sábado, 30 de diciembre de 2017

Ella, Hegel Y, Si Acaso, Yo (III)

Wiwichu 2017

El post de hoy atiende a la petición de  Ana, desde su blog http://ift.tt/2Ei9qAo y el de Mayte Blasco. La entrada de hoy, continuación , se desarrolla en un entorno de debate filosófico, como ha solicitado Ana, y comenzó (y seguramente proseguirá) en una biblioteca, como solicitó Mayte.

 

Así, a modo de aperitivo, le soltó a Luján la siguiente pregunta: “Entonces tu chica, Matilde, tiene que sospechar de cualquier llamada o mensaje telefónico que recibas de una mujer?” Las protestas de Luján solo sirvieron para que cogiera carrerilla: “Entonces, según tú, todas las chicas que tenemos amigos varones, ¿solo buscamos el momento idóneo para llevárnoslos a la cama?” Se incorporó parcialmente en la silla y empezó a rebuscar en la agenda de su móvil. Fue pasando las fotos de algunos de sus contactos masculinos y se las mostró a sus compañeras de equipo.”Chicas, ¿vosotras pensáis que alguno de éstos tiene un polvo?”. Arrancó una negativa coral, con alta expresividad de gestos y ademanes, que nos dejó bastante claro que las amistades masculinas de Julia (algunas, al menos), no parecían arrastrar a la perdición a la mayoría de las féminas. Solo pude sentirlo por ellos, por haber sido víctimas indirectas del huracán Julia.

Y en ese momento, a pesar de que me había propuesto no hacerlo, me vi en la obligación de intervenir. Por ellos, por esos chicos feos que forman parte de cualquier agenda femenina, que asisten indefensos a la exposición pública de su ausencia de belleza. Alguien tenía que hacerlo. Por supuesto, conocía las consecuencias. Sería una noche larga, compleja, delicada, quizá desagradable. Obviamente me estaba haciendo el harakiri sentimento-sexual, pero hay cosas que uno tiene que hacer en la vida, por mucho que le duela. Ahí sí que eché de menos el bromuro. Lo hubiese cambiado a ojos ciegos por el gin tonic que me estaba tomando, y todos los que iba a necesitar el resto de la noche.

“Creo que estamos siendo injustos con esos pobres muchachos. Pensad que ellos se considerarán a sí mismos atractivos, interesantes o al menos resultones. Y es muy posible que muchas mujeres en el mundo así los vean.” Recibí unas cuantas muecas de desacuerdo, pero me dejaron continuar. “Y en cualquier caso, de lo que se está hablando es del concepto amistad entre hombre y mujer. Y vosotras estáis polarizando el debate, pensando que si, según vuestro punto de vista, vosotras sí podéis considerar amigos a determinados varones, eso significa que la amistad hombre-mujer es posible. Pero ese argumento debiera ser bidireccional para ser certero. Y lo que Luján defiende es que esto no es así”

De entre la avalancha de improperios, silbidos y abucheos procedentes del sector femenino, quiero destacar la reacción que más me dolió. La de Julia. Ni siquiera me miró. No protestó, no chilló, no hizo ademanes. Se limitó a beber de su copa, con expresión hierática. Hasta que, alzando su voz por encima de la obvia alteración del orden público que había provocado mis palabras, decidió cortar por lo sano.

“Ahora que ya sabemos la opinión de Toni, si es que es la suya y no un argumento impostado para constituirse en la Reserva Espiritual de Occidente Machista y Carpetovetónica, declaro consumidos los treinta minutos que estaban asignados a este tema”

“Me gustaría matizar que sólo he pretendido defender a los amigos de Julia y el punto de vista de Luján. No he pretendido expresar mi propia opinión al respecto. Solo llevamos dos copas, y no me parece suficiente alcohol como para hacerlo. Podéis preguntarme cuando me veáis completamente borracho, y entonces prometo decir la verdad, si es que puedo”

Mi escapatoria surtió efecto. Aplacó a las chicas, aunque no a Julia. Me estaba esperando con la guadaña, de eso estaba plenamente convencido. Pero decir la verdad hubiese sido infinitamente peor. Tendría que haber expresado que en mi opinión, el concepto de amistad de hombres y mujeres es sensiblemente distinto, y de ahí la aparente confrontación de opiniones. El grado de intimidad que un varón puede asignarle a una amistad con mayúsculas, sólo se sostiene por el hecho de que no es posible una relación física entre ellos, si es que tienen la misma orientación sexual, obviamente. En cambio, las mujeres tienden a reservar una amplia parcela para aquellos sentimientos íntimos personales, los que nunca revelarían a nadie. Lo que significa que les queda menos territorio para ofrecer a sus amigos. No es que los hombres no nos reservemos parcelas intransferibles, sino que les adjudicamos un pequeño minifundio, mientras que las mujeres reservan una finca de caza completa.

Amigo lector, podrá usted comprender que manifestar ese tipo de opiniones así, a pecho descubierto, acabarían con mi reputación. Por tanto, cerré la boca. A pesar de que tenía el apoyo de múltiples filósofos y escritores. Por ejemplo, Ruth Rendell defiende exactamente la misma opinión. De acuerdo que es una escritora de misterio, pero quizá por eso es la más cualificada para resolverlo. Y lo hace de forma muy categórica: “¿acaso es posible tener alguna vez verdaderos amigos del sexo contrario? Quizás, solamente, en el marco de la pareja (…) dos personas de sexo contrario sólo pueden ser amigos si tienen tendencias sexualmente distintas”. ¿Quieren más apoyos? Saulo de Tarso, nada menos. En su Carta a los Corintios, mi preferida, se refiere a la amistad como “una caridad”, y por tanto, la desnuda de toda voluptuosidad y sentido carnal. Y si no les parece una referencia imparcial, Freud lo cita en su obra “Psicología De Las Masas”

No obstante, una posición tan dogmática en un tema tan complejo, solo puede servir para mantener artificialmente un debate que quizá no exista. Me explico. Y si el problema estuviese en etiquetar indebidamente la relación entre los hombres y las mujeres. Es decir, salvo quizás, el encuentro carnal, y lo expongo con muchos matices y prevenciones, probablemente sea mejor que cada uno catalogue la relación con el otro (o la otra), de la manera que le sea más cómoda, más eficaz o más dichosa. Supongamos que existe una relación carente de sexo entre un hombre y una mujer (básicamente, porque si existe sexo, esa es la naturaleza de su relación, salvo en el caso de que uno de los dos, o los dos, entienda la relación sexual como algo ajeno a la propia naturaleza de la relación. Tengan paciencia, es que esto es un pelín complejo), en ese caso, en el que el sexo no interfiere (porque amigo lector, si vd. piensa que el sexo no interfiere, vamos apañados), no veo problema alguno en que uno de los dos piense que su relación es de amistad, el otro piense que es un amor fraternal, o ninguno de ellos dedique unos minutillos a pensar qué tipo de relación tienen. Salvo que tengan sexo. Eso que quede claro.

Más o menos esa es la idea de Larra, que durante los veintipocos años que vivió, dejó unas cuantas ideas muy interesantes: “pienso que debemos adoptar siempre, en caso de duda, las creencias que pueden hacernos más felices: si hay contingencia arrostrémosla. El talento es capaz de todo, y no hay sofismas que no haya sabido sostener brillantemente; desechemos, pues, las argucias, y no sacrifiquemos la verdad al deseo de fascinar manifestando talento: ¿a qué atormentarnos? ¿A qué hacernos infelices, buscando con ingeniosas declamaciones nuestra propia desdicha eternamente?” En román paladino, lo que Larra dice es que cualquier posicionamiento ante una relación de amistad, puede ser catalogado, y esa clasificación, ser defendida dialécticamente, pero que eso da lo mismo, que lo importante es la vivencia de la relación.

Ya se harán cargo ustedes de la dificultad intrínseca de explicar todo esto en el contexto de un debate furibundo, dirigido manu militari por la chica más guapa de la fiesta, y porqué decidí bajar a las trincheras y procurar pasar un poco más desapercibido. Pedí la tercera copa y esperé pacientemente el cambio de tercio.

(continuará)

Imagen destacada tomada de By Choniron (Own work)
[CC BY-SA 3.0 es], via Wikimedia Commons


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