Elegiría la música, por su versatilidad y sencillez. Permite reflexionar sobre la existencia. Como la Primavera de Vivaldi. Siempre lo he considerado una de las mejores alegorías de la vida. El suave sonido de los violines armónico y simultáneo correspondería a la mejor etapa de la vida, entre el nacimiento y la pubertad, donde todo es amable y feliz, las flores crecen y su colorido nos rodea .
A lo mejor idealizo a la música por mi personal incompetencia en ese arte, y la consecuente envidia hacia quien es capaz de hacerme soñar y completar mi día a día con las pequeñas piezas del puzzle que me faltan. Si necesito una porción irregular de entusiasmo, recurro a Wagner, y cabalgar hacia la victoria a lomos de las Walkirias. Si preciso algo más etéreo y estelar, me acerco a Strauss y junto a Nietszche, hablamos con Zaratustra. Si las lágrimas deben abrirse paso en mis mejillas, el Allegreto de Brahms es absolutamente paradójico.
Y si no basta con el sonido y se busca una mayor seriedad y
oficialización, solo hay que fijarse en la partitura. Los símbolos que
rellenan el pentagrama aportan más rigor científico y formalidad que mil ecuaciones diferenciales.
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