viernes, 25 de noviembre de 2016

¡Esto Es Un Atraco, Nena!

Si hubiera pronunciado esas palabras, al menos hubiera captado su atención. En cambio no hizo más que rehuirme toda la noche. No la culpo. Yo en su caso hubiera llamado a los GEOs. La sometí a un estrecho marcaje, a un catenaccio digno del mejor equipo italiano. Unicamente me abstuve de acompañarla al aseo de chicas, y porque me frenaron en el último momento.

¿Qué queréis que os diga? Me enamoré al verla. Suena poético, bucólico, místico. Y en realidad no pudo ser más carnal. Pero es que había que verla. Un pedazo de señora de los pies a la cabeza. Normalmente me molesta en una mujer que además de tener un cuerpazo sea guapa. Me produce un profundo desasosiego. Coarta mi libertad de actuación aproximativa. Supongo que sabéis lo que quiero decir. Si está como un queso, y encima es guapa, a ver qué diantres pinto yo intentando llevármela al huerto. Queda ridículo. Pero en su caso, me vi obligado a hacer una excepción. Tampoco hay que ser absolutista. Es un trabajo ingrato, pero alguien tiene que hacerlo.

Ya había intentado los trucos habituales: Invitarla a una copa, sobornar a las amigas, preguntar por ella al camarero, y perseguirla por doquier. Y como dicen los entrenadores, cuando algo no funciona, cambia. Lo que sea, pero cambia. Y cambié, pero de objetivo. Me acerqué a dos o tres jovencitas presentes, obteniendo resultados similares. Seguramente porque no estaba concentrado. Ella me había hechizado, me había lanzado un conjuro de amor, de forma totalmente involuntaria, por supuesto, pero a mí me había llegado. Se siente.

Miré el reloj. Dan las tres. Ahora o nunca. Y decidí realizar una acción desesperada, de armaggedon. Rompiendo moldes, olvidando enseñanzas de los mejores play boys de Madrid, curtidos en mil batallas de discotecas. Mis maestros. En realidad primero me fui a por el micro del Disc Jockey, dispuesto a declarar mi amor a toda la concurrencia, y muy en segundo término, hacer una especie de karaoke de Loquillo. Cuando me atraparon tenía medio cuerpo en la cabina. Me hicieron ver que quizá me hubiese precipitado. No estoy tan seguro, pero como soy un blando, me dejé llevar y caí con cierto estrépito al centro de la pista de la discoteca. Me hicieron corro, pero creo que no fue por mi destreza como bailarín.

Pero los designios del amor son inescrutables. Tras unos momentos de confusa inconsciencia, en los que vi pasar mi vida de forma fugaz, tuve oportunidad de ver el famoso túnel blanco del que tanto hablan, el de los momentos previos a la muerte. O era la linterna del iphone que me estaba enfocando las pupilas, tengo dudas. El caso es que cuando conseguí acomodar la mirada y resetear las neuronas, allí estaba ella. Se había abierto paso entre la muchedumbre y se había precipitado hacia mí. Obviamente sentía algo por mí. Estaba ante el amor de mi vida, inclinada sobre mí, mirándome directamente a los ojos, y con una expresión de profunda preocupación que me resultó absolutamente enternecedora.

Ya me intentaba incorporar para sellar sus labios con los míos, cuando pronunció a viva voz las mágicas palabras:

-Nada, ya se está recuperando. Un simple susto. Dejadle espacio para que respire.

¡¡Nada de eso!! Qué susto ni susto. Amor, en mayúsculas. No he perdido el conocimiento, ¡¡estaba en trance!! Me dolió un poco, supongo me entendéis. Pero me calmé cuando volvió con un paño frío para colocármelo en la cabeza. A fe mía que era una excusa para mantener la llama de ese momento tan especial. Charlamos un poco . Le agradecí su atención (una simple excusa para que se encontrase cómoda, puesto que obviamente sus sentimientos habían quedado expuestos ante todos los presentes) Ella, para disimular, me dijo que era su deber. “¿Eres médico”, le pregunté, a punto de colocarle el anillo en el anular. “No, veterinaria. Por eso decía que era mi obligación atenderte”

Y encima tenía sentido del humor. La mujer perfecta. Y era mía. No volví a verla nunca. A veces las mujeres exageran un poco lo de hacerse las duras.

 


¡Esto Es Un Atraco, Nena!

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