domingo, 27 de noviembre de 2016

El Profesional (Relato Corto)

Se trata de una versión modificada de un relato presentado a un concurso en 2014. No sé exactamente porqué, he decidido afinarlo un poco y publicarlo. Manías, supongo.

Sobre el asfalto parecía haber desaparecido para siempre las huellas del invierno, aunque en algunas zonas, el brillo superficial del rocío mañanero le permitía ver su rostro reflejado en el camino; Iba pisándolo constantemente, como un permanente recordatorio de su terrible existencia. Le pareció gracioso e irónico. Un personaje despreciable que merecía holgadamente ser aplastado hasta por sí mismo.

Siempre tuvo la escalofriante honestidad de calificarse de una forma totalmente objetiva. Era un malvado, una persona despiadada en la que no anidaba el más mínimo sentimiento noble o generoso. El único dato positivo era que eso le permitía ser muy bueno en su trabajo.

Mientras se dirigía hacia el siguiente encargo, no dejaba de pensar lo malo que había llegado a ser; A manera de una simple descripción, pensó de sí mismo que era una persona terrible, de las peores. En alguna ocasión se planteó la posibilidad de cambiar. Simplemente no ejercer constantemente esa maldad, quizás ante una persona o una situación, o un animalillo desvalido. Pero nunca lo intentó en serio.

Lo más cerca que estuvo fue en aquella ocasión. Ya era un depravado adulto, que se preparaba seriamente para la titulación definitiva. El asesinato. Lo que hoy en día era su modus vivendi, como otros sirven copas y otros intermedian en seguros. En aquel entonces, aún buscaba un remoto pretexto, una cierta ética en su actuación.

Pudo hallarlo en la única persona con la que mantenía cierta relación de convivencia pacífica. Si hubiese podido amar a alguien, podría haber sido a ella. En su presencia, su mirada parecía sufrir una completa metamorfosis. En su presencia, la terrible dureza de sus pupilas parecía adoptar cierta relajación. Y sus músculos parecían estar menos tensos. Podrían atisbarse los incisivos inferiores, menos carcelarios de lo habitual. No era una sonrisa, desde luego.

El paso a la primera división del crimen, tuvo que ver con ella. Vivía en la típica familia desestructurada; El padrastro, o para ser más precisos, el acompañante de turno de la madre, tras una noche de juerga a la antigua usanza, decidió equivocarse de cama y aterrizar en la de la chiquilla. La aproximación pudo ser repelida por ésta, con la ayuda de una contundente raqueta de tenis. Al día siguiente, los ánimos se calmaron, y en la casa volvió a reinar la anarquía y el desastre, pero ya en los niveles cotidianos.

La muchacha cometió la torpeza de contárselo a nuestro amigo, que tomó la decisión de vengarla y de paso probarse a sí mismo en el noble arte del crimen.

A las dos semanas los periódicos reflejaban la terrible noticia de la violenta muerte de un honrado camarero a manos de un presunto atracador. El hecho de que éste mutilara los genitales externos, previo a las cuchilladas mortales, causó cierta extrañeza a los investigadores del caso.

Para confusión de nuestro amigo, la chiquilla no parecía muy contenta por la muerte de su “padrastro”. Probablemente esto les alejó, aunque él no podría olvidarla del todo, ya que provocó involuntariamente el desarrollo de una prometedora carrera profesional, y el cierre definitivo de cualquier posibilidad de recuperación a la estirpe humana.

Mientras preparaba el utillaje reglamentario para su tarea, se preguntaba qué habría sido de ella. Sólo recordaba vagamente su rostro, que presidían unos enormes ojos de color turquesa.

El de hoy era un trabajo rutinario. La víctima, una mujer. No es lo frecuente, pero ocurre. Vida normal, dos hijos pequeños y trabajo administrativo. Los motivos no le importaban. Un trabajo más.

Pudo acceder sin dificultad a la terraza de la pequeña vivienda;  Forzó la cerradura y atravesó sigilosamente el pasillo. Una vez en el dormitorio, se colocó a la cabecera de la cama y hundió el cuchillo de izquierda a derecha, desde el ángulo inferior de la mandíbula hacia el centro, atravesando la tráquea a su paso. Sin un ruido. Sólo volvió la cabeza un segundo, para confirmar los resultados.

Le llamó la atención el color de los ojos inertes, un azul turquesa que parecían serle familiares. Se encogió de hombros, y se dirigió hacia la puerta, mientras se concentraba en evitar el suelo minado de muñecas, camiones y piezas de puzzle.


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