viernes, 27 de enero de 2017

He Visto La Luz (II)

(Continuación del relato publicado 27/08/16 “He Visto La Luz”)

….Tengo la sensación de que nos hubiéramos podido …no sé. Conocernos al menos. Y lo ha evitado con su carencia, con su omisión, con su falta de voluntad.

Me he quedado muy triste, más por él que por mí. Aunque bien mirado, él podría pensar lo mismo”

Antes de realizar profundas reflexiones sobre lo ocurrido, hice un pequeño resumen de la situación: Yo me dedicaba a mis cosas, ella me observaba como yo a ella, y se supone que me ha estado enviando mensajes telepáticos a través de gestos o sonrisas remitidas desde el balcón de enfrente. Y todo eso lo escribe en un blog que parece dedicado a la tradicional amistad hispano-alemana, desde los tiempos de Carlos I (o V) Y además, deja caer que no le hubiera importado tener algún tipo de relación amistosa con el tipo de enfrente o sea, una servidora.

Su actitud me pareció un tanto exótica en los medios, y un tanto descabellada en los fines. Mira que querer entablar relación con un tipo al que no conoces de nada, solo porque se acuesta tarde y vive enfrente. Y la mía me pareción serena, sosegada y sensata, al no querer ningún tipo de relación con una rubia, joven, con buen tipo, y dispuesta a conocernos. ¿Quién podría querer una relación iniciada de esa manera y con tan pocos fundamentos? ¡¡Pues cualquier varón heterosexual con sangre en las venas, so idiota!!

Claro, visto así, podría adivinarse algún tipo de error metodológico, dado que el resultado de la estrategia actual, la más pura abstinencia intencional, podría cifrarse en cero contacto, cero relaciones. Por tanto, cabría valorar la posibilidad de reconducir el asunto. Por ejemplo, podría empezar por comprobar si la chica es medianamente atractiva. No se rían. Mi miopía es considerable e intransferible. Agarré la cámara y lancé el zoom hacia su terraza. Disparé en ráfaga. En una de las instantáneas pude verla con claridad.

Bueno, no estaba mal, siempre y cuando te gusten las treintañeras rubias, altas, delgadas y con dentadura perfecta. Es cuestión de target. Si ese es tu nicho de mercado, podría suponer que sería bien acogida. Pero yo no tengo un target definido. De hecho, no tengo ninguno. Yo soy de los que únicamente se fijan en la belleza interior, siempre y cuando se haya sobrepasado unos mínimos estéticos. Supongo que debe ser por la miopía.

En cualquier caso, la decisión a tomar consistía en decidir si me dejaba llevar por una situación inesperada, completamente imprevista más bien, o por el contrario, dejaba correr la oportunidad, como había hecho hasta el momento. Por supuesto, de dar un paso adelante, me arriesgaba a poder incorporarme a una preciosa historia de amor, de afecto, de sexo, de amistad, con todos los condicionantes que ello conlleva: Atención, pasión, unión, sufrimiento, etc. Por el contrario, la abstinencia me permitiría la comodidad, el egoísmo, el confort, la serenidad, la sensatez y la sencillez.

Quizás en otro tiempo, cuando me hallaba bajo los influjos de la juventud, del romanticismo inveterado, de la inconsciencia, de la ausencia de experiencias, podría haber tomado el camino arriesgado, el que me hubiera obligado a ceder. A ceder mi espacio, mi rutina y mis carencias como la dote que aportaban las novias a los matrimonios en tiempos pretéritos. Pero las relaciones personales, la pareja, el amor, son conceptos enormemente sobrevalorados. No hay cariño comparable al que uno tiene para sí mismo, aunque se odie todos y cada uno de los días de su vida. Llamémoslo supervivencia, no quiero levantar polémica. Simplemente, es difícil ser más amable con uno mismo que lo que uno mismo ya es para sí. Y puestos a ser crueles, nadie puede ser más cruel con uno mismo que uno mismo. Entonces, ¿cuál podría ser la razón que podría justificar correr el riesgo de encontrarse en una relación, cuando ese riesgo es fácilmente evitable, simplemente haciéndose a un lado y eludiendo la oportunidad? En mi opinión, el único aspecto que podría justificar el riesgo es el simple deseo de disfrutarlo, de vivir una aventura, de driblar al espacio de confort; Porque el resultado final siempre será inferior al actual, siempre se acabará en una situación enormemente menos confortable, que si se elige abstenerse de aventuras insólitas.

Es probable que entre los lectores puede haber quienes piensen que existe una manera menos drástica de enfocar este tipo de dilemas. La propuesta sería dar un pequeño paso adelante y ver cómo se desarrollan los acontecimientos, de tal manera que el compromiso para uno mismo,  queda íntegramente bajo su control. Es decir, avanzo mínimamente, veo qué ocurre y doy un paso adelante definitivo o me retiro. Y este argumento, tan estéticamente correcto, como profundamente falaz, encierra en sí mismo una extraordinaria celada, dado que si se produce un avance en la situación, la propia situación varía irremediablemente, habiendo perdido su status quo, y colocándonos en un momento en el que ya nada es como era antes. O sea, algo parecido al principio de incertidumbre de Heisenberg, pero aplicado a un suceso igual de inesperado que la posición de un electrón en un día de lluvia. Es decir, que un avance cambia irreversiblemente el escenario de juego, y todas y cada una de las actuaciones que se lleven a cabo, tendrán una consecuencia diferente e inevitable. Como decía un tipo inmundo que tuve la desgracia de tener como jefe, ninguna buena acción quedará sin su justo castigo.

Desde ese punto de vista, la decisión era sumamente sencilla de adoptar, y por lo tanto, no debía alborotar mi plácida existencia. Y, en coherencia con mi decisión, o más concretamente, con la falta de decisión, volví a refugiarme en mi ordenador y en mis escritos. Procuré no despistarme con el tenue resplandor que provenía de la terraza de enfrente, por lo que desconozco si por su parte se mantuvieron las miradas de interés, los movimientos tácitos de aproximación, o cualquier tipo de inciativa que pudiera llevarme a un hipotético desastre, entendiendo como tal el inicio de una relación de cualquier índole.

No pude resistirme a hacer un seguimiento de su blog, como mera curiosidad malsana. Escribió un último post en el que anunciaba que sus vacaciones tocaban a su fin y que próximamente regresaría a su domicilio habitual. No volvió a referirse a mí en ningún momento, lo que me produjo un sentimiento encontrado de alivio y despecho, simultáneo y efímero, que reafirmó la bondad de mi decisión.

Al día siguiente tampoco me la encontré en el desayuno, por lo que di por supuesto que estaría preparándose para irse. Tal vez como celebración por la ausencia de futuros problemas derivados de la incompleta relación, decidí acercarme a la playa, y pasar un rato más prolongado de lo habitual, ya le robaría tiempo a la siesta. Hasta me adentré en las suaves olas de la playa mediterránea, mimetizándome con el paisaje playero dominical. Iba equipado con un modestísimo equipo de snorkel adquirido en una de las tiendas del paseo marítimo, un bañador/chaleco reflectante, y una buena capa de loción fotoprotectora, factor 50, tirando por lo bajo. Es decir, hecho un cromo. No me desanimé por tal evidencia y decidí adentrarme en el mundo submarino, para observar la fauna y flora marinas a una estimable profundidad de medio metro, cuando recibí un considerable impacto que me arrancó de cuajo el tubo del snorkel. Me quedé un tanto confuso por la situación, y salí a la superficie. Tras quitarme las gafas de buceo, miré a mi alrededor buscando alguna explicación al modesto tsunami, cuando observé que había una tabla de surf a unos pocos metros, aparentemente abandonada. Me acerqué nadando con más curiosidad que prisa, y justo a mi espalda emergió una sirena.

 

 

 

 


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