viernes, 13 de enero de 2017

El Consultor De Filosofía (y II)

…Miré a ver si nuestro orador tenía algo publicado. No recordaba el nombre, por lo que eché mano al bolsillo para leerlo de la tarjeta que había dejado para los asistentes. Al darle la vuelta, esperando un mini relato de sus méritos académicos, solo figuraba un cargo o profesión: “Consultor de Filosofía”

Y de los buenos, pensé.

(El Consultor De Filosofía)

He de admitir que se trata de una solución un tanto heterodoxa. No me duelen prendas en reconocerlo. Aunque el simple hecho de plantearme la posibilidad, debería hacer sospechar al lector la envergadura del problema en el que me veía envuelto.

Descartadas las figuras teológicas, académicas, familiares, e incluso los amigos de toda la vida, él era mi única esperanza. Rebusqué entre mis bolsillos, mis cajas de zapatos, los cajones, sus dobles fondos y mi amigo google. Una especie de asociación de ideas me llevó a indagar en la Asociación donde nos habíamos conocido. Acierto pleno. Me facilitaron su nombre, teléfono y una idea aproximada de sus tarifas. Aproximadamente altas.

Pero la acumulación de argumentos a favor y en contra, los matices de refuerzo y rechazo, los elementos de incertidumbre, la proyección de futuro de las diferentes opciones alternativas, el efecto mariposa y el cambio climático, eran demasiadas combinaciones, variaciones y permutaciones para una sola persona.

Llegué a la conclusión de que solo ellos podrían ayudarme. Y de entre ellos, su representante terrenal, su manager, su broker. El que intermediaría entre ellos, mi problema y yo. Considerando que la mayor parte de ellos están bastante fallecidos, esperaba sinceramente que su legado se mantuviera perenne en sus obras, como siempre se dice, o que al menos, el Prof. López-Müller mantuviese una buena relación médium con los del más allá, para recoger y aprovechar sus ideas en el más acá.

Me recibió en una especie de sala de estar reconvertida a biblioteca, o mejor dicho, a depósito de libros. Ambos fuimos puntuales y corteses. Rebusqué a mi alrededor buscando algún tipo de diván o sofá de extraordinario confort, y acabé sentándome en una silla de la línea Kiënbock de Ikea. Digna, confortable y anodina.

Pensé que sacaría algún tipo de carpeta, como si fuera la historia clínica de un médico, y a cambio buscó un trozo libre del ABC de antesdeayer. Bolígrafo Bic en huelga, que precisó varias vueltas de campana entre sus manos para comenzar la escritura. Capucha mordisqueada. Veterano de mil guerras, se conoce.

Cuando me pareció que estaba listo, le pregunté cuál era el procedimiento. Me dijo que prefería que le contase el problema y que ya iríamos avanzando. Lo que me temía. Yo confuso y desordenado. El, anárquico y vintage. Hacíamos una extraordinaria pareja, pensé. Y tuve que sonreir a mi pesar. El se percató, y realizó una especie de anotación en el margen del periódico. Acabábamos de empezar y esa sonrisa traicionera le permitió marcar el primer gol. Refrené mi expresión facial y volví a ese extraordinario rictus de preocupación con el que gané la puerta de entrada.

Me animó a comenzar. “Es que no se cómo contarle todo el problema. “ “No se preocupe. Lánzeme su preocupación principal y partamos de ahí”

“Profesor, debo optar entre proteger la buena marcha de mi empresa o acostarme con la ex-mujer de mi socio”

“Para eso no hace falta la filosofía. Absténgase de tener relaciones carnales con ella, busque otra mujer, y salvaguarde su empresa y su futuro”

“Ya, pero es que usted no ha visto cómo está de buena”

“En eso lleva usted razón. ¿No tiene una foto?”

Le enseñé su foto del perfil de facebook, y algunas otras en las que estábamos los tres juntos.

“Ciertamente, tiene usted un problema de primera división. De Champions, si me apura. Pero tampoco necesita a la filosofía. Si no se acuesta con ella, es usted un perfecto imbécil”

“En eso convenimos, Profesor López-Müller. Lo que me gustaría es analizar los diferentes puntos de vista de los filósofos más sabios, para poder acostarme con ella con un respaldo mayor que el de la testosterona y la solidaridad masculina. Encontrar el consuelo de que hombres más sabios que yo han analizado este tipo de situaciones, y han encontrado algún tipo de ruta ética, espiritual, mística o religiosa, a través del cual pueda encontrarme a mí mismo en plenas relaciones físicas con ella, sin un excesivo complejo de culpa o de falta de ética”

“Usted lo que busca es una coartada para poder disfrutar con ella sin remordimientos”

“En efecto, veo que finalmente capta la idea”

Me miró unos segundos con expresión circunspecta, para posteriormente tomar alguna nota en la página de sucesos del diario. No parecía muy prometedor. Precisamente había ido a verle a él para evitar eso mismo, salir en los papeles. Y menos en sucesos. De improviso, se levantó y cogió un libro de San Agustín “La Santa Virginidad” Mal empezamos. Afortunamente lo dejó en su estante y cogió “Las Uniones Adulterinas” No es que fuera exactamente lo que yo había pensado, pero si había algún tipo de adulterio, no íbamos tan mal.

“Mire, San Agustín, en el capítulo XV de este libro explica bastante bien la diferencia entre las cosas lícitas e inconvenientes o inoportunas. Y destaca cómo abstenerse de llevar a cabo las cosas inoportunas, como podría ser la relación que usted desea, puede ser considerada, pero también la acción contraria, porque ambas cosas son lícitas, y unas veces conviene esto y otras lo otro.”

No negaré que el insospechado respaldo de San Agustín, elevó considerablemente mi moral. Nada menos que un filósofo ilustre, clásico, sabio, y encima santo, me estaba proporcionando el respaldo moral necesario para tirarme, perdón, para iniciar relaciones íntimas con la ex-mujer de mi amigo. Animé a López-Müller a que rebuscara en el resto del texto. Leyó un poco más en silencio, y cerró el libro con cierto grado de rotundidad.

“Creo que esta parte es con la que nos quedamos, porque más adelante defiende que a los que no se contienen les conviene casarse, y les conviene lo que es lícito; en cambio, a los que hacen voto de continencia, ni les conviene ni les es lícito. Y, salvo que usted me diga lo contrario, no parece que el matrimonio forme parte del escenario en el que usted se sentiría cómodo.”

Negué con vigor. Mis ojos, mi cara, mi cuello y mi mente, negaron al unísono. Le quedó claro. Nos quedaríamos con un cierto apoyo de Agustín, y seguiríamos buscando. De entre los libros cuyo lomo quedaba a la vista, me llamó la atención uno de Hume, el Tratado Sobre La Naturaleza Humana. Y como si fuera telepatía, el profesor lo recogió de uno de los anárquicos montones y lo depositó encima de la mesa. Tosí un poquito, debido al polvo acumulado, y escuché los argumentos del escocés en boca de López Müller.

“En una palabra: la naturaleza ha concedido una especie de atracción a ciertas
impresiones e ideas, por la cual, al surgir naturalmente, traen tras sí a sus correlativas. Si estas dos atracciones o asociaciones de impresiones e ideas concurren en el mismo objeto se apoyan recíprocamente y la transición de las afecciones y de la imaginación se hace con la más grande naturalidad y facilidad.”

¡Por fin encontraba exactamente lo que estaba buscando! Un responsable, un culpable, un eximente. La naturaleza. En efecto, yo no me planteaba realmente una relación tan cuestionable desde el punto de vista ético o práctico. Era la propia naturaleza la que me arrastraba hacia esa procelosa relación, al atrubirle una atracción a aquello que bien podría llegar a ser una simple impresión o idea. Por tanto, me podía acostar con ella a los solos efectos de comprobar si existía esa relación entre las impresiones y las ideas, es decir, si en verdad era cierto que todo ese pedazo de atractivo femenino, pasaba a cristalizar en una extraordinaria relación sexual irrenunciable, o un simple polvo salvaje.

Claro que había unos pequeños inconvenientes, no mayores. Por un lado que el hecho de que la relación sexual funcionase, podría tener también algún tipo de relación con mi propia capacidad amatoria. Chorradas, soy cojonudo en la cama. Pero por otro, una vez consumado el acto, me quedaría sin coartada para repetir, en el caso hipotético de que la impresión se convierta en idea, puesto que lo que hubiere de comprobarse, ya se habría comprobado, a favor o en contra. De todas formas, el primer polvo me lo llevaba puesto, eso sí.

Comenté con López Müller mis reflexiones, y me miró como si estuviese metiendo la mano en la Bocca della Verità , con bastante desagrado e incluso miedo. Pero estuvo lo suficientemente prudente como para no entrar en un debate demasiado profundo. Creo que solo comentó que una vez que el filósofo o literato dejan sus palabras en un papel, éstas pasan a ser patrimonio del lector, y el sentido de las mismas , pasa a tomar las más numerosas, irregulares, discontinuas y disparatadas formas, en la mente de todos y cada uno de los lectores, por muy ceporros que éstos sean, añadió.

No me dí por aludido y busqué la prueba definitiva en alguien que jamás me ha fallado, a la hora de corroborar cualquiera de las extraordinarias locuras que he ideado a lo largo de mi vida. Nietzsche.

No tuve que esperar mucho. Señalé a López-Müller el libro “El Ocaso De Los Dioses o cómo se filosofa a martillazos”, y en el prefacio encontré la respuesta a mis dudas:

“Conservar en los problemas sombríos y de abrumadora responsabilidad la alegría serena, es cosa harto difícil, y, sin embargo, ¿hay algo más necesario que la alegría serena? Nada sale bien si no participa en ello la alegre travesura”

En efecto, la solución estaba en tomarse las cosas como una alegre travesura y con alegría serena. Eso me permitía el paquete completo de objetivos con el que desembarqué en el despacho de López- Müller, a saber:

  • Acostarme con la ex de mi socio
  • Repetir si procede
  • Evitar remordimientos
  • Asumir hipotéticos reproches con una alegría serena

Tras pagar a López-Müller, seguramente por nada, hice la llamada, reservé el hotel, repetí de champagne y de sexo hasta los límites (los de la VISA y los de mi edad), y desde luego me quedé muy contento, con esa alegría, quizás no tan serena debido sin duda al champagne.

Y serenamente encajé los dos bofetones que me propinó mi socio, cuando su ex le restregó nuestra noche de sexo en sus narices, menos de 24 horas después. Y parafraseando el Soneto Al Túmulo Del Rey, de Cervantes, busqué a Nietzsche y no hubo nada.

 

Foto de portada tomada de Flickr http://ift.tt/2im9A28, propiedad de Austinevan, bajo una licencia creative commons http://ift.tt/SBtSCK

 


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