domingo, 5 de marzo de 2017

Vd. No Es Feliz Y Ambos Lo Sabemos

Cobraba fuerza en mi interior la idea de hacerle un regate a la vida. Un dribbling en seco, que me permitiese iniciar un camino diferente, una orientación alternativa, una dimensión paralela, cuando llegó a mis manos el periódico del día. Lo había obtenido tras una dura pugna con uno de los parroquianos ocupaban el local, que venía penalizado por la reciente implantación de la prótesis de cadera derecha, aunque manejaba la muleta con una soltura extraordinaria. Es lo que tienen los viejos, independientemente de la edad y las patologías que padezcan, mantienen un instinto de supervivencia insuperable, que suele venir acompañado de la pérdida total y absoluta de convencionalismos sociales. Si quieren el periódico, lanzan la muleta y lo marcan como un perrito hace con la primera esquina que observa.

Tras un repaso fugaz, superficial, cansado, me tropecé con las páginas de anuncios clasificados. Siempre me han fascinado esas páginas de los diarios de provincias. Constituyen el perfecto ejemplo práctico de la Teoría de la Relatividad. Ese cumpleaños, esas bodas de oro, esa puesta de largo, que en cualquier periódico que se precie no ocuparía huecograbado alguno, pasaba a ser noticia de portada, siendo reflejado con extraordinaria riqueza tipográfica, fotografía en color sepia, rotulación en negrita y cursiva.

En uno de esos módulos de dos centímetros cuadrados de superficie, algo llamó especialmente mi atención. Un recuadro delimitado por un borde que parecía dibujado a tinta china, asemejando un damasquinado toledano. Una letra de caligrafía perfecta. Y un mensaje contundente:

Usted No Es Feliz, Y Ambos Lo Sabemos

Siempre he pensado que la verdadera pornografía no está en esos cuerpos desnudos, esos mensajes libidinosos, esas ofertas de sexo a cambio, sino que está en la de aquellos desalmados que se permiten jugar con las debilidades humanas, ofreciendo sorteos imposibles, compras absurdas en teletiendas ficticias, porque se permiten recoger sentimientos, transformarlos, desvirtuarlos, y ofrecer unos gramos de felicidad efímera e incompleta. Y pensé que este anuncio vendría rematado por un prefijo telefónico 806, en el que solo marcando la numeración sería inmediatamente desvalijado. Pero en la letra pequeña solo aparecía reflejada una dirección postal, en una calle muy céntrica. Ni email, web, twitter. Ni siquiera teléfono.

No tardé en olvidar el original anuncio. El día a día es un excelente antídoto frente a la reflexión y el análisis, especialmente si abordamos temas de profundo calado como el concepto de felicidad. Además, no había mucha necesidad. Yo no era feliz, no soy feliz, como seguramente no lo será usted, y ambos seguimos sobreviviendo. Probablemente, no de la manera que nos gustaría. Seguramente todos quisiéramos consumir nuestra estancia temporal en este mundo, paladeando y degustando todos y cada uno de los minutos de los que disponemos, disfrutando de las excelentes cosas que nos ofrece la vida. Y probablemente queramos hacerlo con la o las personas que nos permiten intensificar ese deleite, como las fresas exprimen al máximo las propiedades organolépticas del champagne, como un botellín de cerveza frío hace que una tarde de verano pueda convertirse en un momento sublime, como el mejor libro de nuestra biblioteca nos lleva a la cima de una lluviosa tarde de invierno.

Soy consciente de estar relacionando la felicidad con los momentos felices, y que ese paralelismo es claramente desproporcionado, incluso divergente, puesto que si mi existencia es completamente infeliz, puede pensarse que el mero disfrute de esos momentos especiales, no compensan la insatisfacción global que presidiría mi vida y, por tanto, seguiría siendo una persona desgraciada, con momentos menos desgraciados. Obviamente, este punto de vista es un contraste radical con el anterior, y adolece de un sustento técnico, filosófico, puesto que el concepto de felicidad debe, o debería ser enormemente amplio y flexible. Al menos, ha sido explicado y estudiado desde tantos puntos de vista radicalmente diferente, que cabría dar por buena la discrepancia.

Como decía Baltasar Gracián,”Todos los mortales andan en busca de la felicidad, señal de que ninguno la tiene”, y eso es una gran verdad, salvo que no sepan identificarla, y ese es el verdadero drama. ¿Y si yo hubiera alcanzado la felicidad y no lo supiera? ¿Y si la felicidad no consiste en encontrarse sonriendo a cada esquina, admirando a los pajarillos del campo, las flores, la sonrisa de un niño, los acordes de un violín? Pero…¿Y si lo fuese?

En general, todos los pensadores de la historia coinciden en que, para ser feliz, es condición necesaria pero no suficiente, ser un buen tipo y tener buenos amigos. En eso coinciden todos, desde Aristóteles a Ortega, incluyendo al propio Gracián. Claro que el concepto aristotélico de amistad convendría ser matizado, pero no vayamos a ponernos exquisitos tan pronto. A partir de estos postulados básicos, el debate se enriquece, porque las primeras divergencias aparecen en el resto de los elementos, los que completan el cuadro final. Gracián defiende que la felicidad debería incluir un cierto grado de placidez y ausencia de preocupaciones, mientras que Nietzsche dice que eso nos es felicidad, sino “dicha”, y que la felicidad incluye como elemento esencial la recepción y posterior superación de dificultades, como elemento consustancial a la vida. Más o menos lo que dice Bowie: “Todos podemos ser héroes aunque solo sea por un día”, defendiendo la obligatoriedad vital de combatir a los que tratan de impedir nuestra felicidad.

Como pueden apreciar, un simple anuncio de un periódico de provincias había conseguido remover mis entrañas intelectuales, e iba camino de arrasar las emocionales, por lo que decidí frenar en seco. Una cosa es decidir que no soy feliz, a secas, y otra es analizar por qué no lo soy. Eso ni de coña. No sea que lo descubra y me vea en la enorme dificultad de pelear para cambiar mi vida, con lo que me ha costado manufacturarla. Sería una enorme cabronada remodelar mis costumbres, mis vivencias cotidianas, mi trato con las personas. Me mirarían como un bicho raro, pensarían que me he hecho de una secta, que me he enamorado, que me he dado a la droga. Y me ha costado mucho forjar mi imagen de tipo sensato y cabal como para ello. Independientemente de que cada lunes y cada martes, me dan ganas de dinamitar todos y cada uno de los elementos que conforman mi imagen actual. Claro que eso es lo que todos deberíamos pensar a diario, y por supuesto lo que todos nos deberíamos abstener de hacer.

Salvo que de verdad queramos ser felices, pero ese es otro debate.

Y en estas elucubraciones me hallaba, cuando burla, burlando, me encontré a escasos metros de la dirección que se mencionaba en el anuncio. Sonreí, muy a mi pesar. Y mucho más a mi pesar, me dirigí automáticamente hacia allí. El portal, imponentemente señorial, flanqueado por sendas columnas de porte neoclásico, que daban soporte a unas puertas de roble macizo, en las que podían apreciarse las vetas originales, a pesar del barniz que las mantenía como el primer día. Escalinata de mármol con pasamanos de bronce. Portero, de los de librea.

“Buenos días. ¿Puedo ayudarle?”

“Pues…en realidad estaba buscando la oficina de un anuncio que leí ayer en el periódico”, dije con prudencia, reserva y vergüenza.

“Ah, en el primero derecha”. Utilizó un tono enormemente profesional, pero con ciertos matices de camaradería. Quizá él también quería ser feliz y había probado el método. Me animé ligeramente, y procedí a subir la escalinata, casi esperando que la Victoria de Samotracia me recibiese al final del primer piso.

Llamé al timbre. No oí nada, pero la puerta se abrió con un ligero zumbido. Casi al instante de franquearla, una joven ataviada con una blusa de cierto porte, falda de tubo mini-midi, medias negras y tacones discretos, me invitó a pasar a una pequeña salita, con sillones de cuero blanco, una pequeña barra de bar y una mesa baja, donde reposaban tres gruesos libros, de encuadernación moderna. Me ofreció una bebida, y me animó a que consultase el catálogo de servicios. “Enseguida contactarán con usted”, me dijo, casi susurrando.

Me abalancé hacia los catálogos. El más grueso, contenía un montón de fotografías de mujeres bellísimas, con una pequeña reseña de sus características físicas e intelectuales, así como un código que podía ser consultado en la tarifa oficial de precios.

No quise ojear el resto de los catálogos. Intenté abandonar el piso, lo más discretamente posible, cuando la fotografía de la página número cinco, cobró vida y me dijo dulcemente:

“Hubieras sido feliz”

Mi respuesta fue, desde luego, mucho menos contundente.

 

 


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