miércoles, 6 de septiembre de 2017

La Estrofa Que Lo Cambió Todo (V)

Entonces fue cuando lo comprendí todo.

…cuando ya te has ido 
cuando me parte en dos el alma 
no hubiera dudado en quedarme contigo 
de haber sabido como yo te amaba …

“De haberlo sabido”. Ese era el título de la canción. Toda una descripción de mi vida en solo tres palabras. Qué me había perdido en todos estos años. ¿En qué cuadrícula de la agenda anoté “dejar de vivir”?. Qué ocupaciones sustituyeron a la búsqueda de la felicidad. ¿Dónde oculté la bitácora que debía marcar el rumbo correcto?

“De haber sabido como yo te amaba” En efecto, nunca lo supe. No podía saberlo, porque no amé nunca. Ahora estaba seguro, porque la presencia que preludiaba la definitiva ausencia de Irene, me hizo experimentar una serie de sensaciones desconocidas para mí. No solo tuve miedo, desde luego que lo tuve. Era el tipo de miedo lo que me asustó, lo que me hizo temblar, lo que tornó mi cara a una palidez extrema. El miedo definitivo. Eso fue lo que sentí, el miedo irremediable, la tristeza eterna, la ausencia absoluta, el vacío más triste. Simplemente, no podía concebir rellenar la agenda del resto de mi vida sin su presencia, sin su compañía, sin su alegría, sin pasión, sin ilusión. Noté una lágrima salada en la comisura de mis labios. Sonreí. Al menos sabía que podía manifestar sentimientos de algún tipo.

Bien, el diagnóstico había concluido. Estaba enamorado hasta el último rincón de mi alma. Bien, jamás lo estve, luego no se qué tipo de protocolo debía proseguir a tamaña revelación. ¿Cuando uno está enamorado, qué hace? Consulté a google, naturalmente. Me extrañó que los primeros resultados de búsqueda fueran tan poco directos:

Si interpreto bien a google, lo que quiere decir es que antes de hacer algo, debes asegurarte de que estásenamorado. Supongo que hay gente que no lo tiene claro del todo, y google, en ese papel de interés siocial que juega en nuestras vidas, lo advierte por si las moscas. Me pareció correcto. Pero como yo no albergaba duda alguna al respecto, añadí en la búsqueda: “y está completamente seguro”

La jodimos. Primer resultado:

Lo único que me faltaba, tras haber mantenido la entrevista con la de Recursos Humanos, que encima estaba en lo cierto, es recurrir a la filosofía. ¿Se suponía que debía empezar con San Agustín e ir bajando? Porque las sensaciones que Irene despertaba en mí, no creo que las hubiese compartido Santa Teresa De Jesús. Vamos, quiero creer, porque se me caería el mito estrepitosamente. No acababa de verme buceando en compendios o enciclopedias filosóficas.

Supuse que debía haber alguna alternativa, algún tipo de experto que me pudiese aclarar las ideas sin necesidad de tragarme tomo tras tomo. Casi como broma, escribí en google: “Consultor de Filosofía” Y para mi sorpresa, apareció un nombre: “Profesor López-Müller

Lo de Profesor me dió cierta confianza, porque lo de Consultor de Filosofía, me sonaba a ese concepto que los modernos llaman “coaching”, y que a mí me gusta llamar “evidenting”, ya que en las propuestas y recomendaciones que sugieren a los incautos que les contratan, no hay más que una especie de popurri entre los consejos de toda la vida de tu madre oabuelo, y las páginas finales de las revistas del cuore. “Quiérete a ti mismo”, “cree en ti”, “Identifica a las personas tóxicas y hazlas salir de tu vida” En fin, escasa aportación para tan rimbombante título.

Me cité con el Prof. López Müller en su despacho, repleto de libros y blocs de notas. Me causó una mala impresión inicial, de desorden y anarquía. Pero recapacité rápidamente, considerando que toda mi metodología y planificación no habían sido capaces de resolver  (ni identificar), un problema de marca mayor, que me tenía en la mayor y única encrucijada de mi vida. Así que decidí darle un voto de confianza a la entropía del universo. Peor no me iba a ir, eso seguro.

Me recibió con cierta afabilidad, mas no con empatía. Supongo que si hiciera suyos todos los problemas que les trajeran sus clientes, el pobre iba a necesitar un coaching, perdón un evidenting para sí mismo. Enjuto, de mirada despreocupada pero vivaz, no utilizó demasiado tiempo para el protocolo:

-“¿Sr.Tapia,quiere contarme lo que le trae a mi despacho?”

Y yo, obediente, lo hice. Cuando había transcurrido una media hora de mi exposición, estoicamente soportado por el Profesor, hizo un pequeño ademán para indicarme que tenía suficiente información. Yo andaba por la entrevista con la Director de Recursos Humanos, y supuse que no querría que hubiera que reanimarle a él también.

Comenzó con una breve introducción: “Sí, está usted enamorado, lo que se entiende coloquialmente como tal. Como es lógico, este sentimiento ha sido estudiado y valorado desde muy diversos puntos de vista, por lo que parece razonable que usted no haya sabido verlo. En parte por su personalidad tan particular, en parte porque usted puede ser lo que coloquialmente, no pretendo ofenderle, es lo que se llama un pedazo de carne con ojos”

Iba a protestar por la nomenclatura, cuando me frenó en seco. “Mire, su actitud ante la vida, ante sus semejantes, ante sus sentimientos, es muy similar a la que sugería Jean Paul Sartre, por lo que quizá no sea usted el único en este mundo que tiene esta actitud. Ahora bien, si acude usted a verme,es porque ha decidido acometer algún tipo de modificación en su perspectiva vital. De esa manera, Sartre puede aportarnos la visión antitética a lo que usted debe hacer. Recuerde que su perspectiva vital era la ausencia de la misma. En concreto defendía que el hombre solo tiene esencia cuando está muerto, y que el hombre es una pasión inútil. Vamos, que no es la alegría de la huerta precisamente, ni el tipo de referencia que vamos a poder emplear si queremos reintegrarle a usted a algún tipo de escenario vital algo más…alegre.

Estuve a punto de replicarle y hacer una defensa numantina de los postulados de Sartre. Recuerdo haberle leído que cada uno debía proporcionarse su propia existencia  y personalidad, básicamente lo que yo había venido haciendo todos estos años. Pero antes de abrir la boca, recordé que incluso me sentía poseído por algún embrujo o bebedizo amoroso. eso no hablaba demasiado bien sobre esa personalidad que me había forjado. Así que mejor explorábamos otras hipótesis

El Profesor me propuso que repasáramos la propuesta de los clásicos, y se abalanzó hacia un macro volumen cuyo lomo rezaba así “Ensayo sobre la Teoría del Amor de Platón” El autor, nada menos que el propio Profesor López Müller. Estábamos buenos. Iba a soltarme una soflama exhaustiva sobre el amor en los griegos clásicos. Hasta ahí, vale. Quise advertirle discretamente que entre los discípulos de los filósofos griegos clásicos, abundaban tendencias sobre las que yo tenía pocas dudas que no coincidíamos con las mías. Pero seguro del todo, vamos. Me hizo ver que lo tenía claro, que no íbamos a abordar las diferentes manifestaciones del amor, entendido como un elegante eufemismo de la cosa carnal. Me relajé considerablemente.

El núcleo de la teoría del amor de Platón se basa en la hipótesis de que el amor se manifiesta en una dualidad físico-utópica. Al parecer, si seguimos a Platón, la fase de admiración física no es más que el preludio de lo que en realidad buscamos, que no es más que la adquisición, previa entrega por parte del otro, de algo que jamás nos será entregado totalmente, por la sencilla razón de que no es material sino espiritual, y cómo no somos capaces de hacer tangible esa espiritualidad, nos vamos entreteniendo con lo material, porque somos capaces de concretarlo, tocarlo, e incluso medirlo si nos ponemos exquisitos.

No acabó de convencerme mucho la propuesta. La parte material la entendí cojonudamente. Y la podía seguir en mi Moleskine. Pero si había una vertiente etérea, intangible, y jamás iba a ser capaz de atraparla, por incapacidad técnica o porque aunque la hubiese adquirido, no habría sido capaz de saberlo por esa intangibilidad de la que hablaba Platón, no parecía que los clásicos griegos resolviesen mi  doble problema, uno el que tenía con Irene, y otro, el que tenía conmigo mismo, quizá más difícil de resolver.

Supongo que el Profesor me debió captar el rictus de inconformismo/pesadumbre y decidió quemar sus naves, apostando fuerte.: Santo Tomás de Aquino. Me puso en antecedentes. Tomás de Aquino planteaba una respuesta muy interesante al planteamiento existencial de la filosofía medieval

¿Qué es más perfecto, conocer o amar?

La respuesta de Tomás de Aquino es que en las cosas inferiores al hombre, es mejor conocerlas, porque las elevamos de categoría. En cuanto a las superiores, es mejor amarlas, porque el amor nos eleva a su nivel. Desde ese punto de vista, distingue entre el amor espontáneo, natural, y el amor derivado del conocimiento, ya sea por deseo (amor sensible), o racional, lo que entiende como amor propiamente dicho. Según él, toda la vida humana se explica por lo que deseamos y amamos, y por la constancia con que lo amamos.

Esta perspectiva me animó mucho más, dado que nuestro amor, el de Irene y mío, suponiendo que a estas alturas ella lo compartiera, sin duda había sido espontáneo, al menos por su parte. Por la mía digamos que había una espontaneidad aplazada, por llamarle de alguna manera, que acabó de aquella manera. Deseo había por ambas partes, o al menos yo la deseaba de manera indubitada. O sea que ya teníamos dos de tres. Y la racionalidad no digamos. Para llegar a la conclusión de que estaba enamorado hasta las trancas, tuve que consultar a la de Recursos Humanos, descartar embrujos, erradicar al de Mantenimiento de mis pesadillas, ser portado por la UVI Móvil, … No creo que pueda haber mayor prueba de racionalidad que sobrevivir a todo eso y mantener el convencimiento de que estaba colado por sus huesitos.

La parte que me faltaba, y que debía acometer era la constancia. Desde luego no había sido constante hasta la fecha. Pero mis cualidades planificadoras podían ayudarme mucho. Si se trataba de ser constante, periódico, exhaustivo, pesado, mi Moleskine y yo éramos imbatibles. Se presentaba algún tipo de inconveniente logístico: Se había despedido, igual no me cogía su teléfono, aunque sabía donde vivía era difícil planificar sus horarios, en fin, nada que no pudiera subsanar con un plan. Es decir, que estábamos en mi terreno.

Despedí al Profesor que me aconsejó una visita de mantenimiento, al hacerle partícipe de mis planes. Un tipo tan anárquico como él, difícilmente le podía dar posibilidades de éxito a mi estrategia, pero él me leyó a Tomás de Aquino. Que hubiera insistido con Sartre y habíamos acabado enseguida.

Ahora quedábamos la Moleskine y yo, reforzados por el Santo, frente a Irene, mis incapacidades de relación con los seres humanos en general, mi demostrada ineptitud para detectar cómo había de comportarme con Irene, y esos pequeños problemas logísticos. Estaba rodeada.

 

 

 

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Lo que tu quieras