martes, 27 de junio de 2017

Dulce Optimismo (III)

…Apuntalamos nuestro futuro en algunos ornamentos, en los secretos que encierran las callejuelas, avergonzamos pasiones en los rincones oscuros, reprimimos abrazos entre la gente. Quizá podría decir que fue un via crucis de sentimientos, una pasión de pasiones, una autopista hacia lo desconocido, una Ruta 69 en la Judería, el trayecto entre lo posible y lo temido. Porque no hay nada más pavoroso que dejarse atrapar por los sentimientos, cuando aún no han cimentado. Y nada refleja la vida mejor que el riesgo.

Y para las mentes confusas, nada peor que contemplar el Tajo, en el Meandro que se divisa desde la Plaza de San Andrés, porque la engañosa sensación de placidez que imbuye al incauto, puede hacerle cometer las mayores osadías concebibles.

Y solo en ese contexto puede explicarse la decisión extrema que alguien tomó por mí. La de obviar las dudas, los temores y las vergüenzas, exponiéndome sin escudo ni cota de malla al confuso remolino de conceptos básicos relacionados con el amor y sus secuaces. Me dejé llevar por fuerzas a las que no pude poner nombre, porque no se presentaron. Ni acerqué mis labios, ni me consta que lo hiciera ella, pero la extrema cercanía en la que quedaron encuadrados, no permitía resolución alternativa. O la besaba, o rompía definitivamente con el cuento, con  el misterio, con la esperanza. No diré que lo más fácil fue besarla, pero puedo afirmar que, en aquel  momento, el mundo se resumía en sus labios, y me esperaba sin paciencia.

Solo quiero aclarar que no fue una decisión espontánea, sino la consecuencia inevitable de una cascada de hechos y situaciones. No pretendo expiar culpas, en el caso de que debiera hacerlo. No eludo mi participación en todo lo que aconteció posteriormente, simplemente, hay veces que la búsqueda de alternativas no es viable, porque, aunque tú no lo sepas, ya has escogido. Simplemente por estar. O por no haberte ido.

Lo mejor de todo, sin duda, fue el propio beso. Suele serlo. La mecánica, practicada, ensayada o espontánea, suele ser lo de menos en estos casos. Porque se asume y se disculpa la inexperiencia con los labios de otro. No es fácil que exista esa comunión espiritual tan profunda que permita saber cómo le gustan los besos, o cómo le gusta el café a la mañana siguiente. Por tanto, lo mejor es dejarse llevar, besar como te inspira el momento, estar alerta ente las micro-reacciones, ante los cambios de respiración, ante la fluidez de sus labios. Menudo manual de texto estoy escribiendo, cuando todos sabemos que es una mera cuestión de azar. A veces aciertas y a veces te equivocas, y solo te salva el haberlo intentado.

En esa ocasión acerté. O acertó. O acertamos. Porque el beso se ejecutó primorosamente, duró lo aconsejable, enlazó lo suficiente e incluso propuso áreas de mejora. Un problema menos, un incentivo más. Y si sale bien el primer beso, te animas, te vienes arriba en la moral, te consideras el máximo seductor en la tierra, aún siendo consciente que en el mejor de los casos, has sido afortunado. Pero porqué has de quitarte méritos si nadie va a hacerlo. La ignorancia es atrevida, y la osadía, común. Y decidí ser ignorante, común y afortunado, cuando deslicé los labios a lo largo de la curva de su cuello. Podía haberme despeñado, podía haberme precipitado. Me pareció lo contrario cuando la sentí estremecer, cuando realzó la curva para acoger hospitalariamente la presencia de mis labios, cuandó suspiró discretamente hacia el interior de su cuerpo, cuando cogió mis manos entre las suyas y las noté humedecidas. Cuandó no me detuvo en seco. Cuando llevó mis dedos hacia el nacimiento de su pecho.

Y el río, silencioso en su requiebro, saludó mi osadía con un resplandor sincero, con unas discretas olas, supongo de festejo. Que en su pasar, no siempre tiene la oprtunidad de ver la comunión de dos almas, no siempre cuenta con espectadores de tronío, nadie piensa en alegrarle el trayecto. Siempre las mismas rocas, siempre el mismo cauce, siempre los mismos silenciosos paseantes. El Tajo celebró el nacimiento de nuestro amor, como celebras el deshielo, con el placer de recibir una nueva vida, unas nuevas gotas en su cauce sereno, unas nuevas almas que se adhieren al club de sus devotos. Desde aquel día, sou, fuimos, miembros honorarios del Club de Amigos del Tajo, y a fe mía que lo llevo a gala.

Porque de lo acontecido a posteriori, ni al Tajo hago responsable, aunque puso el marco para el lienzo, aunque puso el influjo eéreo, aunque, como moderno celestino, pocas opciones dejó. Solo ella, solo yo, solo nosotros, fuimos responsables. En mi caso, por ingenuo, o por osado. Por no hacer caso de las señales. En el suyo por acción, porque me deseó y no pudo refrenarse, aunque nadie mejor que ella conocía sus mochilas, sus cadenas, sus condenas.  Y, a pesar de eso, me quiso.

La imagen destacada corresponde a © José Luiz Bernardes Ribeiro / CC BY-SA 3.0


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