderá en brik, en vez de servirlo en microvasos directos del grifo. Y no pondrán boquerón en vinagre ni olivas de acompañamiento), de forma un tanto atropellada y con propina desproporcionada para aquellos lares.
Mientras recogía con prisas, se empezaba a mencionar a parientes de ambos bandos a voz en grito, y enfilé la puerta decidido a salir de allí antes de que llovieran los crochet, que fijo sabían darlos.
En esas estaba cuando el prejubilable dijo aquello de "pues te lo voy a demostrar" y sin pausa alguna comenzó a voz en grito "...y cuando siento una peena, lanzo al viento miiiiiiiii  iiiii iiiiii   iiii cantar. Soy minero..."
Por las expresiones que vi en sus contrincantes, se conoce que algo de razón debía llevar, porque tanto el boss como el del kiosco relajaron sus expresiones mudándolas por un rictus tierno y nostálgico, y solicitando en el acto una nueva ronda en justo homenaje a su contrincante tertuliano.
Fue ponerle el chato de vino, y el cantante se dirige hacía mí. "Jefe, a que llevo razón?" Y yo, aún estupefacto de la discusión, las paces y la demostración, solo pude decirle: " Aunque eso solo podría decirlo Don Antonio, en mi opinión lo ha clavado vd." Con esa respuesta, completé mi paso hacia adelante, a otros tiempos y otros niveles estelares, no estoy seguro que mejores.
Y mientras que caminaba hacia zonas más desarrolladas en apariencia, recordaba a Antonio Molina, en lo que probablemente es el mejor videoclip de la historia, dirigirse hacia la mina, como el de Hamelin, llevando una cohorte de probos productores mineros a sus espaldas, y cantando a voz en grito, con tanto o más acierto que el de la taberna.
Soy minero. Antonio Molina
P.D.: Esta anécdota es completamente cierta, aunque su protagonista, que la compartió conmigo, desgraciadamente nos dejó hace 23 años, si no lo recuerdo mal. Como hay pocos días que no lo recuerde, he decidido plasmar el recuerdo en esta deliciosa anecdota

sábado, 5 de octubre de 2013

Seis grados de separación

"En 2011 la empresa Facebook realizó un estudio denominado “Anatomy of Facebook”2 con todos los usuarios activos de su página en ese momento ...Los resultados mostraron que el 99,6% de pares de usuarios estuvieron conectados por 5 grados de separación. "

Debió ser en aquella cena navideña. Nunca los poníamos juntos porque temíamos salir escaldados por la deflagración. Uno a un extremo de la mesa y la otra en el contrario. Era la única forma de que todo transcurriera en paz. Aún así se las apañaban. Si se hablaba de política, uno era rojo granate y el otro azul falange, y no necesariamente en ese orden. Si el tema era deportivo, uno era antitaurino y el otro descendiente directo de Marcial Lalanda. No os cuento si se trataba de hombres vs. mujeres. El extintor debía presidir la mesa, para la seguridad de todos.
Pero en aquella Navidad, y en medio de una de sus típicas discusiones, en esta ocasión creo que era Visa vs. American Express, o algún tema similar, cuando creían que estábamos concentrados en el excelente Ribera (que ya tenemos una edad), le pillé lanzando hacia la antártida de la mesa una sonrisa que jamás había apreciado en su rostro. A velocidad de vértigo deslicé mis ojos hacia el hipotético destinatario. Durante algunos segundos, los imprescindibles para la acomodación de los músculos oculomotores, pensé que el caldo ribereño había ascendido en exceso o simplemente que debía revisar mi graduación.  Hasta que detecté unas sospechosas manchas de color rojo brillante, hemáticas,  en lo que debería corresponder a las habitualmente paliduchas mejillas de ella. La que ocupaba el polo sur se había ruborizado como una colegiala adolescente.
Me costó entenderlo y aceptarlo. Probablemente me indigné. Esa pareja de maleantes había estado jugando con nosotros desde  la infancia. Recordé los juegos infantiles, donde siempre iban en equipos distintos. Jamás se ponían juntos en clase. No compartían meriendas ni chuches. En cualquier juego competitivo casi necesitábamos la presencia de la Benemérita para evitar un drama. Recuerdo un día con el trivial. Dios bendito.
No tuve que esperar mucho. A la salida de la cena, atenacé a mi amigo con una mano sabiamente dirigida a su carótida, y segundos antes de desmayarse me confesó que ella esperaba un hijo suyo. Me costó un momento decidir si le remataba o si le reanimaba. Entiendo que decidí hacer lo segundo porque sigo en libertad.
A los pocos días,  y tras haber rechazado múltiples llamadas de ambos, tal era mi estado, mezcla de estupor, asombro e indignación por la Divina Comedia que aquellos farsantes habían representado, acepté reunirme con ella, a él no quería acercarme por si completaba el intento homicida.
Eligió bien. Es muy lista. En ese mismo bar habíamos tenido algunos escarceos adolescentes a los que ambos pudimos sobreponernos con facilidad. En la misma mesa, y probablemente en la misma silla.
A mí me cedió la posición más alejada a la salida, seguramente para impedirme una huida precipitada. Y entonces me lo contó.
Por supuesto, como excelente ejemplar del sexo opuesto que es, se liberó inmediatamente de su responsabilidad y decidió transferírsela a algún pobre diablo sin los suficientes recursos para defenderse. A mí.
"La culpa es tuya, nene. Cada vez que discutíamos él y yo, tu venías y me describías todas sus cualidades. Es verdad que nunca te creí, porque tú eres su amigo, más que su hermano. Has compartido con él tantas cosas que tu objetividad debía ser seriamente cuestionada. Tantas fueron las discusiones, y tantos los elogios que le hacías que un día decidí escucharte. Me dijiste que era la mejor persona que podría existir, no lo he olvidado. Que pondrías tu vida en sus manos sin dudarlo. Y me pilló en uno de esos días. No, no de esos mensuales, machista imbécil. Uno de esos días en los que estás más receptiva a ideas y personas disparatadas. Y le llamé"
Cuando el mentón comenzó a golpear el borde de la mesa, tal fue mi asombro, cerré la boca y dejé que continuase, ya completamente derrotado.
Lo que vino a continuación ya fue más de lo mismo, cómo volvieron a quedar en una y otra ocasión, cómo se presentaron a sus familias,  manteniendo el pacto de sangre de no decirnos nada a los amigos, por si las cosas se torcían, para que no pudiéramos sentirnos incómodos. Me describió con todo lujo de detalles cómo descubrieron que tenían los mismos gustos ocultos. El por las novelas románticas y ella por el cine negro. Ella adoraba la velocidad, mientras que el coche de él parecía sacado directamente de Maranello. El le reveló sus secretos más íntimos, cómo lloraba a lágrima viva con los musicales de Broadway; Incluso le enseñó los recortes de las novedades de la Pasarela Cibeles. Ella tuvo que confesar que con los hombres no tuvo ninguna suerte, ninguna.
Cuando pedí la cuenta, ya estaba vencido, perdido, entregado y plenamente derrotado en la técnica y en la táctica. Y pase de odiar a mi amigo por su traición más absoluta, a envidiarlo de una forma total, íntegra y superlativa. No es solo que tenga la historia de amor más perfecta posible, sino que ha podido deshacer uno detrás de otro los seis o seis mil grados de separación que había entre los dos. Y en cada unos de esos nudos que iba deshaciendo o cortando, se hacían más grandes.
El, ella, y sobre todo ellos.

jueves, 3 de octubre de 2013

Bipolar

No son pocas las veces que me he reído interior y exteriormente de las frases pedantes, rimbombantes y probablemente carentes de contenido con las que nos suelen deleitar algunas de las rutilantes estrellas del firmamento literario (he picado, mira que ha quedado pedante)
De entre ellas, mi preferida es "me encontraba en un  vacío creativo...que duró n lustros..."
Siempre he reflexionado acerca de esos vacíos creativos, y siempre he llegado a la conclusión de que el vacío era más de ganas que de inspiración, y más de actitud que de creatividad.
Y en estas que yo mismo me encuentro en un ...socavón creativo de agárrate y no te menees, y pensando "mira que si fuese cierto lo del vacío creativo", y planteándome seriamente pedir disculpas a distancias a los ofendidos, cuando una sencilla conversación con una experta profesional socio-sanitaria, me sacó de dicho barranco imaginativo.
En dicha conversación, se destacaba la importancia de la creatividad, la riqueza de vocablos y la empatía a la hora de afrontar las evidentes diferencias semánticas y gramaticales que se producen entre los profesionales y los usuarios de las nobles artes sanitarias.
No es la primera vez que los duelos gramaticales entre profesionales y los que esgrimen la tarjeta sanitaria son motivo o inspiración para uno de mis escritos (véase "El derrape cerebral"), pero no podía por menos que compartir con los lectores de antoniadis9, todos ellos ávidos de información sanitaria rigurosa y veraz, los pequeños desencuentros semánticos enfermero-enfermado, con el inocente fin de confeccionar paulatinamente un modesto diccionario español-paciente, paciente-español.
La usuaria en cuestión, perpleja antes las oscilaciones aparentemente injustificadas de su tensión arterial, decidió que su particular situación debía merecer alguno de esos términos extraños con los que los sanitarios suelen clasificar a casi todas las cosas que le pasan a uno.
Descartado que ella pudiese ser "hipertensa", porque sus 84 años anteriores tenía la máxima en 9,5, y mucho menos eso de la hipertensión esencial, porque en su caso, no era "esencial", sino más bien anecdótica, decidió que el término médico que mejor le encajaba era "bipolar", ya que unos días tenía la tensión normal, y otras la tenía alta.
Bipolar me he quedado yo cuando mi fuente me ha contado el episodio, porque no sabía si echarme a reír o salir corriendo a escribirlo, no se me fuese a olvidar. Y no ha sido el único equívoco, el otro me lo dejo para otra entrada.
Luego he pensado que la paciente podía tener algo de razón, ya que los factores emocionales influyen en las cifras tensionales, y si uno se encuentra en posición de "polo negativo", igual la tiene más alta y a la inversa. A ver si se refería a eso, aunque lo veo poco probable.
Lo cierto es que esa "bipolaridad" ha conseguido sacarme del abismo creativo, y hete aquí que me encuentro aporreando la tecla, con una agilidad y entusiasmo que no tenía hace unas semanas. Así que mi respeto y agradecimiento a la paciente y mi gratitud literaria y mi corazón al completo, con sus aurículas, sus ventrículos y el resto de sus cosillas, a mi fuente. Y que me cuente muchos más.
Y yo, probablemente bipolar desde hace algunas semanas, me he enganchado definitivamente al polo positivo, reconociendo que el otro tiene fuerza suficiente para llevarme al lado oscuro en cualquier momento. En parte será por los que me rodean, que me merecen aún más positivo. En parte por el deseo de ser y estar positivo, en parte por las sorpresas auxiliares de la vida, bipolares normalmente, y muy probablemente por las fechas navideñas a las que nos aproximamos y que, en contra de la corriente general, a mí me arrastran definitivamente al tradicional optimismo que últimamente estaba perdiendo. Es que veo el espumillón y no se si liarlo o inhalarlo, pero me eleva a los ochomiles de un único empujón. (véase "wiwichu")
Otro día os cuento la otra perla idiomática, que no tiene desperdicio. Ahora me pongo a preparar el tradicional viaje navideño a Londres, que como sabéis "En Londres no hay nada seguro excepto el gasto”, (William Shenstone)