domingo, 23 de abril de 2017

El Efecto DJ

Iba borracha como una cuba, no me cabe duda. Y aún así me pareció bastante más interesante que el resto de las mujeres del local. No por su aspecto físico, bastante deteriorado por los efectos enólicos, con ojos ensangrentados, camisa a medio abrir o medio cerrar, camiseta con cercos sospechosos de haber recibido parte de la bebida en su seno, sujetador de encaje color malva asomando fácilmente en su escote, pantalón ligeramente caído insinuando su ropa interior, melena rizada de color azabache, bastante anárquica en su aspecto. En fin, un cromo. Y aún así, me pareció percibir un halo en su contorno, el que poseen las ninfas y las nereidas, las sirenas y las amazonas, el que suelo adivinar en esas criaturas especiales con las que nos bendice la naturaleza de lustro en lustro.

Al contrario que en otras ocasiones, decidí no iniciar ningún acercamiento, y observar su comportamiento el resto de la noche. Para empezar, y a pesar de ir bastante pasada, no dejó de beber en ningún momento, bourbon casi siempre. Recibió las invitaciones de diversos varones presentes en la sala con un gesto de alzar la copa y un inmediato cambio de posición, buscando la inaccesibilidad momentánea. No le importaba ser invitada, pero no quería pagar peaje alguno por ello, le alabo el gusto. Realizó los requiebros suficientes para desalentar a los moscones, y entretanto, parecía divertirse. Aunque en mi opinión, lo hacía con una intensidad extrema. Sus bailes, excesivos, marcando mucho los pasos, elevando el ritmo de su cuerpo muy por encima del de la música. Diríase que se le escapaba la carroza como a Cenicienta o se convertiría en halcón como Michelle Pfeiffer. Era una última ocasión, no se si de su noche, de su semana o de su vida. Pero no era una ocasión cualquiera, de eso estoy seguro.

Sus amigos la atendían, sin duda habían detectado más o menos lo mismo que yo, pero no lograban convencerla de que moderara su frenética actividad. Perseveraba hasta tal punto que la dejaron por imposible. Insistía en el alcohol, en el baile , en los regates a los moscones. Era su noche, debía serlo, y estaba decidida a que por unas horas, el mundo se adaptase a su ritmo, a su frenesí, a su pasión, a la electricidad de su cuerpo.

En esa línea, mantuve mi discreta vigilancia, ahora mucho más …curiosa que otra cosa. Muy bonita, muy interesante, muy atractiva, pero yo no tenía derecho a arrebatarle su noche. Debía tener sus razones, más o menos certeras, y no pensaba inmiscuirme en esa misión definitiva que parecía presidir su actitud durante la noche.

Pero con lo que no contábamos, ni ella ni yo, era con el efecto mariposa. Y debiéramos haberlo hecho, porque nuestra vida sería ahora mucho más organizada, mucho más sólida, mucho más infeliz. Yo defiendo la infelicidad como uno de los mejores estados posibles de la vida, ya que el que es infeliz sabe lo que se siente al serlo, y si se mantiene vivo es porque la infelicidad no es tan terrible como para no seguir viviendo. Y siempre se puede aspirar a la felicidad, como la asíntota de una función matemática, que se aproxima hasta el infinito sin que exista un punto de encuentro. El que es feliz, en cambio, siempre estará en riesgo de perder esa felicidad, y si la felicidad es tan maravillosa como los poetas, sacerdotes, y cantautores nos venden, tiene que ser un problema del carajo perderla.

El efecto mariposa, como el Espíritu Santo, salvando las distancias, tiene la mala costumbre de presentarse camuflada en múltiples manifestaciones de la vida, no sabemos en qué momento, un pequeño acontecimiento sin mayor importancia, puede desencadenar una cascada de consecuencias que acabe en una situación completamente inesperada.

En este caso, la fuerza de activación inicial se presentó en forma de DJ. Como lo oyen. Un puñetero pinchadiscos de los de toda la vida, causó un extraordinario estropicio en mi vida, del que ni me he recuperado, ni seré capaz de hacerlo en la vida.

DJ Kike, que así se hacía llamar el desgraciado, obvió lo que todos hemos sabido en esta vida: Que los discos los ponía el más feo de la fiesta, esa era su función, debía realizarla sobriamente y no provocar tsunamis emocionales. Parece ser que ahora, estos tipos son como una especie de dioses, unos flautistas de Hamelin digitalizados, y que “dinamizan” a la concurrencia. Yo le habría dinamizado un par de sopapos a mano abierta, tanto por la elección musical como por la idea de celebrar una especie de karaoke, hacia las cinco de la madrugada.

Como éramos cuatro gatos, todos íbamos bastante perjudicados y no podíamos oponernos con violencia, al final todos pasamos por el micrófono, al principio con timidez, al final, casi arrebatándoselo al cantante anterior. Hasta ahí, todo iba más o menos bien. La misteriosa morena agarró el micro para hacer una casi ilegal versión de un tema de Luz Casal, desconociendo por completo las mínimas reglas de la afinación. Ahora puedo deciros que el alcohol no influyó en absoluto, es que ella es así.

A mí me tocó un clásico de Hall&Oates, que conocía perfectamente de la primera a la última letra, lo que no impidió en absoluto que la concurrencia (escasa) se retorciera por los sillones de risa, de vergüenza o de una combinación de ambas. Ella y yo fuimos elegidos los peores cantantes de la noche, con toda justicia. Y para rematar, nos invitaron a realizar un dúo final, eligiendo ella una extraordinaria canción, el Stay de Jackson Browne, que supimos destruir con una intensidad paranormal.

Después, ceremonia de entrega de premios (alcohólicos, naturalmente) y DJ Kike no tuvo otra ocurrencia que sugerir que los dos peores cantantes fusionaran sus problemas de afinación a través de un beso. Yo iba a propinar los dos besos de rigor, tanto por timidez, como por caballerosidad y respeto a su estado de embriaguez. Ella no respetó esas variables, ni cualesquiera otra que pudiera haber influido. Me agarró por banda y me atizó un morreo ligeramente desviado, pero muy eficaz, que duró hasta que DJ Kike pinchó un surtido de sevillanas marca de la casa. Inicié el ascenso a la cabina para quitarle los cascos, por ser un pedazo de cabrón al joderme el beso, y por ser el peor DJ de la historia.

Afortunadamente para DJ Kike y desgraciadamente para mí, la morena se lo tomó como se tomaba todo esa noche, como si fuera la última copa, el último baile, el último beso. Y con éste fui agraciado. Y ya no percibí signos de su intoxicación etílica, habían sido sustituidos por un selecto surtido de feromonas, que nos afectaron a ambos por igual, o quizás a ella más.

Y esto llevó a aquello, y aquello a un taxi, y el taxi a su casa, y en su casa a la cama. Y el efecto mariposa que inició DJ Kike, al que deseo todas las desgracias concebibles, acabó con la morena en mi casa, la morena en mi vida, la morena en mi mente, y la morena en mi alma.

Y para mi desgracia, jamás en mi vida he sido tan feliz. Y jamás he estado tan acojonado por la posibilidad de dejar de serlo.

Lo cual me hace muy infeliz.


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