sábado, 28 de enero de 2017

He Visto La Luz (III)

(Continuación del relato publicado 28 enero, 2017 He Visto La Luz (II))

…Tras quitarme las gafas de buceo, miré a mi alrededor buscando alguna explicación al modesto tsunami, cuando observé que había una tabla de surf a unos pocos metros, aparentemente abandonada. Me acerqué nadando con más curiosidad que prisa, y justo a mi espalda emergió una sirena.

Me quedé petrificado. No tanto por la posibilidad real de contemplar a un ser mitológico, sino por la extraordinaria presencia de la mujer que hizo tan súbita aparición. Desde luego no era una sirena. Era una diosa aparecida en medio de las olas. Sé que se utiliza mucho ese adjetivo, esa metáfora, para definir a una mujer bella, pero no es el caso. Llamarla diosa era una simple descripción de hechos, no limitados al análisis estético. Hablamos más bien del impacto espacial. De cómo su presencia desplaza al resto del universo a un segundo plano, desenfocado y oscuro, y cómo pasa a ser el centro del escenario de la vida, en todas y cada una de sus dimensiones; De cómo capta toda la energía existente en la atmósfera próxima, y la convierte en una especie de holograma magnético que retiene a personas, pensamientos y emociones, en una especie de área de influencia infinita que la precede y la anuncia. Es una persona atractiva, sin duda, pero en el sentido más literal de la palabra, y no en el habitual para destacar rasgos agradables de una persona.

He de suponer que cuando uno percibe que un determinado acontecimiento puede suponer un extraordinario cambio en su vida, debería quedarse paralizado, sudoroso, agitado o soliviantado. Es decir, alguna emoción extrema debe pasar por su alma, puesto que va a suponer una revolución intelectual, anímica y sentimental. Y supongo que para ese tipo de casos debieron nacer las reglas sociales, el protocolo, e incluso la burocracia. Eso fue lo que me salvó de ser devorado por su simple aparición. Porque las reglas de los comportamientos aprendidos nos persiguen desde la más pura infancia, y ejerce sobre nosotros una especie de reacción inmediata, parecida a los reflejos del cuerpo, los que activa el médico con una leve presión. Simplemente no pasan por la corteza cerebral, y por tanto, no reciben la valoración del área límbica. O sea, que hacemos por rutina lo que aprendimos. Y yo aprendí a preguntarle si se encontraba bien, deduciendo que había salido disparada de su tabla de surf al chocar conmigo.

No me reconoció inmediatamente. Y yo no pude, porque no me atrevía a mirarla a tan corta distancia y sin protección. Militar, por supuesto. Se precipitó a tranquilizarme. Ningún problema. Se despistó mirando cómo un hidroavión repostaba en pleno Mar Mediterráneo. A cualquiera le hubiese ocurrido. Supuse que la interacción finalizaría en ese punto, una vez agotadas las fórmulas de cortesía. Pero ella me reconoció, lo noté en el cambio de tono de su voz. Y me preparé para negar cualquier tipo de información que hubiese podido facilitar el posterior acercamiento. “No, debes estar confundida”, o algo similar. A mi favor, que ella no disponía de tiempo, sus vacaciones finalizaban. Y mi decidida postura de no complicarme la vida, en el supuesto caso de que la ausencia de vida real no fuese en sí mismo una extraordinaria complicación. En cualquier caso, armas suficientes para eludir cualquier tipo de intento de aproximación por su parte.

Lo que no había contemplado era la posibilidad de que ella no estuviera interesada en una sutil maniobra de avance y por el contrario, optase por un ataque directo y frontal. Desde luego, sus cromosomas gallegos no dominaban la escena, porque de ambigüedad, ni un poquito. Los tanques alemanes habían tomado posiciones, y mucho me temía que las maniobras elusivas no servirían de mucho. Solo dos opciones: La grosería o la rendición. Y yo estaba demasiado bien educado para según qué cosas.

Sus palabras exactas fueron: “Eres mi vecino de enfrente. Y no has sido capaz de decir ni buenas noches, cuando nos acostábamos casi a la vez. Una falta de etiqueta imperdonable. Y me vas a compensar invitándome a cenar en el restaurante del puerto que elija. Y luego nos tomaremos una copa. Y si me apetece bailar, pobre de tí si te quedas sentado” Quizás un poco mandona, lo que tienen las diosas, que todo el mundo hace lo que ellas quieren. Con una voz muy impostada, le dije con toda claridad que ya tenía otros planes. Ella no me oyó, porque aunque el tono fuese original, el volumen no acertó a elevarse. Supongo que no hubiera variado mucho. “Me recoges a las ocho” “¿Dónde? No has dejado el hotel?”

Solo me miró. Inicialmente, de frente. Luego de refilón, con los párpados a medio cerrar, como las persianas de una tarde de primavera. Lo captó a la primera, y me enseñó los dientes. Solo para que me diese cuenta de que me había calado al instante. Yo me daba de cabezazos mentales. Solo podía saberlo si había mirado su blog o si había indagado entre el personal del hotel. En cualquiera de los dos casos, obviamente me había interesado por ella, y ella lo sabía. Remató. “Te espero” “Pero…”No me dio tiempo. Enganchó su tabla y se marchó hacia el horizonte, nadando con un estilo cuestionable, pero efectivo. Salí a la orilla, dispuesto a esperarla para que me diera su teléfono , dirección, o alguna pista que me permitiese saber dónde o cómo recogerla. Una hora. Decidí volver al hotel.

Releí su blog buscando indicios de su localización. Nada. Pregunté en el hotel, fingiendo que tenía que devolverle un libro prestado. Nada. Había dejado la habitación. Volví a la playa y pregunté al dueño del chiringuito. Lo obvio. Por supuesto que sabía quién era. Una preciosidad. Pero no había vuelto a pasar por allí. Alquiler de tablas de surf. En efecto, su tabla estaba allí. Ella no. Había pagado el alquiler y no sabían nada más. En efectivo.

Me conecté a sus redes sociales a través de los iconos de su blog. Fotos, retweets, me gustas. Punto. No se me ocurría mucho más. Le mandé un email a través de su blog. Sin respuesta. Pensé en llamar a las compañías aéreas e incluso a la Guardia Civil. A las 7 recibí un mensaje en mi móvil: “Date prisa” Y una localización. ¿Cómo diantres había podido averiguar mi número de teléfono?


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