viernes, 25 de agosto de 2017

La Estrofa Que Lo Cambió Todo (II)

Justo cuando cerraba la agenda, sonó el teléfono móvil, y en la pantalla apareció un número que no reconocí.

No suelo atender este tipo de llamadas, salvo que en la agenda exista un dato que me aconseje hacerlo, pero al haber tenido un día tan agitado, pensé que podrían pedirme algún dato adicional los de la ambulancia, como el número de seguridad social, la partida de bautismo o el carnet de socio de alguna ONG. Así que, dispuesto a mandarlos a hacer puñetas (se conoce que ya me sentía mucho mejor), atendí la llamada con voz un tanto meliflua, para despistarlos de la bronca que les iba a echar.

“Sí, dígame”

“¿Hola, eres Sergio?”

“Sí, soy Sergio Tapia. ¿ Quién es usted?”

Escuché una risita ahogada al otro lado de la línea. Me dejó un poco desconcertado, porque a los de la ambulancia no les asignaba yo un rol tan desenfadado, pero esperé que prosiguiera.

“Soy Irene, del Break Café”

El nombre de Irene me resultaba familiar, pero lo del Break Café, ni idea. Mi cafetería de toda la vida se llama Cafetería Paco, nombre del primer propietario allá por los 60. ¡Cáspita, pero si la cafetería cerró! Bueno, no cerró. Así que ahora se llama así. E Irene es la de…

“Ah, Irene, qué sorpresa. Dígame. Bueno, observo que ya no es necesario que nos pidamos el número de teléfono, puesto que usted ya lo tiene”, observé con un poco de sorna, pero en absoluto molesto.

“Sí, cuando usted estaba tan …malito, los de la Ambulancia se lo pidieron y aproveché para tomar nota para poderle preguntar cómo se iba encontrando. En realidad tenía miedo de que tras la experiencia con nuestra puerta, decidiese usted no volver a nuestro local”

Desde luego, en diferentes intervalos de lucidez, valoré seriamente diferentes alternativas: No volver, denunciar a la puerta ante la Delegación de Consumo, poner una pegatina gigante con el letrero “puerta delincuente”, en fin, lo que imagino le pasaría a cualquier persona con sangre en las venas.

“No, Irene, cómo se le ocurre tal cosa. Por supuesto que cuando me reincorpore a trabajar, volveré a acudir a su local a tomar ese café en tan elegante vajilla”, aprovechando para soltarle una pulla.

Ella se lo tomó muy bien riéndose a carcajada limpia. Y me espetó así, a sopetón:

“No pensaba yo que un tipo tan estirado y tan cuadriculado como usted, tuviera sentido del humor. Me está sorprendiendo gratamente”

Yo en realidad solo quería manifestarle mi disgusto con los enseres del local pero, recordando vagamente su sonrisa y el resto de las preciosas facciones que la acompañaban, decidí dejarme llevar por mi suerte y reír al otro lado de la línea.

Ya eran las 20:30, hora en la que tenía estipulado la cena. Por tanto, decidí concluir la conversación.

“Irene, muchas gracias por llamar. Le aseguro que me encuentro bien. Si no le importa, voy a preparar la cena. La veré en el local en los próximos días”

“Y si se encuentra bien, y aún no ha cenado, ¿porqué no lo hace conmigo?”

No, por ahí no paso. Puedo aceptar algún pequeño sobresalto al mes, pero de ahí a que me coloquen una cena improvisada sin antelación, ni hablar. Intenté buscar una respuesta educada no hiriente para expresarle mi más rotunda negativa, pero ella se me adelantó.

“Ah, disculpe, Sergio. Olvidé que esta cena quizás no la tenga usted anotada en la Moleskine. Por cierto, ¿puede revisarlo, para que esté completamente seguro? Quizás lo anotó usted antes de su salida triunfal y lo ha olvidado.”

Yo estaba seguro de lo contrario, pero me pareció que esa era una buena forma de salir del embrollo. Me dirigí al maletín, busqué la agenda. Agua. Fui a la chaqueta del traje. Nada. Rebusqué por el resto de la casa. Había desaparecido. Solo cabía una posibilidad. Cortarse las venas. Ni eso. No estaba programado.

Me dirigí al teléfono para cortar la comunicación con Irene ipso facto, y dedicar mi vida a hallar la agenda. Cuando ella oyó que me colocaba el auricular, me dijo:

“Qué, ¿figuraba en su agenda nuestra cena?”

“No lo sé, he debido perderla. Si no le importa, voy a colgar para buscarla con más intensidad. Muchísimas gracias por la llamada. Buenas noches”

Colgué en el acto y me puse a buscar la agenda como un loco. A los cinco minutos me despistó un mensaje en el móvil, con dos fotos adjuntas. Era el mismo número desconocido de antes. Irene. No me había dado tiempo a agregarla como contacto.

Descargué la primera foto. Una anotación hecha con letra de mujer que decía literalmente “Cena con Irene 20:30” Y se refería al día de hoy. La segunda foto era de mi Moleskine, en sus manos, y un mensaje literal: Se te cayó en el Break Café y la recuperé, porque sabía que era importante para tí. Pero no te va a salir gratis. Si la quieres recuperar, tendrás que cenar conmigo. Hoy me has dejado plantada, ya ves que no has acudido a tu cita, por tanto, tendrás que volver a cenar conmigo. Te propongo el sábado a las 20:30. Por cierto, no tienes nada en la agenda anotado, salvo “vaguear” No intentes recogerla en el Break, porque estaré librando hasta el lunes. Espero que sobrevivas sin tu agenda hasta entonces. Así, recordarás dos cosas: Una, que tú eres mucho más que tu agenda. Y la más importante, que yo soy mucho más que tu agenda. Si no lo has visto antes, es porque quizás haces honor a tu apellido, y estás más ciego que una tapia”

Quería matarla. Y a la vez abrazarla, por haber recuperado mi agenda. Para el sábado quedaban tres días. Pensé que me estaba vacilando y que estaría al día siguiente en su puesto de trabajo, por lo que me fui a acostar sin cenar, y deseé que la mañana próxima llegase muy rápidamente. No me lo pareció tanto. Soñé con la agenda, con su actual depositaria, con la puerta y, sobre todo, con el encargado de Mantenimiento. No me pregunten.

Al día siguiente, disfruté de dos amargas experiencias. Fui al café, pedí el desayuno habitual y, como habitualmente (cuando no estaba Irene), fue servido sin mediar palabra, sonrisa o esmero. La segunda, que Irene no me había mentido. No estaba en el local.

La jornada de trabajo fue absurdamente normal. Todo el mundo me preguntó por mi estado de salud, y con todos fui lacónico, para no hacer distinciones. Estuve especialmente arisco con las de Recursos Humanos y la de Prevención. Y especialmente amable con el de Mantenimiento, supongo que para que no siguiera presente en mis sueños de forma inopinada. Al resto, legislación vigente. Cortesía protocolaria, sin más. Ellos no tenían mi agenda.

Llamé a Irene en varias ocasiones y me comentó en un mensaje”Nos vemos el sábado” Qué bruja. Pero seria y formal. Dijo que no trabajaba, y no lo hizo. Dijo que me daría la agenda el sábado y parecía que cumpliría su palabra. Quedan pocas chicas así, que no se dejen vencer por los impulsos, reflexioné. Pero luego pensé que ella me había pedido el teléfono y yo me había estampado contra la puerta. O sea que había sido espontánea y había conseguido que yo lo fuera, porque desde luego, estamparme contra la puerta del…Break Café, no estaba en mi agenda. Qué bruja.

Ante la ausencia de la bitácora que guiaba mi barco vital, mi adorada agenda, no tuve más remedio que dejarme llevar por las costumbres recordadas. Desayunar, comer, cenar y trabajar. Al no tener la planificación delante, me guié por los relojes biológicos. Pero ello supuso que dedicase el tiempo estimado, no el planificado, con la catastrófica costumbre de tener tiempo libre. ¿Y qué se hace con el tiempo libre cuando nunca lo has tenido? Consulté en google, naturalmente. Y sugería miles de cosas: Museos, cines, teatros, parapente, paseo en globo…Es decir, que la gente tenía tiempo libre y lo invertía en esas cosas. Inaudito.

Las sugerencias de google no me acabaron de convencer. Unas por arriesgadas. Otras por estúpidas y otras porque no garantizaban hora de entrada y salida. Reconstruí una pequeña agenda de emergencia que me habían regalado en un congreso y a la que había relegado con desprecio, por no poder compararse con mi Moleskine. Pero una emergencia es una emergencia, y con cierto disgusto por la ausencia de datos base, preparé la agenda para los próximos dos días. Amplié el horario laboral para compensar esos desagradables tiempos muertos que no sabía rellenar. Decidí llevar el coche a revisión, con unos mil kilómetros de adelanto, pedí cita con peluquero y dentista. Con esos ajustes, me quedaba libre la cena del sábado con Irene de 20:30 a 22:00 h., tiempo ajustado y proporcional a la cita. El suficiente para recuperar la agenda, y desde luego, para no molestar a la invitada, una hora y media, nada menos.

Supuse que debería elegir el sitio para cenar porque, técnicamente, la invitaba yo. Elegí un sólido y fiable café-restaurante, funcional, con plazas de aparcamiento disponibles en la proximidad, con un menú del día extensible a la cena, en el que había estado varias veces con otras chicas. No es que yo no tuviera relaciones sociales con el sexo opuesto, como podría pensarse. Lo cierto es que, con cierta regularidad trimestral, rescataba dos o tres nombres de mi agenda e intentaba lograr una cita con aquella cuya agenda le permitiese adaptarse a la mía.

Le transmití a Irene las coordenadas del lugar, para que pudiésemos encontrarnos allí puntualmente. Le propuse las 20:15 horas, para evitar el retraso al acceso a la mesa, y amablemente, me despedí de ella hasta el sábado. Ella me contestó al rato con una serie de pequeñas variaciones sobre el plan. No me parecieron negociables, la verdad. La primera es que la debía recoger en la puerta de su domicilio a las 20:00, “aproximadamente” Cuando leí lo de “aproximadamente”, sentí una punzada en el costado izquierdo y una sensación de apnea que me duró unos segundos. La segunda es que el restaurante ya lo había elegido y reservado ella, porque “no me fiaba de tus gustos hosteleros, considerando que tomas café en el Break”. Me pareció un detalle significativo al respecto de su sentido del humor, muy diferente del mío. Entre otras cosas porque ella tenía y yo no. La tercera condición no me pareció muy concreta: “Procura estar adorable, porque la Moleskine no te la daré hasta el final de la noche” Adorable. Y eso en qué consistía exactamente. Miré en google.

De google pasé a blogs y de ahí, a revistas femeninas. No me pareció un proceso ilógico. Si debía resultar adorable a los ojos de una mujer, no parecía descabellado  averiguar qué entendían ellas como adorable. Recibí multitud de pequeños indicios, algunos de los cuales me parecieron sorprendentes: “alabar sus complementos” Inicialmente me pareció excesivamente explícito en el plano sexual, hasta que deduje que el concepto “complementos” podría no referirse exactamente a lo que yo pensaba, sino a una especie de colección de objetos que las mujeres usan para “complementar” su atuendo. Sorprendente. Profundicé un poco en la literatura, y había un consejo que se repetía intensamente “Se tú mismo”

Hombre, yo me quiero como soy, pero de ahí a que actuando como actúo normalmente, o sea, siendo como soy, pudiera resultar adorable, se me hacía un tanto cuesta arriba. El adjetivo sieso, o serio, e incluso el sustantivo esfinge, me han venido persiguiendo desde la infancia. Para mí, sonaba a música celestial, porque siempre he entendido que sieso es sinónimo de sensato, que serio es una cualidad extraordinaria en el trabajo y en la vida, y que la esfinge…Bueno, eso me gustaba algo menos. En fin, que tras lo leído, ser uno mismo y parecerle adorable a Irene, quizá no fuesen conceptos compatibles.

La otra opción era actuar. No me refiero como verbo de acción, sino como un extraordinario acto de falsedad. O sea, comportarme como si yo no fuera yo, sino mi anti-yo. No sonaba mal. Presentarme decidido, arrojado, valiente, cariñoso. Hacer derroche de excesos, llevarla a bailar y, si todo ello no fuera suficiente, llevármela a casa y culminar la noche con éxito horizontal. De hecho, ya casi andaba por el trimestre de carencia, siguiendo la rigurosa planificación de mi vida social (sexual) Consideré seriamente este plan, y de hecho me pareció la estrategia óptima.

Así, elegante como un pincel, con traje, corbata y zapatos italianos. Con el mejor y único reloj que tenía un casio digital edición vintage de 35€, perfumado quizá en exceso, salí del coche como el que sale de los camerinos del Liceo, dispuesto a encantar a la audiencia. Esperé el descenso de Irene. Esperé bastante. Aguanté el tipo. Al fin y al cabo estaba actuando. Mi alter ego de la farándula no puso mala cara ante su presencia, aunque fuese veintitres minutos tarde. Me aproximé hacia ella, le dije textualmente “Estás realmente elegante” La cogí de la cintura con el brazo derecho, le tomé la barbilla con la izquierda y le tatué mis labios en los suyos.

Me sorprendió la agilidad con la que se libró de mí, me estampó una bofetada con la mano abierta, me tiró la Moleskine a la altura de la cintura, quizá un poco más abajo, y volvió a subir a su casa a toda velocidad. Un mutis por el foro en toda regla.

Fotografía By Geoff Stearns [CC BY 2.0], via Wikimedia Commons


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