sábado, 17 de junio de 2017

Taxi A Ninguna Parte

Desde que fui consciente de que el taxi que pedí en el Barrio de Salamanca había dejado Madrid, me asaltó una cierta inquietud. Yo le había solicitado que me dejara lo más cerca posible de Sol, unos quince minutos de trayecto. En cambio, abandonaba la ciudad por la Carretera de Burgos. Desde luego, ambos nos habíamos despistado. El taxista seguro, porque me llevaba lejos de mi destino. Y yo, porque debí haberme dado cuenta veinte minutos antes. Por tanto, digamos que ambos fuimos culpables de lo que sucedió, pero él más, porque es el profesional. Al cliente se le ha de perdonar todo.

No le vi nervioso en ningún momento. Parecía saber perfectamente donde iba, que no era al sitio que le pedí, obviamente. cuando le hice saber el cambio de ruta, simplemente dijo “Lo sé” Y, paradójicamente, ese hecho me reconfortó. Porque al menos alguno de los dos sabía hacia donde se dirigía en la vida.

Quise compartir su conocimiento, averiguar la ruta, conocer el objetivo, los puntos de paso. No pedía demasiado. Solo quería averiguar hacia donde se encaminaba mi vida. Nada más que eso. Pero se conoce que eso no es tan fácil. O al menos cuanto te lleva un taxista que ignora tus instrucciones, como la vida parece hacerlo a diario. Diríase que tu vida ha sido izada a la grupa de un caballo montado por la anarquía, salvo que el anárquico jinete sea un diabólico estratega.

Como de estas situaciones ya he vivido unas pocas, me dejé llevar. No podía arrojarme en marcha, no podía hacerme con las riendas del vehículo (ni del imaginario purasangre) En fin, hice lo único que se podía hacer. Acomodarme en el asiento y mirar por la ventanilla.

Y en estas sigo. No sé hacia donde voy, no conozco el destino ni lugares de paso. No tengo capacidad de actuación. Solo puedo confiar en el conductor y en el vehículo, y desear que todo salga bien. Aunque la experiencia me incomoda con sus múltiples dudad.


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