domingo, 21 de mayo de 2017

La Penúltima

He amanecido abrazado a una muñeca. Ese debería ser el balance de la noche, el fin de la reflexión. Si acaso, no estaría de más saber cómo he podido conseguirlo. Por repetir, más que nada. Aunque en el fondo, conociéndome como me conozco, yo diría que nada de lo planificado, ninguna de las estrategias habituales ha podido funcionar. Y esa reflexión, aparentemente pesimista, viene plenamente avalada por las estadísticas más recientes. Por tanto, infiero que el resultado ha sido independiente de mis acciones, por lo que poco importa cómo lo he conseguido, puesto que no seré capaz de obtener los mismos resultados.

Yo creo que pudo ser mientras tomábamos la penúltima. Esa última mezcla, ese toque verdulero (en el mejor sentido de la palabra) que le asignó el barman. Recuerdo que acudió solícito para aderezar el gin-tonic. Con cierta sorna le hice saber que al mío le dejase tranquilo. “Es un gin-tonic, no una sopa juliana”, creo que le dije. Ella, fuese quien fuese, de dejó llevar. Alguno de los hierbajos verdes igual no eran para el gin, ni para el tonic, sino para liarlos. Vaya usted a saber.

Lo cierto es que cuando se acercó su amiga, léase el bombón que está aquí, a mi lado, tumbada en el lado de la ventana, boca abajo, con la melena negra extendida como si un pulpo se vistiese de domingo y decidiese alinear todas sus patas, ofreciéndome una extensa panorámica de su espalda y de la zona donde concluye, cuando se acercó y tomó prestada la copa donde se había depositado una selecta muestra del Jardín Botánico, pese a las protestas de su amiga, ya no hubo forma de alejarla de mi lado. De ahí mi teoría alucinógena.

Fue la penúltima, sin duda. Porque la última fue en mi casa. Y de champagne. Sin mariconadas. Sin copa, ahora que lo pienso. Yo hice la cata en alguno de los pliegues de su piel, y ella a morro. Justo antes de descubrir su belleza. ¿Cómo puede una mujer bella seguir siendo bella hasta en aquellos momentos en los que uno debería descubrir sus imperfecciones? ¿Y cómo pueden resultar esas imperfecciones aún más atractivas que la belleza? ¿Y cómo puede el alcohol lograr esas percepciones?

¿Pudieron influir las cuatro copas previas? Decidamente no. Mi dilatada experiencia al respecto me ha transferido el conocimiento incontrovertible de que con cuatro copas suelo acabar en mi cama más solo que la una. Por puro razonamiento lógico, el único factor diferencial es que hubo una quinta copa, particularmente preparada, y tras ello, he amanecido con el bombón al que en estos momentos estoy acariciando con el dorso de mis dedos. Se que puedo despertarla, es un riesgo. Pero ella se marchará en algún momento, y en su lugar estará el mando de la televisión, alguna novela policiaca o la versión digital de los diarios deportivos. He de aprovechar el momento.

Parece que se estremece al rozar la concavidad de su cadera, que se agita cuando asciendo hacia los hombros. Parece que me invita a proseguir o eso quiero creer. Decido acometer el interior de sus muslos y ella me facilita el trabajo. Se erizan sus cabellos y yo empiezo a alterarme. Parece que tengamos un pacto tácito: Yo la acaricio y ella se deja. Yo procuro rozarle y ella procura quedarse. Yo la beso en el cuello, y ella no protesta.

Me asalta la duda. ¿Estamos en fase onírica o solicita un segundo asalto? ¿Movimientos involuntarios, o simplemente le gustó lo de anoche y quiere revancha? He de convivir con las dudas, con los miedos. Ojalá pudiese recurrir al barman de anoche, para que preparase un bidón de la penúltima copa, hierbajos incluidos. Pero ahora estaba solo. Podía romper el encanto de Cenicienta o hacer del alba la perfecta continuación de la noche.

Y mientras reflexionaba al respecto, seguía acariciando el interior de sus muslos, rebasando los límites habituales, mientras decidía el siguiente paso. Por suerte, se giró, ma atrapó las piernas con las suyas y me cubrió de besos el cuello. Deduje que los hierbajos del Gin Tonic mantenían una adecuada concentración en sangre, y por ello di gracias al cielo, al barman, y a la Penúltima, a la que Dios guarde por muchos años.

 

Fotografía destacada (Original por Andrés Nieto, bajo licencia Creative Commons)


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