sábado, 10 de junio de 2017

La Mochila De Cuerdas

En una mochila publicitaria, de esas de dos cuerdas. Todo lo que quiso llevarse tras nuestra ruptura, le cupo en una miserable mochila. No es fácil diseñar una maniobra más humillante que esa. No es fácil poder dañar a una persona con un gesto tan simple. Desde luego, no fue espontáneo. Estaba tan planificado como el comienzo de la relación, como las otras relaciones, como el final de la nuestra.

Esperó el momento justo, en el que le dije que debíamos hacer un esfuerzo descomunal para levantar nuestra relación. No necesitó un discurso, una carta ni un mensaje. Se levantó, hurgó en tres cajones, echó las cuerdas a los hombros y dejó la llave encima de la mesa. Obvió mis mensajes posteriores. Simplemente publicó en su perfil de facebook una foto que la situaba en uno de nuestros italianos preferidos, con uno de los camareros del local, el que normalmente bromeaba con ella cuando cenábamos allí.

No tengo muy claro cuál ha de ser mi reacción. Espontánea, estudiada para hacerme el indiferente, triste para darle pena, agresiva por si en el fondo espera algo de mi parte. El problema, en cualquier caso, es cómo afrontar la esencia del problema, no tanto la posición puramente estética. Podemos aceptar que una relación en ese estado es irrecuperable. Hasta ahí, vamos a estar de acuerdo. Pero, ¿cómo se sobrevive a la pérdida de la persona que amas, en todos y cada uno de los segundos de tu vida?

El primer paso es dejar de quererla. Obvio. Y, ¿cómo se deja de querer a una persona? Tras muchas deliberaciones, he dado con un método factible, práctico e indoloro. Laborioso, eso sí, pero funciona.

Se trata de imaginar que todas y cada una de las desgracias que ocurren en este mundo, generadas casi siempre por las fuerzas de la naturaleza o los malvados, todas y cada una de ellas, han sido responsabilidad exclusiva de la persona a la que queremos dejar de querer. Esto ha de hacerse de forma muy profesional. Hay que seleccionar las noticias en soporte papel, en twitter, en youtube, y cambiar el nombre de la persona u organización responsable de hacer un mundo peor, por el de ella. De tal forma, se obtiene una biblioteca básica para repasar en esos momentos bajos en el que recordamos esa sonrisa, ese beso, esa anécdota con ella. Hay que tener sangre de horchata para no odiar a la persona responsable de un asesinato múltiple, de un robo con violencia, de una estafa a ancianitos.

En el hipotético caso de que exista algún cariño residual, a pesar de todas las tropelías cometidas, las reales y las otras, huid. Huid de España, lo más lejos posible, y arrojad el pasaporte a la papelera azul del aeropuerto de Bangkok, de Auckland, de Anchorage o de San Petersburgo. Cambiar vuestra identidad, trabajad de peón, escribid sin freno.

Aquí, en la Antártida chilena, a más de una hora de avión de la ciudad más cercana, os sigo inundando de relatos, de poesías, de locuras. Y eso es porque la quiero. Porque mantengo un cariño residual que no es tal. Y sólo la ausencia de pasaporte y dinero impiden que me enrole de polizón en un barco de contenedores con rumbo al puerto de Algeciras.

Eso, y que tendría que desenterrarla fragmento a fragmento. De ella solo queda un recuerdo que sigue conmigo: La mochila publicitaria de cuerdas que se echó al hombro justo antes de asesinarla.


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