domingo, 19 de febrero de 2017

Fábula De La Pintora Y La Mochila

“…en fin, que yo también querría algo dedicado a mí, cualquier cosa, por ejemplo la descripción de un lugar que te guste porque me encanta como lo haces.
Y me iré poniendo al día, te lo prometo. Estrella RF”

Esta petición de Estrella, a resultas de mi entrada Wiwichu 2016, quedaba pendiente de complacer. Simplemente me he decidido por una pequeña fábula, que ha acudido a mi mente. Espero que el cambio no le importe. Con toda admiración.

La foto corresponde a un lugar que me gusta, como pidió Estrella. Mi pueblo adoptivo, La Cabrera, provincia de Madrid. Es obvio que debo seguir practicando la fotografía, pero se hizo en un momento especial, y eso también cuenta.

Caía el atardecer y ella iniciaba su recorrido diario, armada de sus pinceles, sus lápices, paleta y lienzo, todo ello colocado cuidadosamente en una aparatosa mochila que le doblaba el tamaño. Franqueaba la cancela, directa hacia la pequeña colina donde el anochecer  demoraba, quizá solo unos minutos más que en el resto de la dehesa, pero suficientes para dar el último matiz a sus cuadros.

El trámite, regular. Depósito de mochila en el suelo, extracción del lienzo, que colocaba cuidadosamente entre las ramas de un arbusto bajo, a modo de caballete. Mínimas cantidades de óleo en cada zona de la paleta, y máximo dos pinceles al alcance. El toque final, su cuaderno de notas, el mismo desde la infancia. Tapas de cuero viejo, miles de páginas, grosor considerable, peso contundente. Depositado en el suelo sobre la tela de la mochila. Abierto siempre por las primeras páginas, que contenían pequeños bocetos infantiles, en los que se podía adivinar sombras, miedos y tristezas. Y en cada lienzo, la pintora asignaba uno de aquellos bocetos a cada una de las formas que le rodeaban, por lo que el resultado final consistía en una especie de collage, saturado de ecologismo pesimista. El trazo, inmaculado. El cromatismo, balanceado. El colorido, ausente. Y la pintura en su conjunto, una obra de arte.

Llegó a mis manos de pura casualidad, ilustrando un pequeño blog de una poeta autodidacta, y pensé que estaban hechos el uno para el otro, el cuadro y el poema. Sentí la curiosidad de saber algo más sobre la pintora y la poetisa, y permanecí muy atento a las publicaciones y a sus ilustraciones. Y la curiosidad me llevó al respeto y a la admiración.

Deduje de sus escritos la profundidad de su alma, y de sus cuadros, la capacidad de transformar la realidad en una especie de dimensión alternativa, abierta y dura, pero con un halo de esperanza que la autora reserva para otros, como si su universo estuviese ya pintado, agotado el modelo, firmado el lienzo.

Busqué la manera de hacerle llegar mi mensaje de optimismo irreverente, el que podría decirle, “Por favor, tira la mochila al río y deja que el agua haga el resto. Y cada atardecer, coloca un nuevo lienzo en el arbusto; Blanco, inmaculado, limpio. Y deja fluir a tus pinceles creando un arcoiris de esperanza, admiración, pasión y deseo, en el que los grises solo participen a ratos, como invitados sorpresa para ofrecer contrapunto”

Quizá este mensaje pueda llegarle al fin, como una carta encerrada en una botella.

Mientras tanto, mi admiración confesa.


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