viernes, 2 de diciembre de 2016

En Justa Reciprocidad (I)

Puedo aceptar, como hipótesis de partida, que se nos pudo ir la mano. Pero no es menos cierto que ella no tiene el menor sentido del humor. Y heme aquí, sentado sobre los fríos escalones de granito, vestido como un moderno juglar, con mi jubón, mis medias, mi capa y maltratando una guitarra española veterana en estas lides.

¿Cómo he llegado a esta ridícula situación? Todo empezó de forma inocente, amistosa, cuando decidí ocuparme de la organización de la despedida de soltero de uno de mis mejores amigos. Santi es de esos tipos con los que has compartido todo tipo de situaciones y de los que pondrías tu alma en sus manos sin vacilar un instante. Cuando me lo planteó, no tuve más remedio que aceptar, y lo hice con orgullo. Lo que vino después solo puede ser catalogado como un accidente, como una de esas cosas que ocurren en la vida, y a las que no se les debería dar mucha importancia.

La boda se había fechado para el primer día de diciembre, lo que reducía sobremanera nuestras posibilidades de actuación. Siempre fuimos partidarios de obviar los típicos planes de cena, copas y meretrices. Nos consideramos muy por encima de esas vanalidades sin elegancia. Buscábamos un plan alternativo, divertido, sencillo y con cierto trasfondo cultural, para romper con los estereotipos que siempre rodean un festejo de estas características.

El Comité de Despedida estaba formado por tres miembros fijos, con voz y voto, más un Secretario de Actas que no tenía voz, pero que siempre se las arreglaba para realizar alguna aportación, con el hábil truco de tararear las primeras notas de una canción alegórica. Que proponíamos alguna actividad que él consideraba desastrosa, entonaba la estrofa más conocida de Enola Gay. Que le parecía algo muy poco varonil, inciaba su oda a Village People. Incluso ponía los brazos para representar las letras de su canción YMCA. Y si le molaba la propuesta, alternaba entre el Aleluya de Haendel y el We Are The Champions. Insoportable de todo punto.

Los trabajos se desarrollaban con extraordinario rigor. Propuestas vetadas por los 2/3 se desechaban en el acto. Aún no se porqué se desestimó el viaje a Almería para realizar un tour por los escenarios naturales del Spaguetti Western, pero soy un demócrata convencido y respeté la voluntad de la mayoría. De igual modo,  se obvió la celebración de una capea a la luz de la luna. Entre otras cosas porque no encontramos una espada de lidia en el Cash Converters.

El desastre comenzó a fraguarse a partir de un inocente comentario de mi amigo Primi, tripulante de cabina veterano en una compañía low cost. Nos informó de que los empleados tienen a su disposición una serie de billetes en condiciones muy ventajosas. Y ahí se nos fue la perola. Llamadlo entusiasmo, iniciativa o locura. Pero la discusión evolucionó hacia la idea peregrina de que el destino podría surgir sobre la marcha. Primi miraría precios, y el más barato que saliera desde Barajas en ese mismo día sería asaltado por la comitiva. Santi, como protagonista, y el reparto coral de sus amigos más fieles y leales.

He de decir, en mi descargo, que nunca acabé de verlo como una gran idea. Pero en estas hordas de testosterona irredenta, siempre hay algún capullo que pronuncia el discurso de Wallace, la arenga de Agustina de Aragón o la charla de Al Pacino en “Un Domingo Cualquiera“, todo ello condensado en una única frase de irreprochable construcción gramatical:

“A que no hay huevos”

Si la Primera Guerra Mundial se precipitó tras el asesinato del Archiduque Francisco Fernando de Austria, en alguno de los numerosos conflictos armados, alguien pronunció esa misma frase, con total certeza. O su equivalencia en idioma extranjero. Pero basta la mención a la hombría endocrina para que los acontecimientos se precipiten de forma anárquica y sorpresiva.

Y allá nos encontramos los cinco, con Santi a la cabeza, armados de un trolley de tamaño cabina con una prenda de abrigo, pijama, muda, libro y neceser, esperando a conocer nuestro próximo destino. Contábamos con una especie de Cuartel General en tierra, que plantearía actividades en destino, considerando los atractivos locales, el protocolo, nuestra clase extraordinaria, y el tiempo que disponíamos antes de la boda. Nuestros planes eran salir dos días antes de la boda y regresar la noche anterior, con tiempo suficiente para los preparativos prenupciales.

Por supuesto, pensábamos desechar cualquier viaje de más de dos o tres horas. Pero cuando el primer viaje disponible era a Río De Janeiro, y alquien repitió el consabido “No hay huevos”, aparecieron como por ensalmo, camisetas floreadas, gorras y rayban último modelo. Como si estuviese planeado. Engañamos a Santi con la duración del viaje y embarcamos como si nos fuéramos a tomar unos vinos a Alcalá de Henares.

(Continuará)


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