domingo, 15 de octubre de 2017

La Estrofa Que Lo Cambió Todo (IX)

Aunque lo que salió de su boca, no fue precisamente una declaración amistosa

“Si crees que por haberme buscado por España, haberme seguido hasta aquí, y haberme encontrado, no tengo ni idea de cómo, voy a caer rendida a tus pies, es que no me conoces en absoluto”

Y recalcó ese “en absoluto” después de impactar sus labios en los míos, de forma tan hermética como la de esos colgaderos de ventosa que vendían en la tienda.

El resto de la noche fue muy especial, como Irene, como yo, pero de maneras muy distintas. Quiso saberlo todo, y le conté lo que pude. No dejó de asombrarse, reírse, llorar y besar. Su historia era mucho más sencilla. Siempre había querido estudiar Historia, y la Universidad de East Anglia era una de las mejores de Inglaterra, lo que permitía trabajar, aprender inglés, estudiar, y supongo que conocer gente un poco más sensata que yo. Pero el que compartía ese pequeño reducto en el que había convertido su habitación de la Residencia de Estudiantes, no era otro sino el programado, previsible y absurdo individuo llamado Sergio Tapia. Y el tal Tapia, o sea, yo, había olvidado cualesquiera de los propósitos para los que este mundo le hubiese llamado. Su único plan, su único proyecto vital era fusionarse con esa deliciosa criatura a la que había perseguido por tierra, aire, y si seguía lloviendo de esa manera, también por mar.

Recordé los postulados de López-Müller, entre otras cosas, porque sus consejos me habían costado una pasta, y era el momento de rentabilizarla. Si Santo Tomás de Aquino sostenía que a las cosas inferiores al hombre, es mejor conocerlas, y a las superiores al hombre, lo mejor es amarlas, no cabía duda alguna de que Irene era algo superior al hombre, o al menos a este hombre que les escribe. Aunque lo cierto es que la falta de costumbre, la ausencia de amor en mi vida, me hacía dudar al respecto. ¿Qué entendería Irene como amor, qué podía esperar de mí y de mi particular presencia en este mundo?¿Cómo podría evitar que una falta de arrojo, un conformismo, una simple duda, pudiera dar al traste con nuestra incipiente relación?

Siempre supe que esas dudas, esos interrogantes, no tenían una respuesta única, no sería fácil programar hechos, actitudes, muestras de afecto, y mucho menos, que el hecho de planificarlos, pudiese llevarlos a un resultado exitoso. Progresivamente, me iba convenciendo de que en nuestra relación no iban a faltar los malentendidos, las dudas, los reproches y las faltas. Y estaba muy seguro de que si se hiciese un balance, la mayor parte de ellas estarían en mi debe.

No diré yo que estas reflexiones me quitasen el sueño, pero sí que aparecían como esos nubarrones del Atlántico, que amenazan con liquidar por derribo el Veranillo de San Miguel. En esas horas de el escaso fin de semana que me quedaba por compartir con Irene, no dejaron de aparecerse los fantasmas del pasado, del futuro desconocido, que atentaban mi relación con ella.

Aproveché esas horas. A fe que lo hice. La quise, la amé, la abracé y la besé, como si de repente, mi planificación trimestral de muestras de afecto, se hubiesen revolucionado y atacado a la Moleskine, cual banda de cuatreros de Arizona. Lo di todo. Sin reservas, con pasión, con afecto, con cariño. Extraje de mí lo que no sabía que existía, lo que nunca hubiese sospechado. Sonreía pensando lo que mi hermana podría pensar de haber sabido que ese “cenutrio”, era el mayor de los románticos, la fusión de Larra y Espronceda, el escritor de todas las canciones de Jackson Browne, el guionista de “Tú y Yo”. Pero el fin de semana tocaba a su fin.

Ella lo supo. Enseguida. Y reaccionó bien. Me agradeció esos días, esos besos. Reconoció que nadie, en toda su vida, había hecho por ella nada semejante a mi búsqueda alocada y afortunada. Pero, “Sergio, yo soy una estudiante de Historia, tú eres un directivo y tienes un trabajo serio e importante. Y no estoy para relaciones a distancia. En mi vida se abre una autopista hacia alguna parte, y no puedo interrumpir mi viaje cada tres semanas para que estés aquí de viernes a domingo. No es justo para mí. Si quieres que ese trayecto lo hagamos juntos, ya puedes venir con un proyecto sólido, con un vehículo fiable, y sobre todo, con una ruta claramente marcada en el mapa. Fíjate, te lo estoy poniendo fácil. Simplemente te pido que hagas por mí lo que has estado haciendo toda tu vida contigo: Quererte, protegerte, guiarte. Evadir conflictos, evitar dudas. Eso es lo que quiero para mí de ti. Que me ames, que me arropes, que me orientes. Porque al fin y al cabo, eso es lo que me gustó de ti. Que la vida no podría arrastrarte a las miserias, que controlabas la mayor parte de las incertidumbres diarias. No te dejaste cegar por el brillo de las modelis, no cambiaste tu hoja de ruta por nadie, excepto por mí. Y eso debió ser para ti algo muy chocante, muy confuso, muy costoso”.

“Pues este es el trato: Tú permanecerás toda tu vida confuso, nervioso, sorprendido, desorientado, anárquico. Y yo estaré plenamente a salvo, porque tú evitarás todas esas zozobras para mí. Y a cambio, yo te amaré, te consolaré en todas y cada una de esas diatribas que te harán perder la cabeza, te besaré dos veces cada hora, te acariciaré cuando menos te lo esperes, erizaré tus cabellos por sorpresa, te sacaré de quicio con mis arrebatos, con mis explosiones, te cambiaré la agenda por sorpresa, quemaré esa Moleskine con mis propias manos, arderá en el fuego del desprecio, y diseminaremos sus cenizas por toda la ciudad.”

“Porque eso, y no menos es lo que yo me merezco. Porque eso es el amor verdadero. Rectifico. Lo que yo entiendo que es el amor verdadero. Y no estoym para hacer mías las teorías de otros”

Estuve a punto de replicarle con Aquino, con Platón y hasta con Sartre, pero tenía la certeza de que una legión de López Müller no podrían con ella y sus convicciones. La situación no tenía vuelta atrás, ni admitía negociación. Cogí la Moleskine para apuntarlo, y la guardé a toda prisa. Estaba amenazada de muerte, y qué tipo de muerte. Carbonización y diseminación de fragmentos. Qué carácter.

¿Y esto cómo se comía? ¿Se suponía que no solo debía deshacerme de mi vida o, para ser exactos, de esa especie de hoja de ruta dominguera recogida en la Moleskine, sino que además debía aceptar su desintegración absoluta y completa, desde mi trabajo, mis planteamientos básicos, el de Mantenimiento, y sobre todo, mi Moleskine, y como compensación única, solo obtendría el amor de una estudiante, que ya me amenazaba con volverme loco, casi sin haber empezado la historia?

La parte buena es que no había mucho que rascar. Todo estaba muy claro. Quería cambiarme, la muy jodía. ¿Pero no se supone que las mujeres nos quieren como somos, por muy cerriles y torpes que nos comportemos? ¿Y entonces, porqué no solo intentan transformarnos en lo que no somos, sino que encima lo hacen con absoluta transparencia? Probablemente, la superioridad técnica les hace estar muy seguras de que lo van a conseguir, y únicamente intentan evitar el desgaste de la lucha cotidiana. Es decir, probablemente quieren que te rindas, pero de entrada. Con capitulaciones escritas. Por eso en las bodas se firman las capitulaciones matrimoniales. Se trata de un armisticio ficticio. Te casas, ergo te rindes.

La aparición del concepto “boda” y su liturgia, no ayudó en exceso a clarificar la situación. Antes bien, complicaba el tema un poco más. ¿Querría Irene casarse conmigo? Y si así fuese ¿hasta qué punto podría ser eso un problema? Veamos, una de las pocas cosas que me ha pedido es que abandone mi actitud planificadora y programada. Además de que mande mi vida a la porra, eso sí.

¿Y si pudiese hacerle ver que esa actitud cuadriculada, como suelen decir para ofenderme, también tenía sus ventajas? ¿Y si esas ventajas fueran tan evidentes que le hiciesen cambiar de opinión al instante? ¿Y si aprovechaba mis considerables aptitudes para hacer cambiar la hoja de ruta de forma radical, pero discreta? ¿Qué tipo de acontecimiento, qué evento, qué suceso, podría requerir incontrovertiblemente una planificación exhaustiva que llevase a Irene a solicitar una Reanimación CardioPulmonar a mi Moleskine?

Si pudiera idear un escenario en el que mi agenda y yo tomásemos las riendas, ante mi evidente superioridad y mayor experiencia, es perfectamente posible que pudiese convencerla de que ser un poco organizado, no podía ser tan malo. Y probablemente, cambiaría de opinión en lo de exigirme un cambio de rumbo radical, a la vista de las ventajas de tener una persona…reflexiva en su vida.

Tuve que darle muchas vueltas. Se me ocurrieron ideas disparatadas, razonables, de las otras…Pero la ganadora, la imbatible, la definitiva, solo dependía de una cosa: Que los cabrones de los ingleses tuviesen una joyería abierta más allá de las seis y media de la tarde, hora a la que parece acabarse el mundo en la isla.


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