sábado, 31 de diciembre de 2016

Una Petición Irracional

Siguiendo lo previsto en mi última entrada “Wiwichu 2016“, procedo a cumplimentar las peticiones de los lectores.

La quinta petición proviene del blog de Virginia De Cassan , que solicitó (el día de fin de año. Lo destaco para que la pública concurrencia de antoniadis9 observe cómo el espíritu navideño preside cada uno de mis actos), una Prosa “a su medida”, y que recibe a continuación.

 

Pudo haber sido en cualquier otra parte. Una exposición, una caminata, una boda. Ella es de esas chicas que encajaría en cualquier situación, yo creo que tiene ese don. Coincidimos en un parque. Yo llevaba mis problemas. Ella, su cámara, unas rayban de pasta negra y una pequeña mochila a la espalda. Deambulaba entre los caminos, sin un propósito definido. Se detenía en una flor, en una sombra, en un recodo. A veces enfocaba, a veces disparaba al buen tuntún.

Sin duda, podía ser la persona más convencional del parque, considerando la fauna que circulaba por allí, pero no me lo pareció. Antes bien, diríase que me sedujo su normalidad, su mimetismo con el entorno, su invisibilidad aparente. Ella no me veía, no parecía ver a nadie. Tras el encuadre, parecía aproximarse a la verdad de las cosas, a su verdad, a lo que fuese que estaba buscando en la vida, tal era la pasión con la que presionaba el botón. No miraba la foto resultante. Debía tenerla en su mente.

En un momento concreto, dejó caer la mochila, extrajo un pequeño bloc y garabateó unas letras. Arrancó una hoja y la colocó con mimo entre los fragmentos de la corteza de uno de los robles del parque, de tal forma que quedaba a pública exposición. Se alejó por uno de los caminos, hacia el interior del parque. Me abalancé hacia la nota. Solo tres líneas:

“Tuviste una oportunidad de ejercer la felicidad, allá, a la ribera del río

Pero a la vista de la corriente, te mantuviste a refugio en la orilla

Mientras yo navegaba, aferrada a uno cualquiera de los troncos hundidos. Esperándote”

Aún a riesgo de ser considerado el típico ligón de parque, en el supuesto que eso exista, no pude resistirme a preguntarle por su trabajo, propósito o afición, ni siquiera eso sabía. Dilaté la aproximación, más por decoro que por otra causa. Ya no era invisible. Estatura media. Cabello oscuro de organizada anarquía. Expresión sincera, burlona y risueña. Ojos vivaces y muy penetrantes. Me sorprendió la facilidad con la que entablamos conversación. Y la variedad de los temas que abordamos. Y mucho más aún, su intento de abrupta despedida.

“Espera. Dime al menos por qué dejas la nota con el poema”

“Porque en la vida hay que hacer lo que se debe, y lo que se desea. Y yo, debo o deseo expresar lo que siento”

Esas décimas de segundo que empleé en asimilar lo que dijo, fueron suficientes para perderla de vista. Ni en caminos, ni en recodos, ni en sombras. Solo me dejó esas letras en el roble, que ni siquiera eran mías. Me pareció ver el reflejo de una lente a distancia, y quizás una sonrisa burlona. Prestada, no cedida. De deber o de deseo.

Y yo, me quedé en la orilla.

 


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