martes, 11 de abril de 2017

En El Centro De La Tierra

Nunca pude seguirle el ritmo; Su capacidad de abastracción, su habilidad para diseñar universos paralelos, su posicionamiento extraatmosférico eran demasiada tralla para un sesudo lógico presocrático como yo.

La primera pelea dialéctica la tuvimos al respecto de la novela de Verne. Traté de explicarle en repetidas ocasiones que Arne Saknussem, en el hipotético caso de que hubiera existido, que va a ser que no, jamás hubiera podido llegar al Centro De La Tierra, sencillamente porque no existe tal camino, y lo que no existe, no puede recorrerse.

Contraatacó defendiendo la hipótesis de que en un momento previo a la aparición de los continentes, bien hubiera podido existir, y posteriormente, haber quedado resguardado de la obstrucción total por la acumulación de gases más densos que el aire. Y, aunque se considerase mi hipótesis, cómo podría estar seguro de que en la coordenada temporal no hubiese podido generarse un agujero negro en el que los continentes se hubiesen podido recorrer en un paseo en barca, tal como relata Verne.

“Ya, y yo, en otra vida, debí ser cantante de ópera, pero en ésta, tengo una oreja enfrente de la otra”

“Ya, ese es un gran argumento, de cualquier cosa, excepto de lo que estamos hablando, aunque te reconozco una extraordinaria capacidad para asesinar grandes éxitos de los 80,s”

“Gracias”, respondí irónico

“Es de justicia”, contestó él en tono similar

“Lo que vengo a decirte es que no puedes irte por los cerros de Ubeda, cada vez que se te presenta un problema concreto, tangible y sólido”

“Pues no veo porqué no”

“Vale. Esas dos chicas de ahí nos están mirando con cierto grado de interés”

“¿Esas dos?”

“Sí, esas”

“Ah”

“¿Es que no te parecen guapas?”

“¿Hipotéticamente?”

“¿Vas a teorizar ahora sobre la belleza femenina?”

“Ese era mi plan”

“Convengamos en que mientras vamos a hablar con ellas, reposas tus teorías”

“Como desees”

Nos acercamos hacia ellas, con paso firme y sereno. Al llegar a su altura, les pregunté si podíamos invitarlas a tomar una copa. Contestaron como de compromiso, manteniendo la buena educación, sin comprometer su respuesta, pero no fui capaz de sacarlas de ahí.

Mi amigo rodeó la mesa, sacó su teléfono móvil, accionó la linterna y comenzó a girar en redondo, parando cada sexta parte de circunferencia y anotando símbolos en su iphone. Ellas le miraban un poco alucinadas, pero sin abrir la boca. Cuando concluyó el perímetro completo, se sentó entre ellas y, con aire solemne, pronunció las siguientes palabras:

“Señoritas, en este mismo instante en el que nos encontramos, la atracción magnética de los polos orbitales puede ayudar a resolver uno de los grandes enigmas del universo. Y he de decirles que ustedes van a contribuir de forma muy notable. Veo que no me creen, y lo comprendo, pero la tangente al ángulo de penetración cósmica que apunta al centro de la tierra, al core mismo, pasa por la mesa donde tienen ustedes las copas, y voy a suplicarles que me permitan retirarlas durante un instante, si no tienen inconveniente”

Ellas no dijeron ni que sí, ni que no, pero le miraban con los ojos como platos. El retiró las copas a una mesa cercana, y prosiguió con su explicación.

“Como seguramente ustedes saben, la aparición de la Teoría de la Relatividad hace que todo esto sobre lo que estamos hablando, pueda ser real, imaginario, o una combinación de ambas cosas, pero no así el ángulo de penetración cósmica, que es una función neperiana del grado de incidencia de la luz de los agujeros negros sobre el Océano Antártico. Obviamente, las supongo informadas de lo que ésto supone”

En ese momento, las miró con cara circunspecta y un pequeño guiño de complicidad. Ellas no movieron ni un músculo de la cara, pero se miraron entre ellas, durante un solo segundo, y le devolvieron el guiño.

“Apartemos las mesas para facilitar la entrada del ángulo de penetración cósmica, y coloquémonos los cuatro en aquel área, mucho más retirada, donde podremos estar a salvo.”

Me tuvo que dar un codazo para que le siguiera la corriente y despejara ese área, llevando nuestras bebidas al rincón oscuro y discreto donde mi amigo quiso situarnos a los cuatro.

“Qué despiste el mío. Mi nombre es Helmut Von Heisenberg. Padre alemán, madre conquense. Mi amigo Jaime. Perdonad, voy a por unas copas, con tanta emoción os he dejado sin ellas.”

Ya a solas, ellas se sintieron más habladoras, y mientras que mi amigo “Helmut” volvía con las copas, pude charlar animadamente con ellas, y así, el resto de la noche. En un momento dado, las chicas fueron al aseo, Helmut me miró condescendiente, y yo me fui al aseo para no aguantar su cara de superioridad.

Y en el aseo, a través de las paredes de pladur de medio milímetro de espesor, pude oír su conversación.

“¿Has visto que morro le ha echado el tal Helmut? Se creerá que somos bobas de campeonato”

“Sí, pero el amigo tiene unos ojazos que te mueres, y yo hace un mes que no me como una rosca. Hazlo por mí”

 

 


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