sábado, 5 de octubre de 2013

Seis grados de separación

"En 2011 la empresa Facebook realizó un estudio denominado “Anatomy of Facebook”2 con todos los usuarios activos de su página en ese momento ...Los resultados mostraron que el 99,6% de pares de usuarios estuvieron conectados por 5 grados de separación. "

Debió ser en aquella cena navideña. Nunca los poníamos juntos porque temíamos salir escaldados por la deflagración. Uno a un extremo de la mesa y la otra en el contrario. Era la única forma de que todo transcurriera en paz. Aún así se las apañaban. Si se hablaba de política, uno era rojo granate y el otro azul falange, y no necesariamente en ese orden. Si el tema era deportivo, uno era antitaurino y el otro descendiente directo de Marcial Lalanda. No os cuento si se trataba de hombres vs. mujeres. El extintor debía presidir la mesa, para la seguridad de todos.
Pero en aquella Navidad, y en medio de una de sus típicas discusiones, en esta ocasión creo que era Visa vs. American Express, o algún tema similar, cuando creían que estábamos concentrados en el excelente Ribera (que ya tenemos una edad), le pillé lanzando hacia la antártida de la mesa una sonrisa que jamás había apreciado en su rostro. A velocidad de vértigo deslicé mis ojos hacia el hipotético destinatario. Durante algunos segundos, los imprescindibles para la acomodación de los músculos oculomotores, pensé que el caldo ribereño había ascendido en exceso o simplemente que debía revisar mi graduación.  Hasta que detecté unas sospechosas manchas de color rojo brillante, hemáticas,  en lo que debería corresponder a las habitualmente paliduchas mejillas de ella. La que ocupaba el polo sur se había ruborizado como una colegiala adolescente.
Me costó entenderlo y aceptarlo. Probablemente me indigné. Esa pareja de maleantes había estado jugando con nosotros desde  la infancia. Recordé los juegos infantiles, donde siempre iban en equipos distintos. Jamás se ponían juntos en clase. No compartían meriendas ni chuches. En cualquier juego competitivo casi necesitábamos la presencia de la Benemérita para evitar un drama. Recuerdo un día con el trivial. Dios bendito.
No tuve que esperar mucho. A la salida de la cena, atenacé a mi amigo con una mano sabiamente dirigida a su carótida, y segundos antes de desmayarse me confesó que ella esperaba un hijo suyo. Me costó un momento decidir si le remataba o si le reanimaba. Entiendo que decidí hacer lo segundo porque sigo en libertad.
A los pocos días,  y tras haber rechazado múltiples llamadas de ambos, tal era mi estado, mezcla de estupor, asombro e indignación por la Divina Comedia que aquellos farsantes habían representado, acepté reunirme con ella, a él no quería acercarme por si completaba el intento homicida.
Eligió bien. Es muy lista. En ese mismo bar habíamos tenido algunos escarceos adolescentes a los que ambos pudimos sobreponernos con facilidad. En la misma mesa, y probablemente en la misma silla.
A mí me cedió la posición más alejada a la salida, seguramente para impedirme una huida precipitada. Y entonces me lo contó.
Por supuesto, como excelente ejemplar del sexo opuesto que es, se liberó inmediatamente de su responsabilidad y decidió transferírsela a algún pobre diablo sin los suficientes recursos para defenderse. A mí.
"La culpa es tuya, nene. Cada vez que discutíamos él y yo, tu venías y me describías todas sus cualidades. Es verdad que nunca te creí, porque tú eres su amigo, más que su hermano. Has compartido con él tantas cosas que tu objetividad debía ser seriamente cuestionada. Tantas fueron las discusiones, y tantos los elogios que le hacías que un día decidí escucharte. Me dijiste que era la mejor persona que podría existir, no lo he olvidado. Que pondrías tu vida en sus manos sin dudarlo. Y me pilló en uno de esos días. No, no de esos mensuales, machista imbécil. Uno de esos días en los que estás más receptiva a ideas y personas disparatadas. Y le llamé"
Cuando el mentón comenzó a golpear el borde de la mesa, tal fue mi asombro, cerré la boca y dejé que continuase, ya completamente derrotado.
Lo que vino a continuación ya fue más de lo mismo, cómo volvieron a quedar en una y otra ocasión, cómo se presentaron a sus familias,  manteniendo el pacto de sangre de no decirnos nada a los amigos, por si las cosas se torcían, para que no pudiéramos sentirnos incómodos. Me describió con todo lujo de detalles cómo descubrieron que tenían los mismos gustos ocultos. El por las novelas románticas y ella por el cine negro. Ella adoraba la velocidad, mientras que el coche de él parecía sacado directamente de Maranello. El le reveló sus secretos más íntimos, cómo lloraba a lágrima viva con los musicales de Broadway; Incluso le enseñó los recortes de las novedades de la Pasarela Cibeles. Ella tuvo que confesar que con los hombres no tuvo ninguna suerte, ninguna.
Cuando pedí la cuenta, ya estaba vencido, perdido, entregado y plenamente derrotado en la técnica y en la táctica. Y pase de odiar a mi amigo por su traición más absoluta, a envidiarlo de una forma total, íntegra y superlativa. No es solo que tenga la historia de amor más perfecta posible, sino que ha podido deshacer uno detrás de otro los seis o seis mil grados de separación que había entre los dos. Y en cada unos de esos nudos que iba deshaciendo o cortando, se hacían más grandes.
El, ella, y sobre todo ellos.

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