miércoles, 21 de diciembre de 2016

Carta De Amor Por Indicios

Siguiendo lo previsto en mi última entrada “Wiwichu 2016“, procedo a cumplimentar las peticiones de los lectores.

La primera petición proviene del blog de  Ana Centellas ,que solicitó una Carta De Amor, y que recibe a continuación.

Querida mía:

No vayas a cometer la ligereza de desechar estas letras por un simple detalle como la ausencia de conocimiento mutuo. Permítame la licencia de explicarle cómo es posible que la mujer más bella a la que nunca he conocido, en realidad nunca la haya conocido.

Doy por seguro, Señora, que tanto Vuesa Merced como yo convenimos en la dificultad de explicar las más profundas cosas de la vida, las que acontecen merced a las más extrañas circunstancias, a las casualidades más inocentes, a las coincidencias más notables. Y es desde ese punto de vista, desde el que quisiera confesarle que esos sucedidos, son los verdaderos responsables de mi absoluto e incondicional amor hacia usted.

Fíjese que yo no soy más que un humilde Trovador de Oficina, refugiado en mis plumas, mis pergaminos y mi escritorio, desde el que doy cumplida respuesta a mi oficio, el de cantar y contar las cosas para aquellos que me recompensan con unos maravedíes, un trozo de queso añejo o un buen trago de vino. Y estando concentrado en mis quehaceres, tomo noticia de que Vuesa Merced elabora los más bellos textos y poemas que un mortal haya visto.

Aún cuando nada de lo escrito por sus delicados dedos haya pasado en realidad por mi mesa, aún cuando jamás haya podido leerlo o declamarlo con mi modesta musicalidad verbal, siempre tuve la percepción de que la dama que posee la cualidad de trasladar sus pensamientos a una hoja de pergamino, ha de ser una mujer excepcional, singularidad que a fe mía he de comprobar aunque sea lo último que hiciere en mi existencia.

Y así, a través de esta misiva de la que no espero respuesta, le manifiesto que si bien es cierto que en sus escritos se recogen la totalidad de las virtudes descritas por los poetas, no es menos cierto que su retrato, aparentemente robado de uno de sus paseos al atardecer, revela en su rostro una tez sonrosada, unos ojos vivaces, cálidos e inquietos, que aúnan la perspicacia de la natural inteligencia, con la sensación de sosiego que solo los más grandes pueden ofrecer. Sus dientes, perlas del Mar Caribe, amenazan con deslumbrar al incauto que ose admirarlos de frente a vuestra belleza. Algo diría de la esbeltez de su cuello, digno del cisne más altivo que exista, más la natural prudencia a la que me obliga la ausencia de conocimiento mutuo, me hace sonrojarme y abstenerme de ofrecer más detalles.

Señora, maldigo o bendigo el día en el que los bardos me hicieron llegar el testimonio de su existencia, puesto que la mera posibilidad de contemplarla al natural, ya me parece un suceso tan imposible como improbable, y por lo tanto, mi amor hacia Vuesa Merced deberá reposar en la soledad de mis pergaminos, lo que martirizará a buen seguro el resto de mi existencia.

Su más rendido servidor

A9


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