martes, 13 de diciembre de 2016

Suavemente Me Mata

¿Y si lo decimos claramente?

Y si explicamos que el amor transforma irremediablemente nuestra vida?

Y si evitamos los eufemismos flotantes con los que intentamos engañarnos?

Yo seré el primero: Los hechos más cotidianos, las circunstancias de diario, pasan a ser experiencias sobrenaturales de placer o de dolor. Digámoslo así.

El saludo del vecino, la maceta de la entrada, el café del desayuno, es distinto cuando uno está enamorado. Podemos esbozar un simple graznido, o darle un abrazo completo. Olemos la flor que corona la maceta o ideamos usos alternativos como arma arrojadiza. El café nos despierta, nos estimula, nos hace felices, o nos recuerda a ella.

Y como denominador común, la pausa. La ausencia de velocidad percibida. Nos mata lentamente o nos coloca suavemente de forma tangencial al paraíso. En los mismos contextos, el mismo clima, la misma atmósfera, la luz.

Y la causa? Es obvio. El amor es un tóxico. Ya lo dijo Paracelso: “Solo la dosis hace que algo sea veneno” Y el amor se comporta como tal. A las dosis justas, la euforia de los opiáceos y el alcohol. Excesivas: Arsénico. Por compasión.

¿Hay solución? Ninguna. En el exceso llevamos la penitencia. En el defecto, la pobreza. En la prudencia, la ausencia. Porque en el amor no se admiten medias tintas. Se trata de una típica situación de zugwang, en el que el jugador ha perdido solo porque le toca jugar.

Y si no juega, pierde igualmente.

 

 


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