martes, 17 de enero de 2017

Círculos Concéntricos

He estado pensando diferentes maneras de perdonarme por todos estos años de fracaso y traición. Y he descartado casi todas, por ser simples excusas, por no afrontar la verdad.

Y para evitar que, en un momento de debilidad, pueda rescatarlas, reciclarlas, o suavizarlas, he decidido someterlas a un análisis racional, exhaustivo y descarnado, para así poder exponerlas en su justa desnudez ante vosotros, esperando de vuestra objetividad la más feroz de las críticas concebibles. Y una vez recibida, desecharlas todas y cada una de ellas, por aplastamiento, por su patética intención de justificar lo injustificable. Cuento con vosotros.

Justo es que conozcáis previamente cuál era el objetivo, qué es exactamente lo que he venido incumpliendo sistemáticamente durante todos estos años, y que expongo para mi propia vergüenza y deshonor.

Y éste no era otro que el de mantenerme siempre en el camino diseñado en mi juventud tardía, como hoja de ruta a algo que podría parecerse a la felicidad. Puedo coincidir con el lector en que los elementos que procuran la felicidad en nuestra vida son excesivamente variados, dispersos e incontrolables como para aceptar que ésta pueda alcanzarse por el simple hecho de marchar entre dos cunetas morales. Pero no me negarán que mantenerse en el camino que uno mismo se ha marcado, no estorba para alcanzarla.

Y asumiendo, por el simple análisis histórico de mi paso por la vida, que no siempre he podido mantenerme entra las dos marcas, y que el camino recorrido, erróneo o certero, es de imposible retroceso, he caído en la tentación de buscar algún tipo de explicación o coartada para ello, simplemente para no aceptar lo obvio, que me he traicionado a mí mismo en algún/algunos cruce/s del camino.

Entre las excusas barajadas han surgido algunas, que de tan ridículo que suenan, no me atrevo a exponer. En cambio, algunas de ellas resistieron con aparente solidez los primeros ataques argumentales.

En concreto, las que estaban relacionadas con la subjetividad de los conceptos manejados. Por ejemplo, la verdad. Un concepto subjetivo, difícil y no cuantificable, me dije. Cómo asumir que no he seguido el camino prefijado, cuando ese hipotético abandono puede ser cuestionable, por lo etéreo del concepto. Y tuve dudas. Reales. Podría ser que ese hipotético desvío no se hubiese producido, o los límites no fueran muy precisos, o ese extravío durase tan poco tiempo que no fuese representativo.

Tuve que oponerme muy seriamente, con argumentos muy contundentes. Por ejemplo, que la mera sospecha de haber abandonado el camino, es suficiente indicio de haberlo hecho. Por ejemplo que la verdad se encuentra cuando despojas toda la neblina, el envoltorio y la vestimenta, y te quedas con el núcleo, con la esencia. Y si la acción (u omisión) ofende al esqueleto básico, a los cimientos de la verdad, poca subjetividad puede permitirse en el análisis. Te fuiste, abandonaste el camino, cometiste un error irreparable.

Y una tras otra, las excusas, los argumentos falaces, los sofismas, la dulcificación de los comportamientos, las buenas intenciones, la intención de no dañar, y todo ese catálogo al alcance del traidor de uno mismo, va cayendo poco a poco, como las fichas del dominó, como las palas de ese abanico, que una vez plegado no puede prestar su servicio.

¿Y qué os parece mi última ocurrencia? ¿No lo véis como un patético intento de defender lo indefendible? Espera amigo lector, no te precipites, que te la hago llegar.

“¿Y si en realidad el camino marcado no fuese lineal, sino una especie de rotonda en el que el juego consista en mantenerse en constante rotación, y que viniese flanqueado por una especie de círculos concéntricos, a los que uno podría desplazarse en caso de grave error de pilotaje, aunque sin abandonar el trayecto circular? ¿No sería más humano el poder alojarse no demasiado lejos del camino marcado, a pesar de graves equivocaciones en el proceso? ¿No sería una forma alternativa de mantenerse en la carrera sin romper las reglas para siempre? ¿No nos merecemos esa segunda oportunidad, dada la inmensa dificultad del recorrido?”

Tú me dirás, amigo lector, pero para mí, esto son excusas de mal pagador. Espero de tu rigor y objetividad que destroces sin piedad esta incalificable teoría, que justifica la debilidad, la traición y el error, y le permite mantenerse en el trayecto sin penalización definitiva.


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